Josep Almudéver :“Jamás en la vida olvidaré los gritos de los fusilados”

noviembre 16, 2013
El País, 12-11-2013 – 13 noviembre 2013

AlmudéverEl veterano es uno de los cinco supervivientes de las Brigadas Internacionales

FERRAN BONO 12 NOV 2013

Se cruzaron por casualidad en una plaza de Marsella. Se miraron de arriba abajo y se fundieron en un abrazo. Ambos habían sido brigadistas internacionales y habían combatido contra el Ejército golpista durante la Guerra Civil española. Lo supieron enseguida porque llevaban puesto el mismo traje, el que regaló el Gobierno republicano a los brigadistas cuando tuvieron que abandonar España. “El doctor Juan Negrín nos vistió y nos dio 310 francos”, recuerda Josep Almudéver, mientras enseña la fotografía de su encuentro, en Marsella, con el tangerino Antonio Arenas. “No nos conocíamos de nada, pero al vernos vestidos con el mismo traje supimos que teníamos en común España y la República”, explica el excombatiente, de 94 años, sin inmutarse por la molesta arena de la playa de la Malva-rosa de Valencia que levanta el fuerte viento de poniente.

Tocado con una boina y con un aire al doctor Gachet que pintó Van Gogh, Almudéver espera en una terraza a unos amigos franceses y valencianos para comer en un conocido restaurante del paseo marítimo. No probarán la típica paella frente al mar. “No porque no la hagan buena aquí, ¿eh?, pero es que ya se sabe que como en casa, ninguna, y a nosotros nos sale de categoría”, interviene Antoni Simó, historiador y amigo del brigadista, al que acoge en su casa de Alcàsser, a 15 kilómetros de Valencia. Residente en Francia, Almudéver asiente y apura su refresco.

Ha sido un hombre de acción toda su vida. Y sigue sin parar, yendo allá donde le reclaman para contar su lucha en institutos, universidades y foros diversos. Nació en Marsella, fruto de otro encuentro casual. Su madre, valenciana, trabajaba en un circo de gira por Europa cuando estalló la I Guerra Mundial. En la ciudad francesa conoció al que sería su marido, que había abandonado su Alcàsser natal para eludir las represalias: intentó quemar la iglesia ante la negativa del cura a dejar bailar y celebrar una verbena.

El hispanofrancés Josep Almudéver heredó la militancia y el oficio de albañil de su padre. Cuando se declara la Guerra Civil ya vivía con su familia en Valencia y se alistó en el Ejército republicano quitándose años. Lo descubrieron y lo mandaron a casa. Volvió al frente y le hirieron. Se recuperó y vio la oportunidad de reincorporarse inmediatamente con la Brigada Garibaldi. Lo aceptaron como francés, traductor y combatiente. Y cuando los brigadistas se marcharon de España por decisión del Comité de No Intervención, se las apañó para regresar a Valencia. Era el final de la guerra. Después huyó con su padre al puerto de Alicante. Allí fue recluido en el campo de concentración de Albatera.

El tono vitalista del brigadista, que posteriormente fue maqui, se ensombrece. “No sé por qué, pero siempre me obligaban a mirar los fusilamientos de los que intentaban escapar del campo de concentración. Jamás en la vida olvidaré los gritos de los fusilados”, afirma. Mira un instante el horizonte, se reincorpora y continúa con la conversación.

Conserva una extraordinaria agilidad física y mental. Dice que conoce a algunos de los cinco brigadistas que quedan vivos, según la Asociación de Amistad con los Brigadistas Internacionales, de los más de 45.000 que llegaron a España para luchar por la República. “Yo soy de los pocos que puedo viajar. Y no voy a dejar de hacerlo mientras pueda”, concluye.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/11/12/actualidad/1384291082_906417.html


Un brigadista homosexual en la «Guerra Civil» española…

junio 2, 2013

Un brigadista homosexual en la Guerra Civil Española…

  • Bill Aalto fue un estadounidense comunista y homosexual.

  • Valiente soldado y héroe de la República Española combatió al fascismo en dos guerras.

  • Una vida marcada por la lucha para defender los valores republicanos de libertad e igualdad.

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02/06/2013 – José Luis Villalobos

En 1915 nacía William Eric Aalto en pleno barrio neoyorquino del Bronx. De origen finlandés, su familia, y más concretamente su madre, le educaron siguiendo la filosofía marxista; siendo desde muy joven activista en el Partido Comunista de los Estados Unidos.

La vida de Bill Aalto, como era conocido, ha sido recuperada por la historiadora británica Helen Graham, Catedrática de Historia Contemporánea de Europa en la Royal Holloway de Londres, una especialista en el estudio de la Guerra Civil Española. Está investigando la vida de varias personas que vivieron la época más oscura del siglo XX (1936-1945), tomando como ejemplo sus vidas para escribir acerca de este periodo en Lives at the limit, donde Bill Aalto es uno de los protagonistas.

Con apenas 22 años Bill se alista en la Brigada Internacional Abraham Lincoln y llega a una España desgarrada por la Guerra Civil. Este grupo de estadounidenses venían voluntariamente a luchar junto a la República. En poco tiempo alcanza el rango de Capitán y recibe, por su valentía en batalla, la distinción republicana más alta concedida a un miembro de la Brigada Lincoln.

En un primer momento es destinado a Albacete. Pero pronto se sitúa en el frente de combate donde está teniendo lugar la Batalla de Teruel (1937). Luchará en operaciones arriesgadas, buena parte detrás de las líneas enemigas. Experto en el manejo de explosivos, destacará en la destrucción de vías férreas del enemigo. En una de las misiones más peligrosas destruirá un puente de ferrocarril en la sierra de Albarracín, sirviendo esta gesta de inspiración a Ernest Hemingway para escribir su ilustre novela Por quién doblan las campanas.

Tras la derrota republicana en Teruel en 1938 es destinado a Motril. Allí ve como se disuelven las brigadas internacionales. Abrumado por la tristeza es obligado a volver a Estados Unidos, despidiéndose de España para siempre.

Su vida nos ha llegado gracias al esbozo biográfico A hero of left. Esta narración fue escrita por su amigo Irving Goff, quien nos cuenta parte de su vida. Acabada la Guerra Civil, es a partir de 1940 cuando se dedicaban a hacer conferencias en centros sociales y universidades de todo Estados Unidos a favor de la causa republicana española.

Aunque habían sido compañeros en la brigada, es en este momento cuando entablan amistad hasta tal punto que Bill le cuenta, según Helen Graham «de forma bastante brusca», que es homosexual. Esto crea en Irving una gran incomodidad, no por su orientación sexual, sino porque en 1940 ser gay era algo ilegal, y por tanto a él lo hacía cómplice del delito. A pesar de ello, serán grandes amigos y ambos tratarán de concienciar a la sociedad estadounidense de los crímenes realizados por el régimen franquista.

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Debemos tener en cuenta que en este año la Guerra Civil ya había acabado. Sin embargo, un peligro aun mayor preocupaba al mundo: la Alemania de Hitler. La Segunda Guerra Mundial ya había estallado, y la República, finalmente vencida por los militares sublevados del General Franco, aún trataba de movilizar a la opinión internacional tratando de concienciar sobre los crímenes en España, como ejemplo de lo que iba a ocurrir en esta nueva guerra mundial. Citando a la historiadora Helen Graham, civiles y militares armados sembraron el terror durante y tras la guerra, ejecutando a sectores sociales de la izquierda o simplemente a quien se oponía al nuevo régimen. Actualmente se calcula que pudo haber más de 500.000 asesinatos por parte del bando sublevado y otros tantos del bando republicano.

La finalidad de esta represión fue siempre la creación de una sociedad homogénea como solución duradera a los problemas del país, a la vez que evitar una oposición política. Es decir, se achaca a una minoría los problemas de la mayoría; una idea común en los fascismos pero algo imposible desde el punto de vista antropológico. En el caso de España se acusó a la izquierda republicana y en Alemania se acusó a los judíos. Los homosexuales también forman parte de esta minoría castigada.

Esta política afecta gravemente a la cohesión social y a la cultura del país. El mejor ejemplo está en el asesinato de Federico García Lorca en 1936, icono de la cultura y homosexual. Helen Graham admite que en la actual situación económica de España pueden surgir de nuevo estas políticas ultraderechistas, intransigentes y socialmente intolerantes.

Pero sigamos con la vida de Bill. Tras la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en 1941, se alista en el ejército de su país. Quiere volver a combatir contra el fascismo. Sin embargo, se le impide ir al frente debido a sus ideas políticas; sirviendo así en la oficina de servicios estratégicos. Reconocida su labor militar con el grado de Sargento Mayor, comienzan a surgir rumores dentro del ejército sobre su sexualidad.

Acabada ya la contienda, utiliza su pensión de militar para volver a los estudios de poesía en la Universidad de Columbia. Publicará varios escritos y pondrá en marcha la asociación de veteranos de la Brigada Abraham Lincoln con el deseo de que la Historia reconozca su labor. Tras la represión estadounidense contra los comunistas, debido al «miedo rojo» predominante en aquel país durante la década de los 50, se relega voluntariamente a un segundo plano. Morirá de Leucemia en Nueva York en 1958, siendo enterrado como militar en el Long Island National Cementery.

http://www.cascaraamarga.es/cultura/50-cultura-gay-homosexual/5489-un-brigadista-homosexual-en-la-guerra-civil-espanola.html


Un correo para memoriar a las Brigadas Internacionales…

enero 29, 2012

Enviado por Alejandro Herrera a lamemoriaviva@hotmail.es

 
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Un correo de un amigo…

Estimados amigos:

 
hace poco más de un mes os daba noticias relativas a la memoria de las Brigadas Internacionales. Ya en el nuevo año, parece que nuestros ojos se van acostumbrando al panorama sórdido que enfrentamos. El triunfo electoral de la facción más dura en el apoyo al capital financiero multinacional parecería haber noqueado a la sociedad española. Puede que no haya tanto fatalismo y resignación como pretenden transmitir las encuestas y los medios. Puede que una buena parte de la ciudadanía no haya perdido la capacidad crítica y de reacción frente a los abusos (bajo el disfraz de las «imprescindibles reformas») impuestos por los mercados, los banqueros y sus administradores políticos, liderados en Europa por el dúo «Merkozy». 
 
Otra vez, como en los años 30, se repite la historia. Los voluntarios que llegaron a España a  combatir el fascismo venían de luchar  en sus países  contra las políticas de aquellos gobiernos que pretendían hacer pagar la terrible crisis a las clases trabajadoras. Y otra vez su ejemplo aparece como un referente de la actitud firme que los trabajadores deberían  adoptar frente a los recortes y abusos sociales.
 
Hace dos semanas nuestro compañero Paco Gómez escribió una carta a El País – a propósito del artículo publicado sobre Lise London, «La última brigadista»,
http://www.elpais.com/articulo/portada/ultima/brigadista/elpepusoceps/20111211elpepspor_11/Tes – en el que expresaba su agradecimiento a aquellos héroes de leyenda. Ese «Gracias», escribía Paco, debería conducir a no cruzarnos de brazos y a seguir su ejemplo (reproduzco la carta).
 
Este año recordaremos de nuevos a aquellos luchadores que hace 75 años ayudaron al pueblo español en su desigual combate contra a la reacción fascista en los campos del Jarama, Guadalajara, Brunete y otros lugares. Para rendirles homenaje, la AABI y otras organizaciones hemos organizado diversos actos en los meses de febrero, marzo y junio.  De momento os ofrecemos, en el archivo adjunto, el programa de la 5ª marcha del Jarama, a la espera de poder enviaros muy pronto el de la visita a los principales lugares de la batalla de Guadalajara. 
  • Os invitamos a participar en estos actos así como a los demás actos convocados por las organizaciones de la memoria histórica, entre ellos los de apoyo al juez Garzón. 
  • Así mismo os invitamos a que visitéis nuestra web http://www.brigadasinternacionales.org/
  • Próximamente  sacaremos un boletín de la AABI con información preferente de los actos del 75 aniversario de la creación de las BI

La última brigadista…

diciembre 11, 2011

JESÚS RODRÍGUEZ 11/12/2011

Hace 75 años, más de 35.000 hombres y un puñado de mujeres de 54 países llegaron a España para luchar contra Franco. Estaban convencidos de que si frenaban el fascismo podían evitar una guerra mundial. Esta es una historia de valor y solidaridad a través de la memoria de Lise London, la última mujer voluntaria con vida.

Lise London

 
 
1942

Lise en la localidad de Charande, en junio de 1942, un mes antes de ser detenida por la Gestapo.-

Cuando el compacto grupo de ancianos franceses con acento español y ancianos españoles con acento francés se arranca a entonar con rabia el vibrante himno de batalla de nuestra Guerra Civil, se hace un silencio doloroso y toca tragarse las lágrimas. Son los testigos de una historia que se acaba. Una gesta de ideales y lucha por la libertad que pronto, cuando sus últimos protagonistas desaparezcan, quedará enterrada en los manuales de historia. Hoy están aquí. Quizá por última vez. Tienen el pelo blanco y las manos nudosas como una vid; ondean sobre sus cabezas pálidas banderas tricolores; un centenar de veteranos de la guerra se han reunido esta tarde de noviembre en un rincón sin turistas de París en homenaje a los miles de camaradas que llegaron a este lugar hace justo 75 años, procedentes de 54 países, para alistarse en las Brigadas Internacionales y luchar durante más de dos años contra Franco en los frentes de Madrid, el Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro. Fueron más de 35.000. Casi un tercio reposa en España en tumbas sin nombre. Muchos iniciaron malheridos la retirada a finales de 1938 y murieron en campos de concentración franceses y alemanes. Los que sobrevivieron formaron una estrecha comunidad de sangre que nunca nadie ha conseguido romper.

Eran jóvenes y no eran soldados; nunca habían sostenido un arma; habían militado en el pacifismo y la solidaridad entre los pueblos. Eran unos soñadores. Metalúrgicos, estibadores, estudiantes, campesinos e intelectuales; aventureros, revolucionarios; activistas negros americanos y judíos perseguidos por los nazis. Por encima de su origen, combatir en la Península al Caudillo suponía para todos plantar cara a Hitler. Creían que la Guerra Civil era el primer asalto de una contienda mundial que se podría frenar si Franco y sus compañeros de viaje eran derrotados en España. Para los brigadistas, no se trataba de una simple guerra fratricida aislada en un país frontera con África. Era el aperitivo de la catástrofe. El tiempo les daría la razón.

Aquella guerra concluiría el 1 de abril de 1939 con el triunfo de Franco y los ejércitos del Eje y el éxodo de medio millón de derrotados; cuatro meses más tarde, Hitler, según el plan previsto, invadía Polonia; doce meses más tarde, Francia, y dos años más tarde, en mayo de 1941, la Unión Soviética. Cincuenta millones de personas perecerían en la II Guerra Mundial. La perspectiva que proporciona el tiempo confirma que los brigadistas fueron unos visionarios. Antes de que existieran el derecho humanitario y la declaración de derechos humanos, apostaron por la solidaridad internacional con un Gobierno legítimo cuya democracia estaba siendo pisoteada. Se adelantaron. Una idea que sintetizaría Artur London, brigadista hasta las últimas horas de la República y uno de los protagonistas de este reportaje, con una frase: «Se levantaron antes del alba».

Muchos eran parias de la tierra. Tenían poco que perder porque no tenían nada. Dieron un paso al frente aquel otoño de 1936. Rompieron con todo. Se convirtieron en proscritos en sus países de origen. Era un instante crucial en el que la democracia se resquebrajaba; no solo Alemania e Italia habían caído bajo el yugo del fascismo. En Polonia, Hungría, Rumanía, Grecia, Lituania, Bulgaria, Checoslovaquia, Austria y Portugal se estaban incubando regímenes dictatoriales. La extrema derecha había mostrado sus colmillos en Francia. En sectores del Partido Republicano estadounidense y el establishment británico se aplaudía a Hitler. En ese instante, la mitad de España se había rebelado contra el golpe de Estado del 18 de julio. La guerra había comenzado. La República carecía de ejército y lo improvisaba a diario; mientras, Franco, al mando de unas fuerzas fogueadas en África, había alcanzado en semanas los arrabales de Madrid. Hitler humillaba a las democracias y enviaba sus bombarderos contra los españoles saltándose los acuerdos internacionales. Para apaciguarlo, Francia y Reino Unido habían abandonado a la República. La Península ardía. El mundo asistía mudo a la tragedia. Dentro de ese macabro decorado, miles de hombres habían reaccionado y enfilado París como primera escala hacia España. ¿Por qué estaban dispuestos a jugarse la vida en un país del que no conocían ni la lengua? Artur London daría la clave: «En Madrid, el checo iba a luchar por Praga; el francés, por París; el austriaco, por Viena; el alemán, por liberar su país de Hitler, y el italiano, por expulsar a Mussolini de su país».

No pasarán

 

Un búnker de la Guerra Civil en el parque del Oeste de Madrid; aquí llegaron los brigadistas a defender la ciudad el 8 de noviembre de 1936.- SOFÍA MORO

 

El número 8 de la calle de Mathurin-Moreau era en 1936 un descampado salpicado de barracones que albergaban sindicatos de izquierda y comités obreros. A ese París proletario comenzaron a llegar en octubre los voluntarios. Los partidos comunistas de todo el mundo (de los que había surgido la idea de crear las Brigadas a través de la Internacional, la organización que hacía de correa de transmisión entre las consignas de Stalin y sus cuadros) habían prestado su infraestructura como banderín de enganche. En esta calle comenzaría el largo viaje hasta el frente. Más allá, vencer o morir.

Aquí se levanta desde los años setenta la sede del Partido Comunista Francés, un bello edificio de hormigón y cristal proyectado por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer como regalo a sus camaradas franceses. Todo aquí remite al combate contra el fascismo. La plaza en la que desemboca el cuartel general comunista lleva el nombre de uno de los más legendarios veteranos de las Brigadas Internacionales: el coronel Fabien, líder desde 1941 de la Resistencia francesa contra Hitler y el primer partisano que acabó durante la ocupación con la vida de un oficial hitleriano. En este ambiente de familia nos encontramos con una de sus viejas camaradas de guerrilla, Cécile Le Bihan, viuda de otro mítico brigadista: el coronel Rol-Tanguy, el partisano al que se rindió el ejército alemán que ocupaba París en 1944. Cécile tiene 93 años; es una anciana erguida, digna y lúcida, con una boina calada hasta las sienes y la Legión de Honor en la solapa. Durante cuatro años se jugó la vida y la de su familia en la Resistencia contra la ocupación nazi. Pasaba documentos en el cochecito de su hijo (hoy ese bebé es un sexagenario que sonríe a su lado) y participó en sabotajes. Su compañero, Rol-Tanguy, es un héroe nacional en Francia. «Nunca olvidó España», relata Cécile; «afirmaba que la experiencia más grande y enriquecedora de su vida fue la Guerra Civil. Era un sindicalista, un hombre de acción. Me decía: ‘Tengo dos patrias, Francia y España; nunca me he podido sacar a los españoles del corazón’. España era para Henri como esa bala que recibió en la espalda en el frente del Ebro, se le quedó alojada en el omoplato y no le pudieron extraer: era parte de él».

-¿Por qué se enroló en las Brigadas?

-Quería aprender a luchar contra el fascismo y enseñar a otros. Se empeñó en ir a Madrid. Era un tipo duro, un metalúrgico. No era un idealista, era un militar. Sabía que el siguiente capítulo de aquella tragedia era París. Y no se conformaba. Quería estar en primera línea; volvió de España herido. Nos casamos en abril del 39. Un año más tarde, Hitler invadía Francia y volvió a combatir.

Aquellos jóvenes brigadistas que comenzaron a concentrarse a mediados de octubre de 1936 en París eran tipos jóvenes, grandes, ruidosos, románticos, vitales; sin gran formación (aunque hubiera entre ellos un grupo de escritores como Malraux, Hemingway, Orwell o Koestler), pero muy politizados; gente del pueblo, directos, juerguistas; cariñosos con los españoles que los recibían como salvadores. Se sintieron como en casa. Tras escuchar las grabaciones con decenas de testimonios de brigadistas, leer sus memorias y charlar con los supervivientes y sus familias, se advierte un hecho sorprendente: nunca renegaron de su aventura española; los veteranos recordaban los años de la Guerra Civil como los más enriquecedores, intensos y altruistas de su vida. No había amargura en sus palabras. Ninguno se quejaba del pobre armamento e instrucción que recibieron; las penosas condiciones de vida en el frente; la crueldad de las batallas. No hay ninguna crítica a la discutible conducción política y militar de la guerra por parte de la República. Ni siquiera a su retirada de España como moneda de cambio. Para ellos, la única tragedia fue abandonar a los republicanos a su suerte. Me lo confirma la hija de uno de ellos que prefiere no dar su nombre: «Mi padre me contaba que cuando la República decide a finales de 1938 que los brigadistas se vayan para intentar un agónico acuerdo de paz, estos no querían que los españoles les dieran las gracias; las daban ellos por haber tenido la oportunidad de compartir el ideal de la República. Los brigadistas eran muy queridos en España. Llegaron aclamados por el pueblo, y cientos de miles de personas les despidieron entre flores de la misma forma el 15 de noviembre de 1938 en la Diagonal de Barcelona. Algo bueno debieron de hacer. Consideraban a los españoles sus hermanos. Por eso, los tres centenares que vivían en 1996 aceptaron como un honor la decisión del Gobierno de Felipe González de concederles la nacionalidad española».

Con Ibárruri

Lise (segunda por la derecha) con Dolores Ibárruri (en el centro).-

De los más de 35.000 voluntarios extranjeros que lucharon en nuestra Guerra Civil no quedan más de veinte. Los más jóvenes han superado los 90 años. Para Marina Garde, responsable de ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives), la organización que reúne a los brigadistas estadounidenses vivos (solo cinco de los 2.800 que vinieron a España), «están muriendo los últimos y es trágico; era gente carismática, entregada, incansable, que movía a mucha gente con su testimonio; ahora nos toca defender esa memoria. Es un legado muy fuerte que tenemos que salvar del olvido. Hay que crear una tradición en torno a su memoria. Que su ejemplo sirva para que nunca nos quedemos cruzados de brazos ante los dictadores».

El pasado invierno murió el último brigadista italiano; queda un superviviente en México, dos en Argentina, tres en Reino Unido, cinco en Estados Unidos, uno en Rusia, dos en Austria, un estonio, un israelita y cinco franceses. Estos últimos no han podido estar hoy en París en el acto de homenaje. El tiempo no perdona. Sin embargo, César Covo, Théo Francos, los hermanos Vincent y Joseph Almudever y Lise London están en el corazón de todos.

Sobre todo Lise, la legendaria compañera de Artur London; la última brigadista. Tiene 95 años. Nació como Elisa Ricol de padres españoles en un pueblo minero francés. Los Ricol representaban el prototipo del proletariado de comienzos del siglo XX: pobres, analfabetos, desertores del campesinado y emigrantes. El viejo Ricol era un picador que arrastraba la silicosis y militaba en sindicatos comunistas. Lise nació en 1916. De niña vendía helados por las calles. A los 15 años ingresó en las Juventudes Comunistas. Era una mujer guapa, morena, resuelta, chispeante, con unos bellos ojos negros, un rostro de camafeo y una estricta elegancia socialista en blanco y negro que recuerda a Dolores Ibárruri. Firme, vehemente, doctrinaria, adicta al debate, se iba a convertir desde joven en una profesional de la revolución, una activista incansable, una militante dispuesta a todo. «¡Soy aragonesa!», aún repite con orgullo. El partido, la lucha, eran lo primero. Santiago Carrillo, amigo de los London y durante veinte años secretario general del Partido Comunista de España, intenta explicar esa absoluta obediencia de los militantes de la época respecto de la organización: «Ser comunista era algo más que ser de un partido; suponía tener fe. Había en nosotros mucho de romanticismo. El comunismo tenía un componente religioso, con sus santos, sus mártires y su Meca, que era Moscú. No nos planteábamos más. Queríamos extender la revolución. Cuando perdimos esa fe, todo se desmoronó. Lise tardó en perderla. Tuvo incluso problemas políticos con su marido». Artur London, en su autobiografía La confesión, describía así a su mujer y camarada: «Ha conservado su frescura de chiquilla: hay que verla entusiasmarse, apasionarse, tomar partido y luchar para lograr que compartan sus convicciones los que la rodean. Pone el corazón en todo lo que hace. Dispuesta a no importa cuál sea el sacrificio por sus amigos, es, por el contrario, intransigente cuando se trata del deber de los comunistas. Su confianza hacia el partido y la URSS es total. Para ella, el gran principio de la vida militante se enuncia muy simplemente: el que comienza a dudar del partido deja de ser comunista».

En 1934, con solo 18 años, Lise marcha a Moscú invitada por la Internacional para convertirse en dirigente comunista. Lo relata Roberto Lample, de 62 años, francés, de padre anarquista español, alma de ACER (Asociación de Antiguos Combatientes en la España Republicana) y fiel compañero de fatigas de Lise: «Moscú fue su escuela política; ella quería escapar a su destino de mujer proletaria. Se dio cuenta de que si estudiaba, si viajaba, su vida podría cambiar. La ambición de Lise era aprender. El partido le dio la oportunidad de ir a Moscú. Y ella lo aprovechó. Era una luchadora; estaba convencida de que el poder no se podía delegar; no había que esperar que otros te solucionaran los problemas, había que actuar; quería decidir su futuro. Y eso tiene plena vigencia con el movimiento de los indignados».

Era una fuerza de la naturaleza; una mujer valiente, magnética, decidida; una revolucionaria que conoció a Stalin, Tito, Pasionaria y Ho Chi Minh. En Moscú se enamoró de Artur London, un joven comunista de 19 años, alto, guapo, elegante y tuberculoso; un intelectual checo de origen judío que contraponía al ímpetu descarnado de Lise un carácter calmado y reflexivo. Lise abandonó a su primer marido (el comunista Auguste Delaune, que sería ejecutado en los cuarenta por los nazis) y unieron su destino. Tendrían tres hijos y compartirían 50 años de lucha, desde la URSS a la Guerra Civil; la clandestinidad, la Resistencia en Francia, la persecución de la Gestapo, los campos de exterminio nazis y las purgas estalinistas de los cincuenta. Una vida intensa que llevó al cine en 1970 Costa-Gavras. Sus camaradas Yves Montand y Simone Signoret dieron vida en la pantalla al matrimonio; del guion se encargaría Jorge Semprún, compañero de Artur London en Mauthausen.

Lise está hospitalizada en una hermosa clínica construida tras la II Guerra Mundial para acoger a los supervivientes de los campos de concentración, en Fleury-Merogis, a una hora de París. Michel London, su hijo menor, un matemático de 62 años, se ofrece a llevarnos, aunque advierte que su madre está muy débil. Al volante de su cascado Fiat 500 va recordando pasajes de la vida de su familia, desde sus abuelos maternos españoles, los Ricol, que se hicieron cargo de los hijos del matrimonio London durante su deportación a los campos nazis y acogieron en su hogar a exiliados republicanos, hasta la familia de su padre, judíos checos, de los que murieron 28 miembros en los campos de exterminio. Michel London habla sin odio. «Mi madre rara vez mencionaba los campos nazis; había visto demasiado sufrimiento. En 2005 fuimos toda la familia a Mauthausen, donde habían estado internados mi padre, mi tío y mi cuñado, y también 8.000 republicanos españoles y centenares de brigadistas; mi padre ya había muerto; estábamos sus tres hijos, sus nietos y mi madre. Ella había estado en Ravensbrück y Buchenwald, sabía de qué iba aquello; se emocionó, pero con serenidad; no soltó una lágrima. Enseñó a los nietos los barracones, los hornos, los pijamas de rayas… con naturalidad, sin dramas. Ha sido siempre muy fuerte».

Tras alistarse en las Brigadas Internacionales en las improvisadas oficinas de la calle de Mathurin-Moreau, los voluntarios marchaban a la estación de Austerlitz, donde cogían un tren con destino a Perpiñán, y de allí, el salto a España. Lise London tomó el 28 de octubre el último que atravesó la frontera. El jefe de las Brigadas, el héroe de la revolución bolchevique André Marty, le había ofrecido ser su traductora y asistente. Lise no vaciló. «Reunirme por fin en España con los combatientes de la libertad… ¿Había algo más emocionante?». El viejo Ricol profirió al despedir a su hija: «Lise se va a la tierra de sus padres a cumplir con su deber». Viajaban en el convoy 2.500 hombres y un par de mujeres. Tras ellos, la frontera quedaría cerrada por los franceses para evitar la llegada a España de más voluntarios extranjeros. Los que quisieran alcanzar el frente deberían cruzar ilegalmente los Pirineos con la ayuda de partisanos, como harían Artur y miles de voluntarios más.

Tras un par de jornadas de viaje, Lise y el resto de aquellos primeras voluntarios llegaban vía Barcelona hasta Albacete, la ciudad que la República había dispuesto como cuartel general de las Brigadas. Estaba embarazada de tres meses. Artur continuaba trabajando para la Internacional en Moscú e intentaba salir de la URSS para reunirse con ella en España y combatir a Franco. No sabían absolutamente nada el uno del otro.

En octubre de 1936, Albacete era un poblachón manchego parado en el tiempo. Para convertirse en centro de operaciones de las Brigadas tenía a su favor ser un enclave políticamente seguro, lejano del frente y a mitad de camino de Madrid y Valencia. La ciudad ha cambiado en estos 75 años, pero en el centro se conservan los escenarios que contemplaron por primera vez los brigadistas al desfilar aclamados por la multitud: el parque de Abelardo Sánchez, la calle Ancha, el Banco de España, la plaza del Altozano, la plaza de toros o el Gran Hotel, donde se emplazaría el Estado Mayor de las Brigadas y trabajaría Lise. En las siguientes semanas, los brigadistas serían divididos por lenguas y enviados al campamento de instrucción de Pozo Rubio, a media hora de la capital, en un bosque expropiado a un terrateniente donde se construyeron toscos barracones de madera. En la zona no se conserva ni un solo recuerdo de los brigadistas; tampoco en las localidades limítrofes (que visitamos junto a Fernando Robetta, del Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales), donde estuvieron alojados en casas de familias de esos pueblos. Robetta describe a los brigadistas: «Era gente dispuesta a todo. Con corazón, una disciplina brutal, ilusión, ideales, valor; eran revolucionarios seguros de su papel, repletos de un entusiasmo que transmitían a los mismos españoles. Se convirtieron en un símbolo a imitar por los milicianos».

Cuando se pregunta a los vecinos de Madrigueras, Tarazona, Mahora o Casas Ibáñez sobre aquellos brigadistas del 36, no hay grandes testimonios, pero tampoco nadie conserva un mal recuerdo. Son como parientes en sepia que un día marcharon lejos y de los que nunca nadie volvió a saber. Uno de aquellos brigadistas dejó su nombre grabado en la puerta de una casa de Madrigueras; sus propietarios no lo borraron; guardan la inscripción con cariño: «Berti Neville, London. February 37. Communist Party of Great Britain». «Posiblemente murió en la batalla del Jarama, en febrero de 1937, como la mayoría de los brigadistas británicos», nos explica el historiador Justin Byrne, que nos acompaña en el viaje.

Lise London está dormida. Es una anciana guapa; tiene el pelo fino como la seda y la tez tersa. Cuando despierta y sonríe, uno se encuentra en esos ojos negros castigados por el tiempo con la brigadista del 36. Cuando le pregunto si aún se considera comunista, contesta tajante en francés: «Soy comunista, pero no por política; ya rompí el carné. Lo soy por no traicionar el recuerdo de aquellos camaradas que compartieron nuestros sueños y murieron por la libertad».

Fichada

Foto de la ficha de la Gestapo de Lise de 1942.-

 
 -¿Cómo recuerda las Brigadas?

-Fue el mejor momento de mi vida. Siempre han estado en mi recuerdo. Todo me lleva a las Brigadas, a los viejos amigos; sueño con ellos. España fue un ideal, nuestro ideal más querido, y sigue siendo válido.

A las dos semanas de llegar a Albacete, la primera brigada de voluntarios internacionales, la XI, fue enviada con urgencia a Madrid. Estaba formada por 2.000 eslavos, balcánicos, escandinavos, polacos, húngaros, checoslovacos, alemanes y austriacos; apenas tenían formación militar, armas ni uniformes; su único distintivo eran las boinas; detrás iría la XII, integrada por alemanes, italianos y franco-belgas. Las tropas marroquíes de Franco ya habían alcanzado la Ciudad Universitaria. Estaban a un tiro de obús de la Puerta del Sol. La noche del 6 de noviembre, el Gobierno de la República había huido a Valencia y creado una fantasmal Junta de Defensa formada por jóvenes y desconocidos militantes de izquierdas a las órdenes del general Miaja y el coronel Rojo. Santiago Carrillo, un comunista de 21 años, era responsable de Orden Público. «Franco sabía que si Madrid caía, caía la República; y atacó», recuerda Carrillo. «Madrid era el centro de gravedad de la contienda; si resistíamos, podíamos ganar la guerra; si se perdía, se hundiría la resistencia. Permanecer en Madrid en noviembre del 36 era estar listo para el sacrificio. El que se quedaba estaba dispuesto a luchar. Cuando todo se daba por perdido, el 8 de noviembre de 1936 llegaron los brigadistas. Subieron en formación por la calle de Atocha y la Gran Vía en dirección a la Casa de Campo. Eran unos miles, pero a la gente de Madrid les parecieron millones. Desfilaban por Madrid cantando La Internacional en todos los idiomas y con el puño en alto; y con ese gesto elevaron la moral de los madrileños. No estábamos solos. Ese día se creó la leyenda de ¡No pasarán! Fueron directos a morir a la Casa de Campo. Los brigadistas tuvieron un papel militar no exento de importancia; pero quizá más romántico y político que militar, porque la guerra la hicimos los españoles. En cualquier caso, en 1936 Franco no entró en Madrid».

Carrillo y Lise London se conocieron durante aquellos días en el frente de Madrid durante un viaje de inspección de André Marty a sus brigadistas. Era el bautismo de fuego de la joven revolucionaria. Se iba a enfrentar sin pestañear a los tableteos de las ametralladoras y los bombardeos sobre la población civil; sería testigo de los miles de mujeres y niños refugiados en las estaciones de metro y sentiría las balas silbando sobre su cabeza en la Ciudad Universitaria; cuando se despidió de Carrillo, este le regaló un Quijote que aún conserva. Su amistad ha resistido 75 años.

Los brigadistas habían frustrado la ofensiva franquista. En pocos días se habían convertido en fuerzas de choque disciplinadas y admiradas por los republicanos. Un modelo a seguir. Combatirían en todos los frentes hasta su retirada a finales del 38. Tras su estancia en el frente de Madrid, Lise, embarazada de cinco meses, perdería su hijo. En 1937 se reencontraría en Valencia con Artur, que, enfermo de tuberculosis y fumador compulsivo, se encargaría de misiones de inteligencia y propaganda en las Brigadas. Aquel terrible invierno de finales del 37, bajo los bombardeos alemanes, con apenas qué comer, la pareja concebiría en Albacete a su hija Françoise: «Temíamos el momento de meternos entre las sábanas húmedas y heladas; cuando le explicaba a Françoise, ya grandecita, que nos la habíamos traído de Albacete, le dije bromeando: ‘Hacía tanto frío en la cama que papá y yo teníamos que abrazarnos muy fuerte para calentarnos. Y así fue como te dimos la vida», relataría Lise en sus memorias Roja primavera.

La guerra estaba perdida. En octubre de 1938, los brigadistas eran desmovilizados, cruzaban la frontera y eran internados en campos de concentración franceses. A finales del verano del 38, Lise, en el tramo final de su embarazo, había sido evacuada. La seguiría Artur en marzo de 1939 con las tropas de Franco pisándole ya los talones. Tras la derrota se iniciaba un nuevo episodio de la tragedia de los brigadistas. Aquellos soñadores que habían luchado por la libertad en España no podían regresar a Alemania, Austria, Checoslovaquia ni Italia, gobernadas por Hitler y Mussolini. Tampoco a Rumanía, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría ni las repúblicas bálticas. Serían represaliados en Brasil, Argentina, Suiza, Canadá y Bélgica por haber combatido junto a un ejército extranjero. Estaban incluso bajo sospecha en Francia, Irlanda y Reino Unido. Se habían convertido en un mito incómodo; héroes de una revolución perdida; miembros de un club de malditos sin fronteras; había que extirparlos del planeta. Fieles al juramento que hicieron a su llegada a Albacete: «Estoy aquí porque soy voluntario, y daré si hace falta hasta la última gota de mi sangre para salvar la libertad en España y la libertad del mundo», pasarían a la clandestinidad y servirían en la resistencia contra los nazis en toda Europa. Tras la II Guerra Mundial todavía serían purgados en la URSS y sus satélites acusados de espionaje y cosmopolitismo (como le ocurriría a Artur London, preso y torturado entre 1951 y 1956) y, al tiempo, víctimas de la caza de brujas en Estados Unidos por «actividades antiamericanas».

La clandestinidad, los nombres y papeles falsos, los pisos francos, el rescate de comunistas, la propaganda antifascista, los sabotajes y la lucha armada fueron el destino del matrimonio London y otros muchos republicanos y veteranos de las Brigadas tras la ocupación de Francia por Hitler en junio de 1940. El 1 de agosto de 1942, Lise recibió órdenes de provocar un levantamiento popular contra los nazis en unos almacenes de la parisiense calle de Daguerre. La noche anterior, Artur y ella no durmieron. Hicieron el amor hasta el alba. «¿Presentíamos que no íbamos a vernos durante mucho tiempo, tal vez nunca más?». La acción subversiva de Lise fue un éxito; llamó al pueblo de París a la «lucha armada». Hubo un tiroteo y varios policías muertos. Once días más tarde, Lise y Artur eran detenidos. Lise era bien conocida por la Gestapo; tenía todo en contra; sin embargo, la policía no pudo dilucidar quién era Artur. Tenían sospechas, pero no constaba en el fichero; no sabían que era un agente comunista ni un exbrigadista; era un clandestino perfecto y solo fue condenado a diez años de trabajos forzados. Acusada de asesinato, asociación de malhechores y actividades comunistas, el destino de Lise era la guillotina. Sin embargo, algo se les había escapado a los nazis: estaba de nuevo embarazada. Desde el día en que fue concebido, la noche anterior a su acto terrorista de la calle de Daguerre, su hijo estaba destinado a salvarle la vida. Le condenaron a cadena perpetua. Lise lo resume así: «¿Acaso no es un milagro? A cambio de darle la vida, mi hijo salvará la mía». Artur y Lise serían deportados a Mauthausen y Buchenwald hasta el final de la II Guerra Mundial, en mayo de 1945. Habían formado parte de la Operación Noche y Niebla, iniciada por los nazis para hacer desaparecer a los sujetos indeseables. Ni la maquinaria nazi pudo con ellos.

A comienzos de este mes, Lise ha vuelto a su hogar. Un piso de clase media con un aire soviético, tapizado de libros, en cuyo portal una placa con la Legión de Honor recuerda que allí vivió Artur London, «que estuvo en todos los combates por la libertad y los derechos humanos». Murió en 1986. Lise no ha logrado olvidarle. Pero cuando le pregunto si toda aquella lucha, si todo ese sufrimiento valió la pena, se incorpora, se echa la mano al corazón, me mira a los ojos y le brotan sus ancestros aragoneses: «¡Por supuesto! Combatimos por la libertad. ¡Valió la pena!».

El País.com

http://www.elpais.com/articulo/portada/ultima/brigadista/elpepusoceps/20111211elpepspor_11/Tes/


Poema de Luis Cernuda a un brigadista…

noviembre 13, 2011

03 nov 2011

José Iturmendi, ex decano de la Facultad de Derecho, aspiró al rectorado de la Universidad Complutense en las pasadas elecciones. Fue derrotado por José Carrillo, que el pasado 22 de octubre inauguró un monumento a las Brigadas Internacionales en el campus de la citada universidad, donde muchos de estos voluntarios perdieron la vida defendiendo a Madrid de los bombardeos nazis. En esa misma fecha, Iturmendi comentó en el diario La Razón que con ese monolito en honor de los voluntarios extranjeros que lucharon contra el fascismo en la Guerra de España, Carrillo pretendía “reescribir de manera unilateral la memoria histórica” y que tal monumento “no es pertinente, adecuado ni oportuno puesto que no conmemora algo pacífico”.

Las palabras del ex decano de la Facultad de Derecho parecen haber surtido su efecto el pasado fin de semana. Sobre el monolito apareció una pintada en la que sus autores califican de asesinos a quienes acudieron a defender la segunda República contra el golpe de Estado franquista y los regímenes fascistas de Alemania e Italia que lo apoyaron. Esa rebelión armada contra el estado de derecho legítima y democráticamente instaurado es lo que, como bien debería saber el señor Iturmendi, nunca se debió conmemorar, aunque aquí lo estuvimos haciendo y padeciendo durante casi cuatro décadas.

Pocos años antes de morir, como refleja Antonio Rivero Taravillo en su muy documentada biografía en dos tomos de Luis Cernuda (Ed. Tusquets), visitó el poeta una universidad de los Estados Unidos con objeto de leer allí algunos de sus poemas. Fue en ese acto, al terminar su recital, cuando Cernuda se encontró con un ex soldado voluntario de la Brigada Lincoln que lo vino a saludar con la emoción reverdecida por la evocación que los versos habían sembrado en su memoria.

No espero que quienes pretendieron enlodar la memoria de esos luchadores en el campus de la Complutense lean ese poema, escrito por Cernuda en su hotel la misma noche del encuentro con el brigadista, pues probablemente su sensibilidad esté embotada para tales menesteres, pero que un profesor de Derecho ignore, pase por alto o desprecie el significado de esos versos y los manche con su opinión acerca del proceder de aquellos voluntarios me parece desolador y vergonzoso. El poema se titula 1936 y termina así:

Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias por que me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.

Público.es

http://blogs.publico.es/felix-poblacion/453/poema-de-luis-cernuda-a-un-brigadista/


Adiós al último brigadista rumano…

octubre 30, 2011

JOSÉ ANTONIO MÉRIDA

Andrea Micu

El pasado 16 de septiembre moría en Bucarest, a los 99 años, Andrei Micu. Es más que probable que el lector nunca haya oído hablar de él, incluso que le parezca poco relevante que un hombre casi cumpliera un siglo sin cesar, hasta su último respiro, de soñar con un mundo más justo. Sin embargo, puede que se despierte un tanto la curiosidad del lector si se le dice que ese hombre era el último brigadista internacional de nacionalidad rumana.

Andrei Micu nació el 24 de julio de 1912, en Rapoltul Mare (Transilvania, actual Rumanía). Carpintero de profesión, se incorporó al Partido Comunista Rumano en 1934. En agosto de 1937, junto a otros 15 voluntarios rumanos, marchó al frente de Aragón, donde se integró en la División 45, participando en numerosos combates, algunos tan enconados como los que se libraron por la toma de Zaragoza o de Teruel. En 1938, la orden de repatriación de los brigadistas le sorprendió mientras participaba en la batalla del Ebro, aunque Micu optó por integrarse en el ejército regular y permaneció en España hasta el último momento de la contienda. Exiliado en Francia, fue internado en varios campos de concentración franceses y alemanes. Logró escapar de varios pero en 1943 fue arrestado en Bucarest, se le integró en un batallón disciplinario y padeció durísimas condiciones en el frente de Ucrania. Allí fue apresado por las fuerzas soviéticas, que le repatriaron a su país tres años después de concluir la II Guerra Mundial.

Pasó sus últimos años solo y con grandes dificultades económicas, aunque sin ninguna amargura, a la espera de que, tras aprobarse en 2009 la Ley de Memoria Histórica que le otorgaba la nacionalidad española, el Gobierno español cumpliera su compromiso de asignarle una pensión. Triste recompensa para un hombre que a modo de bandera se ceñía orgulloso al cuello un cachirulo y que llevó a España en el corazón hasta su último aliento.

José Antonio Mérida fue lector en la Universidad de Iasi (Rumanía).

http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Adios/ultimo/brigadista/rumano/elpepinec/20111022elpepinec_1/Tes


Albacete, Babel de la Guerra Civil…

octubre 9, 2011

SÁNCHEZ DE LA ROSA |Octubre 2011

Albacete, Babel de la Guerra Civil

Miembros de la Brigada Internacional de Abraham Lincoln luchan en la batalla del Jarama, durante la Guerra Civil. :: LV

El viernes día 14 se cumplen 75 años de la llegada a Albacete de las Brigadas Internacionales con voluntarios que convirtieron la ciudad en una ‘Babel de la Mancha’, que así tituló un artículo un periódico de la época. El profesor Manuel Requena Gallego, director del Centro de Estudio y Documentación de las Brigadas, ha explicado en un ensayo el proceso de su creación. «La España republicana -escribe- se había convertido en julio de 1936 en un espacio donde se resolvía un conflicto en el que se enfrentaban las fuerzas democráticas con las autoritarias-fascistas. Se apreciaba una estrecha relación entre la crisis española y la general que padecía Europa entre guerras. Ante ello, la Comintern, con el apoyo de Stalin, decidió en septiembre de 1936 la creación de las Brigadas Internacionales y organizó el reclutamiento de los voluntarios, encauzando las simpatías de muchos regímenes democráticos del mundo hacia la Segunda República española. Estos constituyeron un ejército internacional, único en la historia por su número y su carácter voluntario, no mercenario, que combatió como fuerza de choque en la mayoría de las batallas de la guerra civil española. Procedían de más de 50 países y contribuyeron a la defensa de la Segunda República, no sólo en el aspecto militar, sino también como un ejemplo de solidaridad internacional.
La evolución
Sin embargo, la evolución negativa de la guerra para los republicanos y el desinterés mostrado por la URSS, que, en vista del incremento de la tensión internacional había decidido desde agosto de 1938 ir retirando sus asesores de España y reduciendo su compromiso militar, llevó al presidente del gobierno republicano, el socialista Juan Negrín, a anunciar por sorpresa en Ginebra, el 21 de septiembre de 1938, ante la Asamblea anual de la Sociedad de Naciones, la retirada unilateral de los combatientes extranjeros en las filas republicanas. Con ello pretendía mostrar ante la opinión pública su buena voluntad al prescindir de la ayuda internacional, con la esperanza de forzar al enemigo a imitar esa conducta que le llevase a excluir el amplio número de tropas italianas y alemanas que colaboraban con Franco. Sin embargo, las expectativas del gobierno republicano quedaron frustradas, ya que la ayuda a Franco continuo».
A Albacete vino una primera expedición de 500 voluntarios en tren y en camiones y su aparición fue un verdadero impacto social y logístico, que complicó la necesidad de alojarlos, descartada la exigua hostelería local, obligando a la ocupación de edificios públicos. De la recepción de este aluvión humano se hizo cargo Luigi Longo, dirigente comunista italiano que se hacía llamar ‘Gallo’. Según el historiador Andréu Castells, llegaron a participar en la contienda hasta su marcha en 1938 un total de 59.380 brigadistas extranjeros, de los cuales murieron más de 15.000; destaca que no sobrepasaron 20.000 los presentes en los frentes en cada período de la guerra. La nacionalidad más numerosa fue la francesa, con una cifra cercana a los 10.000 voluntarios, parte de ellos de la zona de París. La mayoría no eran soldados, sino trabajadores reclutados voluntariamente por la Comintern o veteranos de la primera guerra mundial.
Albacete vivió esta experiencia en circunstancias muy críticas, con graves incidentes que implicaron al máximo responsable de los internacionales, André Marty, enfrentado desde el principio con el gobernador Justo Martínez Amutio, que no pudo impedir dramáticos sucesos, como el registrado en la finca de Pozo Rubio entre representantes políticos que le valieron al militar francés el apelativo de ‘Carnicero de Albacete’.
La presentación de los brigadistas en la capital tuvo lugar la tarde del día 14 de octubre en un acto oficial celebrado en el entonces llamado Parque de Canalejas, su nombre primitivo. Era miércoles y amaneció lluvioso, con un aguacero que se mantuvo todo el día y que deslució el protocolo. La presencia de la tropa no era muy estética que digamos, con voluntarios vistiendo un heterogéneo conjunto de indumentarias y uniformes y dando muestras de un gran cansancio después del viaje de horas atrás. Pronunciaron discursos varios personajes, entre ellos el comandante Barneto, del 5 Regimiento, quien habló en nombre de la comisión organizadora: el general Martínez Monje y el gobernador civil. Una banda tocó la Marsellesa, también el himno nacional -que entonces era el de Riego- y la Internacional, y a continuación hubo un desfile de los brigadistas por las calles céntricas, muy concurridas por un público curioso sorprendido por el espectáculo.
La presencia de los extranjeros en Albacete puso patas arriba la ciudad. Instalados en centros oficiales, colegios y otros edificios, como la plaza de toros, que sufrió grandes destrozos al usar los ocupantes puertas, barreras y burladeros como leña durante los dos inviernos que soportaron en el recinto. Contingentes de los diversos batallones creados se enviaron a varios pueblos de la provincia, entre ellos Madrigueras, Mahora, La Roda y Tarazona de la Mancha, junto a otros enclaves próximos. En ellos recibieron adiestramiento los voluntarios, antes de marchar a distintos frentes y protagonizar batallas históricas, entre ellas las de Madrid, Belchite, Guadalajara, Teruel y del Ebro.
Acabar con la contienda
Como indica Manuel Requena, durante 1938 se registraron intentos para poner fin a la guerra civil desde los organismos internacionales, como la Sociedad de Naciones, ante el evidente fracaso del Comité de No Intervención para detener el conflicto. Tras la grave derrota sufrida en abril en la ofensiva de Aragón, la República era consciente de su debilidad, y Juan Negrín apostó por un proceso de pacificación en la forma ya descrita, dando a conocer en mayo un posible acuerdo basado en trece puntos ante la opinión pública internacional, entre los que se incluía la retirada de todas las fuerzas compuestas por extranjeros. El 23 de septiembre fue el ultimo día de combate, y el 27 de octubre los internacionales del Ejército del Centro y de Levante fueron reagrupados en Valencia. Al día siguiente los brigadistas de Cataluña se reunieron en Barcelona para recibir un cálido homenaje de despedida presidido por Companys, Azaña y Negrín.
La Universidad regional, no quiso ser ajena al protagonismo de Albacete como ombligo de un movimiento de dimensiones internacionales en la guerra civil, y en 2003 el campus reconoció el Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales creado en Albacete el 10 de julio de 1998 a través un Convenio de Colaboración firmado por la Consejería de Educación y Cultura y la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales . En él se depositó todo el material referente a las Brigadas obtenido como resultado de convenios internacionales, donaciones de los brigadistas y sus familiares o proyectos de recuperación testimonial desarrollados por la Asociación.
Setenta y cinco años después de la irrupción de las Brigadas en el Albacete que las acogió, la efeméride reviste un carácter histórico que por cierto ha sido objeto de estudios, polémicas y controversias, con una bibliografía mundial que integra las aportaciones del más variado carácter, además del valioso criterio de sus testigos directos.

http://www.laverdad.es/albacete/v/20111002/albacete/albacete-babel-guerra-civil-20111002.html

 


Poder negro en ­la España blanca…

octubre 9, 2011

El escritor Langston Hughes y el brigadista James Yates rememoran la experiencia afroamericana en la Guerra Civil.

CARLOS PRIETO MADRID 02/10/2011

El escritor afroamericano Langston Hughes luchó toda su vida en favor de los derechos civiles.

El escritor afroamericano Langston Hughes luchó toda su vida en favor de los derechos civiles.

El escritor afroamericano Langston Hughes (Misuri, 1902-Nueva York, 1967) fue nombrado poeta de su clase cuando era un niño. Suena bien, sí, pero para él no era más que otra muestra de los prejuicios raciales que dominaban EEUU a principios del siglo XX. «Fui una víctima del estereotipo; solamente había dos chicos negros en la clase, y el profesor de Inglés siempre estaba remarcando la importancia que tenía el ritmo en la poesía. Bien, todo el mundo sabe (menos nosotros) que todos los negros tienen un gran sentido del ritmo, así que me hicieron poeta de la clase», contó una vez. A Hughes no se la daban con queso. Su vida giró en torno a la lucha contra los prejuicios raciales y por los derechos civiles. Esa cruzada militante le llevó de las trincheras políticas y culturales del Harlem de los años veinte a la guerra de España. A él y a otros negros.

La Biblioteca Afroamericana de Madrid (BAAM), apuesta editorial de La Oficina de Arte y Ediciones dirigida por la fotógrafa Mireia Sentís y el poeta José Luis Gallero, arranca estos días con una doble apuesta: Escritos sobre España, crónicas de la Guerra Civil de Langston Hughes, corresponsal en el conflicto de varios periódicos afroamericanos, y De Misisipi a Madrid. Memorias de un afroamericano de la Brigada Lincoln, de James Yates, uno de los cien brigadistas negros llegados de EEUU para combatir al fascismo.

Hughes tradujo a Lorca mientras enviaba crónicas del conflicto

Escritos sobre España reúne por vez primera la obra periodística, poética y memorialista de Hughes sobre el conflicto español. «Los poemas que también dedicó a la contienda ponen de manifiesto una agresividad de la que están exentos sus escritos en prosa. Mientras la poesía dirige el grito y la queja a quienes han llevado a España a la lucha armada, la prosa no hace sino dar voz a las víctimas, por las que siente una absoluta empatía», analiza la traductora Maribel Cruzado en el prólogo del libro.

Hughes, que tradujo a García Lorca durante su paso por la guerra, era un intelectual de combate. «En tiempo de guerra ¿qué pueden hacer los escritores y los artistas que resulte útil, entretenido y hermoso? He aquí algunas cosas que hizo y hace la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Al principio de la guerra marcharon a las trincheras para explicarles a los soldados el significado básico de esta Guerra Civil, así como el motivo por el que un grupo de industriales y militares había decidido alzarse contra la mayoría de votantes españoles», explicó Hughes en un discurso radiofónico emitido en Madrid en septiembre de 1937.

Hughes creía que los intelectuales tenían que estar en la primera línea del frente: «El poeta Federico García Lorca fue ejecutado en territorio nacional, en Granada. Y en la reciente batalla de Brunete, a esa excelente fotógrafa, Gerda Taro, la mató un tanque en el frente mientras hacía fotos de los soldados del Ejército Popular. Estos artistas y escritores no eran de la escuela de la torre de marfil. De hecho, les habría sido imposible estar en una torre de marfil en Madrid. Los cañones fascistas la habrían hecho pedazos».

«Su prosa no hace sino dar voz a las víctimas, por las que siente empatía»

El escritor llevó a España sus preocupaciones sobre la cuestión negra. Y encontró ejemplos a ambos lados de la trinchera. Por un lado, los brigadistas afroamericanos que cruzan el océano porque «saben que si el fascismo sigue avanzando por España y luego por todo el mundo no quedará ni un solo lugar para los jóvenes negros puesto que el fascismo predica el credo de la supremacía nórdica y un mundo sólo para blancos», escribió en 1937. Por el otro, lo que Hughes denominó «los moros engañados»: «Un pueblo colonial de color oprimido» y «utilizado por el fascismo implacablemente» para «aplastar al pueblo español».

Negros y medio negros enfrentados en una guerra de blancos. Una visión racial. «Sabía que España había pertenecido a los moros, un pueblo de color que iba del negro claro al blanco oscuro. Ahora los moros han vuelto a España con los ejércitos fascistas como carne de cañón de Franco», escribió en el periódico The Afro-American en octubre de 1937. Hughes se apiadó, por tanto, de las fuerzas moras de choque. «Como suele ocurrir con las tropas de color al servicio de los imperialistas blancos, a los moros los pusieron en las líneas del frente de la ofensiva franquista en España, y cayeron como moscas. Solían pagarles con marcos alemanes sin valor alguno que les aseguraban podrían gastar sin problemas cuando regresasen a África. Pero la mayor parte de los moros no vivió lo suficiente para volver a África», se lee en Escritos sobre España.

Un brigadista en armas

«Se sintieron libres, pues el color de su piel no implicaba un trato diferente»

James Yates (1906-1993), que describe en su libro su peripecia vital desde su Misisipi natal hasta las trincheras españolas, también analizó la presencia de afroamericanos en el frente. Rostros conocidos de las luchas por los derechos civiles en EEUU, como explica Mireia Sentís en la introducción de De Misisipi a Madrid: «Casi todos los brigadistas negros que viajaron a España habían coincidido en las mismas protestas obreras, escuchado a los mismos oradores e incluso compartido la experiencia de la Gran Migración», producida entre 1910 y 1930, cuando la industria del algodón de los estados del sur se vino abajo y miles de afroamericanos emigraron a las boyantes ciudades industriales del norte de EEUU en busca de trabajo. Allí obtuvieron trabajos y ganaron autonomía económica y conciencia política.

«Los parques de todas las urbes del norte de EEUU son escenarios de encendidos mítines. Yates forja en ellos su educación política, escuchando a oradores cuyo único estrado es una caja de madera. Para cuando se desencadena la Gran Depresión, Yates tiene conciencia de sus derechos y se siente atraído por el Partido Comunista, que insiste en las raíces comunes de la pobreza y el racismo, y aboga por la unidad internacional frente a la explotación», dice Sentís.

Yates saltó de Chicago a Nueva York, donde vivió como indigente hasta que fue rescatado por la pujante militancia de Harlem, y de ahí a España, donde la lucha contra el fascismo provocó avances inéditos en los derechos de los negros: Oliver Law fue el primer afroamericano al mando de una unidad militar (Lincoln) en la historia norteamericana (el ejército de EEUU no abolió la segregación hasta 1950).

«Los brigadistas negros habían coincidido en las protestas obreras»

Yates se alistó en la Brigada Lincoln, la primera no segregada de la historia. En el frente conoció a Ernest Hemingway, en un episodio que Sentís subraya en estos términos: «Son reveladoras las líneas que relatan el encuentro con Hemingway y otros dos periodistas, mientras Yates cumplía su función habitual de chófer. Durante el trayecto, los tres corresponsales conversan entre sí sobre la guerra, sin que en ningún momento consulten la opinión del único involucrado directamente en ella».

El regreso a EEUU fue duro. Acosados por el FBI y con problemas para encontrar empleo, los brigadistas se buscaron la vida como pudieron. Con todo, mereció la pena, como contó Ray Durem en Take no prisoners, memorias de su paso por España donde se menciona a Yates. «No cabe duda de que la Guerra Civil resultó dura, pero al mismo tiempo enriquecedora y hasta liberadora para quienes participaron en ella, sobre todo aquellos que por primera vez se sintieron libres, pues el color de su piel no implicaba un trato diferente. Yates lo resume con precisión cuando describe su encuentro con Walter Garland, ascendido a teniente en la fallida ofensiva de Brunete. En Nueva York siempre tenía el ceño fruncido, como si estuviera absorto en alguna profunda confusión interior. Pocas veces sonreía. Pero, ahora, su cara y sus ojos brillaban alegres. Ya no parecía el Walter Garland tenso y taciturno que conocí. Era un hombre nuevo».

Público.es


Anarquía en la Memoria Histórica

junio 25, 2011

Stuart Christie vive jubilado en el apacible Hastings, al sur de Inglaterra. :: IONE SAIZAR

La batalla de Stuart Christie, un escocés que vino a matar a Franco y pasó 3 años en la cárcel. Ahora quiere que España le reconozca como víctima y airear el caso de dos compañeros ejecutados. Pero sus papeles se perdieron, la Administración no contesta…

El de Stuart Christie es un caso que parece sellado por silencio administrativo. O más bien por el silencio tras una larga correspondencia que combina lo burocrático y lo delirante. El caso de este escocés que participó en una conspiración para matar a Franco ilumina vericuetos anárquicos por los que camina la ley de Memoria Histórica.
Nacido en Glasgow, educado por su madre y su abuela, Christie ha escrito -su libro, ‘Franco me hizo terrorista’, lleva en inglés el título ‘Mi abuela me hizo anarquista’- que aprendió los valores del socialismo libertario en un domicilio familiar en el que los vecinos se ayudaban y donde el rigor democrático protestante de su abuela, Agnes, no incluía prejuicios. Se casó con un católico.
Ávido lector, Christie creció como un rebelde político en la ciudad posiblemente más izquierdista de Reino Unido. Se manifestó contra las armas nucleares, participó en debates y se decantó por el anarquismo, por la idea de una comunidad de iguales que no aspiran al poder, porque siempre corrompe.
España era, en la frontera de la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, el gran drama de la izquierda tras el fin de la guerra mundial, el país europeo en el que se mantenían en el Gobierno quienes apoyaron el fascismo de los años treinta. Christie marchó a Londres y a través de grupos libertarios británicos conoció a anarquistas españoles exiliados en la capital.
Su disposición a participar en la resistencia antifranquista lo convirtió en enviado ideal para una misión planeada por Defensa Interior, un grupo dedicado a la acción directa formado por la Confederación Nacional del Trabajo y la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias. Aunque sus bombas no perseguían causar víctimas, querían matar a Franco.
Un año antes de que Christie viajase de Londres a París para ponerse en contacto con la red que fraguaba la conspiración, el régimen español había ejecutado mediante garrote vil a dos inocentes. Joaquín Delgado, de 29 años, hijo de exiliados españoles en Francia, y Francisco Granado, emigrante económico, pagaron con su vida por dos atentados contra la Dirección General de Seguridad y el sindicato vertical.
Las bombas explotaron antes de lo previsto y causaron veinte heridos leves. Antonio Martín y Sergio Hernández se han inculpado ante los tribunales españoles en su intento, hasta ahora inútil, para que se revise el caso y se anulen las sentencias contra Delgado y Granado. Los procesos judiciales solo han servido hasta ahora para que la viuda de Granado reciba la indemnización -6.000 euros- estipulada en la ley de Memoria Histórica. Se la negaban porque su marido no pasó al menos tres años en la cárcel, como dice la norma, sino que fue ejecutado a los 17 días de su condena.
En agosto de 1964, Stuart Christie entró en España con 18 años recién cumplidos y varios paquetes de explosivos que le habían encomendado para su entrega a una persona con la que tendría cita en Madrid. Iba vestido para el invierno de Glasgow más que para el mes más caluroso del verano español y viajó en autoestop en un camión de cuyo conductor ya sospechó como posible policía.
La misión fue una chapuza. Christie fue detenido nada más llegar a la capital española. La red anarquista estaba infiltrada por la Policía. Fue juzgado, junto a su contacto en Madrid, por un consejo militar sumarísimo y condenado a veinte años de cárcel. Salió a los tres. El Gobierno dijo que le aplicaba la medida de gracia por las peticiones de su madre. Había también una campaña internacional.
Kafka en la oficina
Christie vive ahora en una apacible villa costera del sur de Inglaterra, Hastings. Tras una larga biografía como activista del anarquismo, concluía su autobiografía en 2004, expresando «un profundo sentido de alivio y satisfacción por el hecho de que no tengo la sangre o la vida de nadie en mi conciencia, ni siquiera la de Franco». Es editor y mantiene sus amistades españolas de aquellos tiempos.
Octavio Alberola, que fue el coordinador de Defensa Interior, y Antonio Martín, que colocó las bombas de 1963, forman parte del grupo que busca la revisión del proceso contra Delgado y Granado. Y Christie mantiene desde hace dos años correspondencia con las instituciones españolas para que le reconozcan como víctima del franquismo y sobre todo para airear el caso de los dos compañeros ejecutados.
La correspondencia comenzó el 22 de junio de 2009. El anarquista escocés envió a la directora de la Oficina para las Víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura (OVGCD), Margarita Temprano, la solicitud de Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal que la ley de Memoria Histórica de 2007 ofrece a condenados por tribunales que, como el Consejo Militar que sentenció a Christie, la ley considera ilegítimos.
El solicitante envió la documentación que avalaba su reclamación y un mes después la OVGCD le notificó que estaba investigando su caso. Un mes más tarde, la misma oficina de víctimas le escribió para decirle que su expediente ya estaba completo y que, antes del 10 de enero de 2010, cuando concluía el plazo fijado en la ley, se le notificaría la resolución. Stuart Christie no recibió nada. Pero, el 1 de julio de 2010, le llegó una carta del Ministerio de Interior donde se incluía otra del de Defensa, en la que éste comunica a otro departamento de la administración lo siguiente: «En relación con el escrito de referencia, examinados los instrumentos de descripción de los fondos documentales y listados onomásticos de las publicaciones oficiales relacionados con el objeto del escrito, informo a Vd. que no han aparecido datos del personal del asunto».
Cartas a 3 ministros
Defensa no podía encontrar ningún papel de un tribunal militar cuya sentencia dio la vuelta al mundo. Christie escribió al ministro de Justicia, Francisco Caamaño, y a la directora de la OVGCD para recordarles que no le habían enviado la resolución y notificarles de la recepción de la extraña misiva de Interior-Defensa. Ninguno de los dos dignatarios respondió a la carta.
Escribió al vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba en octubre de 2010. No recibió respuesta. En diciembre, el Servicio de Comunicación Ciudadana del Ministerio de Justicia le notificó que estaba «trabajando en buscar todos los antecedentes documentales» para resolver el expediente. En enero de 2011, escribió al ministro de Presidencia, Ramón Jáuregui, y, en febrero, el director adjunto de su Gabinete, Carlos García de Andoin, le confirmó que se estaba «recabando información».
El 22 de febrero, una carta de la Dirección de Instituciones Penitenciarias llegó a Hastings informando a Christie de que se habían encontrado los documentos de su caso, los mismos que él había enviado en 2009 para avalar su solicitud. Hasta hoy. Ha escrito de nuevo al ministro Jáuregui y al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pidiendo una explicación. Las gestiones de este periódico ante la Administración para interesarse por el caso no han recibido ninguna respuesta.

Brigadistas internacionales árabes en la Guerra Civil española…

enero 30, 2011

Centenares de árabes vinieron a defender la República española, entre ellos, dos iraquíes: Nuri Anwar Rufail y Setti Abraham Horresh.

Gracias a la tarea de Salvador Bofarull, funcionario jubilado de la UNESCO e investigador de los grupos nacionales minoritarios de las Brigadas Internacionales 52 de la revista Nación Árabe, podemos afirmar que los árabes constituyeron uno de los más numerosos contingentes de combatientes internacionalistas.

Gracias a su investigación de los archivos moscovitas del RGASPI (Archivo Gubernamental Ruso de Historia Política y Social, anteriormente, archivo de la Internacional Comunista), Bofarull ha rescatado para la historia de la gesta de las Brigadas Internacionales a dos iraquíes que vieron a luchar a España junto a marroquíes, argelinos, egipcios, palestinos, sirios, libaneses e incluso saudíes.Según cuenta Bofarull se conservan los expedientes de dos voluntarios iraquíes: Nuri Anwar Rufail, de familia árabe, y Setti Abraham Horresh, de familia judía, este último procedente de Uruguay.

Nuri Anwar Rufail, de nacionalidad iraquí, nació en Bagdad el 27 de marzo de 1905 y residió con su familia en su ciudad natal, en el número 313 de la calle Karrada Este. Cursó estudios de ingeniería en la Universidad Americana de Beirut, Líbano. También poseía el título de maestro, actividad que ejerció en 1930 y 1931 en Bagdad, dando clases de matemáticas en una escuela de secundaria. No tomó parte en actividades sindicales y en 1933 ingresó en el Partido Comunista de Siria, del que fue secretario general en 1934. Visitó varias veces Palestina y tomó parte en actividades en favor de su independencia. Visitó EEUU, donde cursó estudios de ingeniería durante dos años en el Massachussets Institute of Technology de Boston (Cambridge, Massachussets). Trabajó como ingeniero ayudante en topografía, en el Survey Department de Iraq en 1935, y nuevamente en 1937 en el Iraq Railways Survey del ferrocarril iraquí. Hablaba y escribía árabe, inglés y francés. Publicó artículos en el periódico iraquí Abali e hizo traducciones del inglés al árabe. El 29 de noviembre de 1936 fue detenido en Iraq por sus actividades políticas, siendo liberado el 15 de abril de 1937 en Bagdad, por falta de pruebas. El 20 de noviembre del mismo año huyó de su país, al enterarse de que la policía iba a detenerle.

Se estableció entonces en París donde permaneció hasta el 7 de febrero de 1938. Se incorporó al Batallón Lincoln de las Brigadas Internacionales en Tarazona. Sirvió primero como soldado, siendo posteriormente ascendido a cabo y a sargento. Se afilió al PCE en noviembre de 1938. Luchó en la batalla del Ebro, en los sectores de Gandesa y Mora de Ebro. Para su repatriación pidió ir a Estados Unidos. Como nota humorística, en su hoja de servicio del Comité Central del PCE, calle Balmes, 205, Barcelona, se le pidió su nombre cristiano, lo que parece un sarcasmo.

Por su parte, Setti Abraham Horresh, nació en Bagdad el 15 de junio de 1905, de familia judía. Trabajó en la confección de sellos de goma, y como tipógrafo y linotipista. En 1929, emigró a Uruguay, donde se afilió al Partido Comunista. En diciembre de 1937, vino a España y se incorporó como soldado en la Segunda Compañía del 24 Batallón de la 15 Brigada Internacional, asignado al Parque Automovilista. En 1938 se afilió al PCE. En su hoja de servicio consta que habla y escribe árabe, español e inglés. Su expediente no contiene más datos, aparte de una foto de carné.

Sobre la participación de brigadistas árabes en la Guerra Civil Española, Bofarull afirma que mientras la participación de tropas coloniales o mercenarias integradas por marroquíes en la Guerra Civil junto a los sublevados es bien conocida, la participación de ciudadanos árabes a favor de la República es un hecho generalmente ignorado o del que sólo se tienen referencias muy imprecisas. En el Apéndice 8 de La Guerra de España y las Brigadas Internacionales, de Santiago Álvarez (Las Brigadas Internacionales, Ediciones del PCE, Madrid, s/f), se da la lista de los distintos países de donde vinieron voluntarios a luchar a España, mencionando argelinos y marroquíes; pero en esta lista no se menciona el número de voluntarios de cada nacionalidad. Entre los investigadores de las Brigadas Internacionales en nuestra Guerra Civil hay la impresión de que se trataba de un pequeño grupo cuyos integrantes eran difíciles de identificar. La realidad pudo ser muy distinta.

Un internacionalista árabe conocido fue Mohamad Belaidi, un mecánico marroquí convertido en ametrallador que combatió en defensa de la República en la Escuadrilla Malraux, compuesta por uno de los primeros grupos de internacionalistas llegados a España. Belaidi resultó muerto en un combate aéreo sobre la Sierra de Madrid, suceso narrado por el propio Malraux en su libro La Esperanza.

Tercera Información:

http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article21839

 

Los árabes que gritaron «¡Libertad!»

Cerca de 1.000 musulmanes llegaron a España para defender los ideales de la II República durante la Guerra Civil

El brigadista iraquí Nuri Anuar
El brigadista iraquí Nuri Anuar
La historia la escriben los vencedores, no los vencidos. No es nada nuevo. Por eso cuando se piensa en la participación de musulmanes en la Guerra Civil española es fácil que acuda a la mente la imagen de la Guardia Mora, los 70.000 marroquíes a los que Franco prometió un «bastón de oro» por su lealtad y que fueron una pieza clave de su implacable triunfo militar.

Sin embargo, hubo otros árabes cuya memoria ha sepultado el tiempo: aquellos que acudieron a España para defender los ideales de la II República y que se integraron en columnas anarquistas y trotskistas, en la aviación y, sobre todo, en las Brigadas Internacionales. Aunque el estereotipo marque lo contrario, no todos fueron utópicos franceses, estrictos ingleses o disciplinados belgas. Hubo un numeroso grupo de tez oscura que hablaba dialectos bereberes y que cinco veces al día dejaban el fusil para orar hacia La Meca.

Desde Orán hasta Alicante

Es difícil calcular la cifra exacta porque la mayoría entró en la Península con pasaporte europeo, ya que sus países de origen eran entonces «colonias», mandatos o protectorados de diversos estados occidentales. Las fuentes señalan que el número rondó los 1.000 combatientes, y el grupo más numeroso fue el de los argelinos. Al menos medio millar, la mayoría comunistas, se embarcaron en Orán rumbo a Alicante a mediados del 36. En esas mismas fechas llegaron a España 400 guerrilleros enviados por el Partido Comunista de Palestina, que se enrolaron en la 12ª y 13ª Brigada Internacional.

Pero hubo representantes de otras nacionalidades del mundo árabe que lucharon bajo la bandera tricolor de la República; un numeroso grupo de marroquíes, sirios, libaneses, saudíes, egipcios o iraquíes, entre otros. Muchos de ellos murieron en la sierra de Madrid, en la campaña de Extremadura o en el frente del Ebro. Sus huesos se perdieron en fosas comunes y su historia en el tiempo.

Uno de los pocos que sobrevivieron fue Nayati Sidqi, un joven cartero de origen turco-palestino nacido en Jerusalén, pero afincado en Francia en los años 30. Militante comunista, viajó a España para trabajar en la propaganda antifranquista. Escribió artículos en periódicos de la época como Mundo Obrero o El Heraldo de Madrid bajo el pseudónimo de Mustafá Ibun-Jalá. Después, armado con un megáfono, aleccionó desde las trincheras republicanas de Córdoba a los marroquíes que se alinearon con el bando nacional. El soldado contó su periplo en unas memorias que vieron la luz en 2002.

También conocemos el caso del argelino Muhammad Bilaidi, reclutado por André Malraux como mecánico y que perdió la vida al ser derribado su avión por los alemanes. O el del también argelino Rabah Oussidhoum, que al mando del Batallón La Marselleise murió heroicamente en el frente de Aragón el 17 de marzo de 1938. Pero hubo muchos más: un boxeador tangerino, un peluquero egipcio, un obrero de la construcción marroquí…

Venís desde lejos

La egipcia Amal Ramsís quiere recuperar la memoria de todos ellos y prepara un documental que cuente su historia. Le falta aún al menos un año de trabajo y financiación, pero el título lo tiene claro. Será Venís desde lejos, tomado de la oda que Rafael Alberti creó para las Brigadas Internacionales: «De este país, del otro, del grande, del pequeño / del que apenas el mapa da un color desvaído / con las mismas raíces que tiene un mismo sueño / sencillamente anónimos y hablando habéis venido».

Brigadistas llegados de 54 países

1936: Movilización internacional

Las Brigadas llegaron de Moscú para ayudar a los republicanos en la guerra, pero las movilizaciones se extendieron por toda Europa.

1937: Acciones de guerra

Con más de 20.00 hombres en sus filas, los brigadistas participaron en batallas decisivas como la del Jarama, la de Belchite o la del Ebro.

1938: Año de despedida

«Sois la leyenda, ejemplo de solidaridad y héroes de la democracia», dijo Dolores Ibárruri, La Pasionaria, en su despedida.

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Una gesta heroica y fallida para invadir la Val d’Aran…

septiembre 18, 2010

Narcís Falguera, que liderí la 11ª Brigada durante la batalla, ahora vive en Prada de Conflet (Francia).CLICKART

Almudena Grandes escribe su última novela basándose en la historia de personas que lucharon por sus ideales.

ROGER TUGAS Barcelona

Los guerrilleros españoles que habían contribuido a ahuyentar a las tropas filonazis del sur de Francia planificaron la ocupación de la Val d’Aran el verano de 1944. Su objetivo era implantar ahí un Gobierno provisional de la República que contase con el apoyo armado aliado y motivase la insurrección interior. La operación fracasó, pero dejó para la historia un episodio de hombres y mujeres valientes y fieles a unos ideales que ha servido de inspiración a Almudena Grandes para escribir su última novela, Inés y la alegría.

Jesús Monzón ideó el ataque, pese a no integrar el comité central del PCE

Narcís Falguera, que en Catalunya había militado en las juventudes del PSUC y que actualmente es presidente de la Amical de Antiguos Guerrilleros Españoles en Francia, participó desde el exilio en la operación. No fue ni mucho menos una tentativa improvisada, según recuerda, ya que «se crearon unidades exclusivamente españolas contra las tropas alemanas en Francia con vistas a reconquistar España» al terminar con la misión.

El catedrático de Historia Contemporánea de la UAB José Luis Martín coincide en este punto y explica que la operación, liderada por el PCE del interior y en el exilio francés, supuso un «planteamiento insurreccional contra la ocupación alemana y el fascismo local» parecido a los que estaban impulsando entonces los partidos comunistas francés, italiano, yugoslavo o griego.

El líder e ideólogo del ataque, a iniciativa propia, fue Jesús Monzón, el principal dirigente del PCE, que no se había exiliado a América o a la URSS, pero que no formaba parte del comité central del partido. El momento propicio fue en octubre de 1944, cuatro meses más tarde que el desembarco en Normandía, que forzó el inicio de la retirada nazi.

4.000 hombres contra Franco

Monzón reunió un pequeño ejército de 4.000 maquis, con un escaso armamento. El dirigente comunista «no era un iluso», según Martín, y proyectó una «operación de entrada de gente armada por distintos puntos del Pirineo», aunque «la Val d’Aran era el más importante de ellos».

El plan fracasó porque no hubo ni alzamiento interno ni apoyo aliado

La 11ª Brigada tenía como jefe de Estado Mayor a Falguera, cuyo batallón contaba con 360 personas. «Nos habían dicho que la población española esperaba una gesta para sublevarse», asegura, igual que consideraba «lógico» que los ejércitos aliados les apoyaran militarmente, en línea con sus actuaciones ante Hitler y Mussolini.

El 19 de octubre entraron finalmente a la Val d’Aran, un punto estratégico, puesto que era de más fácil acceso desde Francia y así dificultaban la llegada de tropas nacionales. Al principio, el avance fue rápido y fácil. Falguera recuerda que «el primer día cayeron 19 pueblos» y llegaron pronto a las puertas de la capital, Viella, aunque Martín matiza que «Franco sabía que se estaba preparando algo», sin concretar, y por ello «el efecto sorpresa se redujo».

Entonces todo empezó a fallar. Por un lado, no se produjo el alzamiento interno esperado, a causa de «la debilidad del PCE en el interior y la desmovilización de la población», según el historiador. «El pueblo no estaba por revolucionarse», añade Falguera. Por otro lado, el apoyo aliado tampoco existió, a causa de las dudas que suscitaba el posible nuevo Gobierno. Martín explica que «Churchill [primer ministro británico] prefería un régimen de orden» y el nuevo Gobierno de coalición francés, liderado por el conservador Charles de Gaulle, «no veía clara la política insurreccional española».

Contra la estrategia de Stalin

El historiador apunta otro elemento a discutir: el papel de Santiago Carrillo, delegado enviado por el comité central del PCE para recuperar el control del partido y que podría haber frenado la misión para hacer cumplir la estrategia internacional deStalin y sus pactos contraídos para no combatir por el poder en los países de la Europa Occidental.

Falguera se muestra «orgulloso de haberlo intentado»

Como consecuencia, el 24 de octubre empezó la retirada y esta heroica gesta terminó. Pero, a pesar del riesgo, el resultado y sentirse «traicionado por los aliados», Falguera se muestra «orgulloso de haberlo intentado sin tener ningún tipo de interés personal». Sólo se movían por creer en la «República Española y en su Constitución».

Un republicano que luchó contra los maquis

La historia de Daniel Andreu Uson es peculiar. Después de luchar como sargento en el bando republicano durante la decisiva Batalla del Ebro, exiliarse a Francia y volver a su pueblo natal, Monistrol de Montserrat (Barcelona), al saber que no sufriría represalias, fue reclutado el 1940 para realizar la mili franquista. Durante este tiempo no reveló su anterior cargo militar y, cuando estaba a punto de terminar la instrucción sin haber tenido que entrar en batalla, fue trasladado a la Val d’Aran para defender su capital, Viella, del intento de invasión.

Andreu explica que, en un inicio, no sabía que combatía contra maquis”, ya que “a las tropas no les decían nada”. Sólo vio “algunos pelotones” con un armamento limitado que, “tras dos o tres días de tiroteos”, se retiraron. Durante una noche, evitó realizar la guardia porque pensó que si se lo llevaban, “mejor”. Andreu asegura que la batalla le vino “grande”, al tener que luchar contra antiguos compañeros, aunque años más tarde pudo conocer y conversar “de buen rollo” en Venezuela con un maquis que combatió desde el otro bando en la misma batalla.

Público.es


Paisaje con memoria…

septiembre 2, 2010

Un recorrido por los Intxortas, que durante casi siete meses, jugaron un importante papel en la Guerra Civil en Euskadi. Recuperada una parte del frente que contuvo el avance de las tropas nacionales entre los meses de octubre de 1936 y abril de 1937.

NEREA AZURMENDI | ELGETA.

El domingo hay otra visita guiada, pero el cupo está cubierto y hay lista de espera.

'La Belga'. Una ametralladora dio nombre a este estratégico punto. :: FOTOS JOSÉ MARI LÓPEZ

Transcurridas más de siete décadas desde que los últimos gudaris y milicianos que habían defendido los Intxortas, finalmente derrotados, abandonaron sus posiciones, es prácticamente imposible imaginar cómo fueron los siete meses en los que la estabilidad de ese frente condicionó la evolución de la Guerra Civil en Euskadi.

En los primeros días de agosto, una visita guiada organizada por Turismo Debagoiena permitió a 30 personas completar un recorrido de tres horas con la ayuda de un guía. El próximo domingo se repetirá la visita, pero no parece fácil sumarse a la misma, ya que no sólo está cubierto el cupo de participantes, sino que existe incluso lista de espera.

Un recorrido por la reconstruida trinchera.

Los Intxortas

Pese a que, probablemente para justificar el poco éxito que el general Mola tuvo en sus primeros intentos de romper el frente republicano, el NODO calificaba a los Intxortas de «crestas imponentes» y, para enmascarar una retirada, von Richthofen dejó escrito que «los Inchortas son verdaderas fortalezas», los tres montes que componen el trío no destacan por su altura.

Sí lo hacen, sin embargo, por la estratégica posición que ocupan y por el uso que hicieron de esa circunstancia los gudaris y milicianos que, en clarísima inferioridad numérica y en una inferioridad de medios materiales aún más clara, contuvieron durante siete meses el avance de las tropas nacionales, mayoritariamente integradas por tercios de requetés navarros, que contaron con la inestimable colaboración de la artillería italiana y la de la escuadrilla de bombarderos y cazas alemanes de la Legión Cóndor, asi como con la ayuda de varios regimientos de tropas marroquíes.

Para comprender la importancia que tuvo el enclave hay que tener en cuenta que a lo largo del verano de 1936 la mayoría de Gipuzkoa estaba ya en manos de las tropas franquistas, cuyo principal objetivo era, a partir de ese momento, Bilbao, donde se había constituido el Gobierno Vasco. Como lógica contrapartida, el interés principal de las fuerzas leales a la República era proteger Bilbao e impedir a las tropas nacionales que ya se habían adueñado de Gipuzkoa el paso hacia la capital de Vizcaya. En consecuencia, su prioridad fue construir una extensa línea de defensa que trataba de blindar el paso entre los dos territorios.

De esa estrategia formaba parte principal el frente de Eibar y Elgeta, al que se refiere con todo detalle Jesús Gutiérrez en su libro ‘La Guerra Civil en Eibar y Elgeta’, editado por los ayuntamientos de ambas localidades hace unos años. Ajustando todavía más el foco, el epicentro puede situarse en los Intxortas, el lugar que dio nombre a la batalla final, la zona en la que se ha recreado con gran verosimilitud una pequeña parte del las trincheras que ayudan a retroceder en el tiempo.

Una gran maqueta ubica sobre el terreno los dos frentes, el republicano y el nacional.

Siete meses

Cualquier libro de historia que preste atención al tema -así como la placa que recuerda el episodio ‘in situ’- pondrá de relieve que el frente de Eibar y Elgeta contuvo el avance de las tropas nacionales entre el 4 de octubre de 1936 y el 24 de abril de 1937. La fecha inicial coincide con el primer intento del general Mola, con base en Bergara, de romper un frente recién establecido cuyos defensores no destacaban, en aquellos incipientes momentos, ni por su organización, ni por su pericia ni, mucho menos todavía, por su poderío militar. Sorprendentemente, sin embargo, los primeros embates de Mola fueron rechazados, y los estrategas del bando nacional decidieron centrar todos los esfuerzos en tomar Madrid, no sin dejar convenientemente establecido su propio frente prácticamente al par del republicano.

Tan al par que, como relata Gutiérrez en el libro ya citado, en ocasiones no había ni 100 metros entre ambos, de modo que eran habituales las charlas entre los ocupantes de las trincheras enemigas. «En muchos casos se gritaban de trinchera a trinchera e incluso se conocían por la voz y personalmente», apunta, recogiendo testimonios tan chocantes como la siguiente conversación: «Rojos, hemos tomado Málaga», lanzaba un nacional; «Podíais tomar Valencia, a ver si nos dan tanto arroz», respondía un ‘rojo’.

Pero la situación no tuvo nada de cómico a lo largo del invierno de 1936 -un invierno especialmente duro-, en el que el frente estuvo prácticamente quieto, en «una guerra de posiciones muy estática en la que apenas hay movimientos». La artillería y los francotiradores no daban tregua, pero tampoco se registraban escaramuzas de especial gravedad. En ese relativo tiempo muerto -en el que se detecta en los Intxortas la presencia de numerosos batallones de gudaris (Otxandiano, Muñatones, Kirikiño, Martiartu…), socialistas, anarquistas…- ya se percibían malos presagios. Por esa razón, sirvió entre otras cosas para que aquellas milicias se organizaran de manera más eficaz, para que su equipamiento mejorara un poco y para que sus posiciones mejoraran bastante gracias a las modificaciones que introdujo en la configuración de las defensas el comandante de gudaris Pablo de Beldarrain, cuyo batallón, el Martiartu, quedó a cargo de los Intxortas.

El audiovisual y el centro de interpretación ayudan a situarse en el contexto histórico.

Bombardeos y derrota

Uno de los objetivos de Beldarrain a la hora de cambiar la disposición de las trincheras -parte de las cuales son las que se han rehecho en sus ubicaciones originales- era evitar los efectos de los bombardeos masivos, una táctica que las escuadrillas de aviones alemanes empezaron a ensayar a finales de marzo sobre unas posiciones que apenas tenían unas pocas piezas de artillería pesada y carecían por completo de defensas antiaéreas.

Una de esas piezas resultó emblemática y dio nombre a un lugar que supuso prácticamente el último punto de resistencia. Se trataba de ‘la belga’, una vieja ametralladora que habían traído consigo al comienzo de las hostilidades unos internacionalistas belgas que desaparecieron como habían aparecido pero dejaron la pieza, que fue vital por la ubicación que le dieron. Esa es, precisamente, la zona recuperada y visitable, la que permite empezar a intuir cómo y por qué, con medios tan escasos, milicianos y gudaris hicieron frente a un ejército mucho más numeroso y abrumadoramente mejor equipado.

Aunque los ataques de la aviación y la artillería fueron implacables a partir del 20 de abril, los intentos de la IV Brigada de Navarra por tomar los Intxortas fueron contenidos por milicianos y gudaris que se encontraban en una situación francamente complicada y que en un sólo día llegaron a tener más de 100 bajas mortales. Entre los atacantes también fueron numerosas las bajas. El ataque definitivo, en cualquier caso, llegó el día 24 de abril, pero no por donde se esperaba, sino por la retaguardia. El frente cayó, las tropas de Mola -que tuvieron 48 horas de ‘carta blanca’ con las previsibles consecuencias- entraron en Elgeta y los Intxortas se convirtieron en historia. Una historia que se puede revivir ahora en el lugar de los hechos.

Diario Vasco (noticia publicada el 24/08/2010)


Ética y poesía…

agosto 1, 2010

Cernuda antepuso la dignidad de las víctimas al fragor de las armas: «La destrucción y la muerte, sea bajo tal o cual pretexto, no se pueden cantar ni mucho menos glorificar»

JUAN GOYTISOLO 31/07/2010

uis Cernuda (Sevilla, 1902-Ciudad de México, 1963).

En el número doble 4/5 de la revista Octubre, dirigida por Rafael Alberti con fecha de octubre de 1933, figura un texto de Luis Cernuda titulado Los que se incorporan en el que el poeta sevillano manifiesta su adhesión al movimiento comunista -en el que militaban ya Alberti, María Teresa León, Emilio Prados, Serrano Plaja y otros escritores- en unos términos que no dejan lugar a dudas y merecen su reproducción in extenso:

«Este mundo absurdo que contemplamos es un cadáver cuyos miembros remueven a escondidas los que aún confían en nutrirse con aquella descomposición. Es necesario, es nuestro máximo deber enterrar tal carroña. Es necesario acabar, destruir la sociedad caduca en que la vida actual se debate aprisionada. Esta sociedad chupa, agosta, destruye las energías jóvenes que ahora surgen a la luz. Debe dársele muerte; debe destruírsela antes de que ella destruya tales energías y, con ellas, la vida misma. Confío para esto en una revolución que el comunismo inspire. La vida se salvará así».

Con posterioridad a dicha adhesión, el futuro autor de La realidad y el deseo publicó en el siguiente número de la revista el poema ‘Vientres sentados’ no incluido luego en Donde habite el olvido (1932-1933) ni en Invocaciones, poema casi desconocido y que yo rescaté treinta y pico años más tarde en Cuadernos de Ruedo Ibérico. No es desde luego uno de los mejores del gran poeta, pero refleja el ímpetu un tanto ingenuo de quienes como él creían en el cambio catártico que aportaría la aurora revolucionaria a un país cerril y decrépito, frente a cuyos tótems se alzaba Cernuda: «El aire limpio y justo / Donde hoy nos levantamos / Contra vosotros todos / Contra vuestra moral y contra vuestras leyes / Contra vuestra sociedad contra vuestro dios / Contra vosotros mismos vientres sentados».

Los versos de ‘Las nubes’ revelan el dolor de un ser humano con la palabra bella y precisa de la poesía

Los estudiosos de la obra cernudiana (como Johannes Lechner o Philip Silver) o de la poesía comprometida de la época (Darío Puccini, Michel Lassus, Robert Marrast, etcétera) discutieron (y se discute aún) la seriedad de esta conversión efímera de un poeta tan reacio como el autor de Las nubes a las consignas de arte dirigido y a toda supeditación de la labor creativa a algo ajeno a la poesía misma. Aunque, según el testimonio de Juan Gil-Albert, Cernuda se declaró comunista en 1934, no ingresó nunca en el partido y, pese a su apoyo fiel a la causa antifascista, se mantuvo a prudente distancia desde fecha temprana de quienes defendían el arte «al servicio del pueblo».

El dilema que arrostraba Cernuda -y, como él, escritores de la talla de Juan Ramón Jiménez y algunos compañeros de pluma de la generación de la Segunda República- se tornó apremiante tras la rebelión militar de julio de 1936 y la ejecución de García Lorca un mes más tarde. La bellísima elegía ‘A un poeta muerto (FGL)’ publicada en La Hora de España y censurada por el subsecretario de Instrucción Pública controlado por el PCE marca el distanciamiento definitivo de Cernuda del arte como instrumento de la causa revolucionaria.

Los horrores de la Guerra Civil suscitan en un poeta «a la deriva», dice, «en el naufragio de un país», unos sentimientos de dolor y de piedad por las víctimas admirablemente plasmados en su Elegía española (1). Las causas patrióticas o ideológicas, parece decirnos, son circunstanciales, pero no lo es en cambio el sufrimiento de los hombres y mujeres zarandeados por el vendaval de la historia. Lechner nos recuerda en su obra de referencia (El compromiso en la poesía española del siglo XX) las palabras del poeta Wilfred Owen, que combatió como voluntario en las filas republicanas: «My subject is War, and the Pity of War. The poetry is in the Pity». La belleza serena de los poemas cernudianos reunidos en Las nubes resiste en efecto el paso del tiempo y la caducidad ínsita no sólo a la mediocre y a veces repulsiva poesía perpetrada en el bando franquista sino también a la del ardor revolucionario vehiculado en las revistas de las Milicias Populares cuyo contenido figura en la Crónica general de la guerra civil, seleccionada por María Teresa León. España se había convertido en el campo de la batalla librada por Hitler y Mussolini y, con mayor prudencia, por la Unión Soviética (con la ignominiosa abstención de Francia e Inglaterra), y el poeta asistía desolado, no obstante su fidelidad nunca desmentida a la legalidad republicana, a una explosión de odio y de crueldad con la que no se podía identificar sin traicionarse a sí mismo. Como escribió dos décadas más tarde en sus Estudios sobre la poesía española contemporánea:

«La destrucción y la muerte, sea bajo tal o cual pretexto, no se pueden cantar ni mucho menos glorificar; quienes por ellas han tenido que pasar, y sobrevivieron a la catástrofe, acaso puedan utilizarlas más tarde, como experiencias humanas; pero en otro contexto, donde sería ya difícil reconocerlas bajo su apariencia bestial primera».

Esa expresión nítida de que la causa defendida, por digna que fuere, no podía prevalecer sobre el ars poetica ni los derechos humanos fue compartida por un pequeño núcleo de artistas que como Juan Ramón Jiménez, Gil-Albert o Benjamín Jarnés se proponían iluminar el presente sombrío -«de modo que también llegue la luz al frente opuesto», dirá el último- sin falsear la historia.

La guerra civil española anticipó así el conflicto ético de numerosos pensadores y artistas europeos que ante la barbarie nazi y la de quienes en nombre de la humanidad futura daban rienda suelta a su desprecio por la vida de sus contemporáneos de carne y hueso, supieron elegir la justicia por encima de sus convicciones políticas. Hoy podemos leer los versos de Las nubes con emoción idéntica a la de los que los leyeron en circunstancias tan dramáticas como las que vivió España entre 1936 y 1939. Lejos de toda propaganda y partidismo, revelan el dolor de un ser humano con la palabra bella y precisa de la poesía. Su exilio definitivo sería el de alguien que antepuso la dignidad de las víctimas al fragor de las armas: desde lejos, asistió a la victoria amarga de los sempiternos Caínes que, como escribió en el poema Un español habla de su tierra, «De todo me arrancaron / Me dejan el destierro»

El País – Babelia


Desde el exilio también: Verdad, Justicia y Reparación…

julio 11, 2010
Charles Farreny, Henri Farreny, Raymond San Geroteo. – 10 Julio 2010
Echar puente entre la República de ayer y la de mañana

¿Desde dónde hablamos?

En mayo de 1945, justo después de la liberación de Francia se creó la Amical de Antiguos Resistentes y F.F.I Españoles. Su presidente era el jefe de la “Agrupación de Guerrilleros Españoles”, brazo armado de la “Unión Nacional Española” fundada en 1941. Los guerrilleros habían actuado en unos cuarenta departamentos franceses. En septiembre de 1950, el gobierno francés desencadenó la operación “Bolero-Paprika” : prohibió las “organizaciones extranjeras comunistas” y las que así se consideraban, proscribió a unos 180 Españoles expulsándoles hacia Córcega, Argelia, los países del Este; ruda prueba para la retaguardia principal de la lucha antifranquista.

La asociación volvió a nacer en 1976 como Amical de Antiguos Guerrilleros Españoles en Francia – F.F.I aceptada por el Ministerio de Antiguos Combatientes francés. En 1982 la asociación inauguró en Prayols, cerca de la ciudad de Foix en el departamento del Ariège, la obra reconocida por las autoridades francesas como el “Monumento Nacional de los Guerrilleros Españoles”. Algunos miembros de la Amical regresaron a España y crearon antenas en Barcelona, Madrid, Valencia. Rápidamente independientes, éstas mandaron elevar en 1991, en Santa Cruz de Moya (Cuenca), el principal monumento dedicado a los guerrilleros de lucha clandestina interior.

Hoy en día, presidida por Narcis Falguera, 88 años, ex jefe de estado mayor de la 11 Brigada cuando la ofensiva del Valle de Aran en octubre de 1944, la Amical acoge a parientes y amigos que quieren perpetuar los ideales de los guerrilleros.

Paralelamente, hijas, hijos y amigos de republicanos españoles procedentes de diversos horizontes políticos y convicciones filosóficas, constituyeron en 2005 “Memoria de la España Republicana” (Mémoire de l’Espagne Républicaine : MER) cuya meta es contribuir a transmitir la historia de la República, devolver a los republicanos su dignidad y dar vida a sus valores.

Hablamos a partir de estas dos activas asociaciones del exilio.

Apego a los valores de la IIª República

Ya que vivimos en Francia puesto que nuestros padres se refugiaron aquí y que durante muchísimo tiempo no pudieron regresar a España sin correr peligro, estamos muy apegados a los valores republicanos del país de “Los Derechos Humanos”.

Fueron aquellos mismos valores los que inspiraron la Constitución española de 1931, cuando se instauraron el sufragio universal, la separación entre la Iglesia y el Estado, la escuela laica gratuita y obligatoria. Muy adelantada con respecto a muchos países entre los cuales, precisamente, Francia, la IIª República española ha instituido el derecho de votar para las mujeres, ha proclamado la autonomía de las regiones así como el derecho a emplear y enseñar las lenguas regionales. El interés popular por este programa, la promesa de una auténtica reforma agraria, la aspiración hacia una justicia social mayor, provocaron un ardor político y cultural inédito en la España arcaica, desigualitaria y oscurantista de aquella época. Aquel ardor fue reprimido en el acto por los defensores españoles del orden establecido y por sus semejantes en Europa. Había engendrado admiración y solidaridad entre los pueblos del mundo entero.

Desafortunadamente derrotados en España, los defensores de la República siguieron luchando donde la suerte les hubiera mandado parar. Actualmente, sus sufrimientos y su compromiso aún inspiran mucho respeto. Desde hace algunos años no transcurre ni una sola semana en Francia sin que se reciba una prueba de simpatía hacia los Republicanos españoles.

Fue así como el Consejo Regional de Midi Pyrénées nos involucró en 2004 en la edición de un libro dedicado al exilio republicano español y también en una exposición que ya mucho ha rodado. En 2006 la alcaldía de Toulouse nos encargó organizar una ceremonia oficial para celebrar el 75 aniversario de la República española. El alcalde (de derechas) y el presidente de los antiguos guerrilleros tomaron la palabra ante 2 000 personas, frente al Ayuntamiento cuya fachada estaba adornada con banderas republicanas españolas. Asimismo, los alcaldes de otras capitales departamentales como Agen, Ajaccio, Montpellier, Nantes, Nîmes, Pau, Rennes… sin olvidar París, se han asociado a diversas manifestaciones en homenaje a los republicanos españoles, pioneros de la resistencia antifascista, primero en España, luego en Francia y otros frentes

Desde el Foro por La Memoria:

http://www.foroporlamemoria.info/2010/07/desde-el-exilio-tambien-verdad-justicia-y-reparacion/


Por Dios, por la patria y el rey de Pablo Castellano…

junio 11, 2010

Una obra crítica sobre la Transición Española en la que el autor mantiene que se produjo lo que el dictador deseó a su muerte

Se trata como dice el subtítulo de una visión crítica de la Transición Española de este veterano político, ex miembro del PSOE, partido en el que militó entre 1964 y 1987, manteniendo siempre una actitud crítica hasta que fue expulsado por denunciar un caso de corrupción.

En este libro reflexiona acerca de los orígenes de nuestra reciente democracia, los pactos de silencio, los amaños institucionales, los oscuros procesos de reconciliación, analizando las manipulaciones históricas de cada momento, reclamando autocrítica y profundización en los valores de la Constitución.

Es una vista hacia el pasado en la cual se llega a la conclusión de que a Franco le sucedió el previsto posfranquismo de la restauración monárquica y que se ha desarrollado a su conveniencia.

El libro consta de un introito y cuatro partes con cuatro capítulos cada una: Antecedentes, Precedentes, Incidentes y Reincidentes.

Ya en el Introito comienza a destacar como importantes líderes franquistas se suben al carro democrático con tal de no perder el poder y las concesiones realizadas por la oposición con tal de obtener su legalización o su bautizo a las nuevas reglas del juego.

Cada una de las partes tiene como introducción un importante artículo de escritor o periodista para que el lector entienda de lo que se va a tratar en cada capítulo.

Destaca la vinculación histórica del pueblo español con la monarquía y los nulos levantamientos contra esta institución en comparación con otros países europeos y como al consolidar esta forma de gobierno la actual Constitución, a todos los que se oponen a la Monarquía se les encuadra como enemigos de la libertad.

Realiza un repaso de los breves períodos republicanos vividos por España, destacando que nacieron no por una revolución, sino por renuncia del rey de turno. Destaca también como desde el primer día de entrada en vigor de la Segunda República, los monárquicos tradicionales ya comienzan a trabajar para recuperar la institución.

Destaca como todos los monárquicos y tradicionalistas se oponen a los aires de libertad que traía la Segunda República. Destaca el papel del ejército como salvaguarda del buen camino y de su status distinguido y su relación con la nobleza y la aristocracia.

También dedica un apartado especial a la tradicional influencia de la Iglesia Católica en los gobiernos españoles a excepción de los períodos republicanos y como muchas constituciones consideran la religión católica como la única verdadera.

Dedica algunos capítulos a la tardanza de Franco en restaurar la Monarquía y el nombramiento de su sucesor a título de Rey y las presiones recibidas tanto por el dictador como por el sucesor para tratar de alterar ese nombramiento, y la hábil maniobra política que Franco realizó al nombrar a Juan Carlos de Borbón su sucesor para lograr así evitar que Don Juan de Borbón ocupase el trono al no poder enfrentarse a su hijo.

Habla de como se gestó la Ley para la Reforma Política y el papel del Rey al frente del ejército como garante para que el proceso democrático se pudiese llevar a cabo y como al ser obedecido por el ejército se evitaron males mayores al menos momentáneos al legalizar el partido comunista.

Destaca como los afiliados del partido socialista se enteraron por la prensa de que habían quedado inscritos en el Registro de Asociaciones Políticas que inspiraba la Ley para la Reforma Política que consideraban insuficiente y que reservaba el Derecho de Admisión sin mediar Congreso Extraordinario de por medio.

Trata de explicar el por qué de la dimisión de Adolfo Suárez ya que como él mismo dice, en el discurso televisivo en el cuál anunciaba su dimisión, habilmente trata de ocultar las razones. Asimismo, da un repaso a los interrogantes del 23-F donde parece ser estan implicados muchos socialistas.

Compara el proceso de la Transición con el caciquismo de comienzos del siglo XX, para llegar a la conclusión, de que tal como está concebida la Transición, hay cierto caciquismo.

Según el autor, la actual Constitución es una continuidad de las Leyes Fundamentales franquistas y la Ley para la Reforma Política ya dejó mucho hecho.

Declara la actual Constitución como conservadora al ser fiel a todo lo pactado: Monarquía, papel constitucional del ejército, mando de las Fuerzas Armadas para el Rey, Bicameralismo, Iglesia Católica con trato privilegiado, Sistema Electoral blindado, partitocracia.

Habla mucho durante todo el libro con cierta ironía de la Modélica Transición Española, para demostrarnos que de modélica no tiene nada y que en realidad con ciertas transformaciones y cambios de nombre, continuamos con el posfranquismo que el dictador quería y con los métodos caciquiles de la restauración de 1876, con la que también hace comparaciones a lo largo del libro.

Guerra Civil española