JOAN FRAU. Diario de Mallorca, 30 de maig 2009.
“Ellos ganaron con las armas, pero son los auténticos perdedores de la Guerra Civil”. El pollencí Josep Muntaner Cerdà, Pep Fusteret, de 95 años, habla “sin odio” de sus verdugos, los que encerraron su juventud en las mugrientas cárceles improvisadas del Movimiento y asesinaron sin motivo a muchos de sus compañeros republicanos, porque está convencido de que la razón y la moral están de su parte.
“Los que estuvimos encerrados por ser republicanos estamos orgullosos de nuestro pasado y de nuestros descendientes; en cambio, no hay nadie que diga que fue franquista o falangista”, sostiene para apoyar su tesis de que los auténticos ganadores son los que la Historia ha rebajado a la condición de vencidos.
Al contrario de muchos de sus coetáneos, Muntaner puede contar su experiencia, un testimonio impagable en primer persona de aquel verano de 1936 y los años posteriores de represión y hambre.
Historia viva de su pueblo, Pep Fusteret (nacido en el Hostal de Cas Fusteret, Alcúdia, el 17 de julio de 1913) es el coprotagonista de uno de los episodios más recordados en Pollença de los días posteriores al 18 de julio del 36, cuando emprendió una épica huida por los paisajes de la Serra, junto a otro mito del republicanismo pollencí, Martí Vicens, Bonjesús, con los fascistas pisándoles los talones y dispuestos a eliminarlos por su condición republicana y próxima al anarquismo.
Muntaner, militante de la Juventud Republicana y lector empedernido de Víctor Hugo y Blasco Ibáñez, ejercía de barbero cuando se produjo el golpe de Estado contra la República, un régimen que “funcionaba, a pesar de que el ejército siempre ha sido de derechas”, y que en Pollença resistió tres días más que en el resto de la isla gracias a la fidelidad de los carabineros y el Ayuntamiento.
“Durante las 48 horas en que fuimos amos del pueblo, no matamos, ni detuvimos ni ofendimos a ningún vecino que creyéramos del otro bando”, destaca.
Tras estos días de relativa calma, la vida de Josep, entonces con 23 años, dio un giro inesperado y, de la noche a la mañana, pasó a ser un fugitivo. El ejército sublevado llegó al Ayuntamiento el 20 de julio y se produjo la primera víctima mortal. Los defensores de la legalidad huyeron en desbandada y Muntaner se refugió en la finca de Can Malalt, donde durmió sobre la paja de la era. “Al amanecer del día 21, me desperté por los empujones de una mano: era Martí Vicens, Bonjesús, sin su característica barba. Me dijo que debíamos huir hacia la montaña para esperar acontecimientos, con la esperanza de un desembarco republicano”. Aquí empezó una odisea de diez días por la Serra, donde sobrevivieron a base de caracoles fritos, que les provocaron unas “diarreas terribles”, fruta y las ayudas de payeses que se iban encontrando a lo largo de su travesía, a quienes nunca informaban de su siguiente destino para evitar chivatazos.
Pasaron por diversas fincas de montaña, entre los municipios de Pollença y Campanet. Alguno de los puntos en los que permanecieron alguna noche, como la Cova de Massana, son hoy objeto de visita de asociaciones relacionadas con la Memoria Histórica.
“Pasamos mucha hambre y sabíamos que nos buscaban; finalmente decidimos que teníamos que llegar a Sa Pobla, donde vivía una hermana mía”, recuerda.
El 1 de agosto entraron en el pueblo, camuflados entre los jornaleros que regresaban a sus casas tras el día de trabajo. “Había muchos falangistas que me conocían, pero no nos identificaron porque era de noche y yo llevaba un sombrero de paja y Martí un saco sobre la espalda”. Poco después, Fusteret y Bonjesús se separaron. “Ya no le volvería a ver nunca más”, lamenta.
Martí se marchó a Búger, donde tenía contactos, y más tarde consiguió llegar a Menorca, desde donde embarcó con destino a Barcelona. Pero durante el trayecto marítimo fue interceptado por un barco nacional, que lo devolvió a Palma. Poco depués fue ejecutado.
Pep Fusteret estuvo poco tiempo escondido en Sa Pobla. “Alguien informó de mi paradero y vino la Guardia Civil a buscarme para llevarme hasta Palma, lo que me alivió porque yo no quería regresar a Pollença”, explica.
Ya en la capital, fue trasladado al barco Jaume I, improvisada cárcel para republicanos, donde estuvo 38 días antes de ingresar en la prisión de Can Mir, de la que guarda los peores recuerdos. “Nos daban boniatos cocidos, sin lavar ni pelar, para comer; allí pasé mucha hambre y llegué a perder veinte kilos”. Su salud empeoró de forma preocupante, por lo que fue trasladado al Hospital, donde “la comida estaba mejor”, para regresar después a Can Mir. En su ficha se le consideraba un “anarquista peligroso capaz de cometer cualquier atrocidad”, cuando en realidad, subraya, “no había hecho nada”.
Fue condenado a treinta años de cárcel por un tribunal militar, una “farsa” que le juzgó junto a otros 146 pollencins. En Can Mir, “cada día se llevaban a una docena para ´liberarlos´, y en realidad se los llevaban a fusilar”.
Finalmente, el 8 de mayo de 1941 salió en libertad condicional y poco a poco pudo rehacer su vida, dedicándose al comercio de productos agrarios. Josep Muntaner relató su intensa experiencia en un libro de memorias, No eren blaves ni verdes les muntanyes, y hoy reside en su casa pollencina rodeado de recuerdos y de libros de poesía, su gran pasión.

Josep Muntaner Cerdà sostiene en su casa de Pollença un retrato que le hizo un compañero en la prisión de Can Mir. Foto: Massuti.