
Nuria López Priego / Sorihuela del Guadalimar
La primera exhumación que se realiza en la provincia con la Ley de la Memoria Histórica en vigor desempolva uno de los capítulos más tristes de la historia reciente del país. Tras dos días de trabajo, todos los indicios apuntan a que el cadáver desenterrado, ayer, puede ser el de alguno de los cuatro represaliados que yacen en la fosa común de Sorihuela.
No daban las nueve de la mañana cuando la excavadora del Ayuntamiento de Sorihuela empezaba, ayer, a remover la tierra en la fosa común del cementerio municipal. Según “testimonios orales” y “el expediente judicial” de una de las cinco personas que hay enterradas allí, en esta fosa común se encuentran los restos de Santiago Campayo, una de las víctima de la represión franquista en el municipio. Las excavaciones, que están financiadas íntegramente por el Ministerio de Presidencia, se realizan a instancias de un nieto de nacionalidad francesa de la víctima y comenzaron, el jueves. Ese mismo día, el equipo técnico de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de la Sierra de Gredos y Toledo “Nuestra Memoria”, que se ocupa de las prospecciones y de la exhumación, descubrió una caja, los pies de un cadáver y varios restos óseos más. De ahí, la urgencia por que la excavadora municipal volviera a ahondar en la fosa. El verdadero trabajo arqueológico no comenzó, sin embargo, hasta la entrada en escena de Marisa Hoyos, Trinidad Caballero y Scott Boehm, que, ayudándose de dos palas, azadones, azadillas, espátulas y brochas, desenterraron un cadáver que puede pertenecer a alguno de los cuatro represaliados que yacen en la fosa.
De comprobarse que es así, esta sería la primera fosa común que se exhuma en la provincia, tras la entrada en vigor de la Ley 52/2007, más conocida como de la Memoria Histórica. Esta fosa, junto con las otras treinta que, hasta diciembre de 2008, ha documentado el historiador iliturgitano Santiago de Córdoba, siguen hablando y denunciando el genocidio franquista en la provincia.
La represión de la primera década de dictadura en Jaén se tradujo en casi tres mil víctimas. 2.745, según investigaciones inéditas del historiador Santiago de Córdoba, o 2.641, como arroja el informe realizado por la Asociación Guerra-Exilio y Memoria Histórica de Andalucía (Agemha). Hombres, en el 99% de los casos, cuyos restos mortales se encuentran en fosas comunes (ver mapa). Simples hoyos en la tierra sin lápida aún en algunos, que certifican el “terror” sobre el que se apoyó el nuevo gobierno. “Fue, en cierto sentido, lógico”, indica el profesor de la UJA, Luis Garrido. “La provincia se había mantenido fiel a la República hasta el final de la Guerra Civil —sólo cayeron Alcalá, Lopera y Porcuna— y, hasta 1945, hubo movimientos guerrilleros en sus sierras”. Por otro lado, en la memoria de la derecha jiennense persistía aún el recuerdo de la “violencia incontrolada” de los primeros meses de la guerra. “Sólo en seis, fueron asesinadas sin juicio más de dos mil personas”, asegura el investigador Luis Miguel Sánchez Tostado. “Y de todas esas muertes, la represión franquista pasaría factura”. Entre 1936 y 1950, 3.440 personas jiennenses fueron víctimas del franquismo, precisa el historiador Santiago de Córdoba. Esta cifra, junto con las 3.500 desapariciones aproximadas durante la guerra que estima el historiador José María García Márquez, los 2.845 presos republicanos recluidos en los campos de concentración provinciales y los varios miles de presos que había en las cárceles dibujarían un paisaje desolador de miedo y miseria en Jaén. En diez años, pudieron celebrarse entre “tres mil y cuatro mil” consejos de guerra y juicios sumarísimos. “Se les intentaba dar cierta apariencia de legalidad, pero, en realidad, se realizaban sin garantías”, aclara el profesor Garrido. El resultado fueron los 2.745 represaliados que documenta Santiago de Córdoba y que murieron “generalmente”, fusilados en los cementerios, en las cárceles o en una cuneta, como ocurrió en Alcalá la Real. Otros perecieron víctimas de la aplicación de la “ley de fugas” por la Guardia Civil o en las prisiones, como consecuencia de las torturas, el hacinamiento o la inatención médica.
Durante la transición española, en la provincia se realizaron exhumaciones en Arjonilla, Navas y La Carolina. “Eran más bien algo simbólico”, aprecia el coordinador de Todos los nombres por CGT, Cecilio Gordillo. La de Sorihuela, sin embargo, es la primera que se realiza con el rigor científico.
Una exhumación que ha acallado “el miedo”
La primera exhuma- ción de una fosa en la provincia se realizó en 1978. Fue en La Carolina, bajo el gobierno del alcalde franquista, Ramón Palacios. Se había previsto la remodelación del cementerio y, a instancias del entonces secretario general del PSOE, Pedro Valcárcel, se constituyó una plataforma de familiares. “Nos echó un talón de banco en la mesa”, evoca. Palacios quiso contribuir con un millón de pesetas de su capital particular, pero la plataforma lo rechazó. “Sólo le aceptamos el terreno, que nos dio por una peseta simbólica, pero hay que decir que se portó muy bien”. Se exhumaron unas “150 calaveras con el tiro de gracia”. Luego, todos los restos se metieron en 36 ataúdes que reposan en un mausoleo de mármol que inauguró Felipe González en 1979. Durante el acto, Valcárcel confiesa que pasó miedo. “La Policía Nacional y la Guardia Civil rodeaban el cementerio”. Ante cientos de personas, recuerda que dijo: “Este es un día de perdón y de llorar, no de odiar”.

El nieto francés de Santiago Campayo intenta saldar una deuda con “la Justicia”
Desde hace dos días, José Campayo levita. Ninguna palabra definiría mejor las emociones de este hombre, que, después de una década buscando los restos de su abuelo, víctima de la represión franquista en Sorihuela, y de un año de espera, siente que su lucha por hacer valer “la justicia y los derechos humanos” puede estar próxima.
“Toda mi vida oí hablar de mi abuelo, de lo que le habían hecho y, sobre todo, de la pena de mi padre. Mi padre llegó a tatuarse, incluso, una tumba en el pecho, justo en el lugar del corazón, que tenía para él el valor simbólico de la tumba que su padre nunca tuvo. Cuando yo, oficialmente, le hablé de mi búsqueda, hace tres años, se rió casi. Tenía todavía en la mente el recuerdo de la España franquista. Estaba gangrenado por eso. Poco a poco, fui llevándole pruebas de mis búsquedas, se puso a leer y empezó a creer en lo que estaba haciendo. Él no cree en dios, pero en esto sí. Para él, ahora, esto es una realidad”. Ataviado con un mono azul prestado por el Ayuntamiento y ante la fosa común en la que fue enterrado su abuelo Santiago, víctima de la represión franquista en la provincia, José Campayo se muestra pletórico. En “menos de una semana” y gracias a la mediación del historiador iliturgitano Santiago de Córdoba, el nerviosismo y el enfado que su mirada reflejaban antes, como consecuencia de un año de espera “debida a la pasividad tanto del Ayuntamiento como de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Jaén”, han dado paso a la tranquilidad. Por fin, atisba el que podría ser el desenlace de la batalla personal que emprendió, hace una década, con el fin de “hacer justicia” y dar a su abuelo paterno el enterramiento “digno” que la represión franquista le negó hace setenta años. Una lucha en la que —resalta— fue determinante la ayuda del nieto de un militante franquista. “Él me llevó hasta la fosa y me dijo ahí está enterrado tu abuelo”, manifiesta satisfecho Campayo.
El único “delito” de su abuelo, si puede tildarse así, fue tener ideas contrarias al régimen. “En 1931 era socio de la Cruz Roja, pero, al contacto con su yerno, Ceferino Patón, se convirtió al comunismo, y junto a él, sus tres hijos, Santiago, Teodoro y José”, precisa el nieto. Al estallar la Guerra Civil, los tres cambiaron Sorihuela por el Frente Popular. Una acción que, luego, pasaría factura a toda la familia. “Cuando acabó, dos de mis tíos, Santiago y Teodoro, fueron fusilados en el cementerio de Villacarrillo”. El otro, José, huyó a Francia. Lo que no sabía es que, en el país galo, empezaría una nueva guerra, esta vez en la resistencia francesa. “Fue teniente de las FFI, comandante del batallón especial de Celles y Prayols, torturado y, por último, en enero de 1944, deportado por la Gestapo a Buchenwald”, de donde regresaría como “gran inválido de guerra”, explica su sobrino.
Pero la represión hacia la familia Campayo no acabó aquí. En Villacarrillo, fusilaron a los maridos de las cuatro hijas mayores de Santiago y, el 23 de abril de ese 1939, él mismo fue víctima de una paliza mortal. Después, “los falangistas echaron del pueblo” también a su mujer. “Se fue andando hasta Tomelloso (Ciudad Real) con cuatro niños”. Un día, llegó una carta de la Cruz Roja en la que se decía que José Campayo había salido sano y salvo del campo de concentracion y que estaba en Francia. “Desde ese día, mi padre no quiso más que ir allí”. En 1958, casado y con tres hijos, Luis Campayo se reencontró con su hermano José. “No volvieron a separarse jamás, hasta que mi tío murió en 1988”, relata el sobrino.
Sostiene el francés que, tras la represión que sufrió su familia, su padre prometió que no volvería a Sorihuela del Guadalimar. “Pero, después de todo esto, un día me preguntó si, de realizarse la exhumación, podría venir conmigo. Mi padre jamás se imaginó algo así y ahora está dispuesto. Por eso, a pesar de lo que dicen, de que se abren heridas, creo que no, que se cierran. Hoy, veo a mi padre y parece un jovencito. Esto es su resurrección”. Por eso, José Campayo quiere animar a la gente a seguir su ejemplo. “Que sepan que pueden, que es legal hacer exhumaciones, porque hay una Ley”. Además, aboga por su divulgación en Francia.
Una vez exhumada la fosa y realizadas las pruebas de ADN que atestigüen la identidad de los restos de su abuelo, José y su padre los trasladarán a Francia.
Fuente: diariodejaen.es
Sábado, 21 de Febrero de 2009 11:20 PROVINCIA – NOTICIAS PROVINCIALES