Una gesta heroica y fallida para invadir la Val d’Aran…

septiembre 18, 2010

Narcís Falguera, que liderí la 11ª Brigada durante la batalla, ahora vive en Prada de Conflet (Francia).CLICKART

Almudena Grandes escribe su última novela basándose en la historia de personas que lucharon por sus ideales.

ROGER TUGAS Barcelona

Los guerrilleros españoles que habían contribuido a ahuyentar a las tropas filonazis del sur de Francia planificaron la ocupación de la Val d’Aran el verano de 1944. Su objetivo era implantar ahí un Gobierno provisional de la República que contase con el apoyo armado aliado y motivase la insurrección interior. La operación fracasó, pero dejó para la historia un episodio de hombres y mujeres valientes y fieles a unos ideales que ha servido de inspiración a Almudena Grandes para escribir su última novela, Inés y la alegría.

Jesús Monzón ideó el ataque, pese a no integrar el comité central del PCE

Narcís Falguera, que en Catalunya había militado en las juventudes del PSUC y que actualmente es presidente de la Amical de Antiguos Guerrilleros Españoles en Francia, participó desde el exilio en la operación. No fue ni mucho menos una tentativa improvisada, según recuerda, ya que «se crearon unidades exclusivamente españolas contra las tropas alemanas en Francia con vistas a reconquistar España» al terminar con la misión.

El catedrático de Historia Contemporánea de la UAB José Luis Martín coincide en este punto y explica que la operación, liderada por el PCE del interior y en el exilio francés, supuso un «planteamiento insurreccional contra la ocupación alemana y el fascismo local» parecido a los que estaban impulsando entonces los partidos comunistas francés, italiano, yugoslavo o griego.

El líder e ideólogo del ataque, a iniciativa propia, fue Jesús Monzón, el principal dirigente del PCE, que no se había exiliado a América o a la URSS, pero que no formaba parte del comité central del partido. El momento propicio fue en octubre de 1944, cuatro meses más tarde que el desembarco en Normandía, que forzó el inicio de la retirada nazi.

4.000 hombres contra Franco

Monzón reunió un pequeño ejército de 4.000 maquis, con un escaso armamento. El dirigente comunista «no era un iluso», según Martín, y proyectó una «operación de entrada de gente armada por distintos puntos del Pirineo», aunque «la Val d’Aran era el más importante de ellos».

El plan fracasó porque no hubo ni alzamiento interno ni apoyo aliado

La 11ª Brigada tenía como jefe de Estado Mayor a Falguera, cuyo batallón contaba con 360 personas. «Nos habían dicho que la población española esperaba una gesta para sublevarse», asegura, igual que consideraba «lógico» que los ejércitos aliados les apoyaran militarmente, en línea con sus actuaciones ante Hitler y Mussolini.

El 19 de octubre entraron finalmente a la Val d’Aran, un punto estratégico, puesto que era de más fácil acceso desde Francia y así dificultaban la llegada de tropas nacionales. Al principio, el avance fue rápido y fácil. Falguera recuerda que «el primer día cayeron 19 pueblos» y llegaron pronto a las puertas de la capital, Viella, aunque Martín matiza que «Franco sabía que se estaba preparando algo», sin concretar, y por ello «el efecto sorpresa se redujo».

Entonces todo empezó a fallar. Por un lado, no se produjo el alzamiento interno esperado, a causa de «la debilidad del PCE en el interior y la desmovilización de la población», según el historiador. «El pueblo no estaba por revolucionarse», añade Falguera. Por otro lado, el apoyo aliado tampoco existió, a causa de las dudas que suscitaba el posible nuevo Gobierno. Martín explica que «Churchill [primer ministro británico] prefería un régimen de orden» y el nuevo Gobierno de coalición francés, liderado por el conservador Charles de Gaulle, «no veía clara la política insurreccional española».

Contra la estrategia de Stalin

El historiador apunta otro elemento a discutir: el papel de Santiago Carrillo, delegado enviado por el comité central del PCE para recuperar el control del partido y que podría haber frenado la misión para hacer cumplir la estrategia internacional deStalin y sus pactos contraídos para no combatir por el poder en los países de la Europa Occidental.

Falguera se muestra «orgulloso de haberlo intentado»

Como consecuencia, el 24 de octubre empezó la retirada y esta heroica gesta terminó. Pero, a pesar del riesgo, el resultado y sentirse «traicionado por los aliados», Falguera se muestra «orgulloso de haberlo intentado sin tener ningún tipo de interés personal». Sólo se movían por creer en la «República Española y en su Constitución».

Un republicano que luchó contra los maquis

La historia de Daniel Andreu Uson es peculiar. Después de luchar como sargento en el bando republicano durante la decisiva Batalla del Ebro, exiliarse a Francia y volver a su pueblo natal, Monistrol de Montserrat (Barcelona), al saber que no sufriría represalias, fue reclutado el 1940 para realizar la mili franquista. Durante este tiempo no reveló su anterior cargo militar y, cuando estaba a punto de terminar la instrucción sin haber tenido que entrar en batalla, fue trasladado a la Val d’Aran para defender su capital, Viella, del intento de invasión.

Andreu explica que, en un inicio, no sabía que combatía contra maquis”, ya que “a las tropas no les decían nada”. Sólo vio “algunos pelotones” con un armamento limitado que, “tras dos o tres días de tiroteos”, se retiraron. Durante una noche, evitó realizar la guardia porque pensó que si se lo llevaban, “mejor”. Andreu asegura que la batalla le vino “grande”, al tener que luchar contra antiguos compañeros, aunque años más tarde pudo conocer y conversar “de buen rollo” en Venezuela con un maquis que combatió desde el otro bando en la misma batalla.

Público.es


Flamenco contra franco…

septiembre 18, 2010

Corruco de Algeciras, Ramón Perelló o El Chato de las Ventas fueron algunos de los fandangueros rebeldes que lucharon contra el dictador con las armas y con su voz.

JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 18/09/2010

fin de fiesta.Antonio de Mairena, republicano, gitano y cantaor, baila en el Teatro de la Zarzuela en Madrid, en el año 1970.

Vivían como podían. Trabajando de día y cantando de noche, siempre para los señoritos. Esperaban a la puerta de la venta, por si al terrateniente le daba por animar la fiesta con cante jondo. A veces ni les pagaban y volvían con los bolsillos vacíos a su casa. La del Bizco Amate estaba debajo de un puente y cada poco lo detenían por vagabundo. Daba igual que fuera o no el ladrón. En la posguerra, el cantaor era el culpable. Las opciones del Bizco eran la celda o el puente, así que quizás lo mismo daba. En sus frecuentes visitas a la trena escribió algunos de sus fandangos más populares: «Me lo cogen y me lo prenden / al que roba pa sus niños. / Y al que roba muchos miles / no lo encuentran ni los duendes / ni tampoco los civiles». Cante protesta para denunciar los abusos de los poderosos. Los cantaores eran pobres, pero no ciegos: «La mentira y la verdad / se enfrentaron en la Audiencia. / La verdad salió perdiendo / y la mentira ganó. / En el reino no hay gobierno», entonaba el Bizco Amate.

Este rebelde fandanguero sevillano es uno de los protagonistas de Historia social del flamenco(Península), un libro en el que el crítico Alfredo Grimaldos cuenta con pasión y detalle las peripecias vitales de los principales cantaores desde el siglo XIX. La obra hace un riguroso recorrido desde la llegada de los gitanos a Andalucía en el siglo XV hasta el apogeo del flamenco en Madrid en las últimas tres décadas, prestando especial atención a los convulsos años de la República, la Guerra Civil y la miserable posguerra.

El flamenco no se mantuvo ajeno a los acontecimientos de la República.

En la década de los treinta y cuarenta, el flamenco seguía siendo un arte marginal, reducido a zonas muy concretas de la Andalucía baja, principalmente de Triana a Cádiz. «Incluso dentro de Andalucía era muy poco conocido y en muchos momentos desdeñado, vinculado a la mala vida, la noche, el alcohol y los prostíbulos. El flamenco era cosa de gitanos, algunos andaluces vinculados a ellos y poco más», explica José Manuel Caballero Bonald, que escribe el prólogo del libro de Grimaldos. Caballero Bonald alumbró en los años sesenta el Archivo del cante flamenco con grabaciones de campo de los grandes cantaores de la primera mitad del siglo XX, algunos de los cuales vivían apartados del mundo del cante. La posguerra fue, precisamente, el punto de inflexión de la marginación del género, que a partir de los cincuenta comenzó a gozar del prestigio que hoy tiene.

Antes, el flamenco no se mantuvo ajeno a los acontecimientos sociales y políticos de la época de la República. El 12 de diciembre de 1930, los militares Fermín Galán y Ángel García Hernández se levantaron en Jaca contra la monarquía borbónica. Fracasaron y dos días después fueron ejecutados. El mismo Galán dio la orden de fuego al pelotón de fusilamiento y se desplomó al grito de «¡Viva la República!». El sevillano Manuel Vallejo cantó aquella gesta por fandangos: «Por la libertá de España / murió Hernández, y Galán. / Un minuto de silencio / por los que ya en gloria están, / suplico en estos momentos».

Vallejo conoció en uno de sus viajes a una joven promesa: Corruco de Algeciras. José Ruiz Arroyo, su nombre de pila, fue uno de los grandes cantaores payos de esa época. Nacido en La Línea de la Concepción en 1910, desde joven combinó sabiamente la ortodoxia y la innovación. En la década de los treinta grabó varios discos y fue de los pocos cantaores en alcanzar cierta popularidad. Él también cantó por los mártires de Jaca: «Lleva una franja morá, / triunfante nuestra bandera, / lleva una franja morá, / la conquistó España entera: / por Hernández y Galán / rompió España sus cadenas». Corruco se apropió del fandango de una manera extremadamente personal, lo que le convirtió en una de las principales figuras del cante y le llevó a actuar en Barcelona, Madrid y Talavera de la Reina en la época de la Ópera Flamenca. El 11 de abril de 1938, cuando combatía contra el avance de las tropas de Franco a través del Ebro, una bala acabó con su vida. Tenía 28 años y lo enterraron a pocos kilómetros de allí, en el cementerio de Balaguer (Lleida).

En los cincuenta, el género empezó a gozar del prestigio que hoy tiene

Otro ferviente republicano fue El Chato de las Ventas, cantaor madrileño, tornero y simpatizante del Partido Comunista. Sus malagueñas y colombianas trataban cuestiones políticas de la época. El Chato, que cantaba los sábados en el puente de Ventas, murió en la contienda civil. «Sobre su muerte durante la guerra hay dos versiones. En una de ellas se dice que murió de un ataque al corazón cuando iba a ser fusilado. En otra, la que siempre circuló por el barrio de Ventas, se asegura que, efectivamente, fue fusilado por los fascistas tras haber caído prisionero en el frente de Extremadura», relata Grimaldos en su libro.

El cante de la guerra

Juanito Valderrama también tuvo que compaginar el arte del cante y el de la guerra. Comenzó en su tierra, Jaén, «cavando trincheras en un batallón de fortificaciones; después, en el frente de Alcaduete, y por fin, en una compañía artística que daba actuaciones para los combatientes republicanos», cuenta Grimaldos.

Farruco: «Yo no sé ni leer ni escribir, pero he dado la vuelta al mundo»

En la posguerra los cantaores se dedicaron a sobrevivir. Los más significados políticamente lo tuvieron especialmente difícil, como Ramón Perelló, «que era lo que entonces se decía un rojo», cuenta Juanito Valderrama en sus memorias. Perelló, autor de una de las canciones más oídas durante la guerra, Mi jaca, luchó contra Franco e ingresó como preso político en el penal de El Puerto de Santa María al terminar la guerra. Consiguió la libertad condicional y se trasladó a Madrid, donde nadie quería contratarle ni trabajar con él. «Con tanta influencia de la Falange en las cosas del espectáculo, con la censura tan férrea, no se atrevía nadie a estrenarle a Ramón Perelló por temor a [las] represalias», escribe Valderrama.

Uno de los temas más recurridos de los cantaores republicanos era su desprecio por el dinero y el enriquecimiento desmedido. El Carbonerillo, un cantaor de altura que también murió durante la contienda, grabó: «Maldito sea el dinero / y el hombre que lo inventó, / que aunque sea usté un caballero / y le sobre razón, / lo que impera es el dinero».

Las letras flamencas reflejaban el espíritu obrero y conectaban directamente con las de los esclavos negros de EEUU, que basaban sus cantos en la dureza del trabajo. Los cantaores se buscaban la vida actuando en ventas y trabajando en el campo. Se levantaban a las cinco de la mañana para estar en los campos antes de las ocho, normalmente los siete días a la semana,comiendo garbanzos a palo seco y con misa obligatoria. Por eso luego Manuel de Paula, gitano de Lebrija, cantaba cosas como «Mare, llévame al colegio, / a educarme la memoria, / mira que no quiero soñar / con el burro de la noria. / Campesino del arao, / buena semilla será / la sangre que has derramao».

Jueces y guardias civiles

Según Grimaldos, «en las letras flamencas hay un poso de rebeldía, fruto de la persecución y la marginación. La Guardia Civil y la Justicia aparecen siempre amenazantes». El cante social que afloró en los años de la República tuvo uno de sus máximos exponentes en José Cepero, cuyo flamenco de calidad caló rápidamente entre los aficionados. El cantaor escribía sus letras: «A la mujer del minero / se le puede llamar viuda, / que se pasa el día entero / cavando su sepultura. / ¡Qué amargo gana el dinero!». Cepero, como Ramón Perelló, acabó pasando hambre después de la guerra.

Otros se exiliaron, como Miguel de Molina, que terminó en Argentina después de que un grupo de jóvenes de la Falange le diera una paliza tras una actuación en el teatro Cómico. Casi todos los cantaores que se mostraron abiertamente republicanos (Guerrita, Paco El Americano, Vallejo, Cepero, El Chato, Corruco) eran payos. «Más adelante, en la lucha contra el franquismo, ya habrá flamencos gitanos de renombre que se comprometerán claramente con su cante», señala Alfredo Grimaldos.

Como Antonio Mairena, el gran impulsor del flamenco a partir de los cuarenta. Republicano, gitano y cantaor, se tuvo que buscar la vida en fiestas de señoritos que presumían de camisas azules. Una noche, uno de ellos sacó un pistolón, lo puso encima de la mesa y le ordenó cantar el Cara al sol. «Yo estaba blanco, descompuesto, y lo canté», le contó Mairena a Grimaldos en uno de sus encuentros-entrevista. El sevillano luchó toda su vida por la dignificación del flamenco.

Tres héroes del flamenco del siglo XX

TÍO BORRICO. EL JORNALERO

«Si Tío Borrico levantara la cabeza y viera lo que cobra hoy un artista, se daría chocazos», decía en 2006 Luis El zambo en una entrevista con Flamenco-world’. Tío Borrico, uno de los cantaores jerezanos más carismáticos de posguerra, alternaba el cante con el trabajo en el campo. «Yo lo mismo estaba una temporá de artista que iba después al campo con mi pare cuando le salía una manijería. [] Y me recuerdo que estaban en el cortijo La Sierra, cogiendo semillas, mira qué gente: Rafael El carabinero, La Piriñaca y yo», le contaba el cantaor a José Luis Ortiz Nuevo, que en 1984 publicó una biografía suya.

ANTONIO EL ARENERO. EL INDEPENDIENTE

El Arenero, carpintero en Sevilla, fue uno de los grandes conocedores de las soleares de Triana. Siempre fue reacio a cantar en ventas y prefería vivir de su empleo. Se reservaba el cante para sus amigos. «Hace años, el alcalde y el gobernador, que estaban en la piscina, querían oírme y mandaron a un tonto para que me avisara. [] Yo le contesté: Pues mira, vete y di al alcalde y al gobernador que si quieren escuchar cante, que se compren un grillo’. Lo que a mí me hace falta para cantar bien es estar a gusto, en mi ambiente», le dijo el Arenero al autor de Historia social del flamenco’.

JUAN TALEGA. EL AFICIONADO

Nunca fue profesional ni lo quiso , lo que no impidió que se le considere uno de los grandes cantaores del siglo XX. «Yo sabía de él sólo por los discos. Es el que más me ha gustado; compraba todo lo que él había grabado cuando yo no tenía todavía ni tocadiscos», dice en el libro Rancapino. La última vez que Talega cantó fue para el programa Rito y geografía del cante’, una serie deTVE que incluyó cien capítulos de media hora.

Público.es


Franco se resiste en la universidad…

septiembre 18, 2010

Escudo franquista que todavía corona una de las entradas del Rectorado de la Universidad de Sevilla.- PÉREZ CABO

Las facultades de Sevilla mantienen placas y escudos de la dictadura.

Los albañiles han montado el andamio esta semana en la puerta de la Escuela Universitaria Politécnica de Sevilla. Su simbólico trabajo consiste en hacer entrar a esta escuela en el futuro a través de las letras. Han cambiado su nombre, que a partir de ahora será Escuela Politécnica Superior, según la nueva nomenclatura impuesta por el proceso de Bolonia.

Pero en la misma fachada todavía resiste otro símbolo del pasado más oscuro: una placa conmemorativa de la inauguración del edificio en 1948 por «el caudillo de España y generalísimo de los Ejércitos D. Francisco Franco». Los albañiles no van a tocar la placa, que seguirá ahí de momento pese a las protestas de algunos profesores, que llevan años reclamando a la Universidad de Sevilla que la retire.

El dictador continúa todavía en las fachadas de algunos edificios de esta universidad. El símbolo más llamativo es el escudo franquista que se conserva en una de las puertas del Rectorado. Pero también hay repartidos por varios edificios una decena de placas y azulejos.

La Politécnica cambia de nombre pero deja un símbolo franquista

El dictador continúa todavía en las fachadas de algunos edificios de esta universidad. El símbolo más llamativo es el escudo franquista que se conserva en una de las puertas del Rectorado. Pero también hay repartidos por varios edificios una decena de placas y azulejos.

La institución hispalense se incorporó algo tarde a los esfuerzos por recuperar la memoria histórica si se compara con otras grandes como la Complutense o la de Granada. Pero lo hizo cargada de buenas intenciones. En mayo de 2009 su Consejo de Gobierno aprobó una serie de actuaciones para restablecer la dignidad de los represaliados y condenar la dictadura. En este acuerdo se instaba a que, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica de 2007, «se proceda a catalogar y suprimir (…) todos aquellos símbolos, escudos o lápidas que actualmente albergan los edificios de la Universidad de Sevilla y que contengan menciones conmemorativas o de homenaje y exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar de 1936, de la Guerra Civil y de la dictadura franquista o de sus protagonistas».

Un año y medio después, este requerimiento no se ha cumplido. Van a desaparecer los símbolos, sostiene Antonio Ramírez de Arellano, vicerrector de Infraestructuras. Pero no será, al menos, hasta el año que viene.

La universidad ha encargado un informe de catalogación de los símbolos, que incluirá la forma de retirarlos. El informe técnico parece lógico en el caso del escudo del Rectorado, que está integrado en el frontón de piedra de una de las entradas de la antigua Real Fábrica de Tabacos. El edificio está protegido y la Universidad estudia ahora cómo eliminar el pavés. Además, según Ramírez de Arellano, será necesaria la aprobación de la Consejería de Cultura.

Pero en casos como el de la Escuela Universitaria Politécnica resulta más complicado entender por qué no se ha retirado todavía la placa. El edificio no está protegido y la lápida no tiene interés artístico. «Nos hemos reunido con los profesores y les hemos dicho que no duden, que estamos esperando al catálogo general», indica el vicerrector: «Tenemos que actuar con rigor».

Ramírez de Arellano espera que el informe técnico esté listo antes de que acabe el año y que los símbolos empiecen a desaparecer en 2011. Y recuerda que el claustro ya condenó en 2009 la represión contra los docentes y alumnos durante la dictadura.

El País.com


El Supremo pide que el Ejecutivo lo defienda…

septiembre 18, 2010

Niega la politización de la Sala de lo Penal que juzgará a Garzón…

Detalle de la manifestación que se celebró en mayo en Barcelona en apoyo del juez Baltasar Garzón.Guillem Valle

El presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo (TS), Juan Saavedra, reclamó ayer al resto de poderes del Estado, y especialmente al Gobierno, que defiendan a esta institución de los ataques y acusaciones de politización que ha recibido en los últimos meses por sus actuaciones.

Durante su entrevista ante la Comisión de Calificación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) para ser reelegido en el cargo, Saavedra señaló que «la crítica al Tribunal Supremo como institución debe hacerse con extraordinaria cautela (…), porque quien la hace puede poner en riesgo la democracia», informa EP.

«Los demás poderes del Estado sí tienen la obligación de defender al Tribunal Supremo. Ese es el juego. Nosotros no podemos salir en defensa de nosotros mismos», señaló Saavedra en clara alusión, sin citarlas, a las críticas vertidas desde distintos ámbitos contra la Sala de lo Penal por los procedimientos que instruye contra el juez Baltasar Garzón.

Saavedra respondió así a la vocal del CGPJ Margarita Robles, quien preguntó si existe una campaña contra el Supremo, y qué puede hacer como presidente de la sala para evitar su imagen de politización.

El magistrado señaló que la política «está excesivamente judicializada», como lo atestiguan las continuas querellas contra políticos y mandatarios públicos que se reciben todos los días. «La mayoría no prospera», subrayó.

Profesionalidad sin ideología

En cualquier caso, Saavedra ve «muy difícil» que la ideología tenga influencia sobre las decisiones que toma cada día el tribunal, «porque la profesionalidad de todos los magistrados lo impide».

«La Sala Segunda no ha respondido nunca a esta acusación ni va a responder», aseveró Saavedra para añadir que los magistrados de lo Penal del Supremo no pueden ni deben «salir a la palestra pública».

Antes de la comparecencia de Saavedra, al que se considera conservador, fue entrevistado el otro candidato, su compañero de sala Joaquín Giménez, de corte progresista. El vocal José Manuel Gómez Benítez, que fue abogado de Garzón, le preguntó si existe algún obstáculo para que los integrantes de la Sala que resuelven los recursos que se interponen contra las decisiones de los magistrados instructores sean distintos de los que juzgan finalmente un caso.

Tampoco se mencionó a Garzón, pero en el procedimiento relativo a los crímenes del franquismo todo parece apuntar que la composición de la Sala coincidirá.

Giménez señaló que no hay dificultad orgánica que imposibilite que el tribunal esté compuesta por jueces diferentes, si bien esto «simplemente no se ha hecho».

Como programa de gobierno, Giménez propone que se reflexione sobre este asunto y también sobre la posibilidad de aumentar de cinco a siete el número de magistrados por sala, «sobre todo en las sentencias de cierta complejidad», con el fin de evitar contradicciones en la doctrina.

Saavedra, en cambio, cree que con cinco magistrados el control de las contradicciones «es más sencillo». Considera difícil que ese distinto criterio haya podido eludir el filtro de no ir a la sala general.

Tres procedimientos

El juez Baltasar Garzón ha acudido tres veces al Tribunal Supremo a declarar como imputado, una en cada una de las tres causas que tiene abiertas en el alto tribunal.

En la única ocasión en que varias decenas de personas se concentraron a las puertas del Supremo, para mostrar su apoyo al juez, fue cuando declaró acusado de prevaricación por haber abierto la primera causa penal por los crímenes franquistas.

Esta es la causa que más críticas ha suscitado contra el Supremo. Decenas de miles de personas se manifestaron en las principales ciudades para reclamar la investigación de los crímenes franquistas.

Los manifestantes no entendían que se vaya a juzgar al juez que intentó investigar los crímenes franquistas y que los que lo acusen sean el sindicato ultraderechista Manos Limpias y Falange Española de las JONS.

Público.es


Los caminos de la ética conducen a la libertad…

septiembre 18, 2010

Voces críticas’ recupera desde el próximo sábado 29 la palabra de autores que mantuvieron la dignidad ante el franquismo.

PÚBLICO MADRID 18/09/2010

Todo lo que el franquismo trató de destruir ha crecido en libertad. Todo lo que el fascismo creyó haber derrotado ha sobrevivido gracias a la ética. Todos los derechos con los que acabó la dictadura fueron amparados en las memorias y narraciones de los cientos de escritores que tuvieron que empuñar sus herramientas para no olvidar los antecedentes, el pasado, la tierra. El trabajo literario de autores como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Antonio Machado, Juan Goytisolo, Miguel Hernández, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez, Max Aub, Vicente Aleixandre, María Zambrano, Luis Cernuda, León Felipe o Francisco Ayala.

Algunos de ellos buscaron un orden, escribir, a pesar de su distorsión, para volver a la vida. Todos se encararon con valentía y huyeron del sentimentalismo porque no fueron observadores banales ni extranjeros de visita en el conflicto español. Tuvieron el coraje de considerar la violencia, la corrupción, la barbarie como la carne del opresor. Tuvieron la humanidad de tratar con respeto y dignidad a los oprimidos, porque confiaban en la justicia histórica.

Aquello no acabaría ahí, como en la novela Juego limpio de María Teresa León, el personaje Camilo afronta la derrota con un transparente «volveremos». Una declaración de esperanza que movió a todos los que sufrieron «las turbias victorias de los hombres». Es el propio personaje el que resume la tragedia bélica: «Somos el preludio de algo espantoso, porque la guerra ya no tiene nada de caballeresco ni es cortesía, ni siquiera juego limpio y bárbaro, la guerra es únicamente la pelea de dos perros rabiosos».

El próximo sábado Público recupera las voces críticas del periodo más oscuro y sangriento de este país, perseguidas por someter al poder militar a sus escritos grabados a fuego y tinta. Pasajes imborrables contra la desaparición: «Cómo admiran las gentes al genio una vez muerto», escribió por carta el siempre atrevido e incorrecto Luis Cernuda. La ironía de la frase aclara que no estuvo dispuesto a que achacaran al exilio al que lo condenaron su compromiso durante la Guerra Civil.

En Las nubes muestra su escritura tenaz incluso en circunstancias tan apremiantes y con asuntos entre manos, que entonces debieron de parecer urgentes. Episodios que un pesimista como Max Aub tampoco estuvo dispuesto a olvidar. Posiblemente, ninguno de los dos escritores creyó en que bien está lo que bien acaba. El pesimista incorregible que fue Aub jamás aceptaría que la deuda colectiva con los escritores en el exilio quedase abonada, pero estaría conforme al saber que los locuaces jóvenes españoles acomodados de 1969 con los que arremetió toda su ira en La gallina ciega, hoy son reemplazados por otros convencidos en la lectura crítica de los capítulos del pasado más represor.

Público.es


El Supremo, ¿imparcial?

septiembre 18, 2010

El 14 de mayo, el juez Garzón fue expulsado provisionalmente de la función judicial por haber pretendido investigar una parte de los crímenes del franquismo, la relativa a los detenidos y desaparecidos (más de 100.000 personas). Las víctimas, los familiares que denunciaron los hechos, quedaron decepcionados y abandonados ante la ausencia de tutela judicial. Parece que el objetivo político y judicial estaba alcanzado. Desde aquel momento, todos los procesos contra el juez entraron en una fase de notable dilación, cuando debía haber ocurrido lo contrario: que los instructores y magistrados del Tribunal Supremo (TS) activaran e impulsaran su tramitación, pues el juez perseguido está ya cumpliendo anticipadamente la pena que pudiera imponérsele si llegara a ser condenado por sentencia firme. Una muestra más de la falta de objetividad y equidad de esos jueces.

El pasado 7 de septiembre, el TS notificó una resolución –que se dice fechada el 26 de julio– que, sin fisuras, respaldó la decisión del instructor Varela del 7 de abril de continuar definitivamente el proceso contra el juez Garzón pese a la ausencia de toda responsabilidad penal. La resolución merece una crítica rotunda. El TS sabe que, antes de tomar esta decisión, estaba obligado a resolver otros recursos de apelación que el juez Garzón interpuso en abril y mayo. Planteaban, con el apoyo expreso del fiscal, la nulidad de las acusaciones de la ultraderecha a causa de las maniobras procesales irregulares de Varela con Manos Limpias para hacer viable un escrito de acusación que no debía haber sido aceptado. Maniobras que perjudicaban directamente el derecho a la presunción de inocencia y de defensa del juez Garzón, que además vulneran las garantías básicas de un ciudadano y el derecho a un proceso justo. Maniobras que determinaron la continuidad de un proceso que, en ese momento, debió concluir sin más.

La permisividad y la pasividad de la Sala Segunda lo ha impedido. Pero, además, la resolución del 26 de julio es un ejemplo de un preocupante formalismo en la interpretación de la ley procesal penal con el único propósito de limitar y perjudicar los derechos del imputado. La consecuencia directa es anular los efectos propios del recurso de apelación. La previsión legal de que un imputado pueda recurrir a una instancia judicial superior, en este caso el TS, a través del recurso de apelación cuando disiente de la decisión del juez inferior, es decir, del instructor Varela, es para que pueda producirse una revisión a fondo de la decisión recurrida. Pero el TS no lo hace, omitiendo la función que debía haber ejercido, que era analizar detenidamente las razones expuestas por el juez Garzón para contradecir las tesis de Varela. Concretamente, si este mantiene que las decisiones del recurrente eran “indefendibles” en la aplicación conjunta del sistema jurídico, es exigible legalmente que el TS hubiese analizado las razones del juez

Garzón y la afirmación fundada de que sus decisiones en el sumario 53/2008 no fueron nunca ni inusuales, ni extravagantes ni aún menos injustas y, por tanto, perfectamente defendibles, como lo ha acreditado la comunidad internacional. Lo que justifica plenamente un debate en el seno del proceso sobre la naturaleza jurídica de dichas decisiones, debate o “pericia jurídica” como lo llama el Supremo, que no puede ser “improcedente”. Precisamente porque la aplicación del derecho, cuando además está en juego el derecho internacional, necesita de unos amplios márgenes de interpretación. Lo contrario es, como está ocurriendo, la limitación y persecución del libre ejercicio de la independencia judicial.

Por otra parte, el TS pretende justificar la ausencia de respuesta al fondo de los gravísimos problemas que le fueron planteados apelando a que debe evitar “el prejuicio contaminante”, es decir, el haberse pronunciado antes de tiempo sobre el núcleo de los hechos que son objeto del proceso. Es, sencillamente, inaceptable. El TS, desde que el 26 de enero de 2009 admitió a trámite la querella de Manos Limpias, ha coincidido con los postulados y pretensiones de la ultraderecha durante un proceso que desde entonces no ha variado sustancialmente de contenido. Y siempre, con la oposición del fiscal. Nunca dudó en la aceptación de una acusación popular pese a que, como ha dicho la Unión Progresista de Fiscales, “la ejerce en fraude de los principios que deben guiar la intervención procesal de terceros no perjudicados”.

Con esta frialdad formal y el “encarnizamiento” a que aludía Le Monde, va a comenzar un juicio político por haber investigado judicialmente el franquismo como condición para la protección de sus víctimas. Víctimas a las que el TS ha tratado, en contraste con su complacencia con la extrema derecha, con desdén y menosprecio, negándoles reiteradamente la pretensión de ser partes en el proceso contra el juez Garzón. Llegando a decirles, ofensivamente, que “se abstengan de perturbar la jurisdicción del TS”. Estamos ante una profunda crisis, no sólo de la Justicia, sino de la democracia.

Carlos Jiménez Villarejo es ex fiscal jefe Anticorrupción.

Ilustración de Patrick Thomas

Público.es


«No se puede construir un país libre con muertos enterrados en tierra anónima»

septiembre 18, 2010

«La ley de Memoria Histórica debió hacerse en el primer Gobierno socialista»

FÉLIX POBLACIÓN Escritor, presentó ayer en Gijón el libro «El árbol del pan»

Gijón, Ángel CABRANES

Félix Población. lne

Félix Población Bernardo nació en Valencia hace sesenta años, pero se crió en Gijón desde que cumplió tres meses de vida. Periodista y escritor, abandonó a los 20 años la ciudad donde creció para culminar sus estudios y ejercer como cronista político, crítico de cine y teatro y editorialista en diversosmedios de comunicación. De padre avilesino y madre gijonesa, todavía le dio tiempo para conocer de primera mano los efectos de la Guerra Civil y la posguerra en la sociedad asturiana, una experiencia plasmada en el argumento de su tercera novela, titulada «El árbol del pan», que ayer presentó en Gijón. Población también trabaja en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

-Defina su libro «El árbol del pan».

-Es una novela basada en el Gijón de los años 50. Una parte de ella es memoria y otra ficción. Ambas se combinan para hacer una especie de crónica familiar de la vida cotidiana en aquellos tiempos de carencias, y también un homenaje a los mayores que vivieron la Guerra Civil, y la vivieron como vencidos.

-¿Hacia qué reflexiones quiere invitar al lector?

-Lo que me interesa es que toda persona que tenga memoria y facultades para expresarla, lo que le corresponde es alumbrarla. Sobre todo si procede de un ambiente que soportó tanto silencio durante años. Sin resquemores, inquina, ni sed de venganza; sólo dando a descubrir valores que deben primar, en estos tiempos de democracia, sobre todos aquellos otros que combatieron a esa España libre y democrática, que para mí fue la II República.

-¿Sigue vivo aquel concepto de las dos Españas?

-Sí, desgraciadamente. Se había obviado durante la transición, por contemporizar, y creo que el gran fallo fue no haber hecho una ley de memoria histórica cuando se debería. Es decir, cuando muchos de los que se hubieran beneficiado de ella vivían, tanto los que lucharon por la República como sus descendientes. Esto debió crearse en el primer período de gobierno socialista, después del golpe de Estado de Tejero, pero este golpe traumatizó la transición y la acomodó a unas normas de olvido. Ahora, con una ley de Memoria Histórica descafeinada y tardía, ha vuelto a aflorar aquel concepto. Pero sobre todo por aquella parte que debería estar más callada, que tiene que dejar paso a la memoria de los vencidos. No se puede hacer un país libre con muertos enterrados en tierra anónima. Eso ha reavivado un clima de las dos Españas que no es el que pretendían los que habían sido víctimas de un golpe de Estado, de una guerra y de una represión tras la guerra.

La Nueva de España