Último barco al exilio

marzo 23, 2014

Al final de la Guerra Civil, hace 75 años, miles de republicanos trataban de huir desde Alicante

Pocos lo lograron. El ‘Stanbrook’ llevó a 2.638 a un incierto destino

23 MAR 2014

El buque Stanbrook, fondeado en el puerto de Orán en 1939. / Legado Rodolfo Llopis. Fundación Caja Mediterráneo

Faltaban cuatro días para el final de la Guerra Civil. El Stanbrook, un buque carbonero británico de 1.500 toneladas, había fondeado en Alicante con la orden de cargar naranjas y azafrán. En la explanada del puerto bullía una multitud agotada después de tres años de combate, miles de civiles y soldados republicanos que vieron en el puerto levantino, todavía no tomado por el bando franquista, la única puerta para huir de la represión que les esperaba.

Abrumado por la tragedia, el capitán de la nave, un galés de 47 años llamado Archibald Dickson, cambió el plan inicial de embarcar provisiones por el de evacuar a civiles. Al atardecer del 28 de marzo de 1939, el Stanbrook partió hacia Orán con la última carga civil que zarpó camino del exilio antes de acabar la contienda, 2.638 pasajeros que protagonizaron una emblemática y trágica aventura de la que el próximo viernes se cumplen 75 años.

Antonio Vilanova, pasajero del Stanbrook, dejó testimonio del desasosiego del embarque en una carta dirigida a un amigo y a la que ha tenido acceso este diario. “En la mente de todos había sensación de fuga, derrota, hundimiento moral. Cuando llegamos al barco, éramos recibidos entre las protestas de los pasajeros que ya estaban allí. Conforme subíamos, unos se acomodaban en la cubierta, otros en la bodega o en las sentinas. Faltaba sitio, pero seguía entrando gente”, relataba sobre aquel hacinamiento este funcionario aduanero que más tarde, en su exilio en México, escribiría la primera gran obra sobre los refugiados republicanos, Los olvidados.

Miedo, humedad e incertidumbre de niebla y frío. A bordo del carguero, Helia González, de cuatro años, sentada sobre un baúl con sus padres y su hermana, de 22 meses, encontró consuelo en la presencia de un señor pequeño y fornido que la había cogido en brazos para subir la pasarela del barco. Era el capitán Dickson. En la explanada del puerto, quedaba un paisaje de desamparo entre los que habían perdido el barco.

A su corta edad, Helia no sabía que partía al exilio político. Su padre, Nazario, de 28 años, había fundado Izquierda Republicana en Elche. “Era antibelicista”, sostiene Helia. “Durante la guerra escondió en su casa a un sacerdote y a su sobrina, y salvó de la quema parte del archivo de la basílica de Santa María. La mayoría de los pasajeros éramos pacifistas; no asesinos, como decían”.

El propietario del carguero, Jack Billmeir, cuya flota se multiplicó por diez gracias a la guerra española, había prohibido evacuar civiles. El capitán que desafió aquella instrucción era hijo de una modesta familia de Cardiff. Se había licenciado a los 22 años. “Un sector socialista cuestionó su heroicidad diciendo que un grupo se lo llevó ebrio de juerga a Madrid. Algunos líderes en el exilio quisieron atribuirse el mérito del rescate, pero la República fracasó en proteger a su gente”, apunta el documentalista Pablo Azorín Williams, quien ha investigado la vida del capitán.

“Como abanicos de espuma”. Así recuerda Helia, a sus 79 años, la huella en el mar de los proyectiles enemigos que sorteó el carguero al zarpar. Para eludir los ataques del Canarias, un crucero pesado de la flota nacional, el Stanbrook viró el rumbo primero a Baleares y luego al sur hacia Argelia.

Helia González (derecha), pasajera del Stanbrook, abraza a Juanita Alberich, esposa de otro de los refugiados, en un acto conmemorativo en Valencia. / José Jordán

Desde una sentina de popa, el pasajero Vilanova observaba la “incontrolable e incontrolada expedición”, sacudida por asaltos de pánico cuando falsos rumores decían que se dirigían a Melilla. La gente arrojaba al mar la documentación para no ser identificada. Se formaban colas de dos horas para beber agua. “Solo había dos evacuatorios. Dominado el pudor, fuera de la borda, deponíamos en el mar. Más que el hambre, es la nota más dura de la estancia en el barco”, explicaba en su misiva Vilanova.

El 29 de marzo, tras 22 horas de travesía, el Stanbrook ancló en el puerto de Mazalquivir, cerca de Orán. A la niña Helia le embriagó el aroma de unas rebanadas de pan sobre unos tableros en el muelle. “Era la primera vez que olía a pan tierno”, evoca la que fuera la pasajera 2.277. “Un hombre se tira de la cubierta a las bodegas y muere una mujer. Hay síntomas de anormalidad y riñas”, escribió en un diario —facilitado a este diario por su hijo Ulises— Antonio Ruiz, ingeniero madrileño de ferrocarril y oficial en el frente, que había huido junto con su hermano Pablo.

En la mente de todos había sensación de fuga, derrota, hundimiento moral», escribió el pasajero Antonio Vilanova…

Desde el muelle, españoles residentes en Orán partieron en barcas con alimento y medicinas para los recién llegados. Arribada un mes antes por mediación de Acción Republicana, Juanita Alberich, valenciana de 20 años y embarazada de su primer hijo, buscaba a su marido, Onofre Valldecabres, director del Servicio de Inteligencia Militar. “Recuerdo que la gente tenía hambre”, evoca Juanita, de 95 años, que perdió a su hijo a los dos meses de nacer. Valldecabres fue de los primeros pasajeros en dejar el Stanbrook gracias a sus contactos como refugiado político. “No tuvo número de pasajero porque pudo eludir el listado registrado por las autoridades francesas”, señala su hija Annik Onofra, nacida en el exilio argelino.

Pese a que creyeron haber hallado la salvación en Argelia, entonces bajo el dominio francés, el destino del pasaje del Stanbrook fue muy dispar. En el primer desembarque, dos días después de atracar, tocaron tierra mujeres y niños que, como Helia, su madre y su hermana, fueron a la antigua prisión del Cardenal Cisneros. La mayoría de los hombres aguardaron a bordo más de un mes, por imposición de la Administración francesa. “Salimos llenos de miseria. Allí conocí por primera vez los trimotores, piojos de un tamaño monstruoso”, explicaba en su misiva Vilanova. A muchos les condujeron al Centre d’Hébergement —centro de alojamiento— número 2 para recibir ducha, vacunas y alimentos.

El motivo de la cuarentena no se ha resuelto 75 años después de aquella odisea. “Francia no había previsto nada. Se apuntó a que el barco había generado gastos en el puerto y debía pagarlos, o se temía una epidemia por detectarse un brote de tifus. Es un cabo que todavía queda suelto”, señala el historiador alicantino Juan Martínez Leal, quien resalta una controversia paralela. “No se sabe por qué, una hora después del Stanbrook, zarpó de Alicante sin evacuar a más civiles el Marítima, el triple de grande y con 30 pasajeros, líderes socialistas y sus familias. Hubo una gran polémica en la Federación Socialista en Orán”.

Anclado el Stanbrook en Orán, Alicante se convirtió en un gran presidio para las más de 15.000 personas venidas del frente. Desde Segorbe, en Castellón, Manuel Arroyo, chófer del Estado Mayor del Ejército de Levante, llegó la tarde del 29 de marzo a la explanada del puerto. Ya no había barcos; solo se oían ráfagas de ametralladora y cañonazos de la División Littorio, unidad italiana que reforzaba el bando nacional. “Vi a un hombre desesperado degollarse con una navaja de barbero. Lo más contagioso es el miedo”, relataba a este periódico Arroyo, de 96 años, antes de fallecer hace dos semanas. Las tropas italianas les condujeron al improvisado campo de concentración de Los Almendros y de allí, más de 3.000 hombres, entre ellos Arroyo, fueron trasladados al campo de trabajo de Albatera, diseñado en la República para la reinserción del delincuente.

Recuerdo que la gente tenía hambre”, evoca Juanita Alberich, de 95 años, que perdió a su hijo…

En Argelia, el destino de gran parte del pasaje fue también la reclusión. Exportados al campo de concentración de Boghari, en el interior del Sáhara, los hermanos Ruiz pasaron a llamarse 102 y 103, bajo la guardia senegalesa, con bayonetas caladas. “Somos 300 indocumentados e indeseables. Y todo en nombre de la Igualdad, Libertad y Fraternidad”, narra Antonio en su diario. “Un español que está en la letrina es maltratado por un guardia que sin motivo le golpea con el fusil. Otros acuden y le patean. El pobre pide auxilio. Acuden varios españoles recibidos con bayonetas y obligados a huir. Allí se quedó”. Los Ruiz pudieron huir a Francia, donde embarcaron rumbo a México en 1940.

En torno a la línea del ferrocarril Transahariano, pasajeros como Antonio Gassó, piloto de caza republicano, sufrieron en los campos de trabajo castigos como el tombeau, en los que el preso cavaba su propia tumba para permanecer en ella, saliendo solo dos veces al día para hacer sus necesidades, sin protección contra las adversidades del crudo desierto. “¡Fusiláis poco, pero matáis lentamente!”, escribió en su diario —publicado en el libro escrito por su hija Laura —desde la cárcel de Bou-Arfa—. Otros acabaron combatiendo en la II Guerra Mundial, alistados en la Legión Extranjera Francesa. La tragedia también marcó la trayectoria del capitán Dickson. Seis meses después de atracar en Orán, el considerado héroe de la odisea del Stanbrook murió con su tripulación en el mar del Norte, torpedeado por un submarino alemán, cuyo capitán, Claus Korth, había hundido naves republicanas en la guerra española.

Sobre estas líneas, la repleta cubierta del buque Stanbrook durante la travesía de Alicante a Orán, en marzo de 1939. / Legado Rodolfo Llopis. Fundación Caja Mediterráneo

Frente al drama de muchos refugiados, Juanita Alberich y Helia González, amigas en su destierro en Sidi Bel Abbes, aseguran haber vivido un “exilio privilegiado”. La vida de Juanita, residente ahora en Valencia, fue un continuo traslado. Su familia vivió en Argelia hasta 1946, cuando su marido, de la industria cerámica, fue empleado en Lorena, Francia. “Volvimos a Argelia en 1950 y salimos de nuevo hacia Lille en 1957, antes de la guerra de la independencia. Regresamos a España tras la muerte de Franco”.

La familia de Helia, que se enroló primero en una compañía de teatro española dividida tras la contienda, sobrevivió del estraperlo y de una tienda de alpargatas, el último negocio familiar en Argelia hasta partir hacia España en 1949. “Mi padre no quiso arraigar allí. En Argelia conocí la libertad. En España no se podía hablar de nada, el hambre era terrible y la represión muy dura. Ganar no debería ser vengarse”, sostiene Helia, que fue profesora de francés y funcionaria municipal en Elche hasta su retiro.

Junto al editor Rafael Arnal, Helia, que nunca volvió a pisar suelo argelino, inspiró el proyecto de la Operación Stanbrook, una expedición en barco con familiares y simpatizantes que prevé zarpar a Orán antes del verano, si la situación política tras las elecciones en Argelia no lo impide, para conmemorar aquella trágica y esperanzadora travesía que marcó el final de la Guerra Civil. “Tenemos que recordarlo porque hay muchos países en situaciones semejantes. ¿No vamos a aprender nunca?”.

http://elpais.com/politica/2014/03/21/actualidad/1395425929_742501.html


Los ‘niños de la guerra’ «ruegan» a Rajoy que recupere la subvención que les retiró Zapatero…

noviembre 22, 2013

El Centro Español de Moscú denuncia que sin la ayuda del Estado español están condenados a desaparecer. El ayuntamiento de Moscú ha denegado toda ayuda al Centro y ha reiterado la subida del alquiler de un 100%. Vladimir Putin también desoyó sus peticiones de auxilio.

ALEJANDRO TORRÚS Madrid 22/11/2013

Foto de familia de los llamados 'niños de la guerra' civil española, que siguen residiendo en Moscú. EFE

Foto de familia de los llamados «niños de la guerra» civil española, que siguen residiendo en Moscú. EFE

El Centro Español de Moscú, antigua sede del PCE en la URSS y punto de encuentro desde 1965 de los niños de la Guerra Civil española que fueron traslados al Estado soviético, continúa en una situación agónica, cercana al cierre. La subida del alquiler del 100% por parte del Ayuntamiento de Moscú hace «prácticamente imposible el mantenimiento del Centro» y las llamadas de socorro de los hoy nonagenarios niños de la guerra son constantes. Tras pedir ayuda, sin éxito, al alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, y al presidente de Rusia, Vladimir Putin, el Centro reclama al Gobierno que atienda su petición de recuperar la subvención de la que fue receptor hasta el año 2010, cuando se le fue retirada por «no haber sido justificada convenientemente».

«No disponemos de la suma de dinero que nos pide el Ayuntamiento ruso y tampoco de la subvención que nos envió España durante muchos años. Así, nos será imposible seguir manteniendo abierta esta casa de todos los españoles que residen en Rusia. Necesitamos ayuda», señalaba ayer a este medio Francisco Mansilla, presidente del Centro Español en Moscú.

En una misiva dirigida al Imserso, los niños de la guerra «ruegan» a las autoridades españolas retomar la subvención de 21.000 euros que durante tanto tiempo estuvieron recibiendo y que fue cancelada en el año 2010, durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero. La Administración alegó que el Centro no estaba utilizando la totalidad de los fondos enviados a mantener el normal funcionamientos del Centro y sí hay a otros fines. Desde el Centro Español de Moscú explican que esos fondos fueron utilizados para pagar los «entierros y medicinas» de algunos miembros españoles del Centro Español que no tenían nada.

«La situación en Rusia es muy dura y las pensiones son muy bajas. Hubo casos de españoles que murieron y que no disponían de ningún dinero para ser enterrados y el Centro sufragó los gastos», señala a Público Dolores Cabra, de la Asociación Guerra y Exilio, y apoderado del Centro en España.

Para recuperar la subvención, el Centro Español de Moscú se ofrece a reintegrar la cantidad de dinero, más los intereses, que el Imserso considera que ha sido «mal utilizado»: 25.554 euros, en un plazo de diez años, a través de cuotas extraordinarias a los socios y donativos desinteresados de la ciudadanía. Sin embargo, la oferta del Centro, que se encuentra en una situación desesperada, no ha sido atendida por el Gobierno hasta el momento.

«Un mes después de ser enviada la carta contestó [julio] el Imserso y nos dijo que pasaba la petición a Hacienda. Desde entonces no sabemos nada. Hacienda no nos ha contestado, ni tampoco dado acuse de recibo. Nos parece hasta de mala educación», se lamenta Dolores Cabra, que se queja de lo «inhumano» del trato de la Administración cuando antes «todos los presidentes del Gobierno y hasta el príncipe habían acudido a visitar al Centro».

Subida de alquiler de un 100%

La situación que vive el Centro Español de Moscú, ya delicada de por sí, se ha agravado tras la decisión del ayuntamiento de Moscú de casi duplicar el precio del alquiler del local con efectos retroactivos desde el pasado enero. El coste de la sede ha pasado de 1.236 euros al mes a algo más de 2.400 euros. La única explicación del ayuntamiento de Moscú ha sido una vaga referencia a un «acuerdo suplementario» con fecha del 23 de agosto.

Ante la quiebra económica de la entidad que supondría este dramático cambio en las condiciones del arrendamiento, el Centro pidió al ayuntamiento de Moscú pagar un «alquiler simbólico» de «un rublo al mes» por el local que arrendan en el centro de la capital rusa. La histórica institución trataba de acogerse a los privilegios que el ayuntamiento moscovita sí ha concedido a otras organizaciones como el Circo de Moscú.

Sin embargo, la respuesta de Moscú llegó esta misma semana: No. El Centro debe pagar el doble de lo pagado hasta el momento desde el mes de enero de 2013. «Es tremendo que el país que los mandó para allá cuando eran niños y el país que los recogió se olviden de ellos ahora que son nonagenarios. Es una vergüenza», prosigue Cabra.

El único alivio para las arcas del Centro Español ha llegado desde Euskadi. El Gobierno de Patxi López (PSOE) aprobó una ayuda de urgencia de 10.000 euros que fue ratificada y hecha efectivo por el Gobierno de Urkullu (PNV) tras las elecciones. «Con los 5.000 euros del segundo pago de la subvención y las aportaciones desinteresadas de los ciudadanos pagaremos la deuda contraída con el Ayuntamiento, pero en las arcas ya no queda nada. La situación es insostenible», zanja Cabra.

 

‘Los niños de la guerra’

La larga travesía hacia el olvido de estos españoles en perpetuo exilio comenzó en 1937. Alrededor de 3.000 menores españoles llegaron a Rusia huyendo de la Guerra Civil y fueron alojados en las llamadas ‘Casas de niños españoles’, residencias donde recibían educación y alimentos. La Unión Soviética procuró una carrera universitaria al que deseara estudiar y un oficio industrial a los que prefirieron trabajar. A pesar de las circunstancias, muchos de ellos reconocen haber sido unos privilegiados por el trato recibido de las autoridades soviéticas, sobre todo si se compara con los derechos del pueblo ruso.

La tragedia, sin embargo, iba por dentro. Han vivido la Guerra Civil cuando aún eran demasiado pequeños para entender qué estaba ocurriendo, pero también padecieron el horror de la II Guerra Mundial. Muchos de ellos, a pesar de su corta edad, tuvieron que trabajar en la construcción de aviones y armamento militar en la Unión Soviética. Se trataba de derrocar al fascismo, y la victoria de la URSS también les acercaría a su victoria personal: regresar a casa junto a papá y a mamá.

La comunidad española de ‘niños de la guerra’ fue la única familia para la mayoría de ellos y el Centro Español de Moscú, antigua sede del PCE reconvertida en centro cultural en 1965, su último suelo patrio. De los tres mil niños de la guerra que salieron de España con rumbo a la URSS durante y después de la Guerra Civil, quedan hoy en Rusia 105 personas (61 viviendo en Moscú, 16 en la región de Moscú y 28 en otras ciudades), 20 menos que a principios de enero de 2012.

Donaciones
Si quiere hacer una donación en apoyo al Centro Español de Moscú, puede hacerlo a través de la siguiente cuenta:

SOS Centro Español Moscú: CC/ 2013 064612 0200708987

La asociación acreditada para recoger fondos es Archivo, Guerra y Exilio (AGE).

http://www.publico.es/484094/los-ninos-de-la-guerra-ruegan-a-rajoy-que-recupere-la-subvencion-que-les-retiro-zapatero

 


10· aniversario de la Asociación de descendientes del exilio español.

octubre 23, 2013

10· aniversario de la Asociación de descendientes del exilio español

Viernes 25 de octubre de 2013. 18:30h. Teatro del Institut français.

10º aniversario de la Asociación de descendientes del exilio español con Ludivina García Arias, Presidenta de la Asociación, Nicolás Sánchez Albornoz, Historiador y Profesor de Universidad, Iñaki Anasagasti Olabeaga, Senador.


Al final del evento se servirá una copa de vino Se ruega confirmación: +34 913085394/+34 666516438 asociacion_exiliados@yahoo.es
Más informaciónwww.exiliados.org

http://www.institutfrancais.es/madrid/libro-y-debates/n-10-aniversario-asociacion-descendientes-exilio-espanol


«El franquismo sigue presente en las instituciones españolas»

mayo 26, 2013

El ex fiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo afirma que «el uso  de material antidisturbios rememora las formas de represión de la  dictadura»

JAVIER CORIABarcelona26/05/2013

 

Carlos Jiménez Villarejo, exfiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo. FRANCESC SANS

Carlos Jiménez Villarejo, exfiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo. FRANCESC SANS

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El pasado 24 de mayo, tuvo lugar en Barcelona un acto público en memoria de Yolanda González, la joven dirigente estudiantil que fue asesinada por un comando fascista de Fuerza Nueva en 1980, y cuyo asesino, Emilio Hellín, trabaja como asesor y perito informático para las fuerzas de seguridad del Estado, según publicó El País. Uno de los intervinientes en la reunión, fue el ex fiscal anticorrupción de la Audiencia de Barcelona, Carlos Jiménez Villarejo (Málaga, 1935), que se siente muy cercano a este caso y asesora a los hermanos de Yolanda.

«Acabo de estudiar [se refiere Virallejo al ensayo que escribió junto al magistrado Antonio Doñate recientemente publicado Jueces, pero no parciales. La pervivencia del franquismo en el poder judicial] cómo el franquismo sigue presente, de muchas maneras, en la sociedad española, en las instituciones llamadas democráticas, y particularmente en la magistratura. Que una persona condenada en su día por un asesinato gravísimo, aparte de otros delitos con múltiples agravantes, y que además cumplió la pena en unas condiciones muy favorables por parte de los jueces de vigilancia penitenciaria, que ninguno de los jueces que favorecieron su fuga fuera sancionado penalmente, pese haber estado huido durante tres años y siete meses en Paraguay al servicio de la dictadura militar de Alfredo Stroessner… en fin, que todo eso ocurra, y que volvamos a reunirnos para hablar de esto demuestra que hay una auténtica pervivencia de valores autoritarios, propios del sistema totalitario franquista en ciertos sectores de la magistratura, aunque no hay que generalizar, porque hay jueces de muchas clases».

Emilio Hellín cambió su nombre de pila por el de Luis Enrique y desde su empresa, News Technology Forensics, ha trabajado desde 2006 como asesor de criminalística de la Guardia Civil y dando cursos de rastreo informático y espionaje electrónico a la Policía Nacional, la Ertzaintza y los Mossos d’Esquadra.

¿Un crimen de Estado?

Además de los autores materiales del asesinato, Hellín y Velázquez, fueron colaboradores necesarios y condenados por ello Félix Pérez Ajero, José Ricardo Prieto, David Martínez Loza, ex guardia civil y Jefe Nacional de Seguridad del partido de Blas Piñar, Fuerza Nueva.

Emilio Hellín fue condenado a 43 años de prisión, aunque el código penal contemplaba los 30 años como pena máxima, sólo cumplió 14 años de cárcel, protagonizando dos intentos de fuga y la evasión citada a Paraguay, tras un permiso penitenciario. Cuando cometió el crimen, Hellín se refugió en casa de un policía de Victoria, y las sospechas de las vinculaciones del ultra con la policía y el ejército eran más que evidentes. En sus intentos de fuga, recibió armas y la Brigada Anticorrupción de la Policía investigó a varios funcionarios de la comisaría del distrito de Ventas, de Madrid, por facilitar cartulinas originales para falsificar el carné de identidad que Hellín utilizó para huir a Paraguay. Las armas utilizadas en el asesinato y los sofisticados aparatos de escucha que utilizaba esta banda criminal hacen pensar en las implicaciones de los aparatos del Estado, pese a ello ninguna investigación ni responsabilidad política fue depurada.

«No se puede hablar del pasado como quien habla de la guerra de la independencia de 1714»

Jiménez Villarejo considera que éste es uno de los problemas que tenemos pendientes de resolver y que se expresa de muchas maneras: «Todas las sentencias dictadas por los Consejos de Guerra y el Tribunal de Orden Público contra centenares de miles de españoles, republicanos, demócratas, etc., condenados injusta e ilegalmente, siguen sin ser anuladas porque el Tribunal Supremo se niega a hacerlo. Esto es una muestra del reconocimiento de la validez de la represión franquista por parte de la justicia española actual».

«Luego hay unos datos que aparecen dispersos en los medios», sigue Jiménez Villarejo. «Por ejemplo, el día 25 de junio está citado a declarar como imputado un periodista por haber hecho unas manifestaciones sobre la Falange Española de las JONS, y la vinculación de ese partido único de la dictadura con los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la Guerra Civil y la dictadura. Un juez le ha abierto una causa a ese periodista [Gerardo Rivas, de elplural.com] por injurias graves a la Falange. ¿Cómo a estas alturas un juez de instrucción de España puede considerar injurias el hablar de los crímenes cometidos por la sublevación militar del general Franco, y dictador después, y la Falange que eran parte del aparato represor del franquismo?», se pregunta el ex fiscal. «Con los favores y complicidades que ha habido con Emilio Hellín, que aparte de hacerle cumplir una pena lo más corta posible y en las mejores condiciones posibles, y después de una manipulación para ocultar su identidad que podía ser conocida, parece incomprensible que fuera contratado, con dinero público, por los servicios policiales de los gobiernos democráticos», insiste Jiménez Villarejo, que cree que el gobierno debe contestar a la proposición no de ley que han formulado los grupos parlamentarios [PSOE, CiU, Izquierda Plural y EAJ-PNV] a propuesta de los familiares».

 Sobre la querella argentina contra los Crímenes del Franquismo, Villarejo opina que, hasta ahora, el Ministerio de Justicia, que tramita las comisiones rogatorias que tienen que atravesar primero el ámbito gubernamental y luego pasar al ámbito judicial, «ha puesto toda clase de dificultades y obstáculos para que se practiquen diligencias». «Como las que se iban a practicar hace un mes [se refiere a las videoconferencias en el consulado de Argentina] y que no se pudieron practicar por unos supuestos problemas técnicos que yo creo que eran políticos. El gobierno español se opone frontalmente a que se investiguen aquí los crímenes del franquismo. Tengo mis reservas que todo eso llegue a buen puerto, pero ojalá que se consiga superar esos obstáculos por la justicia argentina».

«La represión hoy también tiene lugar, y ahí están las pelotas de goma para demostrarlo»

Desde distinto frentes, la iniciativa de Justicia Universal que están haciendo patente los más de 300 querellantes, es atacada con la consabida cantinela de que no es bueno abrir viejas heridas y que los problemas de la sociedad española hoy son otros: «Los problemas de la sociedad son muchos, entre ellos éste. Hay problemas que vienen del pasado y que persisten, y siguen siendo problemas, porque no se han afrontado en su momento y siguen presentes. Si hay más de cien mil desaparecidos distribuidos por las tierras de España, y de Catalunya también, y nadie ha hecho nada, ni siquiera la justicia, para conocer e identificar esos restos y darles un entierro digno como merecen y exigen la convenciones internacionales, pues eso es una asignatura pendiente. Un monje de Montserrat que ha estudiado el nacionalcatolicismo del franquismo, Hilario Raguer, dijo: ‘No se pueden cerrar en falso las heridas infectadas’. Esto no es una herida cualquiera, es una herida que afecta a una parte muy importante de la sociedad española, y no se puede hablar del pasado como quien habla de la guerra de la independencia de 1714, por ejemplo».

Jiménez Villarejo denuncia la «corrupción generalizada del sistema político que, con sus 500 casos abiertos, está colapsando los juzgados españoles» y las acusaciones de nazismo que algunos lanzan sobre ciudadanos que ejercen el derecho a manifestación. «Eso no es admisible bajo ningún concepto, responde al estado de crispación en que vivimos, esos términos hay que aplicárselos a quien corresponda», afirma. «La represión hoy también tiene lugar, y ahí están las pelotas de goma para demostrarlo. En estos días están declarando numerosos Mossos d’Esquadra, ya veremos en qué queda, no lo sé, pero de entrada han sido llamados a declarar como imputados, cosa la que Infanta no ha podido hacer, por ejemplo. Los daños causados por el uso de material antidisturbios tan violento son muy graves. Son formas de represión que rememoran a las formas de represión franquista, salvando las distancias».

http://www.publico.es/456038/


El Gobierno impide a las víctimas del franquismo declarar ante la juez argentina…

mayo 9, 2013

La magistrada suspende las videoconferencias con los represaliados por una llamada del embajador argentino manifestándole el “malestar” del Ejecutivo español

Madrid9 MAY 2013
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Adriana Fernández y Darío Rivas, familiares de víctimas del franquismo que se han querellado. / ALEJANDRO REBOSSIO

Todo estaba preparado. En Madrid y en Buenos Aires. La juez agentina en cuyas manos cayó la querella por los crímenes del franquismo tras el procesamiento de Baltasar Garzón esperaba con todo el equipo ya preparado escuchar por videoconferencia los tres primeros testimonios de las víctimas. Merçona Puig Antich, hermana de Salvador, ejecutado a garrote vil el 2 de marzo de 1974, Fausto Canales, hijo de un fusilado llevado sin consentimiento familiar al Valle de los Caídos, y Pablo Mayoral, parte del consejo de guerra por el que finalmente fue fusilado Xosé Humberto Baena a apenas dos meses de la muerte de Franco, entraron en el consulado argentino de Madrid para contar su historia. Pero tras tenerles hora y media esperando, les comunicaron que las videoconferencias con la juez se habían suspendido. La razón: el Gobierno había manifestado su malestar por el procedimiento y paralizado las declaraciones.

Según explicó la propia juez en un escrito, con todo ya preparado para empezar a tomar declaración a las víctimas, recibió una llamada del embajador argentino en España comunicándole que el Gobierno le había trasladado su “malestar” por el procedimiento. En concreto, le dijo que el director de asuntos consulares español le había comunicado que el procedimiento que iban a iniciar podía ser nulo y que para tomar declaración a las víctimas, como se disponía a hacer, tenía que solicitar una comisión rogatoria. Ante la amenaza de una queja formal ante la embajada argentina, según fuentes jurídicas, la juez decidió suspender las videoconferencias.

La nota verbal que el director de asuntos consulares español ha hecho llegar a la embajada argentina en Madrid asegura, efectivamente, que para poder llevar a cabo la toma de declaraciones, y en virtud del convenio bilateral de extradición y asistencia judicial en material penal firmado el 3 de marzo de 1987, la juez debía comunicarlo debidamente al Gobierno español y solicitar una comisión rogatoria.

“Esto es un maltrato. Otro más”, se lamenta una de las víctimas

“Esto es un maltrato. Otro más”, lamentaba Fausto Canales, una de las víctimas del franquismo que debía contar su historia hoy a la juez.

Las víctimas, que acudieron a la justicia argentina después de que el juez Baltasar Garzón fuera procesado –y finalmente absuelto- por abrir una causa contra el franquismo, han solicitado a la juez la imputación de una decena de cargos de la dictadura, entre ellos, José Utrera Molina, suegro del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, o Rodolfo Martín Villa. Aunque la suspensión de las declaraciones es un nuevo varapalo, prometen seguir haciendo presión para que su causa avance ahora desde Buenos Aires.

http://elpais.com/politica/2013/05/08/actualidad/1368046281_884061.html

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El proceso contra el franquismo se reactiva en Argentina…

marzo 23, 2013

Víctimas piden la extradición de tres ministros del régimen, dos jueces y cuatro policías.

 Buenos Aires 22 MAR 2013 –

Adriana Fernández y Darío Rivas, familiares de víctimas del franquismo que se han querellado. /ALEJANDRO REBOSSIO

Más de 150 familiares de víctimas del franquismo han pedido a la juez argentina que investiga sus casos que solicite a España la extradición de nueve presuntos responsables de detenciones ilegales, torturas y fusilamientos sumarios, según informaron ayer los abogados de los querellantes. Entre los acusados figuran Rodolfo Martín Villa, ministro de Relaciones Sindicales en 1976, el que lo fuera de Vivienda y ex secretario general del Movimiento, José Utrera Molina, y el de Trabajo, Fernando Suárez González.

La causa en Argentina comenzó en 2010 ante la falta de progresos judiciales en España y bajo el criterio de justicia universal, el mismo con el que el exjuez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón investigó los crímenes de las dictaduras argentina (1976-1983) y chilena (1973-1990). Los querellantes quieren que la juez María Romilda Servini de Cubría también pida a España la extradición a Argentina de los exjueces Jesús Cejas Mohedano y Rodolfo Gómez Chaparro, así como de los policías, y presuntos torturadores del régimen, José Antonio González Pacheco, alias Billy El Niño, José Ignacio Giralte González, Celso Galván Abascal y Jesús Muñecas Aguilar.

La juez decidirá tras tomar declaración por teleconferencia a 12 víctimas que viven en España

La juez se ha reunido con los abogados querellantes y les ha prometido que decidirá si solicita o no la extradición de los nueve acusados tras tomar testimonio por teleconferencia a 12 víctimas del franquismo que viven en España. Servini había dicho hace un año que cruzaría el Atlántico para recoger declaraciones de las víctimas, pero finalmente no lo hizo. Por eso, a finales de 2012, los querellantes propusieron las teleconferencias y su abogado en Argentina, Máximo Castex, dijo ayer en una rueda de prensa en Buenos Aires que espera que se concreten entre finales de abril y principios de mayo. Ana Messuti, abogada argentina que apoya la querella, contó que unas 100 personas querían ir a denunciar los crímenes del franquismo ante los consulados de Argentina en España, pero debieron seleccionar 12 testimonios. Para ello eligieron aquellos que habían sido víctimas directas, no familiares, y cuyos torturadores siguieran vivos.

Uno de los abogados de las víctimas, el argentino Carlos Slepoy, admitió que la posibilidad de que el Gobierno de Mariano Rajoy acepte la extradición de los nueve acusados “parece lejana, pero habrá una enorme presión para que sean detenidos”, dijo en referencia a la que ejerzan organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional. Slepoy recordó que parecía una utopía que Garzón pidiera la extradición de los criminales de Argentina porque los Gobiernos de Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001) la negaban, pero en 2003 el entonces presidente Néstor Kirchner la aceptó e impulsó la reapertura de los juicios en su propio país.

La causa afecta a los políticos Martín Villa, Utrera Molina y Fernando Suárez

A Martín Villa, de 78 años, se le acusa de que siendo ministro de Relaciones Sindicales en 1976 ordenó una represión policial que acabó en Vitoria con cinco trabajadores asesinados y más de 100 heridos por armas de fuego. En aquel momento, el ya fallecido Manuel Fraga era ministro de Gobernación. La querella quiere que se impute también a Utrera Molina, de 86 años, porque como secretario general del Movimiento firmó en 1974 la sentencia de muerte por garrote vil de Salvador Puig Antich, militante anarquista.

Por su parte, Fernando Suárez González, de 80 años, está acusado porque como ministro de Trabajo y vicepresidente tercero del régimen ordenó en 1975 los últimos fusilamientos del franquismo, contra José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), y Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui, de ETA.

La acusación contra el exjuez Gómez Chaparro, de 89 años, se basa en que tomó declaración a detenidos por el régimen franquista, pero desoyó sus denuncias de torturas y los mantuvo encerrados en la cárcel. A Cejas Mohedano, de 66 años, se le acusa de condenar a muerte en 1975 a tres militantes del FRAP, José Humberto Baena Alonso, finalmente fusilado, Manuel Blanco Chivite y Vladimiro Fernández Tovar, cuyas penas fueron conmutadas. González Pacheco, más conocido como Billy El Niño, de 66 años, integraba la Brigada Político Social (BPS, policía política del régimen). Sus palizas son ampliamente descritas en los testimonios dados por sus víctimas. Giralte González y Galván Abascal también pertenecían a la BPS, mientras que Muñecas Aguilar era guardia civil

http://elpais.com/politica/2013/03/22/actualidad/1363986587_915674.html


Maestros leoneses, carne de cañón

noviembre 24, 2012

Josefina García, de 100 años, pasó casi la mitad de su vida en México, adonde huyó con su padre tras el fusilamiento de su hermano a principios de la Guerra Civil

 León 24 NOV 2012

Salió de su casa con lo puesto, en mitad de la noche, al monte, caminando por el reguero para no dejar pisadas en la nieve. Josefina García tenía aquella madrugada de 1936, 24 años. No volvería a su hogar, en Truébano de Babia (León), hasta los 47, y de visita. El pasado marzo cumplió un siglo y ha pasado casi una vida entera desde aquella huida, pero el miedo de verdad se pega a la memoria como un traje de buzo al cuerpo. No ha olvidado un detalle.

Los falangistas acababan de fusilar a su hermano, Justiniano, el único varón entre siete chicas. “Lo mataron de los primeros, por ser de izquierdas. Vinieron a buscarle, se lo llevaron en un camión con otros hombres y no le vimos más”, recuerda. “Estaban matando a mucha gente. Maestros no dejaban ni a uno”. Y esa era, precisamente, la profesión de Josefina y de su padre, Mariano. Carne de cañón. Él huyó primero. Se escondió con otros maestros en un pajar de Taverga (Asturias). No supo que a su mujer la habían metido en la cárcel por no querer revelar dónde estaba hasta que su hija se reunió con él en aquel pajar y se lo contó. Josefina había estado llevándole comida a su madre a la prisión: tres kilómetros a pie cada día. Cuando pidió permiso para ir a ver a su tía, también presa, en otro pueblo, en el cuartel pensaron que era una espía. Y decidió huir antes de intentar dar las explicaciones que a tantos otros no les habían servido de nada.

Josefina, cuarta por la izquierda, con sus padres y cuatro de sus hermanas antes de la guerra.

Asturias fue solo la primera parada. “La guerra nos fue llevando. Fuimos a Cataluña, donde dimos clases de castellano a los que solo hablaban catalán y temían problemas. Y después, a Francia. Me quedé con las ganas de ver París”, dice aún con verdadero fastidio. “Me invitó una amiga francesa, pero no pude ir por la razón más tonta. ¡No tenía ropa interior! Solo tenía una muda y cuando la lavaba tenía que estar todo el día en cama esperando a que secara”.

La huida continuó. Terminaron en México porque así se lo aconsejó a la familia de Félix Gordón Ordás, natural de León, entonces embajador español en México. Se lo explicaba el tío de Josefina, Elías, en una carta el 14 de marzo de 1939 al embajador mexicano en París, Narciso Bassols, rescatada ahora del Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana. David Rubio, sobrino nieto de Josefina, se la lee —no le falla la memoria, pero sí la vista— y ella recuerda enseguida que si terminaron en México fue por aquel consejo de quien terminaría siendo el presidente del Gobierno de la República en el exilio. “Si no, habría sido cualquier otro país. Lo importante era salir. Si nos hubiéramos quedado en España, a mi padre lo habrían matado con toda seguridad y a mí quizá también”. El 13 de julio de 1939, ella, su padre, su tío y sus primas zarparon de Puillac (Burdeos) rumbo a México. Les acompañaban 2.000 españoles que huían de lo mismo y viajaban, como ellos, con lo puesto.

“Yo nunca había visto el mar. Lo vi por primera vez desde aquel barco”, recuerda. Su padre escribió un diario a bordo que David recuperó y publicó en el Diario de León: “Al subir nos dijeron que retrasásemos nuestros relojes 30 minutos cada uno de los 14 días que pasáramos a bordo y que así estaría en hora cuando atracáramos en Veracruz”, escribió en sus primeras líneas. La hora le inquietaría durante muchas páginas. “Me carcome la curiosidad de saber si será cierto que mi reloj marcará la hora mexicana una vez ponga el pie en tierra…”.

Mariano escribía mucho sobre su hija. “Estoy preocupado y orgulloso de ella a partes iguales. Ha perdido mucho peso (…) No soporta ni la nostalgia de nuestra familia, ni, supongo, la ausencia del novio que debió dejar en Truébano y por el que no quiero preguntarle…” —Se llamaba Pepe. “Era muy guapo. No nos pudimos ni despedir”, lamenta Josefina—. “Josefa se preocupa por mí a todas horas. Creo que me acompaña por miedo a que me ocurra algo, para cuidar a su padre, un viejo maestro de casi 70 años al que, en lugar de la jubilación, le ha llegado el exilio…”. El 27 de julio llegaron a México. “Las cinco marcaba mi reloj, exactamente la misma hora que todos los relojes de Veracruz”, escribió sorprendido Mariano en su diario. Se adaptaron pronto. “Todo funcionaba con la mordida. Me apunté a clases para aprender a manejar (conducir) —a Josefina aún se le escapan palabras en mexicano y sigue respondiendo al teléfono con un exótico ¿Bueno?—, y el primer día me dijeron que si les daba cien pesos, me daban el carné. ‘¡Pero si no sé nada!’, les dije. Les daba igual”.

El Comité de Ayuda a los Españoles les dio dinero, ropa y un puesto de trabajo en un pueblo llamado Roque para formar a profesores rurales. “¡Nos preguntaban cómo habíamos llegado desde España, si a pie o a caballo!”, recuerda Josefina entre risas.

Luego se reunieron en México DF con el resto de la familia y otros que se incorporaron a ella. “Fuera de tu país, los españoles somos familia”, explica. También hizo un amigo famoso. “Conocí a Plácido Domingo. Cantábamos rancheras y él tocaba el piano”.

Josefina recuerda que a su padre le extrañaba ver a las mexicanas esperar a sus maridos en las fábricas. Pensó que eran mucho más agradables que las españolas hasta que un día, hablando con una, averiguó la verdad: iban para interceptarles y que no se gastaran el jornal en la taberna. Josefina volvió a España en 1959: “Mi madre me dijo que a los hijos que están fuera, siempre se les quiere más”. Y en 1986, definitivamente. Estaba un poco cansada de los terremotos de México y del picante, al que nunca se acostumbró.

http://elpais.com/politica/2012/11/23/actualidad/1353702344_075242.html


Los Schindler Mexicanos

noviembre 24, 2012

La actividad de cuatro diplomáticos fue crucial para salvar la vida a miles de republicanos españoles

 

Republicano español en uno de los barcos que llegaron a México. / ACERVO HISTÓRICO DIPLOMÁTICO

LUIS PRADOS México 22 NOV 2012

La generosidad sin precedentes del presidente Lázaro Cárdenas con los republicanos españoles no hubiera sido posible sin el talento y el esfuerzo de un grupo de intelectuales y diplomáticos mexicanos que, superando unas circunstancias políticas extraordinariamente difíciles, lograron que unos 20.000 refugiados encontraran la libertad y una nueva patria en este país. De figuras como Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, pero sobre todo de Luis I. Rodríguez, Gilberto Bosques, Isidro Fabela y Narciso Bassols bien puede decirse una vez más que nunca tan pocos salvaron a tantos.

Su actividad diplomática durante la posguerra española y la II Guerra Mundial tiene todos los ingredientes de una novela de aventuras. Luis I. Rodríguez, embajador mexicano en Francia entre julio y diciembre de 1940, cumplió con creces la orden de Cárdenas de lograr que el Gobierno de Vichy permitiera a México “acoger a todos los refugiados españoles de ambos sexos residentes en Francia”, la mayoría de ellos internados en campos de concentración.

A primera hora de la tarde del lunes 8 de julio de ese año, Rodríguez llegaba en su Buick al Hôtel du Parc donde sería recibido por el mariscal Pétain. Durante media hora los dos hombres, “él sentado en una butaca y yo al borde de su lecho”, como relató el diplomático en las notas de su diario, discutieron el caso de los exiliados españoles:

-“¿Por qué esa noble intención –me dijo- que tiende a favorecer a gente indeseable?”.

-“Le suplico la interprete usted, señor mariscal, como un ferviente deseo de beneficiar y amparar a elementos que llevan nuestra sangre y nuestro espíritu”.

Al final, el mariscal accedió y un convenio firmado el 22 de agosto hizo posible la reanudación del embarque de exiliados a México. Las virtudes y entrega del diplomático mexicano superarían a lo largo de aquellos meses tremendas dificultades como la falta de transporte y recursos económicos, la división entre los republicanos españoles, las dudas sobre la conveniencia de la medida en el interior del propio Gobierno mexicano, la indignación de la derecha de este país ante la llegada de miles de “rojos” y la animadversión de la prensa francesa. Le Petit Journal de Marsella celebraría el acuerdo, en un artículo publicado el 3 de septiembre de 1940, con estas palabras: “Buen viaje, señores, háganse colgar en otra parte”. Y días más tarde en Le Journal, Max Massot firmaba un reportaje sobre los campos de concentración, que comenzaba así: “Los despojos del Ejército español van a salir de Francia (…) huéspedes indeseables, soldados inútiles”.

La acción de Luis I. Rodríguez fue también crucial para sacar del territorio francés a Juan Negrín, dar protección jurídica a Luis Nicolau d’Olwer, exministro de Hacienda y exgobernador del Banco de España y enterrar con dignidad a Manuel Azaña.

Aquella mañana del martes 5 de noviembre de 1940, el prefecto de Montauban quiso impedir la presencia de españoles en el cortejo y enterrar al último presidente de la II Republica con la bandera de Franco. Rodríguez se enfrentó a él, negándose a semejante “blasfemia”, y al no poder hacerlo con la republicana, desafío al representante de las autoridades francesas con estas palabras: “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México; para nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza, y para ustedes una dolorosa lección”.

En 1973, Luis I. Rodríguez, de quien Pablo Neruda escribió que tenía “algo de domador popular y algo de gran señor de la conciencia”, fue enterrado en México en un féretro cubierto con la bandera de la República española.

Otro gigante de la solidaridad internacional fue Gilberto Bosques, cónsul general de México en París en aquellos años, quien rescató a Max Aub del campo de concentración de Vernet y más tarde de otro del norte de África. Amigo de Negrín, a quien califica de “gran gourmet” en el libro Gilberto Bosques: el oficio del gran negociador, resumen de ocho entrevistas realizadas al diplomático por Graciela de Garay en los años ochenta, Bosques trasladó el consulado a Marsella tras la rendición de Francia. Allí se las ingenió para alquilar dos castillos que convirtió en residencias de asilo para los exiliados españoles. En el castillo de Reynarde se alojaron 850 refugiados de todas las profesiones y oficios. En el de Montgrand, 500 mujeres y niños. Bosques organizó la vida de los republicanos en esta especie de purgatorio antes de embarcarlos para México, vía Marsella o Casablanca, creando un servicio médico, una oficina jurídica, una escuela e incluso montando obras teatrales y competiciones deportivas.

La actividad de Bosques se complicaría tras la evacuación de refugiados judíos y la consiguiente ruptura de relaciones de México con el régimen de Vichy en noviembre de 1942. La legación fue asaltada por la Gestapo y las 43 personas que la integraban con el cónsul y su familia a la cabeza fueron detenidos y trasladados en febrero de1943 aun hotel prisión de Bad Godesberg, en Alemania, donde permanecerían un año.

Una vez liberados, de regreso a México, Bosques sería nombrado embajador en Portugal tras el fin de la II Guerra Mundial. Allí continuaría la labor realizada en Francia. “Se me encargaría de auxiliar a los refugiados españoles que atravesaban la frontera de España y Portugal y eran capturados por la policía portuguesa para ser entregados a Franco. Regularmente su destino era el cadalso”.

Tras pasar por Suecia y Cuba, el diplomático se retiró de la vida pública en 1964 con la llegada a la presidencia mexicana de Gustavo Díaz Ordaz. “No quería verme en el caso de colaborar con ese señor”, se justificó.

Antes, Isidro Fabela y Narciso Bassols, se habían erigido, desde su posición de delegados de México en la Sociedad de Naciones, en defensores morales de la II República, denunciando en Ginebra la intervención de la Italia fascista y la Alemania nazi en la guerra civil española y la hipócrita neutralidad de las democracias. Con discursos y obras –Bassols sería embajador en Francia al comienzo de la crisis de los refugiados españoles en febrero de 1939- ambos articularían la iniciativa humanitaria de Cárdenas.

Fabela adoptaría dos huérfanos españoles y sería entre 1942 y 1945 gobernador del Estado de México donde formaría dentro del futuro PRI el influyente grupo de Atlacomulco, su pueblo natal y el mismo de Peña Nieto. Bassols rompería con Cárdenas tras acoger este a Trotsky y en 1944 sería nombrado embajador en la URSS. Pero eso ya son otras historias. Sus acciones, junto con las de Rodríguez y Bosques, no solo salvaron la vida a miles de españoles. Consagraron el derecho de asilo como una actitud internacional de México.

http://politica.elpais.com/politica/2012/11/22/actualidad/1353542637_397026.html


EL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL EN FRANCIA

noviembre 19, 2012

INVITACIÓN A LA PROYECCIÓN DE DOS DOCUMENTALES:

L´exode d´un peuple(Louis Llech y Louis Isambert). (25mn. Mudo)

La valise égarée(Paul Rousset) .(12mn. En francés con traducción simultanea.)

VIERNES 23 DE NOVIEMBRE A LAS 20:00H

TEATRO DEL INSTITUT FRANÇAIS

(C/ Marqués de la Ensenada, 10 – MADRID)

ENTRADA LIBRE HASTA COMPLETAR AFORO

La valise égaréede Paul Rousset :

Un refugiado español que huye del franquismo pierde su maleta en el andén de la estación de Perpignan…

Ganó varios premios, como la Medalla de Plata del Festival internacional de Luxemburgo 2011. Con presentación de Paul Rousset.

L´exode d´un peuplede Louis Llech y Louis Isambert :

Los exiliados cruzan el puerto del Perthus y se instalan en los campos de concen­tración de Argelès y Saint Cyprien.

A continuación tendrá lugar una CONFERENCIA y un DEBATE con el público, a cargo de Placer Thibon,

Profesor de la Universidad de Toulouse-le-Mirail

www.institutfrancais.es        www.adfe-espagne.org      adfemadrid@yahoo.es

Asociación de Descendientes del Exilio Español

www.exiliados.org

asociacion_exiliados@yahoo.es

tel +34 913085394 (tardes)

—————-

Constituída en Noviembre 2002 en Madrid.

Registro de Asociaciones Nº 1711108

‘Rojos’: veinte historias de víctimas del franquismo

noviembre 18, 2012

Un documental recoge los testimonios de guerrilleros, maestros republicanos, prisioneros de los campos de concentración, exiliados y brigadistas que combatieron al franquismo en la Guerra Civil y durante la posguerra…

María Sanz / EFE Alicante 17/11/2012

Cartel del documental

Cartel del documental

Más de veinte testimonios de represaliados alicantinos por el franquismo se reúnen enRojos, un documental promovido por la Asociación de Víctimas 17 de Noviembre, que se estrena este fin de semana en Orihuela (Alicante).

Los Rojos son, en palabras de la productora del documental y secretaria del colectivo, Amparo Pérez, quienes combatieron al franquismo en la Guerra Civil y durante la posguerra, y entre ellos se cuentan «guerrilleros, maestros republicanos, prisioneros de los campos de concentración, exiliados y brigadistas». El reportaje es un resumen de una serie más amplia de documentales en los que también se rinde homenaje al poeta Miguel Hernández como una víctima más y, aunque se centra en Orihuela, la ciudad de Alicante también ocupa un lugar destacado en el metraje como «el último reducto republicano».

De hecho, en 1939 zarpó del puerto de esta ciudad el carguero inglés Stanbrook, con el que partieron los últimos exiliados republicanos rumbo a Orán (Argelia). En este barco, con apenas cuatro años de edad, viajaba Helia González junto a su familia, quien recuerda que la misma tarde en que su padre, el republicano Nazario González Monteagudo, «llegó del frente, nos fuimos para elStanbrook«. «Recuerdo que el capitán me cogió en brazos para cruzar la pasarela y subir al barco. Era un hombre que parecía que estaba en todas partes, no se separaba de todos nosotros ni un momento», ha apuntado antes de añadir que al llegar a la costa argelina lo primero que recuerda es «el olor del pan recién hecho».

En el Stanbrook viajaba también José Escudero Bernícola, un abogado oriolano que había sido gobernador civil de la República en Salamanca, Zamora y Granada, y a quien perseguían los franquistas. Su nieto, el escritor Paco Escudero, participa en el documental leyendo una carta en la que su abuelo describe la travesía hasta llegar al puerto de Orán.

Según afirma Amparo Pérez, en Rojos predomina la parte emocional de los relatos personales. Ha insistido en que se ha intentado «dar una visión positiva» de las historias de los protagonistasya que «algunos de ellos se mostraban agradecidos por las experiencias que les había tocado vivir, por lo que habían aprendido» mientras que «otros se sorprendían de haber sobrevivido a los campos de concentración». Además, «los que se exiliaron siempre fueron optimistas porque valoraban que haber salido del país era una suerte enorme», ha agregado la realizadora.

http://www.publico.es/espana/446003/rojos-veinte-historias-de-victimas-del-franquismo


Mercedes de Vega: “Los papeles viven las convulsiones de los seres humanos»

noviembre 18, 2012

La Directora del Acervo Histórico Diplomático de México cuenta las peripecias de las cartas que los republicanos españoles enviaron en los años 30 y 40 para solicitar asilo

 México DF 17 NOV 2012 –

Archivado en:

Mercedes de Vega, directora del Acervo Histórico Diplomático. / PRADIP J. PHANSE.

El archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México conserva unas 7.000 cartas de republicanos españoles que solicitan asilo, según cálculos de este periódico, de las que EL PAÍS ha revisado más del 30%. Cada una es la crónica de una o varias vidas truncadas por la Guerra Civil y de la esperanza por reconstruirlas. Pero la historia de esos documentos es, a su vez, otra novela. “Los papeles viven las convulsiones que vivimos los seres humanos. Cuando hay una guerra, los papeles también sufren. La historia de los archivos es la de las condiciones en las que les toca crecer y desarrollarse”, explica Mercedes de Vega, directora general del Acervo Histórico Diplomático, donde se custodian en 18 cajas. Con pasión cuenta lo que se conoce de ese otro relato, escrito a saltos, con capítulos borrosos y otros desaparecidos.

Antes de estallar la II Guerra Mundial, las cartas se custodiaban en la Embajada en París, adonde iban dirigidas, pero la invasión alemana forzó su traslado a la Francia de Vichy, donde se estableció el nuevo consulado general mexicano. Ahí estuvo a punto de concluir su historia, porque se decidió quemarlas para que no cayeran en manos de la Gestapo. “Delataban a miles de personas perseguidas”, explica De Vega, “y las represalias podían ser terribles”. Finalmente, los papeles no ardieron –al menos, no todos–, pero algunas de las lagunas que se evidencian al consultar las cartas podrían explicarse por ese momento dramático.

Las vicisitudes de la historia explican la cadencia de las solicitudes e, incluso, su disposición. En febrero de 1939, el Ejército de Franco ocupó Cataluña, y de ese mes son las primeras cartas conservadas. Las misivas de agosto y septiembre de 1939, coincidiendo con el estallido de la II Guerra Mundial, están clasificadas en carpetas aparte, como si las peticiones recibieran un tratamiento diferente. Después hay un vacío durante los primeros nueve meses de 1940. “La guerra imposibilitaba a los diplomáticos mexicanos atenderlas”, explica De Vega. A partir de septiembre de 1940, tras un convenio entre México y Vichy, las cartas volvieron a llegar por miles al menos hasta diciembre, el último mes del que se conservan solicitudes.

Las cartas estuvieron a punto de ser quemadas porque delataban a miles de personas perseguidas

Los documentos vivieron otra gran peripecia en 1942, cuando México rompió relaciones diplomáticas con Alemania. Se dividieron los papeles: parte fue a la Embajada de Suecia y parte la confiscaron los alemanes. “Se llevaron hasta dinero”, prosi­­gue De Vega, “así que el cónsul general, Gilberto Bosques, les pidió un recibo. Lo obtuvo, pero después fusilaron al que se lo dio. Lo más curioso es que después los alemanes devolvieron todo. Incluso el dinero”. Suecia devolvió también su parte tras la guerra, y las cajas con las solicitudes volaron de Francia a México a finales de los sesenta o a principios de los setenta. “La suerte que corrieron las cartas entre la guerra y su llegada a México tenemos que precisarla. Ha venido gente a verlas, pero no ha habido investigacio­­nes profesionales, aunque el acceso es libre. En ese sentido son un tanto inéditas”, ex­­plica. Entre las escasísimas referencias que existían hasta ahora de estas misivas se encuentra la publicación de extractos de unas 80 de ellas en el volumen Misión de Luis I. Rodríguez en Francia. La protección de los refugiados españoles, julio a diciembre de 1940, editado por el Colegio de México, la Secretaría de Relaciones Exteriores y el Con­­sejo Nacional de Ciencia y Tecnología en 2000.

“Tenemos derecho a saber. Pero, en contrapartida, tenemos el deber de recordar”

Los documentos son una herramienta para comprender la historia. Pero nos generan una obligación, según De Vega. “Tenemos derecho a saber. Pero, en contrapartida, tenemos el deber de recordar. Este archivo es un instrumento privilegiado para eso. Es un ejercicio de memoria colectiva que rebasa un país: no te narra la historia de México, sino la del mundo. Al estudiarlo nos conocemos mejor como mexicanos, y los españoles también aprenderán de sí mismos”.

[A lo largo de la próxima semana EL PAÍS publicará más historias relacionadas con las cartas de este archivo]

http://elpais.com/politica/2012/11/16/actualidad/1353091660_119203.html


Las súplicas de los exiliados…

noviembre 18, 2012

El País Semanal revela las cartas que miles de republicanos españoles enviaron desde los campos de concentración franceses a la embajada de México en París solicitando asilo…

 México DF 18 NOV 2012

EDICIÓN DEL VÍDEO:

http://ep00.epimg.net/politica/imagenes/2012/11/16/actualidad/1353073460_440549_1353201547_noticia_fotograma.jpg

«Con España presente en el recuerdo / con México presente en la esperanza”, escribió el poeta Pedro Garfias a bordo del vapor Sinaia, uno de los primeros barcos que en junio de 1939 atracaban en el puerto de Veracruz con más de mil refugiados republicanos españoles tras la Guerra Civil. Atrás quedaban cientos de miles de exiliados atrapados la mayoría en los campos de concentración franceses. Anticipando el final del conflicto, el Gobierno del general Lázaro Cárdenas había puesto en marcha la mayor operación de solidaridad internacional que probablemente se haya visto nunca. México estaba dispuesto a dar pan, hogar y trabajo a todos aquellos para los que nunca habría paz ni piedad ni perdón en la España de Franco. En la oscuridad de los barracones, entre el hacinamiento, el hambre, la enfermedad y la desolación de quienes habían perdido familia, amigos, trabajo y posición, México brillaba como un sueño.

Las voces, las súplicas, de aquellos miles de personas derrotadas que querían escapar de la pesadilla quedaron registradas en las cartas que enviaron en 1939 y 1940 a la Embajada de México en París solicitando emigrar. Un material inédito, conservado en el Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, al que ha tenido acceso EL PAÍS y del que emerge un relato colectivo de hombres y mujeres de todos los oficios y profesiones en cuya peripecia vital se mezclan la desesperación y el orgullo, la ternura y el valor.

Más de 7.000 cartas, correspondientes a muchas más vidas interrumpidas, escritas a lápiz y a pluma, con todo tipo de letra y clase de papel, redactadas por quienes en el invierno de 1939 cruzaron la frontera “a pie, sin fortuna, con las manos limpias”, como escribe el 14 de febrero de ese año el refugiado Fernando Pintado cerca de Perpiñán. En muchas de ellas, el autor añade el nombre de sus familiares, amigos del trabajo, compañeros de armas o de barracón.

Misiva de agricultores desde el campo de Saint Cyprien.

La mayoría dieron con sus huesos en los campos de internamiento, como era su nombre oficial, del sur de Francia, vigilados por gendarmes franceses y soldados senegaleses. En las cartas dan testimonio de las penalidades que sufren allí. José Pomés, redactor de Diario Gráfico yLa Noche, de Barcelona, cuenta desde el campo de Bram el 12 de junio de 1939: “Me encuentro en el más lamentable estado, sin ropa, ni salud, ni dinero francés… va para tres meses tirado en un montón de paja sin ni siquiera una manta”. Manuel Guiú Macía, que solicita “ingresar voluntariamente en el Ejército mexicano o en su legión”, exclama desde el pabellón 27 del campo de Septfonds: “Los días aquí transcurren lentos, eternos, y ¡¡¡la aurora de esa tenebrosidad tarda tanto en descubrirse!!!”.

Tres milicianos de la República firman el 2 de julio de ese año y desde ese mismo campo esta joya de humildad literaria: “No dudando de que la voz y los ruegos de estos sin patria suplicantes serán atendidos con la justicia que nuestro caso requiere. Nuestra profesión es la campesina”. A las lamentables condiciones materiales de los exilados había que añadir unas circunstancias políticas completamente desfavorables que solo la tenacidad en el mantenimiento de sus principios por parte del Gobierno mexicano y la habilidad de su cuerpo diplomático pudieron salvar.

Entre los documentos, ahora desempolvados, se encuentra este mensaje cifrado enviado el 27 de enero de 1939 por el embajador mexicano en París, Narciso Bassols, al presidente Cárdenas: “Política Francia seguirá invariable. Stop. Relaciones díceme no podremos recibir excombatientes ni refugiados políticos. Stop. Comprendiendo problemas únicamente me permito pedirle que México sostenga su ofrecimiento conocido universalmente de abrir puertas a republicanos españoles. Stop. Creo que tratándose personas filiación política bien definida estamos obligados recibirlos”.

Presos del hambre, veían a México brillar como un sueño

Hubo más dificultades, como la rivalidad de las organizaciones españolas que competían por ayudar a los refugiados, las diferencias de criterio en la selección de los asilados por parte del Gobierno mexicano e, incluso, la conveniencia o no de sacar de España a hombres en edad militar antes del fin de la guerra. El embajador Bassols expone este último problema con crudeza en otro telegrama ahora reencontrado, fechado el 1 de marzo de 1939 y dirigido a la cancillería mexicana: “Como lucha española no ha terminado trabajadores útiles no puedan alejarse definitivamente debilitando resistencia. Stop. En general todavía no llegan solicitudes de buena calidad excepción ancianos y niños. Stop. Hasta hoy gran mayoría corresponde gente derrotista sin sentido lucha social y con mezquino egoísmo. Stop”.

A la angustia de los exiliados se sumó el pavor ante un inminente reconocimiento de Franco por Francia e Inglaterra, con las consiguientes deportaciones y el estallido de la II Guerra Mundial, como reflejan las cartas de los republicanos, conscientes de que ya no podrían volver a su país. Juan del Hoyo escribe en septiembre de 1939 desde Burdeos: “Por mi cualidad de magistrado no puedo ni pensar en regresar a España; la policía francesa me apremia por tantas prórrogas de estancia que he solicitado”. Ramón Infante Varela, desde el hospital Civil-Asilo de Montauban, expone: “Debo decirle que la actuación política de mi esposa (Maruja Lafuente, de 25 años, de Gijón) en España ha sido muy significada, por haber ostentado cargos de responsabilidad máxima en el Partido Comunista de la Región Asturiana, pues se trata de la hermana de la heroína del Movimiento de Octubre de Asturias, Aída Lafuente, y por este motivo, bajo ningún concepto puedo volver a España”. Juan Ponsivell, de la Brigada de Carpinteros del campo de Barcarès, asegura: “Nada hay en mi actuación durante la guerra ni antes de ella de que pueda avergonzarme, pero no quiero volver a la tierra que ha hollado el fascismo extranjero con la ayuda de unos hombres que imitando al conde don Julián han traicionado a su patria y asesinado a sus hermanos”.

Un grupo de exiliados llega al puerto mexicano de Veracruz en el barco Vapor Flandes.

Los motivos varían, pero la urgencia por huir a México es la misma. El capitán de infantería Antonio Pascual Arnao, de 34 años, casado, de Barcelona, explica el 20 de abril de 1939 que “principalmente por ser francmasón es evidente que mi vuelta a España es absolutamente imposible sin exponerme a una cierta e irreparable represión (…) hay que tener presente que Franco ha jurado exterminar a los masones, cosa que cumple con inaudita crueldad”. Ese mismo día, el mecánico José Puig Bosch afirma desde el campo de concentración de Argelès-sur-Mer: “Renuncio a volver a mi patria, según noticias de mis familiares, en un registro en mi casa han quemado más de cien libros (…) por el solo hecho de ser republicanos-federales toda nuestra vida y el no haber bautizado a nadie de dos generaciones”. Otros alegan “incompatibilidad moral” con el régimen franquista, y otros, como Carmelo Perdigó Casanovas, de Esquerra Republicana de Cataluña, razones más concretas: “Siéndome imposible el regreso a España por haber pertenecido al Cuerpo de Seguridad (policía secreta) de Cataluña desde el año 34…”.

La situación internacional continuaría empeorando con la caída de París en junio de 1940, la ocupación alemana de Francia y la constitución del régimen de Vichy del mariscal Pétain. La acción solidaria del presidente Cárdenas se complicaría extraordinariamente. México, sin recursos ni marina, trataba el problema de una población de desterrados sin Estado con otro país ocupado militarmente y con soberanía limitada.

Además, la guerra pronto se extendería al Atlántico haciendo casi imposible la travesía, y la evacuación de españoles cesaría durante meses o se ralentizaría ese año, como muestran las cartas. Solo las dotes de persuasión del diplomático mexicano Luis I. Rodríguez permitirían relanzar el traslado de refugiados. En una memorable entrevista celebrada el 8 de julio de 1940 en Vichy, Rodríguez convenció a Pétain para que autorizase la operación, no sin antes tener que oír del mariscal preguntas como esta: “¿Por qué esa noble intención que tiende a favorecer a gente indeseable?”, o afirmar que los republicanos tenían que afrontar la suerte reservada “a las ratas en las grandes miserias”.

Pido ingresar en el ejército mexicano o en su legión

La esgrima verbal de Luis I. Rodríguez prevaleció, y tras el acuerdo del 22 de agosto de ese año, México aceptaba, bajo la protección de su bandera, a todos los españoles refugiados en Francia y costear parte de su sustento, que sobre todo corría a cuenta de las organizaciones republicanas de ayuda. Tras la derrota de la República, unos 450.000 españoles huyeron a Francia. Dos tercios de ellos acabarían volviendo a España después. A partir de 1939, cerca de 20.000 encontrarían un nuevo hogar en México. Ese año llegaron a este país 6.236 refugiados, y en 1940, tan solo 1.746. Las cartas demuestran que el número de solicitudes de asilo fue muy superior al de las personas que finalmente cumplieron su sueño.

Vicente Pausa Espí, en nombre de varios compañeros todos ellos de Villanueva de Castellón (Valencia) se ofrecen a México como técnicos especilizados en el cultivo del naranjo.

Las misivas, escritas por hombres en su mayoría entre los 25 y los 45 años y procedentes sobre todo de Cataluña, Levante, Asturias, Andalucía y Madrid, siguen una pauta: agradecimiento a México, enumeración de méritos antifascistas y profesionales, exposición de su futura contribución a la nación de acogida y relato de la desgracia caída sobre sus vidas.

Aun siendo un exilio en gran parte de profesionales y técnicos cualificados, muchas cartas sorprenden por su estilo elevado –“No deseamos regalo para nuestras vidas. Pedimos calor para nuestras aspiraciones”; “México, insignia liberal de la América hispana, hoy hacemos promesa de nuestro sacrificio”; “Que han tenido que huir de su tierra ante el fantasma negro de la reacción, sostenido por los militares perjuros, hijos de aquellos mercaderes de la espada que, en años remotos, solo tenían por oficio el robo, el asesinato y la befa de vuestras costumbres en sus aventuras coloniales”–, no exento a veces de pedantería: “Mi objetividad, que será anhelo de muchos, no dejará de ser estudiada por ese negociado que tan dignamente representa…”.

Renuncio a volver a mi patria, donde quemaron mis libros

Tampoco falta, dadas las condiciones de extrema necesidad en que se encuentran, cierta picaresca para conseguir el objetivo de emigrar. Desde quienes afirman hablar varios idiomas hasta el caso del periodista madrileño Ezequiel Enderiz Olaverri, de 49 años, quien asegura que “actualmente preparaba la biografía del presidente de México señor Lázaro Cárdenas”, o del abogado sevillano Ricardo Calderón, de 40 años, quien, entre sus méritos literarios, destaca “un poema tituladoSac…Nicte, que pudiera ser de extraordinario interés para el indio maya”.

Unos 20.000 españoles lograron un nuevo hogar en México

Ni un punto de resentimiento por ver embarcar a otros antes. El chapista socialista madrileño Federico Antonio de la Huerta, agente de policía durante la guerra, escribe al embajador mexicano desde el campo de Bram: “Usted fue sorprendido en su buena fe en el envío de emigrados con muchos señoritos, que no tienen oficio ni beneficio y máxime que donde se encuentran los verdaderos trabajadores, revolucionarios y honrados, es en los campos de concentración…”.

Buena parte de los refugiados exponen, a veces con dibujos y esquemas, cómo México podría aprovechar su experiencia profesional en la industria, la agricultura, el Ejército, la enseñanza, la academia, la prensa, el teatro e, incluso, en el mundo de los negocios. Algunos casos poseen una cómica ternura. Vitaliano Gómez, desde el barracón 44 del campo de Septfonds, propone a las autoridades mexicanas “crear una granja de 250 gallinas ponedoras y 20 conejos reproductores”, para lo que necesitaría “un crédito de 2.500 pesos a reintegrar en cuatro o cinco años”. Antonio Martínez, agricultor de Murcia, se ofrece para mejorar la calidad del pimiento en el país del picante, y Mariano Potó, de Barcelona, sugiere que “sería interesante la creación de una cátedra para difundir entre los intelectuales mexicanos la concepción sinóptica de la cultura…”.

Tarjeta de embarque del vapor ‘Ipanema’.

Pero las cartas cuentan sobre todo la tragedia de miles de vidas rotas. Carmen Planet expone así su caso: “… habiendo perdido a mi esposo en Madrid el 7 de noviembre de 1936 habiendo ido voluntario a luchar siendo militar retirado y a una hija de 17 años habiendo ido también a luchar voluntaria y murió el 20 de octubre de 1936 en el frente de Sigüenza y los tres varones que me quedan, también voluntarios y el de 18 años inútil de guerra y el de 22 años teniente de Sanidad de Líster que actualmente se encuentra en el campo de Argelès-sur-Mer…”.

Las cinco hermanas Pla Palleja, de Rubí (Barcelona), con edades entre los 20 y los 34 años, refugiadas en el campo de Berck Plage, dicen contar con 3.600 pesetas para el viaje “y “dos relojes de pulsera y uno de bolsillo, un anillo grande de oro y dos monedas argentinas de oro”. Como son sus únicas pertenencias y temen no poder pagar el pasaje, piden al embajador “que aunque sea en un rincón del barco y sin comer nos deje ir a México”. Antonio Paños Garrigues, madrileño, de 36 años, radiotelegrafista, encerrado en el campo de Bram, informa de que todos sus familiares han muerto “víctimas de la aviación durante la guerra” menos su hermano Pedro, “que murió fusilado por los fascistas en Málaga en 1937”.

Durante décadas, la cancillería mexicana ha guardado en estas páginas los gritos de auxilio de los miles de españoles –sastres, camareros, profesores, militares, campesinos, mecánicos, actores, periodistas, contables, funcionarios, médicos, electricistas, ingenieros, estudiantes…– que encontraron una nueva patria en México. Hoy son por fin rescatados, como escribió Juan Rejano, de la “férrea corona del olvido”.

[A lo largo de la próxima semana EL PAÍS publicará más historias relacionadas con las cartas de este archivo]

http://elpais.com/politica/2012/11/16/actualidad/1353073460_440549.html


La matrona de los exiliados…

octubre 25, 2012

Elisabeth Eidenbenz, una joven maestra suiza, ayudó a nacer a 597 niños entre 1939 y 1944, la mayoría hijos de exiliados republicanos que permanecían en campos de concentración en Francia, entre 1939 y 1944.

ALEJANDRO TORRÚS Madrid 20/10/2012

Elisabeth sostiene en brazos a un niño nacido en la maternidad. Imagen cedida por la asociación 'També hi son'.

Elisabeth sostiene en brazos a un niño nacido en la maternidad. Imagen cedida por la asociación ‘També hi son’.

En mitad de la desolación de los campos de concentración del sur de Francia, donde se hacinaban los cerca de 500.000 republicanos españoles que atravesaron la frontera de los Pirineos, hubo una joven maestra suiza que se dedicó a buscar y recoger a las mujeres embarazadas. Elisabeth Eidenbenz, que así se llamaba la joven, había llegado a España el 24 de abril de 1937 como enfermera voluntaria de la Asociación de Ayuda a los Niños de la Guerra y se había marchado junto a los exiliados al sureste de Francia, cuando cayó la República. Allí buscó un lugar donde crear una maternidad. Lo encontró en un antiguo palacete abandonado en la pequeña ciudad de Elna, donde fundó un espacio de paz y humanidad en medio de una Europa en guerra en el que nacieron 597 niños. La mayoría, hijos de exiliados republicanos que se encontraban en los campos de concentración de Francia, aunque también fueron atendidas madres judías que huían de los nazis.

“Era el mes de abril y por los altavoces del campo informaron de que Franco había ganado la guerra –relata Remei Oliva en el libro de la historiadora Assumpta Montellà La maternidad de Elna– ya hacía meses que estábamos rodeados de alambres, vigilados como criminales y mal alimentados. La sarna, el polvo y la arena fina se colaban por todas partes, la ropa, la comida, los ojos (…). Yo no quería que mi hijo naciera en estas condiciones. Tenía miedo de que no sobreviviera. Había visto con mis ojos cómo morían los hijos de otras mujeres”. La mortalidad infantil en los campos de concentración del sur de Francia superaba el 90%.

“En la enfermería me informaron de la apertura inminente de una maternidad para los refugiados. Se encargaba de todo una mujer muy joven, extranjera, pero no era francesa. La había visto alguna vez hablando con mujeres embarazadas. Llevaba un delantal blanco y siempre iba muy limpia, con el pelo largo recogido en una trenza replegada en un moño. Le llamaban la señorita Isabel”, prosigue Remei Oliva. El 7 de diciembre de 1939 nació el primer bebé en la recién creada maternidad. Su nombre: José Molina.

A José Molina le siguieron una larga lista de niños de republicanos exiliados. Adela Aguado, Alberto Álvarez, Azucena Baquero, Faustino Bretos, etc. Entre ellos, Celia García, que nació el 14 de febrero de 1941 y permaneció en la maternidad hasta abril de 1944, cuando soldados de la Alemania nazi clausuraron la institución. Celia, recuerda para Público desde su casa en Perpiñán lo que significó la pequeña isla de paz de Elisabeth Eidenbenz.

«En la maternidad no había judíos ni cristianos. Todos eran iguales», recuerda Celia, quien nació allí en el año 1941

“Mi madre me contaba que cuando acudió a la maternidad fue maravilloso. Siempre decía que allí fue recibida como una persona y no como un animal, que era como se había sentido hasta el momento en Francia. Allí las madres estaban unidas y todas eran iguales. No había ni blancos, ni negros, ni judíos, ni cristianos. Todos iguales”, recuerda Celia, que señala que la maternidad es uno de los lugares más importantes de su vida, ya que fue en sus jardines donde vio por primera vez a su padre con tres años de edad.

Marruecos, el paritorio

La maternidad estaba instalada en un palacete de tres pisos construido en 1900. Un espacio de tranquilidad y relativo confort que contrastaba con la Europa de destrucción de la época. El espacio disponía de aproximadamente 50 camas, distribuidas por habitaciones de entre cuatro y ocho camas cada una. La mayoría de estas habitaciones habían sido bautizadas con nombres de ciudades españolas: Barcelona, Bilbao, Madrid, Santander, Sevilla y Zaragoza. El paritorio se llamaba Marruecos.

“Cuando llegamos a las puertas de la maternidad ya nos esperaba la señorita Isabel. La casa era preciosa y estaba muy limpia. Ella nos explicó las cuatro normas y nos dijo que las mujeres que se encontraran bien y con ánimo podían colaborar en las tareas de la casa. Quien pudiera planchar, que planchara, quien estuviera más fuerte, limpiaba las baldosas, los platos… Trabajo había para todo el mundo”, explica Joana Pascual, exiliada española en la maternidad de Elna, que recoge Assumpta Montellà en su obra.

                                                                     Sergio Barba junto a una de las enfermeras

Entre esas madres que se quedaron en la  maternidad a cuidar del resto y a ayudar en el mantenimiento del hogar está la madre de Celia, de quien heredó el nombre. “Mi madre siempre decía que en la maternidad pasó los cuatro mejores años de su vida en Francia. Después, todo fue luchar y luchar. La integración en Francia no fue nada fácil”, señala Celia.

Apenas dos meses después de Celia nació en la Maternidad Sergio Barba. Era el 12 de abril de 1941, ya habían pasado casi 10 años desde el advenimiento de la II República española y sus partidarios debían parir fuera de su país. Barba se quedó a vivir en Francia. Allí preside la FFREEE, la asociación de los hijos e hijas de españoles de Republicanos Españoles y Niños del Exilio. Barba, desde Francia, recuerda para Público la labor de la señorita Isabel.

“Mi madre siempre me habló de la suerte que tuvo de poder darme a luz en la Maternidad. Siempre decía que Elisabeth era una mujer estupenda, que cuidaba de todas y cada una de las mujeres y que había conseguido crear un ambiente caluroso, como de una gran familia. Pero lo formidable y fantástico fue que hubiese un lugar para las madres republicanas españolas y después para las madres judíos y gitanas perseguidas por los nazis”, señala Barba.

Refugio para mujeres judías

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la Maternidad acogió también a madres judías que huían de la persecución nazi. Se calcula que nacieron allí alrededor de 200 niños judíos. La voluntad de Elisabeth de proteger a los niños y madres judíos de la barbarie alemana hizo que la Gestapo visitase frecuentemente la Maternidad. Celia García recuerda una de las visitas de la Policía alemana que le contó su madre.

“Mi madre me dio la vida. Elisabeth, la esperanza en el género humano”, dice Barba, hijo de exiliados españoles “Un día Elisabeth fue al hospital de Perpiñán y vio a una Lucie, una chica judía embarazada de 18 años. Elisabeth se la llevó a la maternidad y trató de protegerla. Pero poco tiempo después la Gestapo se presentó en la Maternidad y la reclamó. La matrona les dijo que Lucie no estaba allí, pero los alemanes dijeron que si no entregaban a la chica se la llevarían a ella y a otras mujeres presas. Finalmente, la tuvo que entregar a los alemanes. La cogieron, le pegaron, la tiraron al suelo, le escupieron (…). Eso la señorita Elisabeth no se lo pudo perdonar nunca” relata Celia.

Finalmente, durante la Pascua de 1944 el ejército alemán, en uno de sus últimos coletazos, cerró la Maternidad, poniendo punto y final a uno de los cientos de episodios olvidados de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Elisabeth desapareció entonces de la vida de los casi 600 niños a los que ayudó a nacer, aunque ellos nunca lo olvidaron.

El reencuentro

El palacete estuvo abandonado hasta que un artesano vidriero francés lo adquirió en la década de los noventa sin saber el pasado del edificio. En 2001, el artista conoció a Guy Eckstein, uno de los niños judíos que había nacido en la Maternidad, quien se acercó hasta el palacete para conocer el lugar donde había nacido. En 2002, el ayuntamiento de la ciudad le dedicó un homenaje institucional a la matrona de los exiliados, entregándole la Medalla de los Justos Entre las Naciones, otorgada por el Estado de Israel. Al acto acudieron algunos de los 597 niños a los que la señorita Isabel había ayudado a nacer.

En 2004 el edificio fue adquirido por el Ayuntamiento de Elna, gobernado por Nicolás García, nieto de españoles exiliados en Francia que lo convirtió en un espacio de recuerdo a las víctimas de la barbarie y a la labor de Elisabeth. Sergio Barba resume en una sola frase todo lo que ha aprendido de la labor de la señorita Isabel. “Mi madre me dio la vida. Elisabeth, la esperanza en el género humano”, concluye.

Foto de familia en el reencuentro de 2002. En el centro de la imagen vestida de gris se encuentra Elisabeth.

*Actualmente se está celebrando la exposición La maternidad de l’Elna en el casal Les Monges(Roda de Berà, Tarragona). Organiza la Asociación També hi som.

 http://www.publico.es/espana/444201/la-matrona-de-los-exiliados


Una diáspora de historias

junio 9, 2012

Hay tantos exilios como exiliados y no hay una manera única de entender el inmenso éxodo que se produjo al terminar la Guerra Civil. Salieron cientos de miles de españoles con sus hijos. Nuevos libros siguen recuperando la memoria de los desterrados

9 JUN 2012

Moscú. “Lo más extraño es el invierno ruso. Caminar por la calle y ver en los árboles los encajes que ha hecho la nieve. Ese país tan grande, hecho de paisajes que permanecen inalterables durante kilómetros y kilómetros, tiene un invierno muy duro, pero su belleza es incomparable”. Katya, hija del militante comunista Francisco Abad, nació en Kolomna, a 100 kilómetros de Moscú, un año después de terminar la Guerra Civil que llevó a sus padres a ese remoto exilio. Lleva ya años viviendo en Gijón, donde ha escrito sus memorias, pendientes de publicación. Cuenta allí su historia, la de una moscovita que nunca dejó de ser española, o si se prefiere: la de una española que fue rusa de la cabeza a los pies. “Y que creyó profundamente en la revolución, y que luchó por cambiar el mundo. Seguramente uno de los momentos más duros de mi vida fue cuando murió Stalin. Yo crecí creyendo que era un dios intocable, un hombre que luchaba por los más desamparados, y me tocó comprender entonces que había sido un perfecto canalla”.

Prats de Mollo. “Mi madre era una mujer muy tímida, así que sus padres decidieron acompañarla para que saliera de una vez de España, del infierno de la guerra. Iba pendiente de sus dos hijos pequeños cuando el tren se detuvo. Los padres de mi madre pensaron que la aventura había acabado y le sugirieron entonces que se armara de valor antes de que llegaran los franquistas para obligarlos a regresar: que dejara el tren y que siguiera sola con sus retoños. Así que fue hacia la puerta, la abrió, pero no fue capaz de dar el salto: nevaba, el frío era insoportable, no se veía nada en la oscuridad de la noche. Decidió quedarse. Al día siguiente partieron hacia Prats de Mollo, al otro lado de la frontera. Llegaron: ¡lo habían conseguido! Podían empezar de nuevo. Si mi madre hubiera saltado por aquella puerta la noche anterior, todo hubiera terminado: el tren se había detenido al lado de un precipicio”. María Luisa Capella nació unos años después, ya en México. Ahora recuerda la salida de su madre de España —su padre estaba en el frente— como un lejano episodio que salió bien. Las cosas, sin embargo, pudieron haber terminado de otra manera.

México. Mari Carmen, hija de Tomás Bilbao, uno de los fundadores de Acción Nacionalista Vasca y ministro sin cartera en el último Gobierno de Juan Negrín, el que luchó por la República hasta el golpe de Casado, sigue viviendo en México, donde se casó con uno de los nietos del escultor Mariano Benlliure. “En cuanto terminaba el colegio nos reuníamos en el Centro Vasco”, cuenta de sus primeros años en el exilio. “Éramos un grupo de amigos y allí aprendíamos los bailes y las canciones tradicionales. Incluso probamos con el euskera, pero era endemoniadamente difícil y terminamos abandonando. Nunca supimos nada de política, mi padre jamás nos habló de sus ideas. Pero a los mayores les gustaba escucharnos cantar y bailar las cosas de su tierra y lo hacíamos por ellos. Para tenerlos contentos”.

México. “Ramón Gaya decía que hay tantos exilios como exiliados”, explica María Luisa Capella. Su marido, que falleció en noviembre pasado, fue el poeta Tomás Segovia. En uno de sus textos, recogido en Digo yo, se ocupa de lo que significa el exilio y empieza por reconocer que cada experiencia es única, que no se puede generalizar. Segovia cuenta ahí que él perteneció a una clase muy particular, la de los niños: “Para empezar, yo no fui al exilio, a mí me llevaron. Y por supuesto, no dejaba nada atrás; toda mi vida estaba por delante”, escribe. Y reconoce que tuvieron suerte: “Escapábamos a las persecuciones o exclusiones que sufrían los derrotados en España, pero también al oscurantismo, al aislamiento y al embotamiento de la moral y la sensibilidad de los vencedores”. “El exilio era para mí una condición, pero no una identidad”, apunta Tomás Segovia. “Era algo que me caracterizaba, pero no me definía. Yo no podía hacer de un mundo perdido el centro de mi vida”.

María Luisa Capella lleva un tiempo trabajando en el Centro de Estudios de Migraciones y Exilios (CEME), que depende de la UNED. Si cada exilio es único y diferente, lo que quiere esta institución es reunir la máxima documentación posible sobre todos aquellos que no tuvieron otra alternativa que la de ir errando por el mundo o la de tener que reinventarse de nuevo en un sitio diferente al que los vio nacer. No una única historia, contar todas las historias. Difundirlas e investigarlas.

Orleans. “Poco antes de que entraran los alemanes, tuvimos que salir de París en aquella evacuación famosa que tantas veces se ha contado”, recuerda Mari Carmen Bilbao. “El coche era muy grande, íbamos en él mis padres, los siete hermanos y el chófer. Antes de llegar a Orleans, se estropeó y los hombres se quedaron para apartarlo a la cuneta y para ver si lo arreglaban. Seguimos con mi madre rumbo a Burdeos, padeciendo los ataques de los aviones alemanes. Fueron veinte días de suplicio, caminando, avanzando de tanto en tanto en un tren o en un camión de soldados. Siempre bajo las bombas. Al fin nos reunimos todos y todavía hubo tiempo para que muriera mi hermano: tuvo una peritonitis y no se pudo conseguir penicilina para salvarlo. Salimos al fin de Marsella hacia Casablanca. Allí nos alojaron en un cuartel vigilado por senegaleses y pillé la sarna. Me la curé en el Nyassa, el barco que nos trajo a México”.

La historia de Tomás Bilbao, y de su familia, la han contado Marina Pino y Jon Juaristi en A cambio del olvido. “Hace muy poco, el 14 de abril, hubo un acto en el Ateneo de México con una exposición de acuarelas de desnudos que fue pintando mi marido, que murió hace unos años”, dice Mari Carmen Bilbao. “Aproveché para volver a gritar ‘¡Arriba la República!’. Ya es hora de que se vayan los reyes, ¿no le parece?”.

Bogotá. “Cuando estalla la catástrofe de la guerra, mi padre decide no regresar y prefiere empezar una nueva vida”, cuenta don Julián, el señor de los mosquitos, hijo de Luis de Zulueta y sobrino de Julián Besteiro, el político socialista. “Mi padre, durante el tiempo que fue ministro de Estado en el Gobierno de Azaña, participó en las negociaciones de paz entre Colombia y Perú tras la guerra que se desencadenó en 1932 cuando tropas de este último país ocuparon Leticia, una ciudad del Amazonas. Las conversaciones fueron un éxito y mi padre tuvo muy buena sintonía con el representante colombiano, Eduardo Santos, director de El Tiempo y político liberal que fue presidente entre 1938 y 1942. Fue quien lo invitó a instalarse en Bogotá y le dio trabajo. Así que estudié medicina allí”. Unos años más tarde, convertido en epidemiólogo, Julián de Zulueta entró en la Organización Mundial de la Salud, y se embarcó en distintos proyectos —sobre todo de lucha contra la malaria— que lo llevaron a tantos sitios que su enumeración no entraría en esta página: India, Malasia, Suiza, Grecia, Panamá, Uganda, Líbano, Siria, Irán, Irak, Afganistán, Jordania… Regresó a España después de la muerte de Franco, y fue alcalde de Ronda entre 1983 y 1987.

Buenos Aires. En De mis pasos en la tierra, Francisco Ayala recogió sus impresiones tras llegar a Argentina al finalizar la Guerra Civil: “Súbitamente, todo el laborioso proyecto de mi vida se me mostraba ahora impracticable, inválido, nulo. De repente me había quedado sin expectativas claras, sin puntos de apoyo conocidos, sin un suelo firme en el que apoyar los pies ni caminos trazados por donde adelantar mis pasos. Para mí —como para cuantos a lo largo de la historia lo han sufrido— el exilio implicaba nada menos que la manera de improvisar una manera por completo nueva de hallarme instalado en el mundo”.

Moscú. Los españoles que vivían en Moscú se reunían cada vez que podían para recordar viejos tiempos, comer y beber juntos, cantar canciones, ver películas. “Siempre me llamó la atención”, cuenta Katya Abad, “observar cómo aquellos ojos tristes de los amigos de mis padres de pronto rejuvenecían cada vez que veían a Sara Montiel lucir una de sus seductoras miradas. O cuando cantaban canciones republicanas o bailaban pasodobles. Era como si cada uno estuviera en su lugar de origen. Mis padres eran de Almería, y regresaron en cuanto pudieron. Lo mismo hicieron muchos niños de la guerra. Pero algunos no consiguieron adaptarse bien, y volvieron a Rusia. España no tenía nada que ver con ellos, pero tampoco eran felices en su país de adopción”.

Katya Abad estudió periodismo, trabajó 11 años en Radio Moscú y luego fue enviada a La Habana para trabajar en la revista Cuba que se editaba en español y ruso. Fue solo el inicio de una larga carrera que la llevó a la Argentina de Perón o a Chile, donde asistió a la caída de Allende. “En las fiestas que se organizaban entre los exilados para recibir el nuevo año, desde siempre, desde que tuve uso de razón, escuchabas en el momento de los brindis la misma frase una y otra vez: ‘El año que viene será en España’. Solo dejé de oírla cuando salí de la Unión Soviética, y se quedaron ellos, que seguirían repitiendo aquello sin perder nunca la esperanza”.

Sarawak. “Cuando me propusieron en la OMS que me trasladara para combatir la malaria a Sarawak, en la isla de Borneo, tuve que acudir a la Enciclopedia Británica para saber dónde estaba”, explica Julián de Zulueta, que le contó las historias de su vida a María García Alonso en Tuan Nyamok. El título es el nombre que le dieron allí los dayak, y significa “el señor de los mosquitos”. “Quería que mensualmente un enfermero tomara muestras de sangre entre los habitantes del lugar para saber si los mosquitos seguían transmitiendo la enfermedad, pero se negaron. Así que tuve que amenazarlos con irme. Y entonces transigieron. Había sido el primer médico que los visitó en sus viviendas, las casas largas, y me cogieron mucho cariño”.

Nueva York. “Hay varios tipos de exilio”, explica Nicolás Sánchez Albornoz, y los suyos, que han sido varios, fueron todos un poco raros. “En el primero no tomé la decisión, fue mi padre el que tuvo que salir al principio de la guerra y nos llevó a todos a Burdeos. No fue una experiencia tan terrible como la que vivieron otros después, fui un niño privilegiado: estuve con mi familia, y no abandonado como tantos niños de la guerra. Cuando la Gestapo le pisaba los pies a mi padre tras la ocupación de Burdeos por el Ejército alemán, tuvo que irse a Argentina y nos tocó volver a España con mis abuelos. La siguiente vez que salí al exilio ya fue cosa mía. Tenía la opción de quedarme en la cárcel de Cuelgamuros y cumplir condena, o huir. Preferí arriesgarme: de las 44 fugas de aquel penal que hubo entre 1943 y 1948, solo salió bien la que protagonizamos Manolo Lamana y yo. Nos instalamos en Buenos Aires, donde gobernaba Perón. Cuando en 1968 se produjo allí un golpe militar, el del general Onganía, hice las maletas. Fue mi exilio argentino, una especie de doble exilio: al que me alejaba de España sumé el que me llevaba de Buenos Aires a Nueva York”.

Saint Cloud, París. Francisco Fernández-Santos se instaló en París a principios de los sesenta. Tenía siete años cuando los militares dieron el golpe contra la República, así que fue uno más de los niños de la guerra. Pero de los que se quedaron. Su padre, un maestro que militaba en las filas socialistas, no murió “de milagro”. “Vinieron al pueblo justo cuando había salido a hacer alguna gestión, y se libró. Fusilaron a tres de sus amigos más próximos y los enterraron en una cuneta. No sé si sería capaz ahora de reconocer dónde los tiraron exactamente, pero sí lo sabía por entonces”.

En Azulejo. Un niño en la gran tormenta, vuelve sobre su adolescencia y establece un diálogo con el muchacho que fue entonces, en los años duros de la posguerra. Fernández-Santos estudió derecho y filosofía en Madrid y se fue incorporando a la lucha antifranquista con los socialistas. “A mi mujer le salió un trabajo en París, y fue mi oportunidad para escapar de la represión ideológica del franquismo, de sus hostilidades. Trabajé intensamente en los círculos intelectuales del exilio: estuve muy cerca de Ruedo Ibérico, y tuve grandes amigos con los que combatí contra la dictadura. Dionisio Ridruejo fue uno de ellos. No hay que olvidar que París era el lugar donde los españoles y latinoamericanos acudían para respirar libremente el aire de Europa, y cuantos luchábamos contra Franco siempre creíamos que el régimen terminaría por caer. Por eso, seguramente, lo más duro del exilio fue ver cómo iban muriéndose, uno detrás de otro, los republicanos que se instalaron aquí al terminar la guerra. Y sin lograr ver la caída de Franco y el regreso de la democracia”.

París. “Estuviera donde estuviera, nunca olvidé a los que se quedaron dentro y, en la medida de mis posibilidades, intenté luchar contra el franquismo”. Nicolás Sánchez Albornoz ha contado sus peripecias en Cárceles y exilios, publicado hace poco. “Lo que quiero decir es que no siempre es incompatible integrarse en el país de adopción, como me pasó a mí en Argentina, y seguir en la batalla contra la dictadura. A principio de los sesenta pasé una temporada en París, y volví con renovados bríos a luchar contra Franco. El régimen se estaba abriendo, pero conservaba intacta su impronta autoritaria, y hacía falta hacer una oposición distinta de la que se había hecho hasta entonces. Fue cuando nació Ruedo Ibérico: el desafío en el que se embarcó el exilio para desmontar con las armas de la inteligencia la infamia de la dictadura”.

Veracruz. Ahora se ha reunido en un único volumen, La guerra perdida, la trilogía de novelas donde Jordi Soler reconstruye la historia de una familia de catalanes exiliados en una selva de México. “Aunque creciera en una atmósfera insalubre y llena de mosquitos, mi infancia fue magnífica. Pensaba que el resto del mundo era exactamente igual que yo, que todos eran niños catalanes que vivían en una selva cafetalera. Solo más tarde empecé a darme cuenta de que aquello era excepcional. Ocurrió cuando trabajaba como diplomático en Dublín. Fue cuando descubrí que formaba parte de una familia que siempre hablaba de conquistar el futuro y seguía anclada en el pasado. Vivíamos en Veracruz, pero andaban pendientes de Serrat, de Marsé, de los resultados del Barcelona”.

El exilio toca también a los nietos. Se fueron los abuelos, arrastraron con ellos a los hijos, luego llegaron los hijos de los hijos. “Soy un híbrido”, dice Soler. “Técnicamente soy español, pero me siento mexicano. Hasta que vuelvo a México, y entonces soy de nuevo rabiosamente español. El exilio produce situaciones extrañas. Mi abuelo logró salvarse de los nazis en Montauban gracias a Luis Rodríguez, un mexicano al que mandó el presidente Lázaro Cárdenas a rescatar republicanos. Solo muchos años después pudo conocer a su hija, que nació después de que él saliera a Francia. ‘Tú no eres mi padre’, le dijo la niña, ‘mi padre es este’. Y le señaló entonces una vieja fotografía en la que aparecía retratado un poco antes de salir al frente a defender a la República”.

El rincón del distraído

Páginas sin tierra

Biografía, memorias y narrativa

La guerra perdida (incluye: Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso). Jordi Soler. Mondadori. Barcelona, 2012. 544 páginas. 21,90 euros.

Azulejo. Un niño en la gran tormenta. Francisco Fernández-Santos. Huerga y Fierro. Madrid, 2012. 225 páginas. 16 euros.

Tuan Nyamok [El Señor de los Mos-quitos]. Relatos de la vida de Julián de Zulueta contados a María García Alonso. Residencia de Estudiantes. Madrid, 2011. 412 páginas. 25 euros.

A cambio del olvido. Marina Pino y Jon Juaristi. Tusquets. Barcelona, 2011. 472 páginas. 24 euros.

Destinada al crematorio. De Argelès a Ravensbrück. Mercedes Núñez Targa. Traducción de Pablo Iglesias Núñez y Ana Bonet Solé. Renacimiento. Sevilla, 2011. 216 páginas. 16 euros.

Obras completas I. Narrativa (incluye, entre otros, Los usurpadores y La cabeza del cordero). Francisco Ayala. Edición de Carolyn Richmond. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. Barcelona, 2012. 1.534 páginas. 66 euros. / Francisco Ayala en ‘La Nación’ de Buenos Aires. Irma Emiliozzi (editora). Pre-Textos. Valencia, 2012. 498 páginas. 30 euros. / Francisco Ayala y la Universidad Nacional del Litoral. Luis A. Escobar. Fundación Francisco Ayala. Granada, 2011. 210 páginas. 15 euros.

Historia y ensayo

Obras completas III (incluye, entre otros, El hombre y lo divino, España, sueño y verdad y La tumba de Antígona). María Zambrano. Edición de Jesús Moreno. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. Madrid, 2011. 1.536 páginas. 35 euros.

El exilio republicano de 1939 y la segunda generación. Manuel Aznar Soler y José Ramón López García (editores). Biblioteca del Exilio / Editorial Renacimiento. Sevilla, 2012. 1.184 páginas. 50 euros.

Diccionario biográfico del exilio español de 1939: los periodistas. Juan Carlos Sánchez Illán (director). Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2011. 594 páginas. 25 euros.

Páginas web

Centro de Estudios de Migraciones y Exilios: http://www.cemeuned.org/

Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos: http://www.aemic.org/


Mariví Villaverde: ´Las cicatrices dejan huella y son difíciles de borrar´…

abril 15, 2012

«Mucha gente tiene memoria histórica pero otros no quieren recordar»

Mariví Villaverde, ayer, en A Coruña. / víctor echave

Mariví Villaverde, ayer, en A Coruña. / víctor echave

La escritora Mariví Villaverde será nombrada este año como Republicana de Honra. Su vida ha estado marcada por tres exilios: en 1936 de Galicia a Francia; en 1939 de Francia a Argentina; y en 1949 otra vez a Buenos Aires después de volver a Vilagarcía en 1944 para casarse.

ALEXANDRA MOLEDO | A CORUÑA

Una vida marcada por tres exilios y ser «memoria viva» de la República son algunos de los motivos por los que la Comisión por la Recuperación de la Memoria Histórica de A Coruña (CRMH) ha decidido nombrar este año a la escritora Mariví Villaverde como Republicana de Honra 2012, dentro de los actos que la asociación organiza para conmemorar el 81 aniversario de la proclamación del movimiento.

Hija del primer alcalde republicano de Vilagarcía, Elpidio Villaverde, y viuda del activista Ramón de Valenzuela, Villaverde recuerda a sus ochenta años su infancia durante la República. «Era una época en la que se vivía con ilusión y con la esperanza de que las cosas cambiasen sobre todo en mi entorno porque conviví siempre con gente involucrada en la política», explica. El levantamiento militar de 1936 cambió el rumbo de su vida y con 14 años vivió su primer exilio con su madre y sus hermanos en Marsella, adonde ya había viajado su padre unos seis meses antes. «Cumplí 14 años la noche que llegué a Francia», recuerda Mariví, para quien este primer viaje era «provisional» hasta que la situación mejorase.

Durante los tres años que vivió en el país galo conoció al que sería su marido, Ramón de Valenzuela, pero el encarcelamiento de este por luchar contra la represión franquista les mantuvo separados más de cinco años. Además, Villaverde emprendía al mismo tiempo otro periplo, en esta ocasión a Buenos Aires, porque «las cosas no habían terminado como pensábamos y no podíamos volver a España. La única solución era salir de Europa».

A los 15 días de llegar a la capital argentina le detectaron tuberculosis y gracias a la atención recibida en el Centro Gallego pudo salvarse tras un lustro dedicada a «la lectura y el tratamiento». Ese fue el tiempo que tardó en volver a ver a Ramón de Valenzuela, por quien no dudó en cruzar de nuevo el charco y casarse en Vilagarcía. No fue su última travesía, pues cuatro años después de su reencuentro en 1945, el matrimonio decidió hacer las maletas y volver a Argentina con sus dos hijos. «No estaba de acuerdo con la vida que me ofrecía mi país. Todavía faltaba mucha libertad», asegura la escritora.

Conocida como la voz del exilio gallego, define su última etapa y la más duradera -entre 1949 y 1966- en la capital argentina como la más «creativa». De su segundo exilio en Buenos Aires recuerda sus contactos con personajes como el pintor Luis Seoane o el escritor Arturo Cuadrado, con quien dirigió el periódico Galicia. Los años que dedicó a su trabajo en el Teatro Galego da Federación no los considera una «pérdida de tiempo», sino que, por el contrario, todas las muestras de los representantes de la cultura gallega exiliados en el exterior sirvieron para «poder mantener viva la memoria y defender ideales como la libertad».

Pese a que la represión seguía muy presente en España, y -afirma- «había que vivir siempre midiendo lo que se decía y sabiendo qué límites no se podían sobrepasar», a finales de la década de los 60 María Villaverde y su familia abandonan el exilio y se trasladan a Madrid. «Pocas cosas habían cambiado pero lo suficiente para iniciar una nueva vida», recuerda la periodista gallega, quien añade que no quería que sus hijos se criaran tanto tiempo fuera de España. Para la autora, hay muchos que tienen memoria pero otros tantos que «no quieren recordar». De sus vivencias, destaca que todas las cicatrices «dejan huella» y añade que no es fácil borrarlas y «hacer cómo que no pasó lo que sí pasó».

http://www.laopinioncoruna.es/coruna/2012/04/12/marivi-villaverde-cicatrices-dejan-huella-son-dificiles-borrar/598378.html