El último fotógrafo de la Guerra Civil…

julio 10, 2011

XURXO LOBATO Y OMAYRA LISTA 10/07/2011

Julio Souza Fernández

La historia la escriben los vencedores, no los vencidos, y se puede tergiversar sin darle muchos retoques a la realidad. A una fotografía, por muchos pies que se le pongan, es muy difícil darle la vuelta». Desde su retiro en México, Julio Souza Fernández (A Coruña, 1917) confía a las imágenes el recuerdo de lo que ocurrió en España durante el conflicto bélico que siguió al golpe militar de 1936. Miembro del grupo de reporteros gráficos conocidos como Hermanos Mayo, una reciente exposición en A Coruña y un documental casi a punto para la exhibición (Julio Mayo, el último fotógrafo de la Guerra Civil) son un acto de memoria histórica en homenaje al último representante de la firma y a la voz que ha permitido revivir la experiencia de estos fotógrafos en el frente.

El relato de la Guerra Civil por los Hermanos Mayo es más que una fe notarial de lo sucedido. Se construye como un travelling cinematográfico en el que miles de instantáneas permiten reproducir la acción bélica en un movimiento que abarca desde la contienda en las capitales republicanas -Madrid, Barcelona y Valencia- hasta todos los grandes frentes. Fueron tres objetivos los que captaron momentos de la lucha que siguen siendo desconocidos para el público siete décadas después: los de los coruñeses Paco Souza Fernández y su hermano Julio, y el del madrileño Faustino del Castillo Cubillo. En una etapa de la historia del fotoperiodismo casi por escribir, asociada de momento a los tres reporteros de más renombre -Robert Capa, Agustí Centelles y Alfonso-, las de los Hermanos Mayo son firmas aún pendientes de revelado.

La historia del grupo se cimienta en dos mentiras: ni son hermanos, ni se apellidan Mayo. «Mi hermano, Paco, tomó parte e hizo fotos de la sublevación de los mineros asturianos en 1934 y de cómo se sofocó. A causa de ello, teníamos constantemente a la policía en casa haciendo registros en busca de los negativos. La solución fue cambiar de domicilio y de nombre, y desde entonces la gente nos conoció por Mayo», explica Julio.

Los Mayo eran, sobre todo, fotoperiodistas; trabajadores con una herramienta, su cámara, que narraron aquellos hechos desde el compromiso con la izquierda. El historiador de la fotografía Publio López Mondéjar ve en ellos «el ejemplo de cómo se puede conciliar la militancia en un partido político, el PCE, con la actividad fotoperiodística y el talento puesto al servicio de una causa: la republicana». Por eso deben ser considerados «un referente de una época y un momento histórico en los que usar la cámara era una manera de contribuir a la defensa de la democracia».

La Guerra Civil fue un ensayo dramático en muchos aspectos. También en la fotografía de prensa nacía en ese momento una manera distinta de narrar visualmente que permitió a los fotógrafos colocarse en un campo distinto de la objetividad y apoyar la legalidad republicana con una visión audaz, fresca y viva del fotoperiodismo. El fotógrafo, en este sentido, se identifica con el soldado: «Somos la infantería del periodismo, porque siempre tenemos que marchar en primera línea; tenemos que ir al lugar y verlo a través del visor de la cámara», dice Mayo.

Así, con el estallido de la guerra, los tres integrantes de la agencia Foto Mayo se incorporaron como reporteros gráficos en distintas unidades del bando republicano. Paco trabajó para las publicaciones Mundo Obrero, El Frente de Teruel y El Paso del Ebro. Las fotos que había tomado Faustino de la defensa de Madrid habían llamado la atención de Líster, que quiso incorporarlo a sus filas trabajando para el periódico de la Primera Brigada, Pasaremos. Sirvió en los frentes de Madrid, Guadarrama, Jarama, Ebro, Belchite y Barcelona. Los dos dispararon únicamente sus cámaras.

Julio fue el único que, además de fotoperiodista, sirvió como artillero, alistándose como voluntario en Madrid. «Me tomaron mi nombre, me dieron una manta, una lata de sardinas, un pan, un fusil Mauser de cinco tiros y ciento cincuenta balas en tres cajas de cartón». Además de eso se llevó la cámara. «Los negativos se los enviaba a mi hermano Paco, y él se ocupaba de revelarlos». Las primeras batallas las dio por la sierra de Guadarrama y luego, con ayuda de su hermano, consiguió un traslado al frente de Madrid. «Allí, en la 43 Brigada Mixta, estuvimos hasta el 15 de mayo de 1938, cuando la Brigada 43, junto con la 61, fue trasladada al frente de Teruel a contener la retirada…».

Las imágenes llegaban a las publicaciones de la época en forma de crónicas gráficas de la crueldad de la guerra provocada por el levantamiento franquista. Instantáneas del frente, de la retaguardia, del sufrimiento de la población civil, del esfuerzo del Ejército republicano en defensa de los valores de la libertad y la democracia. Sus fotografías son descripción formal de lo que sucedía, algunas con una clara influencia estética del realismo social imperante.

Configuran los Mayo un retrato colectivo de las tropas republicanas, de los brigadistas internacionales, de ciudadanos tras la causa; de la vida en las líneas de fuego y tras ellas. Resumen estados de ánimo, condiciones de vida, y hacen inventario imparcial de la logística de su bando catalogando armamento y equipamientos bélicos.

Las imágenes de Madrid revelan la destrucción de los compases iniciales de la guerra: las calles arrasadas por las bombas, las fachadas cicatrizadas a tiros, la amenaza de los ataques aéreos, las evacuaciones, los heridos en los hospitales, los muertos…

La otra urbe protagonista es Valencia. Documentaron allí el día a día de una capital en la retaguardia que con el repliegue republicano llegaría a ver ampliada su población en más de 150.000 personas entre políticos, militares, funcionarios, refugiados y huérfanos. Las instantáneas tomadas en este escenario no dejan de recoger la actividad política, las reuniones del mando, los mítines, las proclamas antifascistas. Pero también se centraron en los protagonistas colaterales: mujeres y niños, viudas y huérfanos.

El final de la guerra con la derrota republicana en la primavera de 1939 supuso el exilio para los Hermanos Mayo. Paco y Faustino, junto con el menor de los Souza, Cándido, cruzaron la frontera a Francia, donde sufrieron el duro trato de los campos de concentración. Por oponerse a estas condiciones, Faustino y Cándido acabaron siendo castigados con trabajos forzados en el castillo de Colliure. Mientras, Paco consiguió ponerse en contacto con Enrique Líster y Fernando Gamboa, diplomático mexicano encargado de seleccionar a los refugiados para emigrar a este país. Fue así como en junio de 1939 llegaron a tierra americana a bordo del Sinaia, un barco que transportó a 1.600 refugiados españoles acogidos por el Gobierno de Lázaro Cárdenas.

Julio cayó prisionero en Alicante. Allí nunca llegó el barco que había de llevarle a Orán como primera escala hacia el exilio. «La que sí llegó fue una división italiana llamada Vittorio. Fueron ellos los que me tomaron prisionero en nuestro suelo, en nuestra patria, para vergüenza de España», recuerda con rabia. Le despojaron de la dignidad y de sus fotos: «Tuve que arrojar la pistola y la cámara Contax al mar».

Tras pasar por campos de concentración, cárcel, trabajos forzados y ser obligado a hacer el servicio militar, Julio Mayo fue liberado. «Me licenciaron como desafecto al régimen en clasificación D», comenta con una sonrisa irónica. Después de eso volvió a la cámara, trabajando en el estudio madrileño Casa Emilio. «Contratado allí, hice foto fija en varias películas», cuenta. No deja de tener gracia que una de ellas fuese Los últimos de Filipinas.

Pero la verdadera libertad le llegaría a Julio con los lazos de un matrimonio que habría de reportarle, además de esposa, la posibilidad del exilio. «Con la excusa del viaje de novios, conseguí que me dieran un pasaporte», explica. Así se embarcó a Nueva York y de allí a México, para reunirse con sus hermanos, en noviembre de 1947.

Las imágenes que ilustran este reportaje forman parte de un fondo que se conserva en la Biblioteca Nacional. Se trata de material requisado por las tropas franquistas y custodiado en el Ministerio de Información y Turismo hasta que, con la llegada de la democracia, se trasladó a la Biblioteca Nacional. Todas y cada una de las copias están selladas en su parte posterior con la firma «Foto Mayo» o «Foto Hermanos Mayo».

En el exilio mexicano, Julio, Paco, Faustino y Cándido, con la incorporación del otro hermano Del Castillo, Pablo, continuaron la experiencia de la agencia Foto Hermanos Mayo, desde la que trabajaron para más de cuarenta cabeceras. Su aportación al fotoperiodismo mexicano tuvo, además, una vertiente técnica. «Cuando llegamos a México no traíamos nada del otro mundo, pero sí teníamos cámaras Leica de 35 mm, que nos permitían actuar de una manera más ágil», relata el fotógrafo. «Nos miraban con recelo, porque allí aún se trabajaba con cámaras muy pesadas, con placas muy grandes, pero pronto vieron que nosotros hacíamos lo mismo con nuestras Leica que ellos con sus camarotas».

Los Mayo servían las peticiones de las cabeceras para las que trabajaba su agencia, pero no limitaban su labor al encargo, sino que disparaban para obtener mucho más material del que se les solicitaba, haciéndose con un archivo complementario de los temas que fotografiaban que era de su propiedad. Inmortalizaron así todo lo que durante 55 años se consideró noticiable, no solo en la capital, sino en todo el país. El grupo ha sido testigo clave de la historia mexicana que tiene ahora en sus negativos un documento de valor incalculable. El resultado, tras más de cinco décadas de dedicación (1939-1994), es un fondo que supera los cinco millones y medio de negativos, que los Mayo han donado al Archivo General de la Nación de México.

«A México le debo mi libertad, trabajo y la educación de mis hijos. Me recibió con los brazos abiertos». Allí sigue viviendo Souza en un retiro que nunca será jubilación completa de la profesión. Aún hoy acude a casi todas partes armado con su cámara. Al mirar a través del objetivo se destacan en su cara las trincheras que le han cavado los años y los recuerdos. En esas trincheras resiste una memoria que no debería perderse.

El País.com edición para imprimir:

http://www.elpais.com/articulo/portada/ultimo/fotografo/Guerra/Civil/elpepusoceps/20110710elpepspor_10/Tes?print=1

© EDICIONES EL PAÍS S.L


4.500 negativos para pensar en aquella España…

julio 3, 2011

Ampliar Los periodistas Herbert Matthews y Ernest Hemingway conversan con dos militares republicanos en una fotografía de Capa.- ICP

El documental ‘La maleta mexicana’ enlaza el hallazgo del trabajo de Robert Capa con la recuperación de la historia

Trisha Ziff ya advierte a su interlocutor desde el principio de que no tiene ninguna intención de andarse por las ramas. La directora, que ahora vive en México, desde donde atiende a EL PAÍS vía telefónica, acaba de firmar La maleta mexicana, un intenso documental sobre el hallazgo de tres cajas con 4.500 negativos de imágenes tomadas por los fotógrafos Robert Capa, David Chim Seymour y Gerda Taro en plena Guerra Civil española. Uno pensaría que la historia es en sí misma lo suficientemente explícita como para acaparar un proyecto cinematográfico, pero Ziff, de 55 años, no es de la misma opinión: «Uno de mis tíos luchó en la Brigada Lincoln y yo misma pertenecí al Partido Comunista Británico cuando tenía 15 o 16 años, edad a la que somos muy impresionables. En mi juventud lo que pasaba en España nos intrigaba muchísimo, así que puedo decir que siempre he tenido una relación muy clara con el conflicto militar que se desarrolló allí. De eso es lo que quería hablar y no de los negativos».

Ziff: «Quería hacer preguntas sobre el pasado, no una pieza sobre Capa»

La directora, experta en fotografía contemporánea, no fue solo un testigo de excepción en la recuperación de este material, extraviado durante más de setenta años, sino que pactó las condiciones para su devolución: «Yo no encontré la maleta mexicana, simplemente la recuperé. Durante 12 años se supo dónde estaba este material pero por razones que no logro comprender no se había procedido a su recuperación. En 2007 fui a Nueva York para hablar de un proyecto con el Centro Nacional de Fotografía y allí me pidieron ayuda porque sabían quién tenía el material en México y querían traerlo de vuelta. Un viejo amigo mío, el escritor Juan Villoro, me acompañó en este viaje, me ayudó y en cinco meses conseguimos un acuerdo con la persona que lo guardaba. Era una simple cuestión de ir a por ello».

Ziff tiene un discurso militante, articulado en torno al hecho de que la objetividad no existe y al mismo tiempo consciente de que por ese motivo la percepción de su trabajo podría quedar lastrada. «No creo que mi documental vaya a ser muy popular en España; de hecho creo que algunos de mis coproductores no estaban muy satisfechos con la idea de no centrar este documental en la figura de Capa, como si fuera una biografía suya. La cuestión es que he vivido durante muchos años en Irlanda del Norte, y he visto la guerra. No quería hacer un documental de fotografía porque lo que me interesaba era el contexto. Recuerdo que al principio del proceso fílmico un amigo de Barcelona me acompañó a Nueva York. En el avión me habló de la Ley de Memoria Histórica y de Baltasar Garzón. Cuando empecé con La maleta mexicana fue al mismo tiempo que en España la gente empezaba a cavar para buscar a sus seres queridos. No quería hacer una pieza sobre la etapa española de Capa. Quería generar preguntas sobre el pasado».

Naturalmente, la aventura repasa la historia de Capa y sus colegas de correrías en la Guerra Civil, donde el húngaro se convirtió en el fotorreportero de leyenda: «Hay que tener claro que Robert Capa, David Seymour y Gerda Taro eran antifascistas. Los tres eran judíos y venían de países

[Hungría, Polonia y Alemania, respectivamente] de donde habían tenido que exiliarse. Entendían que lo que estaba pasando en España era muy importante y fueron allí a una misión, con cámaras en lugar de armas. Por eso La maleta mexicana es un compromiso político, y habla también de aquellos que quieren neutralizar el poder de aquellas fotografías y colocarlas en un contexto artístico. Capa, Seymour y Taro hacían propaganda, prepararon imágenes, las escenificaron. Pero en ese momento a ellos no les importaba todo eso, no les importaba la neutralidad del fotorreportero. Eso vendría después».

«¿La neutralidad del director? Eso es una chorrada: cuando diriges un documental estás exponiendo tu punto de vista», dice la realizadora cuando se la inquiere por el núcleo de su pieza, centrada en el trabajo de los arqueólogos que indagan en las fosas comunes abiertas por toda la geografía española. «Me interesaba mucho conocer a esas personas y esa ha sido mi gran recompensa. Toda esta gente que trabaja tratando de saber qué ha sido de los suyos, de desenterrar la memoria, me ha cambiado como persona: ese ha sido mi premio».

La maleta mexicana podrá verse en su estreno mundial la semana que viene en el Festival de Cine de Karlovy Vary (República Checa) sin su directora, que alega compromisos previos. Ziff adelanta que podrán verse dos versiones de su trabajo: la primera, la cinematográfica, aparecerá en las salas españolas en noviembre, y la segunda, televisiva, llegará aún sin fecha prevista y con un plus añadido: «Para esa versión, de 55 minutos, hemos pedido a Baltasar Garzón que pusiera su voz en la introducción. ¿Miedo de las reacciones? No, yo no quería hacer un documental abierto a todo el mundo. Como ya he dicho, eso de la neutralidad es una auténtica chorrada».

El País.com:

http://www.elpais.com/articulo/cultura/4500/negativos/pensar/Espana/elpepicul/20110703elpepicul_3/Tes


Barniz democrático para el nuevo Museo del Ejército…

julio 10, 2010

Defensa abrirá la colección militar el 20 de julio en el Alcázar de Toledo

DIEGO BARCALA TOLEDO 10/07/2010

Dos restauradoras recuperan el escudo de una bandera del siglo XVI en una sala del Museo del Ejército.

Dos restauradoras recuperan el escudo de una bandera del siglo XVI en una sala del Museo del Ejército.

La División azul a tres metros del exterminio nazi de españoles en Mauthausen. La máscara mortuoria de Franco al doblar la esquina donde luce un cartel militar del Frente Popular. Los nacionales «aceptaron» tropas nazis y fascistas, los republicanos «recibieron» armamento soviético. La Segunda República se caracterizó por su «extremismo ideológico» y una «radicalización» que provocó la «desilusión» y la Guerra Civil.

El nuevo Museo del Ejército en el Alcázar de Toledo que abrirá sus puertas el próximo 20 de julio es una auténtica obra maestra de la equidistancia. En la sala que repasa el siglo XX, el Ministerio de Defensa, asesorado por la Academia de Historia, dará a conocer a los turistas extranjeros que visitan la capital imperial una visión edulcorada de la dictadura franquista donde las 113.000 víctimas de sus crímenes no tienen recuerdo, honor, perdón ni espacio.

El esfuerzo evidente del Gobierno por integrar en el museo al Ejército Republicano, leal a la democracia, llega exclusivamente a la equiparación de trato con lo golpistas. «La radicalización política durante la II República afectó a la sociedad española y, en consecuencia, al seno del Ejército, provocando su división en dos bloques: los sublevados y los defensores de la legalidad vigente. Esta división provocó un conflicto…». Así es definida la Guerra Civil para los turistas que, gracias a la mediación de Defensa, no verán los textos más radicales que no pasaron el corte.

«Hemos querido cambiar el discurso del Museo del Ejército para acercarlo a la sociedad», reconoce el director del museo, el general Antonio Izquierdo, que tomó posesión del cargo hace un mes y medio, por la jubilación de su antecesor. Sin embargo, algunos detalles delatan que el asesoramiento histórico procede de una institución conservadora como la Academia de Historia.

«Hemos querido cambiar el discurso del Museo del Ejército para acercarlo a la sociedad»

En uno de los espacios de la sala del siglo XX se muestran los retratos de los militares relevantes en la sociedad. Entre estos personajes aparecen el historiador franquista Ramón Salas Larrázabal o el psiquiatra Antonio Vallejo Nájera, conocido por sus teorías filonazis en las que aseguraba que el marxismo era una enfermedad con cura.

Fuentes de Defensa aseguran que son especialistas civiles los que han elaborado los contenidos del museo, pero es el Ejército de Tierra quien decide al mando de una comisión mixta con Cultura. La presión de la ultraderecha ha servido para que se mantenga el despacho del general Moscardó, que durante la dictadura fue expuesto como adalid de la resistencia ante el terror rojo del asedio al Alcázar sin mencionar los miles de rehenes a los que se hizo inmolar.

El mito de Moscardó seguirá presente en el edificio pese a que la historiografía ya ha desmontado la falsa leyenda franquista porque, según el general Izquierdo, «es historia».

Público.es


Los otros episodios nacionales…

junio 24, 2010

Almudena Grandes editará en septiembre su obra más ambiciosa – ‘Inés y la alegría’ es la primera novela de un ciclo de seis sobre la resistencia antifranquista.

Un grupo de maquis, retratados en los Pirineos en 1948.-

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS – Madrid – 24/06/2010

¿Qué se puede escribir después de escribir una novela de mil páginas? Almudena Grandes (Madrid, 1960) se enfrentó a esa pregunta cuando en junio de 2006 puso el punto final a El corazón helado. La propia escritora aventura respuestas: «¿Otra de mil páginas? Un poco cansino, ¿no? Te conviertes en el pesado de las novelas de mil páginas. ¿Una de doscientas, de chicas o negra?». La respuesta fue esta: una película. Grandes se lanzó a escribir un guión a partir de la imagen de una mujer montada a caballo y cargada de rosquillas que se unía a los 4.000 guerrilleros antifranquistas que en octubre de 1944 atravesaron los Pirineos para invadir el valle de Arán, en Lleida.

El proyecto arranca en 1939 y acaba en 1964, con el inicio del aperturismo

«Pensé: esto es un western», recuerda la escritora. Trabajó el guión junto a su amiga la cineasta Azucena Rodríguez, pero ningún productor se animó con un filme que iba a durar casi tres horas y a necesitar miles de extras. Grandes barajó una obra teatral. Tampoco. «Finalmente pensé que lo que yo sé hacer es escribir novelas», dice. Y se dio cuenta de que no solo tenía aquella invasión silenciada durante décadas, tenía también otras muchas historias de resistencia y clandestinidad, maquis, topos y desterrados. La cosa daba para las seis novelas de un ciclo, Episodios de una guerra interminable. El título general era un homenaje al precursor de aquella mezcla de historia y ficción, los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, un autor por el que Almudena Grandes siente devoción: «Es el otro gran novelista de la literatura española de todos los tiempos». El único que puede medirse con Cervantes.

Como Galdós, quiso contar el cruce entre la historia inmortal y los cuerpos mortales, «construir una historia de ficción que encaja en el molde de un hecho real en el tiempo y en el espacio, un relato en el que los personajes reales de la Historia con mayúsculas interactúan con los de la historia con minúsculas».

Empezó por un hecho poco trabajado por la historiografía -«como todos los españoles, yo creía que sabía mucho sobre la guerra»- que se le había ido apareciendo intermitentemente mientras se documentaba para El corazón helado. El resultado es Inés y la alegría, la primera del ciclo, que llegará a las librerías el 3 de septiembre, una novela de más de 700 páginas que narra la historia de amor de una muchacha de familia conservadora que se une al ejército organizado por el Partido Comunista para liberar España después de la victoria de los aliados sobre los alemanes. La vida imaginaria de los personajes inventados por Almudena Grandes se cruza con la vida real de Jesús Monzón, el motor de aquella aventura, y con la de los dirigentes comunistas en el exilio que, como Dolores Ibarruri, habían dejado Francia por Moscú siguiendo las órdenes de Stalin. Aquella invasión fue «el hecho de armas más importante de la resistencia antifranquista durante la dictadura y, tal vez, la crisis más grave por la que pasa Franco desde que llega al poder».

Lo paradójico es que ni un bando ni el otro escribieron una versión oficial de los hechos. ¿Por qué? «A Franco lo que menos le gustaba era proyectar una imagen de debilidad. Y para el PCE no era bueno porque la dirección estaba fuera de Francia y era difícil de aceptar que en su ausencia alguien había montado una organización tan admirable como para invadir España. Además, muchos militantes no les perdonaban que se hubieran largado de Francia. Los que se fueron no podían hacer otra cosa, pero para los militantes que se quedaron aquello fue un sálvese quien pueda. Aquí vinieron 4.000 desgraciados más solos que la una. Desamparados por la dirección de su partido y por la Unión Soviética. De los aliados ni hablamos: las decisiones que tomaron a corto plazo en octubre de 1944 apuntalaron a Franco en el poder a largo plazo».

Para Almudena Grandes «en la historia del PCE hay suficiente gloria como para no ocultar sus miserias». Ella, de todos modos, no ha tratado de juzgar sino de comprender. «Yo no me considero ninguna autoridad en este tema. Me he tomado la libertad de dar mi primera versión porque no hay una versión oficial. Si al menos los protagonistas hubieran completado ese relato yo no lo hubiera intentado». Todo el mundo pasaba sobre aquel hecho como por sobre ascuas. ¿Así que no es una frase hecha eso de que la literatura llena los huecos que deja la Historia? «Es una frase tan perfecta que parece de mentira ¿verdad?»

«Tengo trabajo hasta 2017»

A Almudena Grandes le hubiera gustado titular su serie Nuevos episodios nacionales para que el homenaje a Galdós fuera aún más evidente, pero no pudo: «Nacional es un adjetivo machacado y desvirtuado. El franquismo secuestró muchas cosas. Además, secuestró muchas palabras (España, patria…). Un título así no se entendería en un país en el que todavía mucha gente usa la palabra nacional para referirse a los franquistas». La novelista tiene ya escrita El lector de Julio Verne, la entrega que seguirá a Inés y la alegría. Las siguientes serán Las tres bodas de Manolita, Los pacientes del doctor García, La madre de Frankenstein y Mariano en el Bidasoa. Cada novela es independiente, pero varias comparten personajes. Todos terminan en 1964 – «los 25 años de paz y el comienzo de la apertura»– y todos tienen un epílogo en 1977 o 1978. «Quería vincular las historias con el presente y enfrentar al lector actual con su pasado», dice. «Tengo trabajo hasta 2017».

La escritora Almudena Grandes, fotografiada esta semana en su casa de Madrid.- CLAUDIO ÁLVAREZ

El País.com:

http://www.elpais.com/articulo/cultura/otros/episodios/nacionales/elpepicul/20100624elpepicul_1/Tes