La historia como disciplina científica de investigación de hechos ya sucedidos no debería entrar en más valoraciones que aquellas que demuestran, recuerdan y enseñan acontecimientos que forman parte de nuestro pasado, unas veces para bien, y otras, para estimular y recordarnos de un modo pedagógico lo nefasto de nuestros actos. Y para ello, no puede amputar partes de la misma.
Ahora bien, tampoco se puede ni se debe recurrir a ella con ningún tipo de finalidad política, social o de cualquier otra índole que no sea precisamente como he apuntado, la de enseñarnos a evocar, y sobre todo, la de formarnos en la visión del futuro con el objetivo de no cometer los errores del pasado.
La historia debe ser la garante de nuestra propia memoria, eso sí, siempre sin olvido, por lo tanto, sin partidismos, sin revisionismos aleatorios, sin venganzas ideológicas y sin más pretensiones que las de conseguir avanzar sin retroceder nunca sobre las actuaciones pretéritas, las cuales, no nos llevan más que a anclarnos en un tiempo que ya no tiene solución mirando hacia atrás, sólo la tiene si miramos hacia delante.
No hay que olvidar nunca, y para eso está ella, para recordarnos el pasado. Nos ha de servir de guía para aprender de sus acaecimientos y, así poder pasar página y seguir caminando hacia el futuro. Y para ello si que es necesario obviar el dicho de que…“cualquier tiempo pasado fue mejor”. Como también es conveniente no detenerse en la complacencia de que todo tiempo pasado es simplemente eso, sólo el pasado de un tiempo pretérito y caduco. Para intentar que de éste modo sea precisamente el futuro un tiempo prometedor, un tiempo donde se pueden resolver los yerros cometidos anteriormente.
Tampoco es posible si no es de un modo científicamente objetivo, en el que la memoria histórica ha de ser sólo el resultado de hechos cronológicos lejanos, y por tanto, obvie el que se pueda borrar cualquier parte o suceso de los mismos.
Que haga justicia y reconocimiento de un modo honesto a los sucesos, debería ser su objetivo. Y no las lecturas que se hagan de los mismos dependiendo de los puntos de vista; y sobre todo, de un modo que permita la equidad en el mantenimiento del recuerdo, sea cual sea, no dejando caer en el saco del olvido a partes imprescindibles de los episodios acontecidos. Otra cosa serán los posteriores análisis y reflexiones que hagamos de los anales que la componen, y ahí es indudablemente donde surgirán las diferentes lecturas, visiones y opiniones de la misma.
Con la historia no se pude jugar a contentar a unos sí y a otros no. No hay valoraciones que permitan descartar que tiempos son los que deben o pueden formar parte de ella y cuales no; y menos, quienes forman o no también, como parte de la misma, porque al fin y al cabo, todos formamos parte de ella de un modo u otro.
Es por eso que desde la muerte del dictador este país tiene una deuda con su historia y con aquellos que formaron parte de ella, sobre todo con los vencidos. Los republicanos olvidados por imperativo legal. España debería solventar de modo valiente, sin miedo y honestamente de una vez por todas este capítulo de su historia que ocupa casi tres cuartas partes de un siglo que pretende eliminar de un plumazo como si nada hubiera sucedido. Y eso no es la verdad, como tampoco es racional, no es justo y menos conveniente para el avance de una nación que se pretende moderna, democrática y que además actúa internacionalmente como paladín de todo aquello que ella misma es incapaz de hacer con su propia historia, con las leyes y los acuerdos internacionales que tiene firmados y corroborados. Una incongruencia más de nuestra estirpe íbera.
Se creó una Ley de la Memoria histórica insuficiente, partidista, no consensuada y que obviaba a una de las partes más importantes de sus miembros y antecedentes, creando así más frustración y resentimiento que beneficios, que era para lo que se debería haber creado; y cuyo objetivo principal debería haber sido “la recuperación de la memoria histórica del país” de verdad.
Hoy con la creación de este nuevo Museo Militar se vuelve a caer en el mismo error, el de pretender contentar a todo el mundo. Y precisamente la historia no está para contentar a nadie, sólo debería enseñarnos a caminar sin vivir anclados en los lastres pasados. La historia no debe juzgar, no debe ser ni inclusiva ni exclusiva, no debe ser parcial o imparcial, simplemente debe ser lo que es. o mejor dicho lo que fue…HISTORIA. Y para ello debe ser objetiva, aséptica y pragmática. No olvidemos que es una disciplina científica y de investigación de las humanidades.
Así una vez más la historia es fragmentada tal y como demuestra la creación del nuevo Museo Militar de Toledo, que inicia de este modo su andadura cometiendo el mismo craso error que llevan cometiendo los distintos gobiernos en democracia al obviar partes importantes de su historia, y en este caso concreto, tanto de sus ejércitos como de sus actos, es decir, coartando una parte importante. ¿Qué pretenden enseñarnos entonces? Lo cierto…, es que si algo nos ha enseñado nuestro país es cómo cercenar la historia del mismo.
Jordi Carreño Crispín
Vicepresidente de la A. I. La Memoria Viv@