«No hemos venido a llorarles, sino a reivindicar sus ideales»…

junio 20, 2010

Artistas y familiares leen los nombres de 1.500 víctimas del franquismo frente a la tapia donde fueron fusilados.

NATALIA JUNQUERA | Madrid 20/06/2010

20 artistas y 20 familiares de víctimas han leído esta mañana en el cementerio madrileño de La Almudena, frente a la tapia donde fueron fusilados, los nombres de 1.500 asesinados durante el franquismo. Durante más de una hora y media recordaron en voz alta a quienes murieron «por defender la legalidad», según ha señalado el actor Alberto San Juan. «No hemos venido a llorar sobre su recuerdo», quiso aclarar Marcos Ana, el preso que más tiempo pasó en las cárceles franquistas, 23 años, «sino para demostrar nuestro compromiso con los ideales que les quitaron la vida».

En la larga lista de víctimas recitada en voz alta, uno a uno, había muchos con el mismo apellido que daban cuenta del exterminio que el régimen llevó a cabo familia a familia. Hermanos, padres e hijos juntos fueron fusilados frente a la tapia del cementerio de La Almudena, sobre la que todavía se observan los impactos de los que erraron el tiro, y que esta mañana se ha llenado de claveles rojos.

Artistas, entre los que se encontraban Miguel Ríos, Pilar Bardem, Alberto San Juan y Álvaro de Luna, entre otros, y familiares leyeron 1.500 nombres de un listado conocido con 3.000 fusilados. La Plataforma contra la Impunidad pretendía denunciar con este acto el abandono en el que se encuentran los descendientes de las víctimas, que «nunca han obtenido amparo, información, ni ayuda alguna ni del Ayuntamiento, ni de la Comunidad de Madrid, ni del Estado».

Marcos Ana lamentaba que no hubiera acudido ningún representante del Gobierno. «No está aquí porque no se quiere vincular a estas cosas. Si hubiese cumplido con su deber con la memoria histórica, no seguiría perdurando la memoria de los vendedores», ha asegurado. Sí estaban Gaspar Llamazares e Inés Sabanés, de Izquierda Unida. El primero volvió a pedir al Ejecutivo que «se haga cargo de las exhumaciones y que declare la nulidad de las sentencias de los juicios sumarísimos», para lo que, no sería necesario ni siquiera modificar la ley de memoria histórica, dijo. «Bastaría con que la Oficina de Atención a las Víctimas del Ministerio de Justicia asumiera su responsabilidad en las exhumaciones y que se designara un fiscal especial para el tema judicial. Lo que ocurre es que el Gobierno hizo una ley que no quería y luego no quiso aplicarla».

El acto concluyó con vivas a la República y un regalo del cantautor Luis Pastor, que interpretó a capela la canción dedicada a la cantante chilena Violeta Parra, Mariposa de noviembre.

El País.com


Residencia de talento…

junio 20, 2010

De izquierda a derecha, José Bello, Federico García Lorca, Juan Centeno y Louis Eaton-Daniel, en una habitación de la Residencia de Estudiantes (Madrid, 1924)- ARCHIVO DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

JAVIER RODRIGUEZ MARCOS 20/06/2010

Hace cien años abría sus puertas en madrid una institución única. ‘Laboratorio’ de un país laico y tolerante, que ha sido testigo de un siglo convulso y hogar del mejor talento. Y que mira al futuro con el “espíritu de la casa” intacto. Un espíritu que se resume en dos palabras: libertad y razón.

Personalidades de las artes y las ciencias han tenido relación con la Residencia de Estudiantes durante sus 100 años de vida- ARCHIVO DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

La tarde del 12 de junio de 1986, medio siglo después de que la Guerra Civil la convirtiera en hospital, la Residencia de Estudiantes celebró el acto inaugural de su segunda etapa. Aquel día tuvo lugar algo que el fundador de la casa, Alberto Jiménez Fraud, no vivió para ver -había muerto en 1964-, pero a lo que siempre se refirió como la «reconquista de la Residencia». Al número 21 de la madrileña calle del Pinar acudieron dos antiguos asiduos, dos supervivientes de la Generación del 27: Rafael Alberti con su camisa de flores; Dámaso Alonso con la suya de director honorario de la Real Academia Española. Al final del acto, José García-Velasco, corazón y cabeza de la nueva vida de la institución, acompañó a Dámaso Alonso, de 88 años, hasta la puerta. Cuando se ofreció a llamarle un taxi, la respuesta del poeta, como el acto del que salía, fue todo un viaje en el tiempo: «No se preocupe. Tomaré el tranvía del Hipódromo».

García-Velasco, que entonces tenía 35 años, lo recuerda mientras atraviesa el pasillo de romero, tomillo y jara que da a esta entrada un olor único. Pura naturaleza en medio del asfalto. La Residencia de Estudiantes, cuya vida arrancó con el curso universitario en octubre de 1910, es hoy sitio de patrimonio europeo como la acrópolis de Atenas o el palacio de los Papas de Aviñón, pero en España el sangriento siglo XX duró más de cien años, y este lugar al que Juan Ramón Jiménez bautizó como la Colina de los Chopos conserva una parte de sus viejas heridas. También conserva las cuatro adelfas que el premio Nobel de literatura de 1956 plantó en el jardín que diseñó él mismo entre los dos edificios de habitaciones, los Gemelos, levantados por el arquitecto Antonio Flórez entre 1913 y 1915. Hasta entonces, la Residencia estuvo instalada en la calle de Fortuny, no lejos de la sede definitiva.

Allí vivía Juan Ramón invitado por Jiménez-Fraud, discípulo de Francisco Giner de los Ríos, el impulsor de la Institución Libre de Enseñanza. «Mi cuarto es precioso», escribió el poeta a su madre en esos días, «tiene tres ventanas grandes al jardín y todo el día lo tengo lleno de sol». Y al momento le relata las maravillas de su situación de residente de honor (con 32 años): una librería en la que «caben más de 500 libros», la estufa, el lavabo, el «roperito de pino barnizado», la cama, «que de día es un diván vestido», el «desayuno de tenedor» en el que se puede comer todo el pan que se quiera, el agua filtrada y hervida, el baño diario, las clases de idiomas gratuitas…

Alberto Jiménez Fraud, un malagueño cosmopolita que conocía bien las universidades europeas, tenía solo 28 años cuando se puso al frente de una casa a la que convocó a figuras de las letras, la ciencia y la pedagogía para que, «sin reglamento ni cargos determinados», influyeran en el ambiente. El espíritu de la ILE y el abrigo de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, dependiente del Ministerio de Instrucción Pública y presidida por Ramón y Cajal, consiguieron que entre 1910 y 1936 la España improbable se convirtiera en posible.

En un país que olía a cerrado y en el que el binomio educación-religión era algo más que una simple rima, la Residencia de Estudiantes fue, como la propia Junta, el «laboratorio» de un país laico y tolerante, instruido y limpio. Fue, sí, el primer colegio mayor en Madrid desde el siglo XVIII, pero fue también mucho más que eso. Sus instalaciones albergaron el primer partido de tenis de la historia de España y su sello editorial publicó el primer libro de Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote. Las dos cosas dan idea del carácter de un lugar al que Julio Caro Baroja se refirió como «el primer centro cultural de España durante dos decenios». También da idea de la importancia que se concedía a la formación integral de la mente y el cuerpo. El hecho, además, de que allí se instalara el primer cinefórum del país, o de que su laboratorio de fisiología lo dirigiera Juan Negrín, futuro jefe de Gobierno de la II República, ilustra el esfuerzo de Jiménez Fraud por superar la tradicional separación entre cultura científica y cultura humanística. Cuatro de los siete premios Nobel con que cuenta España tuvieron relación con la Residencia. Dos de ciencias (Ramón y Cajal y Severo Ochoa) y dos de letras (Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre).

José Castillejo, secretario de la Junta para la Ampliación de Estudios, explicaba así los principios de un lugar que no solo ofrecía una vida alejada del modelo al uso -la insalubre pensión de novela picaresca-: «Su propósito fue sacar provecho de la fuerza educativa en un ambiente espiritual. Juegos, excursiones, conferencias, buenas bibliotecas y contacto directo con personalidades eminentes de las ciencias o las artes, españoles o extranjeros, eran rasgos esenciales». Al mismo tiempo, tenía que compensar las tres grandes deficiencias de las universidades de la época: la falta de conocimiento de «lenguas modernas», la precariedad de los laboratorios y la ausencia de atención individual a los estudiantes.

El programa tenía un pie en la truncada tradición española de los colegios mayores y otro en los colleges británicos, pero Jiménez Fraud defendió siempre que la búsqueda de la excelencia no tenía por qué ser elitista. Aparte de que el decreto de creación de la Residencia establecía un sistema de becas para «alumnos pobres de méritos relevantes», su director alertó constantemente contra el riesgo de que la formación de una minoría acarreara la creación de una clase «que después de dar vida a valores culturales quiera retenerlos para sí sola». La idea era educar ciudadanos, no señoritos.

Luis Buñuel simula una finta de boxeo en la Residencia de Estudiantes- ARCHIVO DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

«Creo que los años del 20 al 27 fueron los más interesantes en la Residencia». Es lo que escribió en sus memorias José Moreno Villa, uno de los dones (tutores) de la institución, el encargado de llevar cada sábado a los residentes al Museo del Prado. Moreno Villa explica así su predilección: «Fueron los años en que coincidieron allí García Lorca, Salvador Dalí, Emilio Prados, Luis Buñuel, Pepín Bello y otros espíritus juveniles llenos de ocurrencias». Aunque la sombra de la trinidad formada por Lorca, Dalí y Buñuel es tan alargada que corre el riesgo de oscurecerlo todo, su papel en la literatura, la pintura y el cine españoles ha sido tan determinante, que la atracción, por fatal que resulte, es más que comprensible.

El propio Jiménez Fraud recordaba con fascinación su primera charla con Lorca cuando este no era más que un aspirante a instalarse en el Cerro del Viento. El poeta granadino viviría allí intermitentemente entre 1918 y 1928. Es decir, entró siendo un genio inseguro de apenas 20 años y salió con el Romancero gitano y Mariana Pineda en el bolsillo. «Daba la impresión de que manaba música», dijo de él Moreno Villa, que vio en Dalí a alguien que era «todo lo opuesto» a Lorca y, de paso, al histrión que hizo de sí mismo durante la posguerra: «Delgaducho, casi mudo, encerrado en sí, tímido, como un niño abandonado por primera vez o separado violentamente de su padre y de su hermana, melenudo, no muy limpio, enfrascado siempre en las lecturas de Freud y de los teorizantes modernos de la pintura». Los dos se sentían, dice, «los gallitos triunfadores». Buñuel, entre tanto, era «el gran loco», un «mocetón atlético» al que desde muy temprano se veía «semidesnudo» salir a practicar el salto con pértiga y el boxeo de salón.

Pero si la nómina de lumbreras nacionales es casi enciclopédica, la de conferenciantes que pasaron por la Residencia en sus primeros 27 años de vida es de este mundo, pero de otra galaxia. Marie Curie disertó allí sobre la radioactividad; Howard Carter, sobre su hallazgo, dos años antes, de la tumba de Tutankamon, y Albert Einstein, sobre la teoría de la relatividad. Y con un traductor de campanillas, José Ortega y Gasset. A esa nómina habría que añadir a John M. Keynes, que habló sobre la situación económica que esperaba a sus nietos (o sea, a nosotros) y al escultor Alexander Calder, que desplegó su famoso circo en miniatura y obligó a que todos los invitados (personalidades incluidas) se sentaran en el suelo si no querían perderse la función. Paul Valéry, Chesterton, Stravinsky, Poulenc y Marinetti fueron otros de los visitantes de aquellos años. Muchos dejaron, además, sus dedicatorias dibujadas en el álbum de Natalia, la hija del director. Es lo que hizo Le Corbusier, al que la Residencia dedica estos días una exposición recordando su visita de 1928. A su vuelta a París, el suizo, para muchos el Picasso de la arquitectura, publicó en la prensa sus impresiones del viaje: «La Residencia es una acrópolis sembrada de chopos donde el señor y la señora Jiménez han creado un centro para estudiantes, escuela de solidaridad, de espíritu de iniciativa, de sólida virtud. Es como un monasterio sereno y alegre. ¡Menuda suerte para los estudiantes!».

La suerte se acabó en julio de 1936. Con la guerra se izaron en la colina las banderas británica y estadounidense para proteger a los participantes en los cursos de verano, pero los estudiantes terminaron huyendo. Moreno Villa recordaría luego cómo se oían cada noche descargas de fusilamientos en los alrededores. Al amanecer, las criadas hablaban de las víctimas de los «paseos»: un día, un «señorito fascista» con zapatos de charol; otro, un «pobre de alpargatas». «Se fijaban mucho en el calzado», añade el don. El apunte de un observador.

en la casa, convertida sucesivamente en escuela de huérfanos, cuartel de guardias de asalto y hospital de carabineros, no quedó un solo papel. Tras la victoria franquista, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) sustituyó a la Junta para la Ampliación de Estudios y comenzó lo que Alicia Gómez-Navarro, que en 2004 tomó el relevo de García-Velasco al frente de la institución, denomina la «destrucción urbanística» del entorno de la Residencia. La suya iba a convertirse en una memoria proscrita. Así, los edificios de ladrillo que tanto habían gustado a Gropius, el fundador de la Bauhaus, por su «neomudéjar funcional», vieron cómo sus vistas al Guadarrama quedaban cercenadas por construcciones sin otro mérito que ser las traseras de unas traseras. En las fachadas posteriores, la pinza quedó asegurada por la espalda de un edificio inspirado en la cancillería del Tercer Reich alemán. Ya en la calle de Serrano, el auditorio fue convertido en iglesia. El espíritu crítico tuvo que dejar su sitio al Espíritu Santo. Ese es su nombre ahora. Ni rastro quedó de la traza original ni de la reunión que celebró allí en 1933 el Comité de Artes y Letras de la Sociedad de Naciones. «Quisieron consagrar el lugar en el que había tenido lugar la impiedad«, dice José García-Velasco mientras pasea por lo que queda del jardín primitivo. «Aunque muchos residentes iban a misa con el director a San Fermín de los Navarros, ciertos sectores no perdonaron nunca que esto fuera un islote de tolerancia. Les parecía inconcebible que aquí no hubiera capilla».

En 1960, para recordar el medio siglo que había pasado desde la fundación de la obra de su vida, Alberto Jiménez Fraud escribió desde el exilio en Gran Bretaña unas palabras llenas, pese a todo, de fe en la naturaleza razonable de los seres humanos: «La emoción liberal que nos guiaba no persiguió principios absolutos (cuya falta de confines se presta a la vaguedad de las aspiraciones y a la imprecisión de las acciones), sino que se limitó, y se limita, a restaurar las necesidades básicas humanas de libertad y de razón». No parece mucho: razón y libertad. A algunos les pareció demasiado.

La primera etapa de la Residencia de Estudiantes duró 27 años. La segunda dura ya 24. El lugar está cargado de historia, alberga la Fundación Federico García Lorca, custodia el archivo de la Junta para la Ampliación de Estudios y legados como los de Manuel Altolaguirre, Emilio Prados o Luis Cernuda. Eso sí, no hay un solo cuadro en las paredes. A Roberto Rubio, un matemático valenciano de 27 años que lleva cuatro como becario, le gusta así: «Está bien que haya espacios en blanco. Que sea un lugar al que hay que venir a poner algo». También están en blanco las paredes de su habitación, un escueto camarote en el que las ecuaciones conviven con los discos, un catálogo de Goya o un libro de Nick Hornby. Detrás de la puerta guarda la tuba con la que toca en el grupo de jazz que hace un par de años improvisaron algunos becarios. Se llama Banda Tributo a Pepín Bello, en memoria del histórico bartleby de la Generación del 27 que durante años ejerció de puente entre la Residencia antigua y la nueva. Rubio, que en otoño marchará a Oxford con una beca para terminar su tesis, recuerda las fotos de este mismo edificio que había en su libro de bachillerato, pero prefiere «obviar los nombres propios». Y, por supuesto, la frontera entre ciencias y letras. Para él, su casa actual son tanto Lorca y Buñuel como Cajal y Einstein. Sentado en el pabellón central en una de las espartanas butacas que Torres Clavé diseñó para el pabellón de la República de 1937, toma un programa de actos y señala: una exposición de arquitectura, dos conciertos, una lectura de poemas de Pere Gimferrer y la conferencia de un miembro del Instituto de Física Teórica cuyo título es casi de novela: Seis mil físicos zarpan hacia un «mundo» inexplorado.

Para Alicia Gómez-Navarro, «la relación interdisciplinar e intergeneracional» es la base de la institución que dirige, un lugar en el que la memoria se demuestra andando, sin nostalgias y sin añoranzas, sin que la historia sea un dique para el futuro. De hecho, la Residencia de hoy ni siquiera necesitaría echar mano de su ilustre pasado durante la edad de plata para colgarse todas las medallas. Desde 1986 han hablado entre estas paredes eminencias como Jacques Derrida, Paul Ricoeur, Pierre Boulez, Stockhausen, Stephen Jay Gould, Roger Penrose, E. L. Doctorow o Seamus Heaney. Y de la cultura en español, todo el mundo. Por lo que tiene de hotel sui géneris para estudiosos y artistas de paso -sui géneris y rentable: todo el mundo paga su habitación- tanto como por lo que tiene de sede continua de actividades, en los pasillos de la Residencia pueden coincidir Doris Salcedo, reciente premio Velázquez de artes plásticas, y el politólogo Sami Naïr, los participantes en un seminario sobre bibliotecas virtuales y los de otro sobre canto coral. Y los becarios. De hecho, Roberto Rubio guarda buenos recuerdos de sus charlas de comedor con José Emilio Pacheco y Tess Gallagher, dos escritores que le triplican la edad. Cuando se les pregunta a un residente estable o a uno de paso qué tiene de especial este lugar, casi todos responden lo mismo: siempre te encuentras a alguien.

Cien años después de su fundación, ¿qué le falta a la Residencia de Estudiantes? Alicia Gómez-Navarro acaba de estar en El Cairo tramitando el préstamo de algunas piezas del ajuar de Tutankamon para la exposición conmemorativa de las visitas que los grandes exploradores de los años veinte hicieron a la Colina de los Chopos. En la puerta del museo arqueológico hay, cuenta Gómez-Navarro, una «lista de deseos» con las obras que Egipto reclama a otros países. Sentada en un salón de actos que muchas veces se ve desbordado, la directora de la Residencia elabora tímidamente su propia lista: tal vez un salón de actos mayor para compensar la pérdida del auditorio histórico, una sala de exposiciones mejor adaptada…

Solo tal vez, porque la palabra clave en el cumpleaños de la institución es normalidad. Con todo, no hace falta conocer mucho el turbulento y cainita panorama de los centros culturales españoles para darse cuenta de que la Residencia de Estudiantes tiene un lado excéntrico de puro normal. En muy pocos lugares el director en ejercicio nombraría comisario de los actos del centenario a su antecesor. Es lo que Alicia Gómez-Navarro hizo con José García-Velasco, que aceptó con «carácter honorario». Traducción: sin sueldo. Otra excentricidad: ninguno de los dos le da la más mínima importancia. Ya esta dicho: lo normal. Prefieren hablar de las dos líneas de trabajo que centran todas las actividades de la casa -la historia intelectual, por un lado; el porvenir de la cultura, por otro-. O del portal Edad de Plata (www.edaddeplata.org), una herramienta revolucionaria para la consulta de los cientos de miles de documentos con los que cuenta la colección digital de la Residencia. El porvenir de la cultura, en efecto.

Haciendo honor a su relación con la Universidad, el centenario no durará un año, sino un curso. De ahí que hasta 2011 se sucederán las actividades: exposiciones en el Museo del Prado, el Reina Sofía y CaixaFórum, la de los grandes «viajeros por el conocimiento» en la propia sede -no diremos mítica- de la calle del Pinar… En estos días, además, el dramaturgo José Ramón Fernández ultima ya una obra de teatro para el Centro Dramático Nacional: Café en el laboratorio de Negrín.

Hay cinco palabras, casi siempre entrecomilladas, que se repiten en todas las evocaciones de la Residencia de Estudiantes y en todas las conversaciones con los que viven y trabajan allí: «El espíritu de la casa». Las usan como un antídoto contra la tentación de convertirse en la casa de los espíritus, por ilustres que sean. ¿Y cuál es ese espíritu? Jiménez Fraud lo resumía en aquellas palabras: libertad y razón (y el hecho de que en su librito del cincuentenario la censura franquista pusiera «amplia formación» donde él había escrito «educación liberal» y «plena libertad» es todo un dato). Sus sucesores añaden otras: conocimiento, tolerancia, espíritu crítico.

«El reto es que, sin hagiografías, la sociedad española conozca esa tradición y se sienta orgullosa de ella», apunta Alicia Gómez-Navarro. «Que sepa, por ejemplo, que nuestra democracia viene en parte de allí». Roberto Rubio, el matemático que apura sus últimas semanas en la Colina de los Chopos, es consciente de la sensación de aislamiento que puede dar una institución construida en un cerro. «Además, hay que pasar por delante de la garita del CSIC», añade bajando a lo más práctico. «Entiendo que infunda respeto, pero solo hay que decir una frase mágica que no tiene nada de mágica: ‘Voy a la Residencia’. Y entras». P

espíritu libre. Personalidades de las artes y las ciencias han tenido relación con la Residencia de Estudiantes durante sus 100 años de vida. Desde arriba, en el sentido de las agujas del reloj, vista de los pabellones gemelos, actividades de salto de altura, residentes ante el Pabellón Transatlántico en 1919, Albert Einstein en 1923, Severo Ochoa (1930), Marie Curie (1931) y García Lorca (hacia 1922). CON UN PAR DE GUANTES. Luis Buñuel simula una finta de boxeo en la Residencia de Estudiantes. La sede quedó convertida en hospital durante la Guerra Civil (abajo). En las otras fotos, becarios con el poeta Joan Brossa, Alberti y Celaya en 1986, y los jóvenes Dalí, Lorca y Bello hacia 1925. esbozos ilustres. De arriba abajo, dibujos y dedicatorias a Natalia Jiménez Cossío, hija del primer director de la Residencia, firmadas por el egiptólogo Howard Carter, Gilbert Keith Chesterton y Alexander Calder. El lienzo en color se lo pintó Dalí a Lorca, y éste lo colgó en su habitación.

El País.com:

http://www.elpais.com/articulo/portada/Residencia/talento/elpepusoceps/20100620elpepspor_11/Tes/


REPORTAJE: EL REGALO DE FRANCO PARA HITLER: «La lista de Franco para el Holocausto…»

junio 20, 2010

El régimen franquista ordenó en 1941 a los gobernadores civiles elaborar una lista de los judíos que vivían en España. El censo, que incluía los nombres, datos laborales, ideológicos y personales de 6.000 judíos, fue, presumiblemente, entregado a Himmler. Los nazis lo manejaron en sus planes para la solución final. Cuando la caída de Hitler era ya un hecho, las autoridades franquistas intentaron borrar todos los indicios de su colaboración en el Holocausto. EL PAÍS ha reconstruido esta historia y muestra el documento que prueba la orden antisemita de Franco.

El conde de Mayalde, por la izquierda, con Serrano Suñer. EFE

JORGE M. REVERTE 20/06/2010

Al final de la II Guerra Mundial, el régimen de Franco intentó con relativo éxito confundir a la opinión pública mundial con la fábula de que había contribuido a la salvación de miles de judíos del afán exterminador nazi. No solo era falso lo que la propaganda franquista pretendía demostrar. En la España del dictador hubo la tentación de contribuir a acabar con el «problema judío» en Europa.

El Archivo Judaico es una prueba de lo que los falangistas de Serrano Suñer pretendían hacer con los judíos españoles.

La directriz alerta de que los sefarditas pueden pasar desapercibidos por su «similitud» con el «temperamento» español.

José Finat, que también fue alcalde de Madrid, hizo amistad con Himmler cuando este visitó España en 1940

La paciente labor de un periodista judío, Jacobo Israel Garzón, ha conseguido que aflorara el único documento conocido sobre el asunto, conservado por obra de la casualidad en el Archivo Histórico Nacional, y proveniente del Gobierno Civil de Zaragoza. Lo publicó en la revista Raíces. A partir de ese trabajo, EL PAÍS ha continuado la indagación y ha reconstruido la historia completa de la frustrada colaboración con el Holocausto. Quiénes fueron sus protagonistas y sus cómplices. Una historia que cambia la Historia.

El 13 de mayo de 1941, todos los gobernadores civiles españoles reciben una circular remitida el día 5 por la Dirección General de Seguridad. Se les ordena que envíen a la central informes individuales de «los israelitas nacionales y extranjeros afincados en esa provincia (…) indicando su filiación personal y político-social, medios de vida, actividades comerciales, situación actual, grado de peligrosidad, conceptuación policial». La orden la firma José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, el último día de su permanencia en el cargo, porque va a ser relevado por el coronel Galarza. De ese puesto va a saltar en pocos días al de embajador de la España de Franco en Berlín.

El conde es un personaje refinado y culto, y muy amigo de Ramón Serrano Suñer, el hombre fuerte del régimen [fue ministro de Interior y Asuntos Exteriores], que es quien le va dando los distintos cargos que ostenta. Ha prestado grandes servicios a Serrano y a Franco, como el de organizar a los policías que, en connivencia con el embajador Lequerica y la Gestapo, utilizando a un siniestro policía de apellido Urraca, consiguió traer a Companys y Zugazagoitia a España para sufrir una burla de juicio y ser fusilados.

José Finat hizo buenas migas con Himmler cuando este visitó España en octubre de 1940. Himmler pudo asistir a un espectáculo que le pareció cruel: una corrida de toros en Las Ventas. En esos días, ambos pusieron al día una vieja colaboración firmada por el general Severiano Martínez Anido en 1938. Gracias a ese acuerdo, la policía política alemana goza de status diplomático en España, y puede vigilar a sus anchas a los treinta mil alemanes que viven aquí.

Dentro de poco más de un mes, Finat va a ocupar su cargo de embajador en Berlín. Allí podrá entregar en persona a Himmler sus listas de judíos. Si España entra en la guerra, serán un buen regalo para los nazis. Antes va a tener tiempo suficiente para dar una paliza y emplumar por maricón a un cantante, Miguel de Molina. Le ayudará el falangista Sancho Dávila, primo del fundador del partido fascista.

El objetivo del Archivo Judaico no consiste en defender al régimen de la posible acción subversiva que puedan realizar los refugiados que pasan por España huyendo de la persecución nazi. Esos son conducidos directamente a Portugal para que se marchen a Estados Unidos, o internados en el campo de concentración de Miranda de Ebro hasta que se sepa qué hacer con ellos. De lo que se trata, sobre todo, es de tener controlados a los judíos españoles de origen sefardí:

«Las personas objeto de la medida que le encomiendo han de ser principalmente aquellas de origen español designadas con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidas sin posibilidad alguna de coartar el alcance de fáciles manejos perturbadores».

El trabajo no va a ser fácil por esa capacidad de adaptación que tienen los judíos. Sobre todo en lugares que no sean como Barcelona, Baleares y Marruecos, donde había antes de la guerra «comunidades, sinagogas y colegios especiales», y eso permite una mayor facilidad de localización.

La circular no oculta la urgencia de la acción. Hay que proteger al Nuevo Estado de la posible actuación de estos individuos, que son «peligrosos».

El coronel Valentín Galarza está poniendo patas arriba el ministerio que le ha dejado Serrano Suñer, infestado de falangistas revolucionarios. Pero no va a destrozar toda la obra de su antecesor. El Archivo Judaico se va a seguir completando con carácter de urgencia al principio y con metódica seriedad después.

¿No son acaso los judíos y los masones los enemigos fundamentales del Nuevo Estado?

Cuando haya pasado el tiempo, el Archivo Judaico será ocultado y sistemáticamente destruido, como toda la documentación comprometedora para el régimen franquista en relación con la persecución antisemita realizada en los años cuarenta. Cuando deje de ser urgente tener listas completas de israelitas y haya que justificar la patraña de que el régimen surgido del 18 de julio ayudó en todo lo posible para que se salvaran muchos judíos de la persecución nazi.

En mayo de 1941, cuando se envía la circular, resulta muy significativa la desaparición de las guardias de falangistas de la puerta del Ministerio de la Gobernación. Ya no se trata de que la represión la lleve la Falange por su cuenta, como si fuera un poder autónomo del Estado. Se trata de que el Nuevo Estado asume comportamientos que le identifican con los de la Alemania nazi, pero mediante las instituciones tradicionales, o sea, en este caso, la Policía y la Guardia Civil. Eso sí, «auxiliados por elementos de absoluta garantía».

Esos elementos son falangistas entusiastas de la represión, que hay muchos. Porque continúa en funcionamiento la Delegación Nacional de Información e Investigación, con sedes en muchos municipios españoles. Hay más de tres mil agentes del partido repartidos por toda la geografía nacional, que elaboran sin descanso expedientes sobre sospechosos. En el año anterior han escrito más de ochocientos mil informes y han elaborado fichas sobre más de cinco millones de ciudadanos. Los miembros de las delegaciones hacen informes constantes sobre la situación política en cada lugar, sobre el estado de la opinión pública, y sobre los antecedentes políticos de cualquier ciudadano que aspira a un puesto de trabajo. Y tienen el privilegio de participar en interrogatorios policiales y torturas en comisarías o cuartelillos.

A veces, fuera de las dependencias judiciales. El ricino y las palizas callejeras están a la orden del día.

Con el cambio de destino del conde de Mayalde, los falangistas dejan de ser los que encabezan este tipo de investigaciones, pero están. Siguen estando.

Los investigados para el Archivo Judaico no son gente de especial relevancia. Salvo en algún caso, como el del escritor Samuel Ros, amigo íntimo del revolucionario Dionisio Ridruejo, cuya condición de judío levantará las inquietudes de los funcionarios nazis instalados en España. Se da la circunstancia de que Ridruejo es también muy amigo del conde, con el que va a compartir muchas jornadas en Berlín durante su discontinua presencia en la División Azul, el contingente español que va a marchar a Rusia a luchar contra el comunismo a las órdenes del general Agustín Muñoz Grandes.

Los hombres de Himmler, a los que el conde de Mayalde ha dado el estatus oficial para que se muevan con soltura por el país, reclaman a la Policía española que les dé detalles sobre las actividades de Samuel Ros. Incluso se atreven a protestar porque se le permita escribir en medios oficiales como el diario falangista Arriba.

Otra de las circunstancias llamativas de la circular es que rompe con el antijudaísmo clásico de la católica España. Para la Iglesia, y por tanto para el régimen nacional católico amparado por los cardenales Pla i Deniel y Gomà, un judío deja de serlo si se convierte al catolicismo. Los nazis consideran que se trata de una raza, y el conde de Mayalde expresa claramente su concepción próxima a la de los seguidores de Hitler: los sefardíes, que por «su adaptación al ambiente y su similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen». Hay un temperamento español y un origen judío.

La fecha en que se emite la circular tampoco es casual. En España se debate desde hace meses la posibilidad de que el país entre en guerra al lado de Alemania. Y los más furibundos partidarios de esta opción son los falangistas revolucionarios, los nacionalsindicalistas que admiran a Hitler y comprenden su política de liquidación del judaísmo.

En Francia, las autoridades de Vichy han puesto en marcha, sin necesidad de que los ocupantes alemanes se lo pidan, un Estatuto Judío que incluye un censo. Ya hay muchos miles de judíos franceses o apátridas recluidos en campos de concentración en la zona de Vichy y en la zona ocupada. En todos ellos la autoridad le corresponde a la policía francesa. De esos campos saldrán los trenes de la muerte que conducirán a casi todos los judíos franceses al exterminio en Auschwitz.

El más importante está al lado de París, en una localidad llamada Drancy, donde catorce sefardíes españoles han sido recluidos. Un diplomático llamado Bernardo Rolland de Miota, cónsul general en París, intenta, contra las órdenes del embajador Lequerica y del ministro Serrano Súñer, salvarles. No lo consigue, aunque sí puede actuar a favor de otros dos mil que reciben protección de su consulado. Serrano Suñer le hará pagar por su desobediencia destinándole a un oscuro puesto africano. Será declarado por la Fundación Wallenberg «justo entre las naciones», un título al que se harán acreedores otros diplomáticos españoles, como Sebastián de Romero, Eduardo Propper, Julio Palencia, Ángel Sanz Briz o Carmen Schrader.

»LA REUNIÓN DE WANNSEE. A las afueras de Berlín hay un plácido barrio de casas residenciales donde muchos berlineses de posición económica acomodada pasan los fines de semana. Antes para alejarse del estruendo de la gran urbe. Ahora para eludir la incomodidad de las alarmas aéreas. El barrio se llama Wannsee, y está construido a las orillas del lago del mismo nombre.

Allí se solazan y descansan los responsables de la Seguridad del Estado hitleriano. Los jefes de los Eisantzgruppen, estresados, se recuperan del pesado trabajo de matar en masa a tantos judíos, a tantos partisanos y comisarios bolcheviques. Lo hacen en una casa adquirida por la Seguridad del Reich, que dirige un asesino en masa llamado Reinhardt Heydrich.

Heydrich, el virtuoso violinista que, a las órdenes de Himmler, desarrolla la matanza de los judíos, ha hecho balance, y este no es nada bueno. Con gran esfuerzo y un enorme gasto de munición y recursos, se ha conseguido matar solo a un millón de judíos en números redondos, de los más de once que se calcula que están en los territorios del Reich o en las zonas conquistadas. Y lo que no cabe ya, a la vista de la reacción del Ejército soviético, que ha detenido la ofensiva sobre Moscú y Leningrado, es pensar en expulsar a todos los hebreos hasta los montes Urales para que allí se extingan.

Hasta octubre de 1941, se ha conseguido que quinientos treinta y siete mil judíos se marcharan de los territorios del Reich. Unos quinientos mil, de Alemania y Austria; los treinta mil restantes, de Bohemia y Moravia. Pero esta política está realmente acabada, porque trae muchos problemas, en plena guerra, negociar transportes, destinos e itinerarios.

Mientras a los de las repúblicas bálticas se les mata en bosques o se les enrola por la fuerza en destacamentos de trabajo, en Varsovia sigue habiendo un gueto poblado por decenas de millares de judíos polacos que absorben recursos alimenticios, que obligan a dedicar numerosas tropas a controlarles. No es barato liquidar el problema judío. Los responsables de cada área ocupada se las ven y se las desean para cumplir con una orden muy vaga, la de que cada uno se las tiene que arreglar para matar a sus judíos. Pero eso no es fácil. Hans Frank, el gobernador general de Polonia, ha mostrado su desesperación hace pocas semanas: «No podemos fusilar a esos tres millones y medio de judíos, no podemos envenenarles, pero tenemos que ser capaces de dar pasos para encontrar una forma de llegar al éxito en el exterminio».

Es 20 de enero y en el palacio de Wannsee, junto al lago de aguas cristalinas, Heydrich ha reunido a los quince mejores expertos en matanzas porque ha recibido la orden de poner de una vez en marcha la «solución final» de ese problema. Hay que tomarse en serio el asunto, y ordenar los métodos, convertir el empeño en un sistema industrial eficiente en resultados concretos y en términos de economía. Y la consigna debe carecer de elementos que permitan la duda. A partir de ahora está claro que lo que procede es matar a todos, absolutamente todos, los judíos que se encuentran en territorios del Reich o en zonas conquistadas. No solo en esas áreas, sino también en el resto de Europa. Porque quedan muchos judíos en países rendidos o aliados. En casi ninguno de ellos se va a encontrar ningún problema para aplicar la solución. Sí en Italia, que es un aliado dubitativo en este asunto, pero no hay quejas sobre la actitud de Francia.

Hitler ha hecho hincapié varias veces en su «profecía» de que, si se produjera una nueva guerra mundial, los judíos desaparecerían de la faz de la tierra. Ahora ya no puede haber vacilaciones. Ya hay una guerra mundial desde que Estados Unidos se han enrolado en ella. Dentro de diez días, en un sitio público, el Sportpalas de Berlín, el Führer va a insistir en ello: «Esta guerra no tendrá un final como imaginan los judíos, con el exterminio de los pueblos arios de Europa, sino que el resultado de esta guerra será la aniquilación de la judería. Por primera vez, la antigua ley judía será aplicada ahora: ojo por ojo y diente por diente».

No hay constancia documental de que en Wannsee se hable de España. Se hace notar, simplemente, que allí hay seis mil judíos. Pero su destino está claro, para cuando se pueda atender la relación con este país. Lo seis mil están censados por algún organismo del Gobierno, que ha pasado nota a los representantes alemanes en la Embajada de Madrid. El censo que inició el 5 de mayo de 1941 José Finat, conde de Mayalde, ahora embajador en Berlín. Están todos localizados.

Una compleja serie de razones impedirá que España entre en la guerra al lado de Alemania. Eso evitará que los nombres incluidos en el Archivo Judaico pasen a formar parte de los listados de Auschwitz.

A finales de 1945, los archivos de los ministerios de Gobernación y de Asuntos Exteriores serán expurgados para que no quede nada que demuestre que la mayor actitud de piedad de Franco hacia los judíos fue dejar pasar a algunos, o soportar en ocasiones la acción individual de los pocos diplomáticos que se la jugaron por salvar vidas humanas.

El Archivo Judaico habría sido un hermoso regalo para Hitler. Su conservación, una repugnante prueba de lo que los falangistas de Ramón Serrano Suñer pretendían hacer con los judíos españoles.

El cinismo franquista llegó al extremo cuando tuvo que negociar con los aliados vencedores en la guerra la liquidación de las deudas con Alemania. La delegación española se atrevió, ante el escándalo de los representantes aliados, a pedir compensación por los daños patrimoniales causados por los nazis a los sefardíes de Tesalónica. El representante inglés McCombe tuvo que recordar en la reunión que España jamás había protestado por la persecución nazi contra sus compatriota.

El País.com:

http://www.elpais.com/articulo/reportajes/lista/Franco/Holocausto/elpepusocdmg/20100620elpdmgrep_1/Tes


La familia de Paco León: fusilados, huidos o arruinados…

junio 20, 2010

El actor cómico de ‘Aída’ busca a su bisabuelo asesinado en 1936

NATALIA JUNQUERA – Madrid – 20/06/2010

El actor Paco León muestra un retrato de su bisabuelo, Joaquín León, fusilado en 1936.- LUIS SEVILLANO

El Luisma, el desternillante ex yonqui de la serie Aída, miraba de frente a la cámara, muy serio. «Me han fusilado. No tuve juicio, ni abogado, ni sentencia…». Paco León (Sevilla, 1974) fue el único de los 15 artistas que participaron en el vídeo contra la impunidad de los crímenes del franquismo presentado esta semana que no tuvo que memorizar un guión para meterse en la piel de una de sus víctimas. Paco León era Joaquín León, su bisabuelo, y conocía bien su historia: «Lo detuvieron en Sevilla, mientras tomaba café en un bar. Veía pasar a chavales de 16 y 17 años vestidos de falangistas y con fusiles. Dos de ellos entraron en el bar y uno le dijo al otro: ‘A este hay que detenerlo, que es muy republicano’. Había sido alumno suyo. Lo reconoció enseguida».

Joaquín era maestro en Castilleja del Campo, un pueblo sevillano con menos de 700 habitantes. Sus alumnos aún le recuerdan porque les enseñó «a leer el reloj», cuenta León. Tenía 43 años aquella tarde en que dos menores le arrastraron a un cine convertido en corredor de la muerte para rojos. No cumpliría los 44. «Su hijo mayor, José, que entonces tenía 16, le llevó comida en una cesta, hasta que un día ya no hizo falta». Le dijeron que lo habían trasladado, pero la familia entendió que había muerto. Lo fusilaron el 22 de agosto de 1936. En marzo de 1938 fue inscrito en el registro de defunciones. El apartado sobre la causa de la muerte dice: «Aplicación del bando de guerra». El del lugar está en blanco.

Joaquín tenía cuatro hermanos. Dos, José y Manuel, profesores, también fueron fusilados. Francisco, militar e ingeniero de aviación, huyó a EE UU, y la cuarta, Angelita, murió a los 85 años. Se había hecho falangista. A José lo mataron dos meses después que a Joaquín. «Fueron a por él una tarde, cuando dormía la siesta. Se lo llevaron en pijama». El 17 de octubre de 1936 su hijo volvió a casa con otra cesta devuelta. Antonio, hijo de Joaquín y abuelo de Paco León, recuerda a su tía gritar inconsolable aquel día: «¡Otra canallada! ¡Otra canallada!». Tenían nueve hijos.

La familia de Manuel, el tercer hermano, decidió vestirse de luto y actuar como si él hubiera muerto. Manuel se escondió. Primero, en casa de otro maestro, y cuando a este le iban a quitar la vivienda y el puesto de trabajo, en un escondite construido detrás de un armario en su propia casa. «Pasó dos años encerrado y aquel sufrimiento de estar siempre asustado, sabiendo lo que le esperaba, le atacó el estómago. Vomitaba sangre… Un médico amigo se atrevió a operarle en casa», relató en el año 2000 Antonio a Richard Barker, un filólogo neoyorquino que quiso investigar la represión franquista en el pueblo donde veraneaba, Castilleja del Campo. «Dijeron que iban a hacer un canje con la Cruz Roja. Mi tío no se fiaba, pero al final salió», explicó Antonio. Era una trampa. Se lo llevaron a la cárcel de Sevilla. «Lo fusilaron en una camilla porque estaba tan débil que no podía ponerse en pie para el pelotón», relata José León García, sobrino de Manuel. Su hija estaba presente.

Las viudas quedaron a cargo de 16 hijos. «Mi bisabuela me contaba que abrían una cómoda y en cada cajón dormía uno de los pequeños», recuerda Paco León. Antonio le contó a Barker: «Se fue a trabajar de maestra a una aldea con mi hermana, que tenía cinco años. Nadie quería alquilarle una casa por ser viuda de republicano. Después, consiguió un puesto en Triana para suplir a una profesora con demencia. ‘¡Que me dure mucho la loca’, decía». Antonio se puso a trabajar en una fábrica de armas, «haciendo bombas para matar rojos», con 14 años. «Tenía mucho miedo y lo dejé. Pocos días después, el polvorín explotó. Quedaron todos sepultados».

José León, el hijo mayor de Joaquín, estudió en la escuela industrial y se colocó en la fábrica en la que trabajaba uno de sus profesores hasta que lo dejó todo por el teatro. Cuando su jefe le preguntó por qué, respondió: «En el teatro me aplauden más». Montó un circo que un día, en los años 60, llegó a Castilblanco de los Arroyos (Sevilla). «Mi tío abuelo colocó la carpa al lado del cementerio. Un hombre se acercó y le dijo: ‘Ahí está enterrado tu padre», cuenta Paco León.

Francisco, el hermano que se exilió en EE UU, ayudó siempre a la familia. «Envió dinero hasta hace relativamente poco. Recuerdo a mi bisabuela colocarme una medallita que había comprado con el dinero del tío americano». Había sido compañero de promoción de Franco y vivió el resto de sus días pegado a la radio, esperando oír la noticia de su muerte, pero él falleció dos años antes. «Le quitaron todo. En Chicago tenía enmarcado el documento de incautaciones, que decía que era ‘enemigo de España», cuenta Paco León. El actor sigue buscando sin apoyo institucional a su bisabuelo, y pregunta: «¿Hasta cuándo?».

El País.com:

http://www.elpais.com/articulo/espana/familia/Paco/Leon/fusilados/huidos/arruinados/elpepiesp/20100620elpepinac_9/Tes


Los ‘trasterrados’ españoles vuelven a México…

junio 20, 2010

Visitantes a la exposición 'Si me quieres escribir... Autores del exilio español en México'. Efe

Efe | México DF

Actualizado miércoles 16/06/2010

Una exposición con 300 fotografías, cartas, libros, revistas y otros documentos gráficos fue inaugurada este miércoles en México para rendir un homenaje a decenas de escritores españoles que se exiliaron en este país y contribuyeron al desarrollo de su cultura.

La Biblioteca ‘José Vasconcelos’ de Ciudad de México acogerá hasta el próximo 15 de agosto la muestra ‘Si me quieres escribir… Autores del exilio español en México’, que contiene una mirada retrospectiva para recapitular el significado del aquellos autores en este país.

La exhibición repasa la aportación de varias generaciones de exiliados: los ‘trasterrados’, llegados en la etapa de madurez a México, y los hispano-mexicanos, hijos o emparentados con los anteriores que son herederos de aquel exilio que surgió a fines de los años treinta del siglo pasado.

La exposición presenta como ‘protohistoria del exilio’ a algunos mexicanos que fueron decisivos para la llegada de los intelectuales españoles, como Alfonso Reyes (1889-1959), Fernando Gamboa (1909-1990), Daniel Cossío Villegas (1898-1976) y el escritor Martín Luis Guzmán (1887-1976), varios de los cuales estuvieron en España a comienzos del siglo XX.

Gerardo de la Cruz, coordinador general de la exposición, que estas figuras fueron «importantísimas» para la acogida posterior de los exiliados.

Posteriormente aparecen escritores españoles exiliados en México, como la dramaturga Maruxa Vilalta (1932), la filósofa María Zambrano (1907-1991), los poetas Tomás Segovia (1927), Emilio Prados (1899-1962) y Juan Rejano (1903-1976), el también poeta y editor Manuel Altolaguirre (1906-1973), y el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2008), entre otros.

También recuerda la muestra la llegada en 1939 del buque ‘Sinaia’, que trajo al puerto de Veracruz algunos exiliados.

En la exposición se destacan también figuras como el editor madrileño Joaquín Díez Canedo (1917-1999) quien, como gerente editorial del Fondo de Cultura Económica (FCE) y desde la editorial Joaquín Mortiz, que fundó en 1962 junto a Carlos Barral, impulsó la obra de autores como Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Augusto Monterroso y Octavio Paz,

El Secretario Ejecutivo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Fernando Serrano Migallón, destacó el valor de esta muestra «de literatos» que con sus años en México se fueron haciendo «mucho más mexicanos» y dejando una huella decisiva en las letras de este país.

Finalmente el exiliado español Federico Álvarez, catedrático de Teoría de la Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), habló en nombre de aquellos intelectuales y agradeció el esfuerzo por recobrar «su historia, su memoria nunca olvidada«.

Sostuvo que esta labor para preservar la memoria es fundamental, algo que «ahí está vivo todavía», como demuestran las acciones del juez español Baltasar Garzón, quien ha intentado «salvar la memoria histórica de las innumerables víctimas republicanas asesinadas durante nuestra Guerra Civil (1936-1939)».

Las entidades mexicanas organizadoras de la reunión son el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Conaculta, los archivos del periódico Novedades y la Capilla Alfonsina, entre otras.

Además colaboran varias fundaciones españolas, la Max Aub y la Juan Rejano, la Residencia de Estudiantes de Madrid, el Ateneo de España en México, y el ayuntamiento cordobés de Puente Genil.

El Mundo vía Yahoo noticias internacionales


Nadie en el ataúd blanco…

junio 20, 2010

Una denuncia sobre un bebé desaparecido en La Línea en 1967 genera un goteo de dudas en toda Andalucía y desempolva el caso del tráfico de niños robados para su adopción en el franquismo.

Pedro Ingelmo / Cádiz | Actualizado 20.06.2010.

Muchos madrileños de más de 40 años escucharían esta broma de sus madres: «A ti te compramos en el Rastro». Esa broma, un tanto cruel, escondía un tabú. El célebre auto del juez Garzón sobre el franquismo, ya papel mojado, ponía cifras a ese tabú: 30.000 niños fueron arrancados a sus madres en la posguerra para entregarlos a familias adineradas o al auxilio social. Garzón se basó en varios estudios, entre ellos, el del sociólogo Francisco González de Tena, que había realizado un trabajo sobre la maternidad de Madrid, situada en la calle O’Donnell. En su libro Niños olvidados en el cuarto oscuro, el sociólogo indaga sobre una extraña epidemia de otitis que provocó numerosas muertes de bebés. Corría 1964.

El relato de una profesora de sordos, Mar Soriano, es sólo uno de los que se pueden encontrar en las diferentes páginas web dedicadas al tema. Hay toda una red social en torno a este asunto. Su madre dio a luz a su hermana ese año en la clínica O’Donnell. Nació aparentemente sana. Fue llevada a la incubadora y, a los pocos días, se le comunicó a su madre su fallecimiento. No le enseñaron el cuerpo, sólo un acta de defunción. Años después, cuando Mar daba una conferencia en Austria, un asistente se le acercó para decir que conocía a su hermana o a alguien clavada a ella. Mar dijo que se equivocaba, que no tenía ninguna hermana en Austria. Tiempo después, ató cabos. Un hecho no cuadra. En 1964 la otitis ya no era una enfermedad mortal.

González de Tena forma parte de un equipo que recopila información, que incluiría pruebas de ADN, para demostrar lo incontestable de los hechos e incluso analizar una posible relación con otros que se hubieran producido fuera de Madrid. «Hay que diferenciar el robo de niños como modo de represión a los vencidos de aquellos que fueron por mero lucro y con pretensión de impunidad. Los casos de O’Donnell serían de los segundos», explica González de Tena, luchador incansable de la causa de la memoria histórica. El funcionamiento de esa presunta red hubiera necesitado de la complicidad de notarios, médicos y las religiosas que estaban a cargo de las maternidades.

Muy lejos de la clínica O’Donnell, pero cerca en el tiempo, en 1963, se produce un extraño hecho en el Zamacola de Cádiz. La madre de Miguel [nombre supuesto], invidente, tuvo once hijos. En su quinto parto alumbró una niña de mucho pelo y buenos pulmones. No volvió a verla. A los dos días, le pusieron en su regazo a un niño con poco pelo y enfermizo. Protestó, pero nadie la tomó en serio. Resignada, intentó sacar adelante al varón que le habían entregado. Tras varias operaciones, el bebé falleció. Tiempo después una monjita se acercó a ella para susurrarle: tú tenías razón. Mantuvo el secreto hasta sus últimos días, cuando decidió revelarle a uno de los hermanos de Miguel que tenían una hermana en algún lugar a la que nunca conocerían.

Han sido las hermanas Díaz Carrasco, residentes en Irún, las que han trasladado a Andalucía la polémica. Su hermano, supuestamente, falleció en La Línea en 1967 al poco de nacer. Cristina Díaz Carrasco ha ido amasando la convicción de que algo extraño sucedió el 5 de noviembre de aquel año en ese hospital municipal. En principio, estaba la historia de su madre y la foto que ilustra esta información: es su abuela sosteniendo el cuerpo sin vida del hermanito. ¿Su hermanito? «Mi madre fue anestesiada en el parto, nunca vio a su hijo. Cuando mi abuela exigió que le enseñaran el cuerpo del bebé le entregaron a ese niño. Pese a que el informe del parto dice que fue sacado con ventosa, la imagen del bebé no ofrece lugar a dudas de que no tiene el aspecto de haberle sido aplicada la ventosa. Pero es que, además, es enorme para ser un recién nacido». Ese niño, en cualquier caso, tuvo una tumba a la que la familia llevaba flores en sus vacaciones en el sur, hasta que en 1980 desapareció por unas obras. Al morir su madre en 2006, las hermanas quisieron poner en su lápida el nombre de su hijo. Se encontraron con que en el registro del cementerio no constaba el entierro de ningún niño en esas fechas. ¿A quién le había estado llevando flores su madre todos esos años? «Sospecho que el niño que enseñaron a mi abuela era el que utilizaban para otras madres a las que le sucedió lo mismo». Su caso no es el único. Desde que presentaron la denuncia, otras ocho personas han contado historias similares en La Línea, y hay más casos de las que las hermanas Díaz Carrasco han tenido noticia en Cádiz, Málaga, Sevilla y Jaén. «Actuaban de forma distinta, en unos se les mostraba un ataúd blanco, en otros se decía que se le enterró y ya está, en otras aparecía una monjita para decirle a la madre que era mejor que no viera al niño… Tengo testimonios que afirman que por entonces se pagaban 200.000 pesetas por un bebé sano».

Abelardo García ejercía de ginecólogo en La Línea en 1967, pero asegura que no trabajaba en el hospital municipal, pese a que su nombre aparece en el certificado de ingreso de la mujer que precedió a la madre de Cristina Díaz. No cree que sucediera nada extraño en la maternidad. «Ya no vive ninguno de los tres médicos que trabajaban en el hospital, pero puedo decir que, en esos tiempos, si nacía un feto muerto no se hacía certificado, sino un legado de aborto. No existía la burocracia actual y temo que se hayan barrido los archivos del hospital municipal».

Ángeles Ayuso, fiscal jefe de la Audiencia de Cádiz, espera conocer el informe que se está elaborando en Algeciras para saber si es posible actuar en estos casos, aunque reconoce que «es difícil. A las familias no se les puede dar esperanzas ni quitárselas. Habría que ver el enfoque a adoptar para no caer en la prescripción del posible delito y, en el caso de que existiera, contra quién se podría actuar».

Benjamín Prado es autor de un maravilloso libro, Mala gente que camina. Trata de los bebés robados, de personas con identidad falsa que crecieron en un engaño. Prado dice que «en España siempre creímos que eso sólo ocurrió en las dictaduras, mucho más cortas, de Argentina o Chile. La justicia no quiere investigar hasta qué punto eso mismo sucedió aquí». ¿Cuántos españoles viven sin saber que no son quienes les dijeron que son? ¿A cuántos compraron en el Rastro?

Diario de Sevilla -vía Yahho noticias:


El olvido del «laurel Torrero»…

junio 20, 2010

Asociación de Vecinos Montes de Torrero "El laurel de Torrero" de la Plaza de la Memoria Histórica

Os enviamos una foto para que veais el estado en el que se encuentra el laurel sito en la Plaza de la Memoria Historica (antigua carcel de Torrero). Este, es un arbol catalogado y protegido, se tuvo que cambiar toda la disposición de las viviendas para su conservación. Es un arbusto, que dado el lugar en el que se encontraba, dado el tamaño y su explendor, desde esta asociación y demas colectivos del barrio, vemos que no se esta cuidando. El riego funciona mal, alguna rama esta desprendida de las ultimas tormentas, su entorno esta lleno de hierbajos etc etc.

Aragón Digital vía Google noticas

NOTA DEL EDITOR:

«El espacio de la memoria olvidado»

¿Hay algo peor que el olvido? La respuesta es sí. El doble olvido, el olvido a conciencia después de haber recuperado la memoria de la relegación como un modo de ofensa o agravio comparativo con aquello que debería representar la sanación del psitacismo de un hecho doloroso o del recuerdo amargo.

La denuncia de la Asociación de Vecinos de Montes de Torrero con respecto al «laurel Torrero» que representa no sólo la permanencia del centenario árbol, sino la conservación y perpetuidad de un espacio de convivencia y que para más «INRI» es el de la memoria histórica. En su día la protesta vecinal para mantener un laurel centenario en la zona, obligó a los impulsores de la  iniciativa del parque a modificar el plan especial de construcción del mismo. Con los cambios, los bloques de viviendas que se  construirían agrupándose en forma de U, formarían una nueva plaza en la que se debería poder contemplar el laurel. No sólo han abandonado un proyecto de conservación natural , de estética urbana, sino que además también han creado en el espacio dedicado al recuerdo una zona inevitablemente que evoca el más profundo de los olvidos. Una vez reparado un daño no vale el olvido, sino estamos abocados a convertir los espacios de la memoria en lugares del olvido.

Jordi Carreño Crispín

Vicepresidente de la A. I. La Memoria Viv@


Por Paco González de Tena: «TIEMPOS EXTRAÑOS»

junio 20, 2010

Todos tenemos la tendencia alguna vez de mirar hacia el pasado con cierta nostalgia haciendo bueno el refrán de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, quizás, porque en él nos vemos reflejados no sólo con esos años de menos y  que todos échamos en falta cuando nuestros envases comienzan a deteriorarse; sino que posiblemente, también añoremos aquella inocencia perdida que acompañaba nuestros apolíneos cuerpos. Sin embargo hay pasados que nunca fueron mejor, hay pasados que todavía duelen y hay tiempos pretéritos que es mejor recordar con la intención de que nunca se vuelvan a repetir. Creo que el amigo  Paco de Tena en su artículo nos deja denotar  algo más que la morriña, la preocupación por aquellos tiempos que se fueron escondidos entre mentiras y engaños y, que ahora vuelven disfrazados de palabras como libertad, democracia y con grandilocuentes peroratas que sirven más para agrandar las diferencias que para arrimar los hombros. Los recuerdos de Paco nos retornan a nuestras infancias repletas de  dulces evocaciones, olores y de imágenes vivas para compararnos con el tiempo actual y con  el futuro incierto, con unos tiempos extraños que nunca  ajustarán las carencias de antaño  con  las necesidades venideras. Ciertamente son “tiempos extraños”  los que nos han tocado vivir.

Jordi Carreño Crispín

Vicepresidente de la A. I La Memoria Viv@

Fotografía del artículo "CARROS Y CARRETAS" de la página "La buena Villa de Cantalapiedra"

TIEMPOS EXTRAÑOS

Cuando yo era muy pequeño me gustaba observar desde el balcón de mi casa el trasiego que acarreaba un mercado al aire libre que inundaba de actividad cotidiana la plaza cordobesa donde nací y vivía mi familia. En aquella época, ya demasiado lejana en el tiempo, casi todo el transporte se efectuaba con tracción animal. Por las mañanas temprano eran los asnos los encargados de acarrear hasta los puestos las verduras y las hortalizas, y al cierre de la actividad un carro de varas, tirado por una mula robusta, se encargaba de retirar los restos desechados tras las ventas de frutas y verduras. Con el tiempo la plaza se colmó de tenderetes y los desperdicios acumulados tras la jornada crecieron en igual proporción. Pero el carro de la basura era siempre el mismo, tirado por la misma mula cada vez más cansina.

El carro lo llevaban dos arrieros, uno joven y fuerte que se encargaba de apilar con una horca los restos de verduras entre los varales del carro, y otro más maduro que guiaba a la mula en su marcha. Se notaba que conocía muy bien al animal y sus reacciones, aunque no tanto las de su ayudante al que regañaba con voz ronca, aunque sólo pronunciara su nombre “¡Pepe, Pepe…! le gritaba cuando, tras una palada demasiado impulsiva, los desperdicios volaban hasta caer del otro lado del carro. No siempre podía estar pendiente del trabajo de Pepe, pues al coincidir con la hora del almuerzo el hombre mayor aprovechaba para comer un bocado mientras su ayudante recogía la basura, alternándose después entre ambos.

En uno de esos turnos de precario almuerzo la mula, abrumada por el peso del carro, perdió pie y cayó volcando peligrosamente la carga. Pepe, sin duda asustado y colérico, la emprendió a golpes entre imprecaciones y gritos para obligar a la mula a enderezarse. Cuanto más fuerte le pegaba menos parecía la aturdida acémila capaz de enderezar su cuerpo y la excesiva carga. En ese momento salía del bar el arriero mayor y corrió para quitarle la vara con la que su ayudante castigaba inmisericorde a la castigada mula. Ordenó a Pepe que se fuera a la parte opuesta del carro y ayudase a levantar uno de los varales mientras él hacía lo mismo por su parte, al tiempo que animaba palmeando el lomo del animal acompañando gesto y gritos de ánimo. Con esa maniobra combinada consiguió el arriero maduro que mula y carro recuperasen la situación de reiniciar la marcha.

Esta anécdota, presenciada a mi corta edad desde el balcón de mi casa, me viene estos días a la memoria cuando contemplo el penoso espectáculo al que nos someten esos falsos patriotas que, a la menor ocasión (y mejor si es ante una audiencia extranjera e influyente) se afanan en el discurso suicida de tirar por los suelos el prestigio de España, con mayor ahínco poniendo en duda con datos dudosos o contaminados la solvencia económica de nuestro país. Son tan imbéciles o tan malvados e inconscientes que prefieren que el barco se hunda a ver si, con los restos del naufragio, consiguen fabricarse una buena balsa en la que salvar lo que quede y alcanzar una isla con la que sueñan desde hace tiempo. En verdad son tiempos extraños estos en los que unos falsos patriotas consiguen enardecer a millones de agobiados apelando a la falsa posición de las etiquetas trucadas. Lo verdaderamente lastimoso habría sido que, de presentarse a unas imposibles elecciones para arrieros, el brutal Pepe hubiese contado con el voto de las mulas apaleadas.

Francisco González de Tena

Madrid, 19 de junio, 2010.

(Autorizada su difusión mencionando la autoría)

Publicado en el blog de Jordi Carreño «Carpe Diem»:

http://jordicarreno.wordpress.com/2010/06/20/por-francisco-gonzalez-de-tena-tiempos-extranos/