La novela en la Guerra Civil y el franquismo…

La «anormalidad» franquista y la novela…

JOSÉ-CARLOS MAINER 05/06/2010

Santos Sanz Villanueva recorre, en un libro que sitúa «entre el ensayo y la monografía informativa», las obras de los autores que empezaron a publicar antes de 1975 hasta llegar a nuestros días. Sin juicios gratuitos, el autor recalca los pasos del «derecho de la novela a desprenderse de agobios y opresiones».

La historia de la novela española posterior a 1939 ha sido habitualmente contada como un relato unitario, dotado de principio, trama y fin. Lo hizo el veterano y admirable libro de Eugenio G. de Nora, La novela española contemporánea, al presentarla como la conclusión de una marcha que la narrativa española emprendió en 1898 en pos del realismo crítico. En 1970, el expresivo subtítulo que Gonzalo Sobejano puso a su Novela española de nuestro tiempo, ‘En busca del pueblo perdido’, explicitaba mucho de su propósito, igual que -aunque de otro modo- lo hacía el de ‘Historia de una aventura’ con el que José María Martínez Cachero apostillaba su título de 1972, La novela española entre 1939 y 1969: el primero contaba un despertar político-literario en tiempo de penitencia y el segundo exoneraba paladinamente al franquismo de cualquier responsabilidad en el desaguisado. Incluso quienes se han asomado a este recuento desde la condición de partícipe o la de observador ocasional han adoptado la misma perspectiva causal: pienso en la excelente síntesis de Aranguren, ‘El curso de la novela española contemporánea’, incluida en sus Estudios literarios (1976) y en el reciente testimonio de Miguel Delibes, España (1936-1950): muerte y resurrección de la novela (2006).

La novela española bajo el franquismo. Itinerarios de la anormalidad

Santos Sanz Villanueva

Gredos. Madrid, 2010

576 páginas. 35 euros

Conviene recordar todo esto porque al último libro de Santos Sanz Villanueva, La novela española durante el franquismo, no le faltan antecedentes ilustres en la idea de contar esa historia como una unidad de sentido. Y pocos están tan autorizados para volver a hacerlo: se acreditó con un libro juvenil pero importante, Tendencias de la novela española actual (1972), luego con un panorama fundamental e insuperado, Historia de la novela social española (1942-1975) (1980), y después mediante bastantes monografías sobre autores, además de un largo ejercicio como crítico de la actualidad literaria. También ha querido que un subtítulo revelador amalgame las casi seiscientas tupidas páginas de La novela española durante el franquismo: Itinerarios de la anormalidad. Porque el franquismo -que el título no esconde- ha sido precisamente la negación de cualquier normalidad lingüística y política y porque lo que aquí se cuenta son los pasos del «derecho de la novela a desprenderse de agobios y opresiones»: lo que vale decir de cortapisas externas y de mentiras u ocultaciones afrentosas, pero también de misiones redentoras imaginarias, de encapsulamientos egolátricos o de complicaciones formales gratuitas. La «normalidad» no niega estas últimas como ingredientes estéticos, por supuesto, pero les hace perder su carácter militante o trascendentalista.

Este planteamiento ha llevado a tomar dos decisiones quizá discutibles pero muy coherentes. Por un lado, se ha excluido la narrativa producida en el exilio (de la que Sanz Villanueva es un estudioso precoz y meticuloso, por cierto) ya que en ella no contaban directamente los condicionantes del franquismo; por otra parte, el historiador ha analizado las obras de todos los autores que empezaron a publicar antes de 1975 hasta llegar a sus novelas de nuestros días, con lo que este libro presenta una «literatura durante el franquismo» donde éste parece seguir contaminando lo que tocó siquiera fuera en sus inicios, al modo del pecado de Adán y Eva que concierne también a las generaciones sucesivas. Podría discutirse si el lugar de esa prolongación debe formar parte de la semblanza y trayectoria de cada autor, como se ha hecho, o si habría de ocupar un lugar específico y aparte. En este caso, su arranque estaría en el estupendo capítulo final -que estudia el grupo leonés (Luis Mateo Díez, Merino y Aparicio) y la aparición de «el caso Mendoza», justo en la primavera de 1975- y su desarrollo ampliaría mucho las brillantes pero muy breves páginas de la ‘Coda final: la narrativa en el tiempo de la Transición’, algo de lo que un día Santos Sanz Villanueva hablará largo y tendido. Y así lo esperamos sus lectores de ahora…

Pero esos son los derechos de quien, con toda legitimidad científica a su favor, ha preferido construir un libro «entre el ensayo y la monografía informativa», sin aparato crítico ni bibliografía acurrucada a pie de página (aunque a veces se aloja en su propio texto, con menciones nominales de los estudiosos). Quien habla, a fin de cuentas, es un lector voraz y ponderado que en una frase sabe resumir un juicio más extenso, como cuando define la «impresión de adanismo, escritura poco decantada» de los primeros libros de Matute, la «creativa aleación de dureza y profunda piedad» de los últimos de Juan Marsé, el «ternurismo delicuescente» que malogra alguna novela de Sampedro, la indecisión de Delibes entre «subjetivismo y distanciamiento», el paso de Javier Marías a la «novela como estructura mestiza, flexible y discursiva» o el lugar de Castillo Puche, «ni común, ni cómodo», siempre «poderoso y algo desmesurado». Alguna certera apreciación biográfica también da en clavo, así sea cuando se refiere a la «estampa personal inconfundible» de Martín Gaite, a la «fatuidad arrogante» de Cela o a la errancia final de Torrente Ballester entre la «presencia mediática y la literatura para hacer dinero».

Se puede disentir de algunos pero no hay juicio gratuito en este libro de madurez y análisis, claramente favorable a una novela con fundamento en la realidad, aunque la gama de sus posibilidades pueda incluir a Francisco Umbral («asociación extrema entre vida y literatura») y una abierta y meditada defensa de la novela de Manuel Vázquez Montalbán, frente al «reconocimiento cicatero de la crítica». Y no se puede por menos que agradecer su rescate de escritores mal o poco leídos: desde Castillo Navarro, Pablo Antoñana y Félix Grande a Mario Lacruz, Isaac de Vega o el último Juan Pedro Quiñonero. Por parte del autor, no hay ninguna pretensión de reprochar olvidos sino de subsanar las lagunas que crea la rutina, como tampoco la hay de subvertir la periodización habitual aunque la use siempre con alguna sorna escéptica, salvo cuando defiende, con buenas razones, la existencia de una «generación de 1968», como ya había hecho en otras ocasiones. No es, sin embargo, un entusiasta incondicional de ella, como tampoco lo es de aquellos otros escritores de los años cincuenta inquietos, bastante crédulos y muy ambiciosos, que dejaron una «mínima huella en la historia literaria», desbancados por la promoción de realistas críticos. A propósito de aquellos, nadie -salvo los propios interesados- echará de menos que esta meticulosa historia de la novela durante el franquismo no mencione la «novela metafísica» de los primeros sesenta, invención del crítico, novelista y funcionario de Información y Turismo Manuel García Viñó: en definitiva, fue otra demostración de los «itinerarios de la anormalidad» que aquí se nos cuentan con tanta sabiduría.

Babelia (El País.com)

[PDF]La novela española durante el franquismo

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CRÍTICA:

Tristes guerras…

En 1994 Andrés Trapiello dio a conocer en Las armas y las letras su visión sobre el comportamiento de los escritores en la Guerra Civil. Dieciséis años después ha aparecido la tercera edición, más aumentada que corregida, pues no rectifica sustancialmente el panorama de aquel libro que presentó a los escritores de la Edad de Plata obligados por las circunstancias a tomar «ora la espada, ora la pluma». Trapiello adereza una información ciclópea con inmejorables trazas narrativas. De Unamuno a Azaña, desfilan por este volumen nombres mayores y menores de un tiempo en que la vesania de unos arrastró a todos a una carnicería de la que nos aturde más el estrépito de la ignominia que el clarín de la épica. Quien se engolfe en este libro percibirá que entre ellos hubo «héroes, bestias y mártires», según reza el subtítulo de A sangre y fuego, relatos de Chaves Nogales que Trapiello ha contribuido a rescatar. En esta reedición hay abundantes materiales nuevos, muchos provenientes de España sufre (Renacimiento, 2008), diario de guerra del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, prologado por el propio Trapiello. Acompañante de los genios sin pretender ser uno de ellos (igual que Juan Guerrero Ruiz, escudero del dignísimo Juan Ramón), Morla hizo de su embajada el refugio al que se acogieron numerosos franquistas; lo contrario que el cónsul Neruda, «de un egoísmo y de un ensimismamiento abrumador». A punto los sublevados de irrumpir en Madrid, Morla no ahorra puyas a quienes, frente a los que se batían el cobre en el frente, habían hecho de la retaguardia el escenario de su vedetismo antifascista. «¡Qué van a querer que termine la guerra! Alberti vive ahora en una casa preciosa, moderna, elegante, con una terraza magnífica»; y enseguida: «Con la victoria de Franco lo pierden todo». Así extraña menos que Alberti, en la dedicatoria de una foto de 1965, se refiriera a esos años como la «belle époque». Lejos de la equidistancia entre los «hunos» y los «hotros», Trapiello asume que fue la República la depositaria de los principios de la Ilustración, pero ni cierra los ojos ante su deriva totalitaria ni ignora que, en aquel charco de sangre, hubo víctimas y verdugos -y escritores eximios- en ambas partes. He aquí, en fin, un ensayo apasionante, bien urdido y excelentemente escrito, abierto a los nombres que habrán de ir incorporándose a esta galería trágica donde resplandece lo mejor y lo peor de la condición humana.

Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939)

Andrés Trapiello

Destino. Barcelona, 2010

640 páginas. 38 euros

ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA 05/06/2010

Babelia (El País.com)

2 Responses to La novela en la Guerra Civil y el franquismo…

  1. joaquínmf dice:

    Las memorias de Blas Vives Llorca, publicadas por uno de sus hijos en 1977, doce años después de su muerte, abarcan un reducido período de tiempo, comprendido entre los años 1933 y 1938. Más que memorias son una relación de los trágicos acontecimientos que le tocó vivir, desde su posición de hombre conservador, en el Madrid previo a la guerra civil y durante la misma.
    Estos escritos carecen de la sistematización, revisión y ampliación que el autor posiblemente se planteara pero que nunca llegó a realizar; ofrecen, sin embargo, una visión detallada de lo que fue su detención, ingreso en la cárcel de Porlier y posterior asilo en la embajada de Chile a finales de 1936, además de múltiples detalles del Madrid sitiado.
    Abundan los comentarios sobre compañeros, tanto de prisión como de embajada, citando los nombres en la mayoría de los casos, y la suerte que muchos de ellos corrieron.
    De su estancia en la embajada, además de la vida cotidiana en la misma, sorprenden sus comentarios sobre el embajador Morla Lynch frente a lo que escribe de su antecesor, Núñez Morgado. Si a éste último lo describe de atentísimo y cariñoso, bueno, con sentimientos humanitarios muy acusados, acogedor (pág. 201), a Morla Lynch lo tilda de degenerado comunistoide (pág. 201), morfinómano, alcohólico y afeminado (pág. 220), si bien añade que inteligente, de dotes literarias y muy amigo de los escritores más caracterizados de izquierdas, y de Manuel Azaña.
    Estos Recuerdos, libro publicado hace más de treinta años y sin apenas repercusión, puede arrojar luz sobre las personas citadas, permitiendo contrastar datos y puntos de vista con obras publicadas con posterioridad (a éste respecto, interesantes son sus comentarios sobre Muñoz Grandes, pág. 173 y 189).

    Blas Vives Llorca, natural de Alcira, proveniente de las juventudes mauristas, tuvo un importante papel en la creación del primer partido democristiano de España, el Partido Social Popular (PSP), de la mano de Angel Ossorio y Gallardo. Opositor al régimen de Primo de Rivera, estuvo relacionado con muchas de las personalidades conservadoras de la época, como José Calvo Sotelo, José María Gil Robles, Angel Ossorio y Gallardo y otros.
    Abandona toda actividad política en 1933, dejando el Partido Republicano Conservador, dedicándose a la abogacía. Su pasado conservador y su adscripción a grupos empresariales privados, como eran las compañías ferroviarias de entonces (MZA y Norte), determinarían su ingreso en la prisión de Porlier, antiguo colegio de Escolapios. Su adhesión al Movimiento (término que utiliza a lo largo de sus Recuerdos) es patente, esperando ansioso el momento de la liberación.

    Mis recuerdos (1933-1938). Blas Vives Llorca. Editorial Vimar, Madrid, 1977

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  2. joaquínmf dice:

    Blas Vives Llorca, un asilado en la embajada de Chile (ver texto anterior)

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