Hoy se cumplen 70 años de la muerte del poeta. El cuaderno de su hermano José desvela sus anotaciones finales…

febrero 22, 2009

Los últimos

días de

Antonio

Machado:

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Machado.

LUIS DÍEZ – Madrid – 22/02/2009 08:00

Tal día como hoy, hace 70 años, murió en el destierro de Collioure (Francia) el poeta Antonio Machado. Salía desde Cataluña hacia Francia junto con miles de republicanos derrotados que formaban aquella inmensa columna, todavía hostigada por la aviación alemana al servicio de Franco. Iba con su anciana madre, con su hermano José y la compañera de este. En un cuaderno de notas poco conocido y apenas difundido, José, que era pintor, relata los últimos días del poeta.
Cuenta José las penalidades del camino hasta llegar a la localidad de Cerbére, donde se refugiaron en la cantina de la estación. «Allí el espectáculo que se ofrecía a los ojos era desolador. Los españoles caídos y deshechos, sin dinero, éramos tratados por los mozos de aquel establecimiento con tan innoble y repugnante desprecio, que lo primero que preguntaban era si teníamos dinero con que pagar. En caso negativo, no daban ni un vaso de agua. Esto sucedía en la cantina.
En los andenes de la estación, todavía peor, porque se sufría el acoso de los gendarmes, que no se ocupaban más que de formar las levas para los campos de concentración, separando a los hijos de los padres y a las mujeres de los maridos. Y todo esto de la manera más bárbara y brutal».

Tras su muerte, su hermano José encontró un papel con las últimas anotaciones del poeta

En el cuaderno de notas que escribió, ya en Chile, para sus hijas y su hermano Manuel, añade José que «fue un verdadero milagro que escapásemos a las garras de estos esbirros, verdadera vergüenza de la especie humana». Se refugiaron en un vagón arrumbado en vía muerta. «Así fue la entrada del poeta Antonio Machado y la madre, en Francia, gravemente enfermos y sin un solo franco en el bolsillo: casi desnudos, como los hijos de la mar».

Con el horizonte cerrado

Al atardecer del día siguiente, cambió su suerte. «Corpus Barga, uno de los mejores amigos que nos acompañaron en el éxodo, logró llegar a Perpigñan, y regresó (con posibles) para llevarnos al cercano pueblo de Collioure.
El comportamiento de este generoso amigo llegó hasta el punto de coger en brazos a nuestra madre y llevarla desde la estación al pueblo por la ancha calle que lo cruzaba y que terminaba en el mar. Por allí marchamos todos con ellos. Siguiendo este camino, llegamos a la plaza principal, donde, ante un pequeño arroyuelo, se levanta el pequeño hotel Bougnol-Quintana, en el que quedamos alojados».

El último verso de Machado decía así: «Estos días azules y este sol de la infancia»

Era la noche del 28 de enero y aquella sería la ultima morada del poeta. Recibió, del secretario de la embajada española en París, los medios para hacer frente a las necesidades más apremiantes. «Transcurrieron unos días añade José en los que el reposo material pareció aliviarle la afección del corazón. No obstante veía claramente que se aproximaba el final de su vida. Pensándolo decía: Cuando ya no hay porvenir, por estar cerrado el horizonte a toda esperanza, es ya la muerte lo que llega».
«No podía sobrevivir a la pérdida de España. Tampoco, sobreponerse a la angustia del destierro. Este fue el estado de su espíritu el tiempo que aún vivió en Collioure. Sin embargo, unos días antes de su muerte, me dijo ante el espejo, mientras trataba en vano de arreglar sus desordenados cabellos: Vamos a ver el mar.
Esta fue su primera y última salida. Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. El sol de mediodía no daba casi calor. Era en ese momento único en que se diría que el cuerpo entierra su sombrabajo los pies».
Al cabo de un largo rato, el poeta, señalando una de las humildes casitas de pescadores, le dijo a su hermano: «¿Quién pudiera vivir tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación». Después se levantó trabajosamente y, en silencio, regresaron al hotel. Dos días antes de su muerte, escribió una carta a su querido amigo Luis Santullano. Ya inmóvil, en la cama, la muerte le sobrevino la tarde del 22 de febrero, miércoles de ceniza.

«No podía sobrevivir a la pérdida de España ni sobreponerse a la angustia del destierro»

«La noticia se propagó rapidísimamente añade José, y en las primeras horas de la mañana siguiente recibí una emocionada carta del insigne escritor Jean Cassou, solicitando en su nombre y en el de los escritores franceses, que el entierro se verificase en París. Pero, agradeciendo infinito este homenaje de la Francia inmortal, decliné tan grande honor, pues, aunque en esos momentos estaba lejos de los demás hermanos, creí interpretar así los sentimientos de todos, mirando más que nada la sencilla y austera manera de ser del poeta. Y así preferimos que durmiese el último sueño en el sencillo pueblo de pescadores de Collioure».
Y añade José que al entierro se sumó todo el pueblo, con su alcalde a la cabeza. «Pero lo más emocionante fue que seis milicianos, envolviendo el féretro con la bandera de la República española, lo llevaron en hombros hasta el cementerio. Y téngase en cuenta que para realizarlo tuvieron que escapar de la implacable vigilancia del tristemente famoso castillo de Collioure, donde con tan injusto rigor se les trataba».

Madre y niña

Quedó el poeta en la tumba de la familia de una buena señora, amiga íntima de la dueña del hotel. La madre, muy enferma y agotada, yacía en la cama. «Volviendo por un momento a la realidad, me preguntó llena de angustia, mirando al lecho que había quedado vacío: ¿Qué ha sucedido? Traté de ocultárselo. Pero a una madre no se la engaña y rompió a llorar como una pobre niña. Dos días después, sus bellos dulces ojos se nublaron para siempre».
Algunos días después, José halló un papel arrugado en el gabán del poeta. En él había escrito a lápiz tres anotaciones. «La primera reproducía en inglés las palabras con las que comienza el famoso diálogo de Hamlet: «Ser o no ser«. La segunda tenía sólo un renglón. Pero en este renglón se veía escrito el último verso que escribió en su vida. Dice así: «Estos días azules y estesol de la infancia«.
Y en la tercera y última, Antonio Machado reproducía completos estos versos suyos, ya publicados, pero en los que introducía unacorrección:
«Y te daré mi canción:
Se canta lo que se pierde
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón»
La corrección consistía en decir «te daré» en vez de «te enviaré o te mandaré mi canción».


23-F: recuerdos y preguntas…

febrero 22, 2009

¡Tantas y tantas cosas que se nos quedan por el camino! Como por el mismo se nos quedó la monarquía impuesta por el sátrapa dictador. Y ahora, como si nunca hubieran existido dudas de la legitimidad monárquica, y a raíz de una telenovela corta (De la que por cierto no puedo opinar, ya que no la he visto), resurge la figura del monarca que salvó al país; o quizás, no tanto…Como dijo Julio César «Alea iacta est».

Por Antonio Elorza – elpais.com 21/02/2009

tejeroMe encontraba hablando por teléfono con Fernando Claudín para organizar unas conferencias conmemorativas del 50º aniversario de la Segunda República cuando llegó la noticia de la dimisión de Adolfo Suárez. «Ruido de sables», sentenció. También estaba al teléfono, ahora preparando la edición de un libro, cuando a ambos lados de la línea retumbaron los disparos en el Congreso. «¡Policías malos que no dejan trabajar a los aitás!», dictaminó mi hijo de cuatro años. En las horas que siguieron, atendí la consigna del partido, pronto por fortuna anulada, de concentrarnos en las inmediaciones de las Cortes. Los círculos protectores de grises nos relegaban a la plazuela de Goya, junto al Prado. Horas después, la Policía Municipal anunció que unas fuerzas de la Brunete venían para liberar a los diputados. Un amigo me contó el fin del episodio. En realidad, quien llegaba era Pardo Zancada para reforzar a Tejero. El grupo de concentrados le saludó con los gritos de «¡Democracia, sí; dictadura, no!». Nuevo caos de consignas por la mañana: primero, atrincherarse en las Facultades; luego abandonarlas para no provocar.

Un cierto grado de confusión alcanzó en esa jornada a todos los niveles de la sociedad

Un cierto grado de confusión alcanzó en esa jornada a todos los niveles de la sociedad, del poder político y de los mandos militares, incluidos los golpistas, que acabaron atrapados en su propia tela de araña. Es el clima reflejado en la dignísima miniserie de TVE. La única objeción reside en el hecho de que sea la televisión del Estado la que difunde una versión tan cerrada del episodio, con el Rey como protagonista inmaculado, cuando hay puntos oscuros aún por dilucidar. El fondo de la cuestión parece claro: la opción constitucionalista del monarca y sus gestiones para obtener la obediencia de unos jefes militares partidarios del «golpe de timón»; la lealtad de algunos, como Fernández Campo y Gabeiras; la voluntad golpista de Miláns o de Tejero; la felonía de Armada. La combinatoria de las actuaciones es, sin embargo, más compleja.

Escuché al Rey su narración de los hechos con ocasión de una cena en casa de Jaime Sartorius, allá por julio de 1988, y una vez que ya tenemos una versión oficial, resulta imprescindible destacar algunas diferencias. Así, la conciencia del riesgo asumido por el monarca. El príncipe Felipe le pregunta: «¿Qué pasa, papá?». Y él responde: «Nada, hijo; he dado una patada a la Corona, está en el aire y ya veremos donde cae». Más importante es la observación hecha por la Reina al conocer la ocupación del Congreso: «¡Esto es cosa de Alfonso!». Consecuencia: tajante rechazo a cualquier intento de Armada para acudir a la Zarzuela y advertencia a Gabeiras de que no delegase nada en su segundo, protagonista en todo momento de la narración regia. Hay, pues, un hilo conductor de las relaciones entre Armada y el Rey que la serie no aborda suficientemente. Todo indica que Armada participa en ese «ruido de sables» de que hablaba Claudín y que dio en tierra con Suárez, quien para nada quería al futuro golpista en el Estado Mayor. Nada sabemos de su larga conversación con el Rey diez días antes del 23-F. Resulta verosímil que el Rey prefiriera tenerle cerca como hombre de confianza en tiempo de inseguridad y que reaccionara al sospechar su intervención en la trama, dejándole claro que no secundaba el golpe.

Tampoco cabe descartar que siguiera pensando en utilizarle en último extremo, y ahí está el visto bueno dado para presentarse en las Cortes. En la miniserie es Gabeiras quien lo otorga, pero el general contó años después que la autorización previa fue del Rey, cosa lógica, para convencer a Tejero de que depusiera su actitud. Sólo que a esas alturas estaba bien probado que Armada jugaba su propio juego golpista. Difícilmente don Juan Carlos podía ignorarlo. Culminando una labor iniciada tiempo atrás, más de sierpe que de elefante, iría a proponer a los diputados presos su gobierno de salvación nacional. Tejero reventó el intento. El resto es bien conocido. Debilitada ya por la presión del monarca sobre los capitanes generales y por los propios celos entre estos, la baza de espadas había fracasado. Una hora más tarde, el Rey aclaró todo con su comunicado constitucionalista en televisión. La imagen jugó así un papel sustancial, desde la providencial cámara que transmitió el tejerazo e invalidó todo intento de presentar aquel ejercicio de barbarie como un acto de salvación de la patria. La última batalla de la guerra civil se había perdido para los sublevados, entre la traición y el esperpento.