La memoria más cruenta…

octubre 16, 2013

Un libro rememora el bombardeo sufrido por Jaén en 1937 por tropas de la Legión Cóndor

Jaén 10 OCT 2013

 Fotografía del bombardeo de Jaén el 1 de abril de 1937 tomada desde uno de los aviones que participó en el ataque.
 
Los poetas Miguel Hernández y Rafael Porlán fueron testigos excepcionales de uno de los episodios más cruentos de la Guerra Civil española. Ambos se encontraban en Jaén cuando, el 1 de de abril de 1937, tropas aéreas de la Legión Cóndor infligieron un severo y cruel bombardeo sobre la ciudad. Un ataque que quedó plasmado luego, con gran realismo y emotividad, en los versos de Miguel Hernández, entonces enrolado en el Altavoz del Frente, un órgano encargado de la propaganda de la zona republicana, y también en la obra del poeta cordobés Rafael Porlán.

El bombardeo de Jaén es el título del libro del que es autor Juan Cuevas Mata, licenciado en Historia Contemporánea y Bibliotecario del Ayuntamiento de Jaén. Cuevas ha recurrido a fuentes archivísticas, hemerográficas, bibliográficas y a testimonios de algunos jiennenses que vivieron aquel drama, saldado con 285 víctimas mortales, 157 durante el ataque aéreo y otros 128 presos fusilados posteriormente.

“Todavía quedaban aspectos oscuros de este bombardeo, sobre todo los relacionados con la operación militar, que ahora se esclarecen con la aportación de documentos procedentes de archivos militares, cerrando así un capítulo de la historia de la Guerra Civil en Jaén”, señala el historiador jiennense, que dedica esta obra a todas las personas, en especial a los más jóvenes, que “tienen derecho a conocer la verdad de lo ocurrido en aquel momento histórico”.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/10/10/andalucia/1381421243_769497.html

El ataque aéreo del 1 de abril de 1937 se produjo en represalia por el bombardeo llevado a cabo horas antes sobre Córdoba por la aviación gubernamental republicana. “La conmoción causada en la ciudad se tradujo en una frenética actividad cuyo objetivo era dotar a sus vecinos con los refugios antiaéreos suficientes para guarecerse en caso de un nuevo ataque”, subraya Juan Cuevas.

“Con esta obra se da un paso importante, para Jaén y para el conjunto de Andalucía, en la reconstrucción de una visión fidedigna de lo que supuso la agresión armada contra el legítimo orden republicano para el pueblo andaluz que lo sustentaba. Esta es la mejor forma de reparar al menos parcialmente el dolor causado a las víctimas y, al mismo tiempo, de fortalecer nuestra convivencia sustentada en valores democráticos que deben ser profundos para que sean ciertos”, indicó Luis Naranjo, director general de la Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, durante la presentación de este libro, este jueves en Jaén.


El Mazucu, una batalla «peña por peña»

septiembre 16, 2012

La desigual y sangrienta lucha en el frente oriental decidió el curso de la Guerra en Asturias. Durante el mes de septiembre de 1937, las milicias republicanas fueron diezmadas en su intento por frenar el avance de un ejército que les triplicaba en número y contaba con el apoyo de la aviación alemana

M. Gutiérrez

   Milicianos republicanos camino del frente. /    Constantino  González –  Archivo Municipal de Gijón

Los cráteres de las bombas con los que la aviación alemana sembró la sierra del Cuera, camuflados ahora por la naturaleza como accidentes del terreno, continúan en las cimas de Llanes y Cabrales. Han quedado, junto a algunos restos de trincheras y casamatas, como cicatrices de la línea defensiva con la que la República trató de impedir la toma de Asturias por el ejército de Franco. Hace 75 años, miles de españoles se enfrentaron en esos riscos en la llamada batalla del Mazucu, en realidad parte del frente oriental de una lucha sin cuartel en el Principado que comenzó en los primeros días de septiembre y que terminaría casi dos meses después con la entrada de las tropas nacionales en Gijón.

En el Oriente de Asturias, los sublevados concentraron 33.000 hombres de las Brigadas Navarras, que unos días antes habían tomado Santander en un “paseo militar”. Aplastaron la línea defensiva del Deva, tomaron Llanes y en los terrenos de lo que ahora es un campo de golf se apresuraron a improvisar un aeródromo para los aviones alemanes de la Legión Cóndor. Los mandos republicanos del Ejército del Norte, temerosos de un desastre, no dudaron en fusilar a varios jefes acusados de cobardía y replegaron sus tropas hacia la sierra. Con menos efectivos, escasa artillería y apenas apoyo aéreo, la orden a los oficiales republicanos fue tomar posiciones, combatir “peña por peña” y convertir las montañas en un infierno para las tropas bajo el mando del general José Solchaga.

   Cocinas de la Brigada Vasca en las proximidades del
Mazucu. / Constantino González-Archivo Municipal
de Gijón

Así comenzó una batalla en la que pronto el alto mando franquista se dio cuenta de que para vencer en Asturias tendría que aplastar una resistencia feroz. Cada mañana, sus cañones machacaban las posiciones republicanas. Sus soldados arrastraban las piezas de artillería por barrancas impracticables para los mulos. La aviación alemana atacaba sin más descanso que el que imponían las condiciones meteorológicas las posiciones republicanas. La Legión Cóndor recurrió al “bombardeo en alfombra”, concentrando los ataques de sus escuadrillas en puntos determinados para tratar de arrasar los focos de resistencia. Como los aviones desplegados en Llanes todavía no podían emplear las nuevas bombas incendiarias, los mecánicos del ejército nazi idearon lo que su jefe de unidad, Adolf Galland, denominó “una bomba Napalm rudimentaria”. Montaron sobre recipientes llenos de gasolina una bomba incendiaria y otra de fragmentación. Contra los riscos, su eficacia era limitada, pero lo que  también definieron los alemanes como “los primeros lanzallamas desde el aire” llevaron a las filas republicanas una aterradora lluvia de fuego.

   Una pieza alemana del 88 cañoneando el Mazucu.

Día tras día, el ejército de Franco martilleaba sin descanso con esta combinación de fuego artillero y aéreo. Luego, lanzaba a sus tropas al asalto. Pero desde las castigadas líneas de defensa, las ametralladoras volvían a tabletear y las descargas de fusilería convertían cada ataque en una carnicería en la que ambos bandos sacrificaban a sus mejores unidades. Unos y otros recurrieron a empujar a sus soldados a punta de pistola al combate. El Gobierno republicano llegó a asegurar que sus tropas habían causado un millar de bajas al enemigo en una sola jornada. A diario, los camiones del Ejército de Franco entraban en Llanes cargados de cadáveres.

El Consejo Soberano de Asturias y León, que había asumido el Gobierno de una Asturias aislada de la capital, envió al frente a sus mejores comandantes. Manolín Álvarez, el comunista  Fernández Ladreda y el anarquista Higinio Carrocera serán algunos de los hombres que la República homenajeará como héroes. Resistirán lo indecible sin que el armamento que reclaman con angustia acabe por llegar. Sin artillería, tuvieron que acompañar el fuego de sus fusiles con bidones cargados de dinamita, a los que pusieron una mecha e hicieron rodar por la montaña. Después recurrirían a bombas de mano y, rebasadas ya sus posiciones, se defendieron en sus parapetos a la bayoneta.  Emplearon incluso tácticas casi suicidas. Sabedores de que los nacionales marcaban sus posiciones avanzadas con paneles y banderas para evitar bombardeos sobre sus propias filas, cuando los aviones atacaban ordenaban el avance hacia el enemigo para evitar las bombas.

   Aviones alemanes en el aeródromo de Cue, en
Llanes. / Archivo de Artemio Mortera

Las órdenes republicanas son tajantes: “Al militar que abandone el puesto no hay que darle tiempo a explicar por qué lo abandonó. Se le fusila antes, sin que explique nada. No se puede perder el tiempo en excusas de cobardes”.

Pero todo resultó inútil. Las brigadas republicanas fueron masacradas. El 14 de septiembre, las Brigadas Navarras lanzaron todos sus efectivos al combate. Al día siguiente, el parte nacional afirmaba escuetamente: “Se ha ocupado el pueblo del Mazucu, alturas al Norte de dicho pueblo, alturas al Oeste de Peña Villa, así como Peña Labra”. Hasta el día 22, unos heroicos infantes de Marina mantuvieron su bandera en lo alto de Peña Blanca. “Ha sido una pesadilla”, reconocían sus enemigos tras conquistar a sangre y fuego el último bastión de resistencia.

http://canales.elcomercio.es/guerra-civil/index.html

Gernika pide que se reconozca que Franco ordenó el bombardeo

abril 29, 2012

Exige al Ejecutivo de Rajoy que admita que fue el dictador quien mandó a la Legión Cóndor el ataque en el 75 aniversario, que se celebra mañana jueves.

EFE Gernika (Bizkaia) 25/04/2012

Imagen del bombardeo de Gernika.

Imagen del bombardeo de Gernika.

El alcalde de Gernika, José María Gorroño, de Bildu, ha emplazado al Gobierno a reconocer que «la orden» del bombardeo de esta villa vizcaína por parte de la Legión Cóndor el 26 de abril de 1937, del que mañana se cumple el 75 aniversario, fue dada por Franco.

El primer edil ha vuelto a reclamar también que el Guernica que Pablo Picasso pintó sobre el bombardeo sea trasladado a esta localidad desde el Museo Reina Sofía de Madrid, donde se expone en la actualidad.

El alcalde pide que el cuadro de Picasso vuelva a Gernika

Gorroño ha lamentado que el Gobierno de España haya sido «incapaz» de admitir «la verdad» sobre el bombardeo, pese a que el de Alemania remitió en 1997 -en el 50 aniversario del ataque- al Ayuntamiento de Gernika una carta para expresar su condolencia por este ataque, del que reconoció que había sido perpetrado por la Legión Cóndor.

«Yo espero que el Gobierno central se digne a decir: ‘sí, señores, Gernika fue bombardeada a las órdenes de Franco», ha emplazado.

El alcalde ha explicado que este ataque aéreo fue perpetrado sobre Gernika porque la villa «es un símbolo de libertades y representa a una de las democracias más antiguas de Europa» al ser la sede de las Juntas Generales de Bizkaia.

«Espero que digan: ‘sí, señores, fue a las órdenes de Franco», dice el primer edil

También ha criticado las «muchas mentiras» que sobre el bombardeo fueron vertidas durante la dictadura, una época en la que el régimen franquista manipuló los medios de comunicación para hacer creer a la opinión pública que «los propios vascos habían bombardeado» esta villa.

En este sentido, ha lamentado que, además de no reconocer «la verdad» sobre el bombardeo, el Gobierno central haya venido siempre «poniendo excusas» a la posibilidad de trasladar al País Vasco el cuadro de Picasso, aduciendo los daños que el desplazamiento podrían causar en el lienzo.

«El cuadro en su día ya fue trasladado a una distancia mucho mayor, para llevarlo desde el MOMA de Nueva York hasta Madrid. Todo son excusas. Nosotros pedimos el cuadro como reconocimiento a nuestros padres y abuelos que sufrieron el bombardeo», ha reclamado.

Por otra parte, el alcalde de Gernika ha destacado que a los actos del 75 aniversario del bombardeo están invitados «todos los partidos políticos y todos los ciudadanos» porque, según ha dicho, frente la tragedia que supuso este ataque hay que anteponer «el respeto por la diferencia y la convivencia».

http://www.publico.es/espana/430795/gernika-pide-que-se-reconozca-que-franco-ordeno-el-bombardeo

 

 


«La violencia franquista no fue defensiva ni buscaba el bien común»

julio 31, 2011

 Asociaciones de memoria recuerdan a las víctimas en el 75 aniversario el inicio del golpe contra la República

PATRICIA CAMPELO Madrid 18/07/2011

BOE del 23 de septiembre de 1939 con la norma que declaró lícita la violencia contra la República.

BOE del 23 de septiembre de 1939 con la norma que declaró lícita la violencia contra la República.

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Cuando se cumplen 75 años del golpe de estado militar que condujo a la Guerra Civil y al largo periodo del franquismo, las asociaciones que trabajan por recuperar la memoria de las víctimas lamentan la ausencia de políticas públicas que reparen las «violaciones de derechos humanos» cometidas en aquellos años.

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) critica que el Estado carezca de «voluntad política» desde la Transición para reparar los derechos de las personas que padecieron todo tipo de represalias durante la dictadura militar de Francisco Franco.

El colectivo que preside Emilio Silva, nieto de un fusilado en octubre de 1936, evidencia que «mientras se persigue el enaltecimiento de algunas violencias», se «consiente» la existencia de la Fundación Francisco Franco o el Arco de la Victoria en Madrid, que conmemora la victoria de los sublevados. Para la ARMH esto responde a una forma de culpabilizar a las víctimas y de darles un «trato degradante por parte de algunos partidos».

«Ningún presidente del Gobierno español ha hecho un acto público, dentro del territorio del Estado, con quienes padecieron la peor violencia que se ha conocido en nuestra historia», recuerda la asociación que lleva más de diez años localizando fosas comunes y dando sepultura digna a las víctimas.

La ARMH lamenta el «trato degradante por parte de algunos partidos»

«Es incomprensible que todavía el Estado democrático no se haya responsabilizado de reparar los terribles daños que generó la dictadura y no haya garantizado los derechos a quienes los han padecido», indican sobre la labor que el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero ha trasladado a las asociaciones de víctimas, a quienes otorga una subvención para que localicen y recuperen por sí mismas los restos de sus familiares.

Hacia la responsabilidad del Gobierno también apunta Arturo Peinado, de la Federación de Foros por la Memoria, quien, en una fecha como la de hoy, reivindica los dos elementos «que la ley de memoria histórica no resuelve». El primero de ellos tiene que ver con la localización y exhumación de los cuerpos que continúan en enterramientos ilegales. «España es el segundo país del mundo, tras la Camboya de Pol Pot, en número de desaparecidos en fosas», señala Peinado sobre la función que, a juicio de su asociación, «debería hacer el Estado».

El segundo elemento tiene que ver con la anulación de las sentencias, «tal y como se ha hecho en países como Alemania, donde no ha pasado nada por ello».

La transición a la democracia tras la muerte de Franco fue un momento que, para la ARMH, supuso la consolidación de los privilegios sociales y patrimoniales de los dirigentes del régimen, así como el asentamiento de un modo «maquillado» de concebir lo que fue la dictadura.

«Las familias de los 113.000 desaparecidos que aún yacen en fosas comunes tienen que soportar públicamente cómo hay quien justifica el franquismo, el golpe de Estado de 1936 y la necesidad de que alguien ‘pusiera orden’ asesinando a decenas de miles de civiles», señalan.

«España es el segundo país del mundo, tras la Camboya de Pol Pot, en número de fosas»

Violencia franquista y republicana

Respecto a la «equidistancia» en el grado de violencia utilizado durante la Guerra Civil, el colectivo que comenzó su andadura con la exhumación de la primera fosa común con técnicas forenses , defiende que la violencia franquista «no fue defensiva» ni buscaba «el orden ni el bien común», ya que fue fue «infinitamente superior» en la contienda. Este extremo es algo que, según explica la ARMH, lo ilustró el dictador al término de la guerra con la publicación de una ley el 23 de septiembre de 1939.

Dicha norma determinó la impunidad de los delitos que se hubieran producido contra la Segunda República desde su proclamación, el 14 de abril de 1931. Se trató de una amnistía para delitos «contra la constitución, contra el orden público, infracción de las Leyes de tenencia de armas y explosivos, homicidios, lesiones, daños, amenazas y coacciones».

«La represión en zona franquista fue planificada, prevista y organizada desde un primer momento»

Arturo Peinado defiende, en la misma línea que la ARMH, la «diferencia fundamental» que existe en la violencia que se dio a ambos lados del frente de batalla. «La represión en zona republicana fue desorganizada y espontánea y se prolongó durante los primeros meses de la contienda». Peinado explica que cuando el Gobierno republicano tomó el control, esa violencia dejó de darse y los tribunales juzgaron estos episodios como «asesinatos comunes».

«La represión en zona franquista, en cambio, fue planificada, prevista y organizada desde un primer momento». «Por eso se habla de crímenes contra la humanidad», añade.

Falta de condena

La ARMH lamenta que el pleno de Congreso de los Diputados no haya condenado hoy «el uso de la fuerza y de la violencia con la que los franquistas impusieron un cambio de identidad colectiva».

 «Se trata de otro síntoma más de que las víctimas siguen marginadas por el Estado y, hasta que no haya reparación, tendrán que seguir construyendo autoverdad, autojusticia y autorreparación».

Esta falta de condena explícita hacia el franquismo la explica Peinado en una «vinculación de la derecha española con el franquismo». «La derecha en España no es a

Antifascista como sí lo es la alemana o la francesa», de ahí que gobiernos conservadores de esos países «hayan aprobado ayudas para las víctimas del exterminio nazi», señala la asociación de Foros por la Memoria.

Público.es (Memoria Pública):

http://www.publico.es/especiales/memoriapublica/387638/asociaciones/memoria/recuerdan/victimas/julio


Amelia Valcárcel cree que para conseguir una memoria histórica «unificada» en España «hay que perdonar mucho»…

julio 31, 2011

SANTANDER, 27 (EUROPA PRESS)

Amelia Valcárcel cree que para conseguir una memoria histórica "unificada" en España …

La catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y miembro del Consejo de Estado Amelia Valcárcel, ha afirmado este miércoles en Santander que en España «no existe» una memoria histórica «unificada y compartida» y que, para alcanzarla, «hay que perdonar mucho».

En este sentido, Valcárcel explicó que una Guerra Civil como la que vivió España hace 75 años es «muy dura» y, por ello, «nunca va a desaparecer» de la memoria de los españoles aunque se debería «limar» ese recuerdo. En su opinión, el principal inconveniente es que esa memoria depende de las vivencias y experiencias familiares de cada individuo.

«¿Cuánto dura la memoria de una guerra?», se preguntó la catedrática en una rueda de prensa en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) con motivo del Curso Magistral ‘El perdón’ que dirige desde el 25 hasta el 29 de julio, y que está patrocinado por Santander Universidades.

«Lo que no podemos es pedir a alguien que aguante que su abuelo o su tía estén enterrados en un camino», apuntó la también miembro del patronato de la UIMP, quien agregó que «todos los muertos deberían tener el mismo honor» y, de lo contrario, «no se habrá hecho verdaderamente el perdón».

La vicepresidenta del Real Patronato del Museo del Prado señaló que la sociedad del perdón empezó «muy tarde» y es «una enorme novedad en los últimos años», que comenzó a gestarse en el siglo III antes de Cristo. Hasta entonces el perdón no existía y los agravios se resolvían tan solo «con la justicia».

Valcárcel se refirió también a la «psicología del perdón» y se preguntó si realmente las personas son capaces de perdonar y olvidar y, en esta línea, comentó que «influye mucho» el temperamento, el carácter y la forma de ser de cada individuo y, por ello, «algunos seres humanos olvidan plenamente y otros.

Europapress vía Yahoo noticias


La fábrica que decantó la guerra…

julio 6, 2011
Fábrica de pólvora y explosivos

Imagen del barrio El Fargue, tal y como era durante los años posteriores a la guerra civil

“No se piensen ustedes que aquí se fabrican fideos. Aquí se fabrica pólvora y explosivos y, por tanto, los accidentes no son casuales”. La intervención del coronel Paradas Fustel, que conocía las condiciones de precariedad de la fábrica nacional de pólvora y explosivos de El Fargue, sobreexplotada durante la guerra civil, fue decisiva para frenar los fusilamientos de trabajadores.  Los accidentes provocados por el incremento de los ritmos de producción eran  la excusa perfecta de una militarizada Falange dedicada a organizar -en colaboración con confidentes y comisarios políticos- sacas de 40 empleados que cargaban en camiones con destino al barranco de Víznar. Bastaba con que algún chivato añadiera tu nombre a las listas negras que manejaban los sublevados.

“La fábrica jugará un papel decisivo en el curso de los acontecimientos posteriores”

El historiador Francisco González Arroyo, criado a escasos metros de la instalación militar, en el seno de una familia represaliada, trabaja en los últimos meses en su tesis doctoral centrada en la fábrica El Fargue, hoy la empresa de armamento Santa Bárbara. En los años de la contienda civil era la mayor instalación de explosivos y pólvora de España y una de las más grandes de Europa. Para el Ejército sublevado era fundamental apoderarse de ella pues se garantizaba el suministro bélico. “Es la única razón por la que se subleva la guarnición militar en Granada. La fábrica jugará un papel decisivo en el curso de los acontecimientos posteriores”, sostiene el investigador. Los republicanos se habían hecho con la fábrica de armas de Murcia y existía otra en Toledo, pero ninguna de las dos fue tan trascendente como la de El Fargue.

La fábrica cae en manos de los rebeldes el 20 de julio, sin apenas resistencia, y de la “limpieza” que allí hicieron todavía se habla en Granada. González Arroyo maneja datos fiables de, al menos, 170 represaliados que fueron fusilados y enterrados en fosas del barranco de Víznar. En el peor de los casos, si apareciera la documentación de víctimas que fueron baja en circunstancias desconocidas, la cifra podría alcanzar las 450 personas. “La represión fue feroz con los que no se adhirieron a la sublevación, los tibios, entre los que se encontraban militares o personas militarizadas que trabajaban en la fábrica, y aquellos que se significaron en reivindicaciones de carácter sindical”.“Los accidentes no obedecían a actos de sabotaje, que solía ser la excusa para hacer ‘limpieza’, sino a la vorágine de los ritmos de producción y a la inexperiencia de muchos obreros”

Algunas víctimas aparecen en el libro de Eduardo Molina Fajardo ‘Los últimos días de García Lorca’. De otros muchos ni siquiera hay constatada la defunción. Uno de los primeros represaliados, aunque su detención no se produce en el Fargue sino en el Gobierno Civil, es Antonio Rus Romero, maestro taller en la fábrica, significado sindicalista y secretario del Comité del Frente Popular, al que incoaron expediente judicial -junto al presidente de la Diputación, Virgilio Castilla- que desembocó en ejecución sumarísima.

La misma suerte corrió el dirigente sindicalista de El Fargue Miguel Álvarez Salamanca y decenas de compañeros, todos ellos durante el mandato interino del teniente coronel Manuel Barrios Alcón y el coronel Rafael Jaimez. “La llegada del coronel Paradas Fustel corta radicalmente las sacas de obreros, entre otras razones porque conocía las condiciones de precariedad y pudo demostrar que los accidentes no obedecían a actos de sabotaje, que solía ser la excusa para hacer ‘limpieza’, sino a la vorágine de los ritmos de producción y a la inexperiencia de muchos obreros que fueron contratados para dar salida a los explosivos”, explica.

De 510 trabajadores que contaba la fábrica en julio de 1936 se pasa a 1.676 en marzo de 1938, la cifra más elevada de empleados durante la contienda. Otro dato significativo: antes de la sublevación se fabricaban entre 200.000 y 300.000 kilos de pólvora, y 50.000 de explosivos.  Apenas dos meses después del levantamiento militar, en septiembre de 1936, las cifras se multiplicaron por cinco, según los datos de su investigación.

“De crío me llamaba la atención la ambigüedad en el lenguaje, las frases hechas como: ‘el pobre murió cuando la guerra”

Pero las represalias iban más allá de las ejecuciones. A la familia de González Arroyo le confiscaron la casa para convertirla en cuartel de la Falange. “A mi abuelo lo detuvieron y permaneció cuatro meses en la cárcel, le expropiaron sus propiedades y a sus hijos le dieron 24 horas para que la abandonaran la casa. Encontraron un alquiler en el Albaicín pero con el tiempo regresaron a El Fargue”.

Historiador Francisco González Arroyo

El historiador Francisco González Arroyo ojea su libro sobre la represión en Zafarraya.

En dicho barrio nació años después el investigador granadino, quien recuerda de niño la prudencia y el temor que envolvían las conversaciones de los mayores. “Me llamaba la atención la ambigüedad en el lenguaje, las frases hechas como: ‘esas son las cosas que pasaban cuando la guerra’ o ‘el pobre murió cuando la guerra’. No se escuchaba que lo mataron o lo asesinaron”.

Pero lo que le hizo profundizar en sus estudios de historia, especialmente en la represión franquista en Granada, fue el asesinato de un primo hermano de su madre, Miguel Fernández Adarve, encausado en el mismo consejo de guerra  que su primo Saturnino Arroyo Adarve, abuelo de Carlos Cano. Su tragedia le llevó a recorrer los archivos históricos en busca de un atisbo de luz sobre lo que sucedió no sólo en el Fargue, sino en toda Granada.

Precisamente, el mismo día que se constituyeron muchos ayuntamientos de la provincia, el pasado 11 de junio, presentaba -junto a Eusebio Rodríguez Padilla-, coautor de otra investigación, el libro ‘República, Guerra Civil y Represión Franquista en Zafarraya (1931-1945)’, donde se desmenuzan los expedientes que llevaron al paredón a un gran número de vecinos del poniente granadino.

En noviembre de 2006 se rindió un homenaje a los trabajadores del Fargue fusilados en Víznar. El reconocimiento consistió en la colocación de una placa junto a la fosa común donde se cree que están buena parte de las víctimas. González Arroyo, entonces presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada, recuerda que había un proyecto para incluir los nombres de todos ellos.  Qué mejor oportunidad que los setenta y cinco años transcurridos del dramático episodio de la guerra civil.

Enlace:

http://granadaimedia.com/la-fabrica-que-decanto-la-guerra/


«No hubo ningún tipo de castigo para los colaboradores del franquismo»

abril 12, 2011

«En la transición había una correlación de fuerzas favorable a quienes habían apoyado el régimen anterior»

FRANCISCO ERICE SEVARES

Profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo.

J. M. CEINOS

Profesor titular de Historia Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo, Francisco Erice Sevares (Colombres, 1955), pronunciará hoy una conferencia sobre la impunidad del régimen franquista, en el Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón. El acto dará comienzo a las 20.00 horas y tendrá lugar en el salón del centro San Eutiquio (frente a la iglesia parroquial Mayor y Principal de San Pedro Apóstol). La conferencia está organizada en conmemoración del 80.º aniversario de la proclamación de la Segunda República y en la misma colaboran el Ateneo Obrero de Gijón, la Sociedad Cultural Gijonesa y la Federación Asturiana Memoria y República, cuyo vicepresidente, Rafael Velasco, presentará al conferenciante.

-¿A qué obedece esa impunidad?

-A lo que representó la correlación de fuerzas durante el proceso de transición, un proceso que se ha presentado como basado en el consenso, pero que, en definitiva, tuvo vencedores y vencidos.

-¿En qué sentido?

-Había una determinada correlación de fuerzas favorable a quienes habían apoyado al régimen anterior y que se convirtieron, de alguna manera, en reformadores del mismo en el proceso de transición con respecto a las fuerzas de oposición. En ese desequilibrio luego se puede discutir si por parte de las fuerzas de la oposición se hicieron o no demasiados concesiones o si fue el fruto de las circunstancias, pero el resultado fue ése: una situación absolutamente insólita en procesos de transición, por lo que hemos vivido ya desde la época de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad.

-¿Insólita?

-Claro. Es que hay tres oleadas que puede decirse que podían haber afectado a España desde el punto de vista del castigo por las responsabilidades derivadas de violaciones de los derechos humanos o de crímenes contra la humanidad, en fin, los supuestos que recoge el derecho internacional. Uno sería la etapa de la inmediata posguerra, el «efecto Nuremberg», en el que obviamente no encaja el régimen español, que se mantuvo y no sufrió el destino de sus homólogos del resto de Europa. Ése sería el primer momento de la impunidad. El segundo es el momento de las transiciones de la Europa del Sur, en los años setenta, donde a diferencia de lo que sucede en Grecia y en Portugal, en España no hubo absolutamente ningún tipo de castigo ni elemento punitivo contra los colaboradores del franquismo. En Grecia y en Portugal sucedió eso, lo que no significa que hubiera grandes procesos masivos ni nada por el estilo, pero sí hubo castigos de tipo administrativo e incluso penales y justicia reparadora mucho más amplia. Y el tercer momento es el auge de los procesos en relación con el nuevo derecho internacional y con las dictaduras latinoamericanas de los años ochenta y noventa del siglo pasado. En todos esos procesos, a pesar de que en algunos momentos hubo bloqueos con leyes de punto final y de autoamnistía, al final, en la casi totalidad de los casos, hubo castigos a los culpables de crímenes digamos repulsivos o que violan el derecho internacional.

-¿En España hubo miedo?

-Simplemente, el bloqueo de lo que hubiera sido un sistema que no tiene que considerarse como sinónimo de venganza o revancha, simplemente de reparación, de una reparación mínima de violaciones sistemáticas de los derechos humanos durante décadas y de una política de exterminio masivo, y no es exagerado decirlo de la inmediata posguerra, y de violación sistemática de derechos humanos con posterioridad.

http://www.lne.es/gijon/2011/04/11/hubo-tipo-castigo-colaboradores-franquismo/1059384.html


«El debate sobre la memoria histórica no se ha abierto bien»…

abril 3, 2011

03/04/2011 F.E.

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–¿Qué le parece el debate abierto sobre la memoria histórica?

–Creo que hay que encauzarlo para analizar por qué se produjeron aquellos hechos y aquellos errores para no volverlos a cometer. Pienso que no se ha abierto bien el debate, porque nos seguimos comportando igual, aunque ahora no hay hambre. El debate no se debe centrar en el insulto. En aquella época los insultos surgían de la lucha de clases, de los pobres con los ricos. Eso está superado hoy, pero el odio y los insultos ad hominen , no dialogar con argumentos, es de seres irracionales, de seres emocionales. Eso sí me preocupa. Es cuestión de educación.

–¿Tuvieron problemas políticos sus padres?

–Mi padre fue una persona muy equilibrada y fue capaz de compaginar muy bien con todos. Mi madre vivía en un barrio jornalero y también fue muy capaz de equilibrar el tema. A mi madre la expedientaron, junto a otra profesora (Ana Moreno), porque no llevaba los niños a misa. Cuando recurrió, mandó un informe la Delegación de Educación en la que se decía que los niños, hasta que no hicieran la primera comunión, no tenían que ir a misa. Mi padre fue muy equilibrado y tuvo muy buenas conexiones con los alcaldes de entonces.

–Su familia también sufrió la irracionalidad de la guerra. ¿Quiénes se vieron afectados?

–En la familia materna sí hubo víctimas. A un primo hermano de mi abuela, que era cura de Alcaracejos, lo acribillaron a balazos los milicianos y lo tiraron a un pozo. Mi abuela, que era la que me contaba algo más, tampoco me decía mucho. No he vivido eso en mi familia. Ni ha habido rencor contra Franco, porque mataron a mi abuelo, ni rencor contra la otra parte, porque mataron al primo hermano de mi abuela por ser cura. Eso no se trasladó y lo agradezco.

–¿Cómo fue su educación?

–Para aquella época fue muy liberal. Tuve una formación religiosa, pero no dogmática, muy liberal en lecturas. Mis padres procuraron que, si podía salir de Baena, lo hiciera. Iba a los campamentos que organizaba el Frente de Juventudes. El tiempo que estuve en Baena tuve una educación muy normal.

–¿Llegaron a pasar hambre?

–No, porque mi padre dio clase particulares y se las pagaban en especie. Teníamos en la casa dos patios que dedicábamos a criar cerdos y gallinas. Hacíamos la matanza en el segundo patio. Además, con motivo de la fiesta del gallo, había regalos de los padres de los alumnos al maestro. Pese a que había dos sueldos, no se podía vivir solo con eso porque eran muy pequeños.

Diario Córdoba vía google noticias


España masacrada…

marzo 27, 2011

 

Detención de un oficial sublevado en Guadalajara (Fotografía de Albero y Segovia, Ministerio de Cultura (AGA)).

 

La mayoría de los crímenes en la zona republicana se concentraron entre julio y diciembre de 1936, hasta que el Estado recuperó cierto control sobre la justicia y la represión. En la imagen, dos asesinados en una calle de Barcelona (Fotografía: Agustí Centelles, Ministerio de Cultura (CDMH).-

TEREIXA CONSTENLA 27/03/2011

 

Los horrores de la guerra civil siguen saliendo a la luz. Lejos del frente hubo casi tantos muertos como en las batallas. Una represión salvaje contra inocentes que Paul Preston denuncia ahora en ‘el holocausto español’.

El capitán Manuel Díaz Criado no admitía peticiones de clemencia. Admitía, eso sí, la visita de mujeres jóvenes. En la aterrorizada Sevilla de agosto de 1936, tomada ya por tropas sublevadas contra el Gobierno republicano, Díaz Criado disfrutaba a sus anchas día y, sobre todo, noche. «Después de la orgía, y con un sadismo inconcebible, marcaba a voleo con la fatídica fórmula ‘X2’ los expedientes de los que, con este simplicísimo procedimiento, quedaban condenados a la inmediata ejecución», relató un antiguo gobernador civil. Quienes pululaban a su alrededor le consideraban «un degenerado» que rentabilizó su misión represora para «saciar su sed de sangre, enriquecerse y satisfacer su apetito sexual».

    Paul Preston

    Paul Preston


    Preston:

    «Un holocausto es la masacre de un pueblo. El dolor del español justifica el título»

    Milicianos llevan en un camión a un grupo de condenados a muerte en Mérida en agosto de 1936 (Fotografía de Iberfoto).
  • «Por cada muerte en zona republicana se registraron tres en la rebelde».
  • «Falangistas y militares usaron la violencia sexual alentados por sus mandos».
  • «La crueldad hermanó a individuos enfrentados, pero no igualó acontecimientos».
  • Carrillo estuvo implicado en la autorización de Paracuellos, según Preston.
  • En las zonas ocupadas por los rebeldes se creaban campos de concentración para alojar prisioneros. Hubo campos de internamiento, clasificación, reeducación y explotación laboral. Fotografía del campo francés de Bram (Fotografía de Agustí Centelles)

    Ese mismo agosto, Pascual Fresquet Llopis, matón de la anarquista FAI, se afanaba en ser digno merecedor del nombre de su patrulla: la Brigada de la Mort. Desde Caspe (Zaragoza) comandaba operaciones de limpieza ideológica en el Bajo Aragón, Teruel y Tarragona, rastreando derechistas a los que ejecutar. La brigada se desplazaba en un autobús de 35 plazas, conocido como el cotxe de la calavera, el mismo símbolo que lucían sus ocupantes en las gorras. Donde los inocentes veían matanzas, Fresquet veía actos de «justicia» revolucionaria. Cuando la CNT decidió frenar sus crímenes, en octubre de 1936, habían asesinado a 300 personas.

    Díaz Criado y Fresquet son algunos de los numerosos depravados con poder que entre 1936 y 1939 contribuyeron a que ocurriese algo salvaje: las víctimas causadas lejos del frente (200.000) casi se equipararon con las bajas del campo de batalla (300.000). La crueldad hermanó a individuos enfrentados, pero no igualó los acontecimientos. Ni por alcance, ni por duración, ni por origen. El alcance: por cada muerto en zona republicana (casi 50.000) se registraron tres en la franquista (entre 130.000 y 150.000). La duración: los crímenes rojos se concentraron en los primeros cinco meses de la guerra, hasta que el Gobierno se rehizo y recobró las riendas, mientras que el terror franquista siguió hasta el final y se adentró en la posguerra. El origen: el exterminio del enemigo -o del sospechoso de serlo formaba parte del plan de los golpistas para doblegar a la población y arrancar la raíz del mal; por el contrario, las autoridades republicanas combatieron a los colectivos extremistas que ajusticiaban por su cuenta aprovechando el colapso del Estado ocurrido tras el 18 de julio. Huelga añadir que unos habían dado un golpe de Estado y otros defendían un Gobierno democrático.

    Al espanto de la retaguardia durante la Guerra Civil viaja el hispanista Paul Preston(Liverpool, 1946) en su nuevo libro, El holocausto español (Debate), donde se recogen las fechorías del capitán Díaz Criado y el matón Fresquet. Y, aun sin conocerlo, el ensayo de Preston también habla de la vida de Valentín Trenado Gómez (Puebla de Alcocer, Badajoz, 1917), que pagó su paso por la milicia republicana con 12 años de encierro en campos de concentración y cárceles. En 1936, el joven Valentín tenía más deseos de divertirse que de hacer la revolución. Hay acontecimientos que, sin embargo, no preguntan. Así que, tras el golpe, recibió un fusil y la orden de dirigirse al frente. «No había cogido un fusil en mi vida», revive ahora en su piso de Sevilla. Pasó la guerra en Extremadura, le hicieron sargento y, cuando recibió la orden de rendirse, caminó igual de obediente hasta Ciudad Real, donde entregó un fusil que para entonces era un viejo conocido. Tras un consejo de guerra, en Sevilla le destinaron a la construcción de un gigantesco canal para regar latifundios de amigos de la causa franquista. Pasaba hambre y miedo, dormía en barracones. En Tetuán le hicieron picar piedra para una carretera. «No había más paga que la comida: lentejas, patatas y calabaza», recuerda Valentín Trenado, consciente de una etiqueta que incomodaría a otros: es ya uno de los pocos supervivientes de la guerra, «el último rojo», le dice su médico.

    Presos en el de Miranda de Ebro, Burgos (Fotografía perteneciente al libro 'Historia del campo de concentración de Miranda de Ebro')

    La biografía de Valentín demuestra que, para los vencidos, no hubo paz, ni piedad, ni perdón. El ensayo de Preston delata la fragilidad de la capa civilizada que recubre a una sociedad. Incomodará, empezando por su título («Un holocausto es la masacre de un pueblo. Y yo diría que el sufrimiento y el dolor del pueblo español justifican ese título», defiende) y siguiendo por su contenido: los teóricos y los ejecutores del exterminio de las izquierdas, los robespierres revolucionarios, los alimentadores de checas (centros de detención y tortura en zona republicana) y los pequeños héroes tienen nombre y apellidos. Una gran síntesis histórica sobre el drama de la retaguardia que, poco a poco, se va desvelando sin miradas parciales. La dictadura aireó los excesos republicanos y silenció los suyos. Tras la muerte de Franco, en 1975, los historiadores comenzaron a buscar otras piezas del puzle para recomponer los hechos. Con dificultades: faltan documentos y abundan fosas cerradas. Pero el puzle, empujado por investigadores y asociaciones de memoria histórica, progresa. Lo que aflora, estremece. «Dejando de lado la guerra civil rusa y las dos guerras mundiales, en términos relativos, la española fue una sangría sin paralelo en Europa», subraya el historiador Ángel Viñas.

    Lo averiguado hoy nada tiene que ver con la verdad oficial asentada cuando Preston era un estudiante que sobornaba a bedeles de la hemeroteca en Madrid para leer diarios de la Segunda República para su tesis. El fantasma de la represión le rondó en sus investigaciones sobre el siglo XX español hasta que en 1998, el año en que publicó Las tres Españas del 36, comenzó a recopilar material y tejió una red de contactos con los historiadores que le han mantenido al día de cada avance. Desde 2003, el libro se ha comido toda la energía del profesor de la London School of Economics. También sus emociones. En su casa de Londres, mientras toma café en una taza donde se puede leer «No pasarán», en honor de las Brigadas Internacionales, el hispanista confiesa que lloró a menudo. «La inmensa mayoría de los que murieron, donde fuera, no tenían que haber muerto. No me había dado cuenta hasta este libro de la represión en zonas donde no hubo resistencia. Hay una crueldad tan gratuita que el coste emocional ha sido altísimo». «Mi esperanza», añade, «es que se pueda leer como una contribución a la reconciliación, lo que no quiere decir olvido, sino comprensión».

    Coche de Los Guerrilleros de la Noche, de la CNT (Fotografía: Agustí Centelles)

    Preston cree que un historiador suma varias actitudes. Una es la detectivesca, otra, la de empatizar con los demás. Sabiendo esto es fácil entender por qué su esposa, Gabrielle, le encontraba llorando con frecuencia al volver del trabajo. ¿Qué otra cosa puede hacer alguien cuando se pone en la piel del doctor Temprano o de Amparo Barayón para reconstruir el derrumbe de sus vidas?

    Tras la ocupación de Mérida por los rebeldes, se dejó en manos de Manuel Gómez Cantos, un brutal guardia civil, la supervisión de la limpieza. Preston narra su retorcida triquiñuela: «A diario, durante un mes entero, Gómez Cantos recorrió el centro de la ciudad en compañía del doctor Temprano, un republicano liberal, para tomar nota de quienes lo saludaban. De esta manera identificó a sus amigos y pudo detenerlos, tras lo cual él mismo mató al doctor».

    Ramón J. Sender, escritor de éxito y de izquierdas, y su esposa, Amparo Barayón, estaban de vacaciones en Segovia con sus dos hijos en julio de 1936. El novelista regresó a Madrid. Amparo y sus hijos se refugiaron en su Zamora natal por considerarlo un lugar más seguro. El 28 de agosto, Amparo, junto a Andrea, su bebé de siete meses, fue encarcelada por el delito de protestar por la ejecución de su hermano. La maltrataron, la vejaron y, el día antes de ejecutarla, le arrancaron a su hija de los brazos para internarla en un orfanato católico.

    Es probable que el historiador también hubiera llorado con el testimonio de Mercedes, el nombre falso de una anciana real que perdió a 18 familiares. En el pueblo de Toledo donde ocurrieron los hechos, hace unas semanas revivía lo ocurrido: «En el 36 yo tenía 12 años. Echaron al río Tajo a los dos primeros tíos que mataron, pero el cuerpo de mi tío médico orilló en un pueblo y el forense lo reconoció porque habían sido compañeros de estudio. Al terminar la guerra nos lo entregó. Eran forasteros los que venían a asesinar a la gente que señalaban los del pueblo. A otros tíos los mataron detrás del cementerio. A mi padre lo dejaron morir desangrado, después de tirotearlo por intentar escapar. Yo creo que Dios quiso mucho a mi abuela porque murió el 22 de enero de 1936 y no vio lo que les esperaba a sus 14 hijos».

    Las mujeres de la familia sobrevivieron con el alma en vilo, entre amenazas y humillaciones. «Nos llamaban los cuervos negros porque íbamos de luto, a veces venían milicianos a exigir que les diéramos cena y cama, y acabaron echándonos del pueblo». Salieron adelante gracias a gestos solidarios (recibían pan gratis a hurtadillas) y a bordados a destajo de hoces y martillos para la ropa de hombres que odiaban.

    No hay duda de qué causa abrazó la Iglesia, que alentó la violencia contra los republicanos, a los que responsabilizaba del clima de anticlericalismo que había arraigado entre parte de la población. Un sacerdote da la comunión a presos republicanos en la cárcel Modelo de Madrid en 1940 (Fotografía de Juan Guzmán)

    Al final de la guerra volvieron al pueblo, enterraron con honores a sus muertos y acudieron a los consejos de guerra como espectadoras. A veces, Mercedes se encuentra a cómplices de los verdugos en el centro de salud o en la carnicería.

    Los vencidos no pudieron enterrar a sus muertos ni pedir justicia. Ya con Franco en el poder, unos 20.000 republicanos fueron ejecutados, entre ellos Lluís Companys, a pesar de que había salvado a millares de religiosos y otros amenazados por la furia revolucionaria mientras presidió la Generalitat de Cataluña (10.000 personas salieron en barco gracias a sus pasaportes). Después de muerto, un tribunal confiscó los bienes de la familia Companys y se los adjudicó al Estado. La represión se heredaba. Una anomalía que ya habían anticipado los rebeldes durante la guerra en Burgos, donde Preston ubica el fusilamiento de varias mujeres por el «derecho de representación» de sus maridos huidos.

    A las mujeres no bastó con matarlas. Falangistas y soldados usaron con saña la violencia sexual, aunque resulta imposible delimitar su impacto: la violación se borraba a menudo con el asesinato. Preston diferencia la actitud en zona republicana, donde las agresiones sexuales fueron aisladas, y en zona rebelde, donde los mandos militares alentaron los abusos. «Legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y a la vez a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estos comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen», inflamaba en sus discursos radiofónicos Queipo de Llano.

    Nada más represivo que asumirlo como una actitud desde pequeños, que modele inconscientemente nuestros cerebros. En la famosa fotografía de Centelles, unos niños juegan a fusilar a sus amiguitos como entretenimiento de una plácida tarde infantil

    «La colosal diferencia entre ambas zonas», señala Preston, «tiene que ver con que uno de los principales fundamentos de la República era el respeto hacia las mujeres. En la zona rebelde, la violación sistemática por parte de las columnas africanas se incluye en el plan de imponer el terror». Durante dos horas, las tropas disponían de libertad plena para dar rienda suelta a instintos salvajes en cada localidad conquistada. Las mujeres entraban en el botín. Preston describe la escena que presenció en Navalcarnero el periodista John T. Whitaker, que acompañaba a los rebeldes, junto a El Mizzian, el único oficial marroquí del ejército franquista, ante el que conducen a dos jóvenes que aún no habían cumplido 20 años. Una era afiliada sindical. La otra se declaró apolítica. Tras interrogarlas, El Mizzian las llevó a una escuela donde descansaban unos 40 soldados moros, que estallaron en alaridos al verlas. Cuando Whitaker protestó, El Mizzian le respondió con una sonrisa: «No vivirán más de cuatro horas».

    El periodista John T. Whitaker escribió sobre algunos de los episodios más salvajes del avance rebelde: la matanza de 200 heridos indefensos en un hospital de Toledo o la masacre de la plaza de toros de Badajoz. Preston recupera la respuesta del general Yagüe a Whitaker, que dio la vuelta al mundo: «Claro que los fusilamos. ¿Qué se esperaba usted? ¿Cómo iba a llevarme a 4.000 rojos, cuando mi columna avanzaba contrarreloj? ¿O habría debido dejarlos en libertad para que volvieran a convertir Badajoz en una capital roja?».

    Al otro lado: Paracuellos. Las conclusiones de Paul Preston no gustarán a Santiago Carrillo. «Decir que no tiene nada que ver es tan absurdo como declararle el único responsable», resume el hispanista en Londres. Tras un denso capítulo dedicado a las sacas de prisioneros militares para ser ejecutados mientras las tropas de Franco asediaban un Madrid rebosante de ira contra el enemigo, el historiador concluye que Carrillo estuvo «plenamente implicado» en la decisión y la organización de las ejecuciones, a pesar de sus desmentidos. En sus memorias, Carrillo asegura que se limitó a ordenar la evacuación de presos para evitar que se perdiese Madrid (los rebeldes habían llegado a la Ciudad Universitaria) y que el convoy fue asaltado. El odio a los militares hizo el resto.

    Pero los grandes perseguidos en la zona republicana fueron los curas. «Vestir sotana era suficiente para acabar ante un piquete en alguna tapia o cuneta», escribe José Luis Ledesma en Violencia roja y azul (Crítica). Casi 6.800 religiosos fueron asesinados, a los que se sumaron un sinfín de ataques contra templos y conventos, que fueron incendiados y profanados. «Las iglesias eran saqueadas en todas partes y como la cosa más natural del mundo, puesto que se daba por supuesto que la Iglesia española formaba parte del tinglado capitalista», escribió George Orwell, tras su experiencia como combatiente en las filas del POUM. En Homenaje a Cataluña (1938) relata que durante sus seis meses de estancia en la zona de España donde también se ponía en pie una revolución solo vio dos iglesias intactas. Los clérigos sufrieron a veces torturas, amputaciones y agonías feroces. Para medir el impacto de esta persecución, el historiador Stanley G. Payne recurre a una comparación: «La fase jacobina de la Revolución Francesa acabó con la vida de 2.000 sacerdotes, menos de un tercio del número de asesinados en España».

    El anticlericalismo fue un rasgo específicos del conflicto. El brote no fue espontáneo, claro. «La Iglesia católica, que agita la revolución, era vista como parte del statu quo», señala Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea. Para entender esta persecución son esenciales los capítulos que Preston dedica a describir la placenta del golpe de 1936. La República había aprobado leyes que relegaban a la Iglesia, aliada histórica de la oligarquía y freno modernizador, al plano privado. Se les retira de los colegios y se establecen normas laicas. Amparados en ellas, algunos alcaldes imponen tasas por tocar las campanas o multan por lucir crucifijos. En respuesta a estas provocaciones, la represión del bienio negro (1934-1936) contra la izquierda es jaleada desde los púlpitos, así que los extremistas se van cargando de plomo.

    Casi un millar de religiosos asesinados han sido ya beatificados por el Vaticano, que los honra como «mártires». Es una memoria selectiva, sin embargo. La Iglesia sigue sin pedir perdón a las víctimas de los curas que empuñaron armas. Unos cuantos. Preston señala que al comienzo de la guerra en numerosas localidades de Navarra faltaban sacerdotes para decir misa porque se habían largado al frente. La violencia de falangistas y militares recibió bendiciones a tutiplén. Entre las rescatadas por el hispanista figura la del canónigo de la catedral de Salamanca, Aniceto de Castro: «Cuando se sabe cierto que al morir y al matar se hace lo que Dios quiere, ni tiembla el pulso al disparar el fusil o la pistola, ni tiembla el corazón al encontrarse cara a la muerte».

    A Unamuno, que había apoyado en las primeras horas el golpe en Salamanca, le horrorizó: «A alguno se le fusila porque dicen que es masón, que yo no sé que es esto, ni lo saben los bestias que fusilan. Y es que nada hay peor que el maridaje de la dementalidad de cuartel con la de sacristía».

    Vencidos los ateos, anticlericales y masones, la Iglesia se afanó en salvarlos a partir de 1939. Incluso contra su voluntad. Marcos Ana (Alconada, Salamanca, 1920), que se convertiría a su pesar en el preso político más veterano del franquismo, asistió a escenas dantescas en la cárcel: «Vi a un capellán golpear con un crucifijo a un condenado a muerte porque no quería confesarse». Ninguna superó, sin embargo, lo que vio en el puerto de Alicante el 31 de marzo de 1939, cuando 20.000 desesperados republicanos se descubrieron atrapados en una ratonera, entre las ametralladoras de la División Littorio en tierra y dos minadores en el mar: «Había gente que se tiraba al agua y otros que se saltaban la tapa de los sesos».

    Escuchando a Marcos Ana y leyendo a Preston cobra todo su sentido lo escrito por Arthur Koestler en Diálogo con la muerte (1937) mientras esperaba en una cárcel franquista una ejecución por espionaje que finalmente esquivó: «Otras guerras consisten en una sucesión de batallas, esta es una sucesión de tragedias».

    «El holocausto español», publicado por la editorial Debate, sale a la venta el próximo 8 de abril.

    El País.com


    Una página inesperada del 23-F

    marzo 13, 2011

    REPORTAJE: RECONCILIACIÓN 30 AÑOS DESPUÉS

    30 años después del 23-F, el guardia civil que arrancó a un diputado las notas escritas durante el golpe se las devuelve. Esta es la historia

    JOAQUÍN PRIETO 13/03/2011

    El abrazo entre el ex guardia civil José Antonio Iglesias y el exparlamentario Lluís Maria de Puig

    El ex guardia civil José Antonio Iglesias (izquierda) y el exparlamentario Lluís Maria de Puig, en marzo de 2011.- SAMUEL SÁNCHEZ

    Un guardia civil arrancó la hoja del libro en la que un diputado había escrito notas sobre el secuestro del Congreso, el 23 de febrero de 1981. Tres décadas después se las devuelve, con EL PAÍS como testigo. «No te agradezco lo que pasó, pero sí que me hayas llamado», le dice el exdiputado. «Yo no estaba por el golpe. Hice lo que pude para que aquello no fuera a peor», afirma el exguardia

    Dos hombres se abrazan frente al Congreso de los Diputados, tras encontrarse al cabo de 30 años de unos hechos en los que ninguno querría haber participado. Los protagonistas de esta historia son el ex guardia civil José Antonio Iglesias, que entró en ese edificio con los golpistas el 23 de febrero de 1981; y Lluís Maria de Puig Olivé, diputado de Socialistas de Cataluña en aquel tiempo, a quien le fue requisado un libro durante las 18 horas que estuvo en poder de Antonio Tejero. Al aparecer ese detalle en el acta del Congreso sobre los sucesos del 23-F, difundido hace tres semanas, el exguardia llamó a EL PAÍS; reveló que él tenía una página de aquel libro con anotaciones del diputado, y dijo que deseaba devolvérselas. Después se puso en contacto con él. «No te estoy agradecido de lo que pasó aquella noche», le dijo De Puig, «pero sí de que hayas conservado esa página y de que me llamaras. De eso sí que te estoy muy agradecido».

      «¿Cómo es que la dirección del cuerpo no supo nada? ¡Pero si se enteraban de cualquier nimiedad!», afirma el exguardia «Había compañeros con miedo a que el golpe saliera, lo oí incluso a suboficiales. ¿Qué futuro nos esperaba?»

      «Me impresionó la pila de armas requisadas a los escoltas. No sé como no hubo enfrentamiento», comenta el exguardia

      «A ver si la aparición de este papel hace que salgan otros documentos ocultos del 23-F», dice el exdiputado De Puig

      Entre ambos reconstruyen la historia del objeto requisado. El encierro del 23 de febrero duraba ya cinco horas y De Puig tomó el libro que se había llevado aquel día, sacó un rotulador verde y se puso a escribir en una de las páginas que suelen publicarse en blanco. Le descubrió uno de los oficiales de Tejero, el teniente César Álvarez, quien voceó que allí estaba prohibido escribir y mandó a dos guardias al escaño. Lo cuenta De Puig:

      -Llegó la pareja: que qué estaba escribiendo. ‘Está en catalán, si quieren se lo traduzco’, les dije. Se llevaron el libro y se lo enseñaron al teniente. Vino Tejero, lo tomó con aquella actitud prepotente que tenía siempre y dio cabezazos, como si hubiera descubierto algo importante. Luego lo dejó en una mesita, al pie de la tribuna de oradores.

      El libro requisado no estuvo al alcance de su dueño en toda la noche, como una pequeña humillación adicional a la que suponía la situación de prisionero en la sede del Congreso. Cuando el secuestro consumía sus últimas horas, el libro seguía en el mismo sitio y De Puig pensó en recuperarlo. De repente, un guardia civil arrancó la hoja escrita y se la guardó, dejando el volumen amputado sobre la mesa.

      Exguardia. ¿Sabes quién te quitó esa hoja?

      Exdiputado. Pues no.

      Exguardia. Fui yo. Sí, fui yo.

      La página escrita por De Puig no contenía claves secretas. Consistía en impresiones de quien se manifestaba preocupado por lo que pudiera haberles ocurrido a los suyos, sobre todo a su hermano Jaume -en aquel tiempo, secretario del expresidente de la Generalitat Josep Tarradellas-. Es un texto de quien se siente vigilado por gente que puede reaccionar violentamente, como lo evidencian las precauciones con que redacta: una descripción somera de los disparos y esa mención al tranquilizador mensaje del general Milans, en realidad un bando de estado de excepción. No estaba la noche como para arriesgarse a que el escrito se convirtiera en una prueba acusatoria. (Véase la traducción aquí).

      Lluís Maria de Puig con la hoja que le arrancó José Antonio Iglesias eml 23-F

      Lluís Maria de Puig comprueba que la página que le devuelve el exguardia José Antonio Iglesias es la que le fue arrancada durante la noche del 23-F.- SAMUEL SÁNCHEZ

      En los recuerdos del exguardia no ha quedado grabado qué le llevó a arrancar esa hoja. «Lo hice por seguridad, ya que no entendía lo escrito», indica, como si hubiera sido un acto protector. Ignoraba a quién pertenecía el libro original, y por tanto la página en su poder, hasta que leyó su nombre al publicarse el acta de referencia, hace tres semanas.

      Decidido a colmar aquella laguna en su vida, el exguardia ha viajado a Madrid para reunirse con el exdiputado. Saca la funda de plástico donde tenía guardada la página en cuestión, la extrae y se la entrega a Lluís Maria de Puig, quien esboza un gesto de satisfacción al recuperar una pequeña parte de su historia personal. «A ver si la aparición de este papel hace que salgan otros documentos del 23-F que siguen ocultos por ahí», comenta, tras comprobar que la página, amarilleada por el tiempo, se corresponde con la que faltaba en su ejemplar de La poesía de Rafael Masó, el libro con el que salió del Congreso el 24 de febrero de 1981 sin la hoja simbólicamente recuperada tantos años después.

      La conversación se encamina ahora hacia otros derroteros. A De Puig, que ha dedicado varios años a investigar los misterios del golpe de Estado, le quema una pregunta:

      Exdiputado. Oye, y tú ¿cómo te metiste en esto?

      Exguardia. Yo estaba en el subsector de Tráfico de la Guardia Civil, que mandaba el capitán José Luis Abad. Había trabajado hasta las seis de la mañana del lunes 23 de febrero. Tras dormir un rato, como me encontraba libre de servicio, me puse a preparar el comentario de un texto de Pío Baroja, porque estaba haciendo el bachillerato. Me llamó el sargento jefe de mi destacamento y ordenó que tomara la dotación completa de armamento; es decir, subfusil Z-70 y seis cargadores de 30 cartuchos cada uno para el arma larga, más la pistola y su munición.

      Exdiputado. ¿Con qué instrucciones?

      Exguardia. Que nos trasladaríamos a Madrid, al Parque de Automovilismo, en la calle del General Mola (hoy, Príncipe de Vergara) para hacer un servicio especial, como figuraba en la papeleta de servicio. A las tres de la tarde fuimos para allá ocho de mi acuartelamiento, un cabo y siete guardias.

      José Antonio Iglesias no sabe de conspiraciones político-militares de altos vuelos. Su perspectiva es la de uno de los cientos de guardias rasos reclutados para la asonada. Lo que nunca ha comprendido es que la dirección general de la Guardia Civil estuviera en la inopia respecto a los preparativos del golpe:

      -En el Parque de Automovilismo había mucho más revuelo que cualquiera de las veces anteriores que había tenido que ir. Con tanto trasiego, ¿cómo es que los servicios de información no se enteraron de nada o no dijeron nada a la dirección general de lo que se cocía allí? ¡Pero si se enteraban de cualquier nimiedad que pasara en los acuartelamientos!

      A Iglesias se le nota un punto emocionado. Pero sigue hablando con firmeza a medida que le preguntan el exdiputado y el periodista. Vuelve a la escena del Parque de Automovilismo, al momento en que los de Tráfico forman en el garaje ante su capitán, Abad, que a las 16.30 les lanza una arenga: se trataba de poner orden, ya estaba bien de «pintadas», había que arreglar lo que estaba «mal» en el sistema.

      Exdiputado. ¿Y mencionó al Rey?

      Exguardia. Alguien habló del Rey, sí, pero no sabría decir quién.

      Exdiputado. ¿Sabíais adónde os iban a llevar?

      Exguardia. El capitán no dijo nada del Congreso, pero estaba más o menos claro que íbamos a ir a algún sitio donde había políticos. También dijo que el que no quisiera ir que diera un paso al frente. Por descontado, nadie lo dio.

      Iglesias subió al primero de los autobuses preparado para la operación, un vehículo civil. Un compañero le comentó el rumor de que un comando terrorista se había metido en el Congreso, que los guindillas (así se aludía antiguamente a los policías municipales en la jerga de los cuerpos de seguridad) estaban de huelga, y a lo mejor les llevaban a ellos para regular el tráfico. «Pero en el camino», sigue Iglesias, «empezamos a darnos cuenta de que sabían más unos que otros, cuando por la radio del autobús sonó el discurso deSantiago Carrillo» (entonces líder del Partido Comunista). Alguno de los que iban en el autobús dijo claramente, como señalando hacia la voz que salía por la radio: «Vamos a por ti». (Ignorante de todo esto, Carrillo estaba anunciando el voto negativo de su grupo a Leopoldo Calvo Sotelo como jefe del Gobierno, argumentando que no había prometido «democratizar la dirección de los órganos de represión en este país», y por considerarle como el mascarón de proa de «la gran derecha»).

      Parece que Tejero había previsto entrar en el Congreso con los guardias que traía un capitán de su confianza, Jesús Muñecas, pero el autobús de este venía de Valdemoro (sur de Madrid) y se retrasó. Los dos primeros autocares que llegaron fueron los de Tráfico. José Antonio Iglesias, tras saludar con naturalidad a los policías que custodiaban la cancela exterior con un «hola, compañeros», entró deprisa en el patio y llegó a la puerta giratoria del edificio que alberga el hemiciclo. «Al empujar la giratoria, la mano resbaló y di un golpe a una de las hojas, que tropezó con el guardia que estaba delante. No sabía quién era, pero él llevaba tricornio y nosotros íbamos con la gorra de servicio. El del tricornio sacó la pistola que tenía escondida bajo la chaqueta y en ese momento vi los dosmantecados que llevaba en la guerrera: ‘Joder, un teniente coronel’, pensé».

      Aún no sabía que acababa de tropezarse con Tejero, quien, seguido de un tropel de hombres armados, entró en el pasillo. Ahí surgieron los primeros gritos -«¡Al suelo!»- y los dos primeros disparos, que no hizo Tejero -contra lo que sostienen otras versiones del 23-F-, sino uno de los que venían detrás. El entonces teniente coronel entró después en el hemiciclo, subió a la tribuna y lanzó aquel primer «¡Quieto todo el mundo!» en el salón de plenos, ante el estupor de las más de 400 personas -parlamentarios, miembros del Gobierno, invitados, periodistas- que asistían a la sesión.

      Iglesias empezó a ver aquello bastante mal. Uno de los tiros en el pasillo le había pasado cerca, porque escuchó nítidamente el silbido de la bala. Preguntó a un ujier por un baño y este le señaló la escalera hacia la primera planta. Se fumó medio pitillo y se perdió el tiroteo en el interior del hemiciclo. Cuando entró en el salón de plenos lo hizo por una de las tribunas, justo en el momento en que un tipo ordenaba al cámara de TVE: «¡Para eso, o te mato!».

      Tercia Lluís Maria de Puig:

      -Yo estaba sentado junto a Juli Busquets y Ernest Lluch. Cuando los guardias empezaron a gritar ‘¡Al suelo, al suelo!’, a Busquets le salió el comandante del ejército que llevaba dentro -había participado en la Unión Militar Democrática (UMD)-, se levantó de su escaño y lanzó este grito: ‘Por España se muere de pie’. Recuerdo haberle dicho algo así como: ‘No hagas el imbécil, agáchate’. Y en seguida, el tiroteo. Ni se me ocurrió pensar que disparaban al techo, creí que tiraban a dar. Cuando empecé a incorporarme y vi otras muchas cabezas que hacían lo mismo, me di cuenta de que no habían matado a nadie. A pesar de toda la incertidumbre y la tensión, eso me hizo pensar que a lo mejor aquello no era tan serio.

      El relato avanza. Sale a relucir el anuncio del capitán Jesús Muñecas a los diputados, cuando les dijo que «una autoridad militar» llegaría en «20 minutos, media hora».

      Exdiputado. ¿Sabías tú quién era esa autoridad a la que se esperaba?

      Exguardia. No. Lo que sí recuerdo es que pasaba el tiempo, allí no llegaba autoridad militar alguna y ni siquiera vi a Abad, mi capitán. No volví a verlo hasta por la mañana, ni nadie me dio órdenes de lo que debía hacer allí dentro. Me quedé en el hemiciclo casi toda la noche, si bien algunas veces salí fuera, incluso llamé al cuartel desde una cabina pública y pude hablar con mi mujer.

      En las primeras horas, Jesús Sancho Rof (ministro de Obras Públicas) preguntó algo a Iglesias, del estilo: «¿Y a usted qué le parece esto?». También le pidió noticias de otro diputado, paisano suyo, preso escaños arriba. El ministro del Interior, Juan José Rosón, salió del banco azul, retrocedió despacio de espaldas a la tribuna y se situó cerca de donde se encontraba Iglesias. «Era gallego, como yo; un hermano suyo, el general Luis Rosón, había intervenido en una movida personal que me afectaba. Le dije al ministro: ‘Oiga, ¡manda cojones, mire dónde nos venimos a ver!’, y él, con aquel vozarrón ronco que tenía, respondió: ‘¿Y luego?».

      Iglesias empezó a cumplir algunos encargos de Rosón. «¿Él era mi jefe, no?». Le pidió que se enterara de dónde estaba el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a quien Tejero había sacado del hemiciclo y recluido en un cuartucho donde se guardaban los útiles para la limpieza, «mayor humillación no pudieron hacerle al hombre». El ministro pidió también que pasara un recado a Fernando Abril Martorell: «Yo no le conocía», explica Iglesias, «pero se oía de vez en cuando su transistor». Se refiere al exvicepresidente del Gobierno, que fue el primero de los secuestrados en agenciarse un aparato de radio, gracias al cual hizo circular la idea de que el golpe no estaba triunfando fuera del Congreso. (Fernando Abril se dedicó también a minar la moral de alguno de los guardias asaltantes con comentarios como este: «¿Te has despedido de tu novia? Pues llámale ya, que a lo mejor no la vuelves a ver en 30 años»).

      José Antonio Iglesias relata ahora un encuentro entre el ministro del Interior, Juan José Rosón, y el de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, en las primeras horas del encierro, aprovechando una salida al baño. «Rosón me pidió que le ayudara a marcharse del Congreso. Yo le dije que estaba dispuesto. Pero Rodríguez Sahagún le aconsejó esperar». Muchas horas después, Rosón le encomendó que pasara un mensaje de tranquilidad a Manuel Fraga. Silencioso durante toda la tarde-noche, el líder de Alianza Popular había prorrumpido en protestas a la mañana siguiente contra los «forajidos» que les retenían, lo cual provocó un siniestro ruido de cerrojos en decenas de fusiles, el momento más peligroso de todo el encierro tras el tiroteo durante la fase inicial del asalto. Fraga fue confinado en un cuarto con ventana sobre uno de los leones del Congreso, el que está más cerca de Neptuno.

      Aunque el general Alfonso Armada hubiera sacado algo en limpio de su visita nocturna a Tejero, el futuro que ofrecía a los autores del asalto no era otro que un avión para exiliarse. Y los afectados eran muchos: pese a no tener fuerzas a su mando, Tejero había movilizado a 445 personas de la Guardia Civil (17 oficiales, 28 suboficiales, 37 cabos, 363 guardias), de las cuales 305 se quedaron toda la noche. (El general José Luis Aramburu, director del cuerpo, logró que 140 de los reclutados no llegaran a participar en la intentona). La moral se resquebrajaba, y eso que los guardias no disponían de televisores. «No me enteré de la intervención del Rey por TVE hasta el día siguiente», confirma Iglesias. El exdiputado De Puig recuerda haber visto llorar a un guardia civil en una de las veces que pudo salir del hemiciclo, en compañía del diputado comunista Josep Solé Barberá.

      «Es que muchos nos vimos metidos en aquello sin saber. Lo mismo que nos tocó a nosotros podía haberles tocado a otros», afirma Iglesias. «No éramos terroristas, ni golpistas. Yo obedecí a mi capitán, José Luis Abad, lo mismo que el teniente general Quintana (capitán general de Madrid) obedeció al Rey y se puso contra el golpe. Eso fue lo que pasó: si tu jefe daba una orden, le obedecíamos, así eran las cosas. Y conste que guardo un buen recuerdo del capitán Abad, porque era un mando de verdad. Lo tuve de jefe en el subsector de Tráfico de Madrid, y él tomaba decisiones, se responsabilizaba de ellas y se preocupaba por todo, no como otros mandos, que después del 23-F se empeñaron en hacer la vida imposible a los que habíamos participado en aquello. Por lo menos así lo vi yo».

      ¿Y pudo terminar el bachillerato? «Sí, logré acabarlo. En mayo de 1983 dejé la Guardia Civil, y con ella, a grandes compañeros y amigos. Creo que fui de los pocos del 23-F, si no el único, que pidió la baja voluntaria en el cuerpo». Obtuvo un trabajo en la empresa Sintel, filial de Telefónica, «gracias a Juan José Rosón», que presidió esa firma después de dejar el Ministerio del Interior. Fue sindicalista y participó en la acampada de los trabajadores de Sintel ante el Ministerio de Economía, en los primeros años de este siglo. Actualmente tiene 61 años y se encuentra prejubilado.

      Iglesias dice haber hablado con Rosón varias veces después de la intentona, cuando aún estaba en el cuerpo. «En una ocasión me llamaron para que fuera al despacho del ministro a través de los radioteléfonos, así que aquello debió ser público en la Guardia Civil. El ministro me ofreció cambiar de destino, pero no quise nada. Lo que yo pedía era que se modificara el régimen interno para que no volvieran a producirse hechos como el 23-F, porque si el jefe ordenaba hacer tal cosa, los guardias estaban obligados a cumplirlo». ¿Y qué contestaba Rosón? «Que fuera discreto».

      «Yo no estaba por el golpe, al igual que otros muchos compañeros», insiste. «La poca libertad que teníamos podía perderse, así como otras cosas. Pero en el caso del Congreso, no podría haber hecho mucho más. Intenté ayudar a que aquello no fuese a peor, y aún hoy no me explico cómo no tuvo consecuencias más graves: me impresionó aquella pila de armas que se les quitaron a los escoltas de los ministros y de otros cargos; es que pudo haber un enfrentamiento. También me pregunto cómo fue posible que se metieran en aquello capitanes a los que yo veía como los futuros generales; hablo de Carlos Lázaro Corthay, de Enrique Bobis, que habían sido profesores míos en la Academia de Tráfico, y de José Luis Abad, el mejor jefe que tuve en la Guardia Civil».

      Y vuelve a las consecuencias del 23-F para él y sus compañeros:

      -Había gente con miedo a que aquello saliera adelante, lo escuché incluso a suboficiales. ¿Adónde íbamos a ir, qué futuro nos esperaba a los guardias rasos? Tras el 23-F estuve ocho días arrestado en Valdemoro (todos los participantes fueron expedientados) y cuando volví al servicio los nuevos mandos intentaron congraciarse con los políticos acentuando el reglamentismo hasta el extremo, pero no se les ocurrió darnos una Constitución para que la leyéramos. Habría sido mejor que nos juzgaran, en vez de dejarnos bien claro que éramos unos simples mandados.

      La conversación se ha prolongado mucho. Lluís Maria de Puig recoge su libro y la página amputada. De 65 años en la actualidad, diputado durante 25 y senador hasta hace pocas semanas, De Puig se ha interesado siempre por los aspectos más oscuros del golpe que le tocó vivir, pero la mayor parte de su actividad ha sido internacional -ha presidido la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa y la Unión Europea Occidental (UEO)-, además de ser profesor y escritor. Su encuentro con el ex guardia civil termina en un abrazo. «Perdón por aquel 23-F. Porque han pasado 30 años, pero a mí me parece que fue ayer», le dice Iglesias.

      Aunque solo sea por esto, las celebraciones del 30º aniversario del golpe fallido ya han servido para algo: mostrar un gesto simbólico de reconciliación.

      La hoja arrancada del texto de Lluís Maria de Puig

      Portada del libro requisado a Lluís Maria de Puig y la hoja arrancada del mismo en las horas finales del golpe.- SAMUEL SÁNCHEZ

      Notas escritas durante la noche del golpe

      » Hoy, 23 de febrero de 1981, esta mañana en la Secretaría del Colegio Universitario me han dado este libro. He venido leyéndolo en el avión. Cuando he llegado a las Cortes ya hacía unos minutos que había empezado la sesión. Estaba completamente lleno. Lluch y Felipe han estado brillantes.

      » Ha comenzado la votación. De repente se han oído gritos en el pasillo y un golpe en la puerta. Lavilla ha llamado al orden. Pero en unos segundos la Guardia Civil ha ocupado el hemiciclo. Eran las seis y media de la tarde.

      » Nos hemos quedado aturdidos. Nos han ordenado que nos tiráramos al suelo. Se han oído disparos. Por unos segundos me he temido lo peor. Inmediatamente nos han llamado a la calma, al silencio y al orden.

      » Ahora son las once y media. Tenemos muy pocas noticias. Estoy preocupado por casa. ¿Y Jaume? ¿Qué habrá ocurrido en Barcelona?

      » Me he tranquilizado mucho cuando nos han leído el comunicado del general Milans. Ahora cabe esperar. Quizás vamos a pasar aquí toda la noche. Me siento triste. ¡Miro a mis amigos y pienso en tantas cosas…!

      » Vuelvo a coger el libro de Masó. Me parece recibir un aire gerundense que me ayuda a pasar el rato. Escribo estas líneas lleno de esperanza.

      Los secretos de Juan José Rosón

      El golpe del 23-F le pilló al ministro del Interior, Juan José Rosón, cuando la cúpula de la Policía había dimitido a causa de la crisis provocada por la muerte del etarra Joseba Arregui tras nueve días de detención policial. La foto de su cadáver desnudo, cubierto de hematomas, se publicó en la prensa la víspera de la intentona. Esa crisis policial provocó un enfrentamiento con el Ministerio de Justicia, que no quería verse señalado como responsable del fallecimiento del etarra, ocurrido en un hospital penitenciario dependiente de este departamento. Rosón era persona de temple. El relato del ex guardia civil José Antonio Iglesias aporta un testimonio suplementario a los que se conocían sobre su carácter, que le llevó a intentar contactos con los que romper el forzado aislamiento en el Congreso durante el golpe, incluso a pensar en escaparse al hotel Palace, donde estaba el mando de las fuerzas de seguridad leales.

      Rosón continuó casi dos años más al frente de Interior. En ese tiempo gestionó asuntos tan complicados como la reinserción de la rama «político-militar» de ETA, que permitió retirar de la actividad terrorista a 120 de sus miembros durante una época en que otros etarras no paraban de matar. El Gobierno de Calvo Sotelo, del que Rosón formaba parte, llevó al límite las posibilidades legales para lograr el regreso de los polimilis a la vida civil; y el de Felipe González, que le relevó, respetó esos acuerdos y consolidó el proceso.

      Otra actividad prioritaria para Rosón fue la investigación de la trama civil involucionista. Sabía mucho del caldo de cultivo previo: no en vano, había lanzado a la policía contra la ultraderecha -que en aquella época atacaba con frecuencia y mataba-, primero desde su puesto como gobernador civil de Madrid (1976-1980) y después en Interior.

      Tantas tensiones le llevaron a cultivar fuertemente la discreción y el secreto. Su temprano fallecimiento, en 1986, sin duda nos ha privado de algunas claves.

      Consulta el Especial: 30 aniversario del 23-F

      El País.com


      El archivo de la represión…

      diciembre 11, 2010

      FÉLIX POBLACIÓN

      El Gobierno de España va a solicitar a la Unesco que el archivo de la represión franquista, ubicado en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, sea declarado Memoria de la Humanidad. Conformarían esa memoria los tres millones y medio de fichas policiales que, una vez concluida la Guerra Civil, contribuyeron a generar la dura y masiva represión que caracterizó a la dictadura. Si se tiene en cuenta que la población de nuestro país apenas superaba entonces los 26 millones de habitantes, la magnitud proporcional de ese archivo es ciertamente considerable.

      La puesta en marcha de tan exhaustiva, intensa y profusa tarea represora partió de la creación en 1938 de la Delegación del Estado para la Recuperación de Documentos por parte del bando rebelde. Su objeto fue apropiarse de la incautación de todo tipo de material documental, verificada por el ejército franquista a medida que avanzaba militarmente y dominaba aquellos territorios conquistados a la República. En su mayor parte pertenecía a instituciones, asociaciones y demás entidades comprometidas con la defensa del régimen legal y democráticamente constituido. Posteriormente (1944), ese órgano administrativo pasó a llamarse Delegación Nacional de Servicios Documentales, dependiente de la Presidencia del Gobierno, encargada de elaborar esos tres millones y medio de fichas en los que constaban los antecedentes políticos de quienes iban a comparecer en los Tribunales de Responsabilidades Políticas, los Tribunales de Depuración de Funcionarios y el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo.

      En ese fichero se encuentran todos aquellos ciudadanos que, con anterioridad al golpe de Estado de 1936 o durante el desarrollo del conflicto armado, estaban afiliados a sindicatos obreros, partidos de izquierda, logias masónicas, asociaciones laicas, ateneos libertarios, casas del pueblo y demás entidades consideradas delictivas a partir de la imposición del régimen franquista. Bastaba una carta, un carné, una fotografía de grupo, una colaboración en un periódico, o hasta la posesión de un boleto en una rifa significada por su carácter ideológico, para ingresar en ese fichero. También se especifica en cada tarjeta el desempeño militar ejercido durante la Guerra Civil.
      Tan escrupulosa y concienzuda labor represora contó con el asesoramiento de la Gestapo y las SS, según un acuerdo suscrito en julio de 1938 por el general Martínez Anido y Himmler, algo en lo que Franco estaba muy interesado desde el año anterior. Su objetivo era crear una policía política similar a la impuesta por el nazismo en Alemania, calificada por los Tribunales de Núremberg como “la más perversa y cruel de las conocidas en el siglo XX”. Según cuenta Ros Agudo en su libro La guerra secreta de Franco, Himmler visitó España en 1940 y el Estado franquista reconoció su colaboración con la concesión de la Gran Cruz Imperial del Yugo y las Flechas.

      La vida de más de tres millones de españoles y sus respectivas familias quedó marcada en la larga posguerra por la existencia de esas fichas, cuya existencia y significación ignoraron muchos de los afectados. Para no pocos, esa documentación comportó la muerte ante los pelotones de fusilamiento, epílogo funesto que siguió a la resentida y cruel paz proclamada por los vencedores, mientras que para una gran mayoría supuso años de cárcel, destierro e inhabilitación profesional. Bien está, por lo tanto, que un material que tantísimo sufrimiento amordazado gestó en los hogares de los vencidos ocupe por fin el lugar que merece en la Memoria de la Humanidad, pues sólo la memoria de quienes se opusieron a la privación de la democracia y la libertad debe ser reconocida como honroso patrimonio del ser humano.

      Sucede, sin embargo, que la declaración del archivo de la represión franquista como Memoria de la Humanidad tendría que soportar una insólita paradoja por su lugar de emplazamiento. Ciertamente, Salamanca y su Centro Documental de la Memoria Histórica son la ciudad y entidad más idóneas para que dicho archivo esté localizado y sea motivo de recordación y difusión. Pero la capital del Tormes es hasta el día de hoy una de las pocas en España que dispensa a Francisco Franco el título de alcalde de honor y medalla de oro de la ciudad, gracias a la resistencia del Partido Popular que la gobierna y que por cuatro veces se opuso con su voto a la propuesta del Partido Socialista para que se le retirara al dictador tal título y concesión, según se acaba de hacer en Ávila con la abstención del PP. Asimismo, la efigie de Franco tallada en piedra figura entre los medallones de reyes y otras figuras eminentes de la historia que caracterizan las arcadas de la Plaza Mayor, sin que el alcalde de la ciudad parezca dispuesto a cumplir con lo estipulado en la Ley de Memoria Histórica, aprobada en 2007. (Cada 20-N, el medallón es preservado con un plástico a modo de envase al vacío, para evitar los potenciales botes de pintura/protesta que pueda originar su permanencia).

      Estamos, por lo tanto, ante la inconcebible y esperpéntica paradoja de que el archivo de la represión, sito en una ciudad que es Patrimonio de la Humanidad, pueda ser declarado Memoria de la Humanidad por la Unesco y que el Ayuntamiento del Partido Popular de Salamanca siga dispensando honras al represor, artífice máximo de ese archivo con la colaboración de las agencias de represión “más perversas y crueles del siglo XX”.

      Félix Población es Escritor y periodista

      Ilustración de Mikel Casal

      Público.es vía google noticias

       


      Ferrol recobrará antes de acabar el año el Amboage de hace un siglo…

      julio 9, 2010

      La remodelación se hará por fases para dejar espacios de uso a los ciudadanos durante las obras.

      El Concello inició ayer la retirada de la Cruz de los Caídos, que quedará desmantelada «a finales de la semana».

      Autor: Luís A. Núñez / Localidad: ferrol/la voz.
      Fecha de publicación: 9/7/2010

      Los operarios tuvieron que desmontar ayer la Cruz de los Caídos en tres secciones distintasLos ferrolanos podrán, si lo desean, tomar este año las uvas en una nueva plaza de Amboage.

      Según el concejal de Urbanismo de Ferrol, Ángel Mato, las obras de remodelación de ese espacio público, que contemplan devolverle su aspecto original de principios del siglo pasado, estarán finalizadas «antes de que acabe el año».

      Hace aproximadamente una semana que comenzaron los trabajos, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, de retirada de la Cruz de los Caídos. Pero aún fue ayer cuando, provistos de una grúa, los obreros iniciaron el desmantelamiento del monumento construido en 1940 en recuerdo de los fallecidos del bando ganador en la Guerra Civil.

      No obstante, apunta Mato, «tenemos que ir con cautela». Y es que el gobierno municipal cuenta con el testimonio vivo de una persona que presenció la instalación de la cruz y asegura que en su base fue enterrado un libro con los nombres de las personas a las cuales hacía homenaje el monumento. Por eso, probablemente «a finales de esta semana» se llegue hasta él para conservarlo intacto en el Archivo local.

      Los materiales retirados, que son grandes losas de granito de alta calidad, serán reutilizados en otros espacios verdes de la ciudad, como publicó La Voz y refrendó el concejal Mato. Y en su lugar, surgirá un nuevo acceso con el que «recuperar la bajada original» desde la confluencia de las calles María y Arce. Pero no es eso lo único que realizará el ejecutivo local a través del Plan E de este año. La obra global cuenta con un presupuesto próximo a los 600.000 euros y un plazo, añade Mato, de seis meses. Y supondrá una vuelta al pasado en cuanto a la «homogeneización» del mobiliario público y la renovación de la iluminación con «unos báculos muy parecidos a la concepción inicial de la plaza, y en las mismas posiciones». Eso implica también la colocación de nuevos bancos y la adecuación de los ya existentes. El proyecto se completa con una ampliación del parque infantil.

      El edil de Urbanismo destaca que la obra se realizará por fases, de modo que los ciudadanos puedan convivir con los trabajos y seguir utilizando la plaza.

      La Voz de Galicia vía google noticias

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      El legado de una familia franquista…

      junio 6, 2010

      Cultura compra los archivos personales de Severiano y Rafael Martínez Anido.

      PEIO H. RIAÑO MADRID 05/06/2010

      En el palacio de La Moncloa. Rafael, en noviembre de 1936, entre las ruinas de La Moncloa. El ejército sublevado toma las inmediaciones de Madrid. Desde la Casa de Campo avanza hacia la Ciudad Universitaria.

      En el palacio de La Moncloa. Rafael, en noviembre de 1936, entre las ruinas de La Moncloa. El ejército sublevado toma las inmediaciones de Madrid. Desde la Casa de Campo avanza hacia la Ciudad Universitaria.

      La confianza es una cuestión de propaganda. Basta con que los enemigos hablen mal de alguien, para ver refrendada la lealtad de sus compañeros. El odio que se sea capaz de despertar también es una forma de definirse. A Severiano Martínez Anido la propaganda le reportó grandes aliados durante su carrera como militar represor. El general fue uno de los cargos más crueles de la dictadura de José Antonio Primo de Rivera y un estorbo en puestos claves con la de Francisco Franco. Las crónicas en la prensa conservadora el día después de su muerte, en la víspera de la Navidad de 1938, hablaron de él como «un excelente militar, gran patriota, político enérgico y austero»; ensalzaron su «lealtad, su honradez, su valía». «Todas sus imponderables virtudes cívicas estaban avaladas por la inquina desesperada, por el odio obsesionante, por los violentos ataques que mereció de todos los enemigos de España», se puede leer en la edición de Sevilla del ABC.

      Los herederos han vendido los documentos al Estado por 15.000 euros.

      En los próximos días llegará al Centro Documental de la Memoria Histórica en Salamanca el archivo personal de la familia Martínez Anido, desde principios de siglo XX hasta nuestros días. La Junta de Calificación del Ministerio de Cultura ha comprado por 15.000 euros a los herederos los documentos, entre los que se encuentra la copia de la carta que Unamuno mandó a Severiano en septiembre de 1936 pidiéndole disculpas por un artículo escrito diez años atrás sobre su proceder como gobernador civil; los mensajes en los que el abogado republicano Alejandro Lerroux, ya exiliado en Portugal, le expresa su «absoluta confianza en el triunfo de la causa nacional»; el borrador de renuncia como ministro de Orden Público de Franco; la correspondencia con Pepe Quiñones de León, diplomático retirado en París, en las que le cuenta los preparativos de la sublevación del ejército; una carta de 1931 en la que su secretario le anima a quedarse con unos fondos sin destino por valor de medio millón de pesetas; y el archivo fotográfico y militar de su hijo, Rafael Martínez Anido, capitán de la Legión durante la guerra civil, entre otros objetos.

      Un archivo excepcional

      Según fuentes del ministerio, se trata de un archivo excepcional porque no es habitual que el bando sublevado entregue sus papeles. Entre los que se conservan destaca el borrador de renuncia que Severiano Martínez Anido preparaba, unos meses antes de morir, para entregar a Franco. En el escrito demuestra el ocaso de sus días de honores. Por primera vez, como él mismo escribe al generalísimo, ve sus «facultades mediatizadas y sin disponer de la libertad de acción que tanto se necesita». El problema era la nula división y separación de tareas entre los ministerios de Orden Público e Interior, dos órganos con las mismas funciones, enfrentados y carentes de «un margen material que limite las acciones policíacas y administrativas».

      El archivo incluye cartas temerosas de Unamuno y Lerroux al general.

      Arranca la carta con un «mi querido y respetado general: Constituye para mí un verdadero dolor tener que interrumpir con una preocupación más su cotidiana y gloriosa labor guerrera al frente de nuestras tropas». La retórica de la sumisión, la amenaza y el miedo es otro de los atractivos de este archivo, en los que la trayectoria familiar de los Martínez Anido, como protagonistas de una España golpista y fascista, les hace bailar de un lado a otro del poder, arrastrando rencores y revanchas que se consuman cuando ocupan posiciones desahogadas tanto con Primo de Rivera como con Franco.

      El general, anciano y menospreciado, no soporta que ministros más jóvenes no se sometan a sus exigencias. Lo achaca a una falta de «respeto por la edad y el empleo». Incluso se diría que aquel sanguinario militar se vuelve hasta escrupuloso con los métodos del órgano represor rival: «Llegando a castigar en su actuación al extremo de detener a personas respetabilísimas, castigar de una manera cruenta en mi jurisdicción a detenidos para lograr declaraciones y otros excesos, que dejan en muy mal lugar a la policía en general, por ser una de sus funciones el evitarlo y garantizar el amparo y respeto de las personas», escribe sin cinismo.

      Unamuno frente al rencor

      Aquel Martínez Anido que al caer la Segunda República regresó corriendo de su exilio en Francia para «poner su espada al servicio de la patria», llegó con todos los galones por delante, dispuesto a sembrar orden entre quienes se habían atrevido a cuestionar sus funciones y servicios junto a Primo de Rivera. Fue el caso de Miguel de Unamuno, que escribe una carta llena de disculpas al tiránico personaje, en la que se arrepiente de sus «adjetivas locuciones y
      excesos de lenguaje» de unas palabras dichas por el viejo filósofo hacía más de diez años.

      Es un caso excepcional: no es habitual que el bando sublevado entregue sus papeles.

      Unamuno le demuestra su sometimiento lamentándose por haberle herido con aquellos términos «tan en lo vivo». Dubitativo, amenazado, de un lado a otro, desestimando sus adjetivos, pero confirmando sus juicios, redacta un sobrecogedor pasaje para librarse de la muerte por represalia: «No me doy clara cuenta de que al cabo de este tiempo y de lo que en él ha pasado, y sobre todo lo que está pasando ahora, pueda nadie resucitar viejos agravios casi enterrados, ni con qué fines», escribe.
      «Más de todos modos, me siento en el deber de decirle», continúa Unamuno, «y en medio del actual desenfreno patológico de pasiones políticas, que si en aquellos días, mucho más serenos que estos, me pude exceder en la dureza y la rudeza, a las veces cruel, de expresiones en mis juicios, no creo que a la actuación gubernativa y policíaca de ustedes entonces, por perjudicial que me hubiera parecido, le llevó egoísta móvil de lucro personal y que trató usted de dejar a salvo su estricta honradez».

      El pánico que revelan las cartas refleja el odio sobre el que se levantó el orden franquista.

      Un poder sin límites

      El militar de méritos en Filipinas y Marruecos, ayudante honorario de Alfonso XIII y director de la Academia de Infantería, se ganó las glorias en 1917 aplicando mano dura como gobernador militar en Barcelona durante las primeras manifestaciones obreras. «Y allí, en Barcelona, en medio de la gran marea, un hombre mantenía firmemente el timón. Acababa de llegar con la misión de volver las aguas a sus cauces y mantener a toda costa la normalidad», Severiano tenía 55 años y una reputación por delante que adornar con un sinfín de atentados, extorsiones y asesinatos. En el primer mes que estuvo al frente del puesto, murieron 22 personas en las represalias. Creó con la ley de fugas una de las páginas más sucias de la historia, y fundó el sindicato libre, que junto con los servicios de la policía, trituraron a la CNT.

      Martínez Anido era un peso pesado dentro y fuera de España. Las misivas que le envió el diplomático y golpista Pepe Quiñones de León confirmaban que no había desaparecido ni en el exilio: «La situación militar buena, pero falta de aviones. Se trata por todos los medios de remediar. Situación militar embrollada, pero confío que no irá a mayores. El hecho de que Italia y Alemania hayan admitido acudir a la Conferencia de los Cinco, es decir, con Inglaterra, Francia y Bélgica, me da cierta esperanza», le escribe el antiguo embajador español el 2 de julio de 1936. Incluso llega a proponerle formar parte de la futura Junta Nacional de Defensa.

      El general dirigió la brutal represión contra la militancia obrera en la Barcelona de 1920.

      Notable también es la carta de agradecimiento que el 23 de septiembre de 1938 le escribe Alfonso XIII desde Lausana. «He recibido tu amable carta y muy de corazón te agradezco la parte que tomas en mi inmenso dolor por la muerte de mi hijo Alfonso ocurrida en las tristes circunstancias que tú conoces. Recibe un fuerte abrazo de tu antiguo y buen amigo».

      El léxico del miedo

      La palabra se hace de nuevo amenaza con los aterrorizados escritos del cordobés Lerroux, quien, a salvo en Portugal, pretendía garantizarse un retorno a España sin consecuencias, después de haber sido presidente de la República. En una carta con el membrete de su despacho madrileño en O’Donnell, el abogado, en un bochornoso tono, le pide disculpas por no haberle contestado a dos cartas y un telégrafo que Severiano le mandó cuando estaba al frente del Gobierno.

      La lectura del archivo permite rememorar la retórica de la sumisión y el miedo.

      El general le ha hecho llegar su enfado por un tercero, años después. Lerroux, muerto de miedo, le explica: «Mi cortesía no le hubiese dado por respuesta la grosería del silencio y mucho menos aún mi gratitud, porque si usted en cumplimiento de su deber ordenó dos veces mi prisión -como en su caso hubiese hecho yo- no puedo olvidar, ni olvido, ni olvidaré la atención, benevolencia y caballerosidad con que trató a mi mujer y a mi hijo».

      El pánico que se cuela entre las líneas de las cartas de este archivo recuperado para la memoria es la prueba del odio y el rencor con el que se levantó el orden y la tranquilidad que demandaba la familia franquista.

      Público.es