Prisioneros por la gracia de Dios…

noviembre 24, 2013

Un centenar de curas ‘rojos’ pasaron en el franquismo por la cárcel para religiosos de Zamora

La juez argentina que investiga los crímenes de la dictadura escuchará su caso en Buenos Aires

El franquismo, en el banquillo

DESCARGABLE : Texto íntegro de la querella por los crímenes del franquismo

Madrid 22 NOV 2013
 
Cuatro de las personas que estuvieron presas en la cárcel de Zamora. / txetxu berruezo
 
Ya ni se acuerdan de la última vez que pisaron una iglesia, aunque una vez pertenecieron a ella. Alberto Gabikagogeaskoa (76 años), Juan Mari Zulaika (71), Julen Kalzada (78) y Josu Naberan (72) fueron curas en la dictadura franquista, cuatro del centenar que entre 1968 y 1977 habitaron la única prisión española para sacerdotes: la cárcel concordataria de Zamora, creada “para aislar [del resto de religiosos y de los presos políticos] a los curas que se habían salido del redil, los que no apoyaban que la Iglesia fuera del brazo de Franco, los que habían tomado contacto con las barriadas obreras y se habían situado del lado del pobre, del oprimido”, explica el catedrático de historia Julián Casanova (La Iglesia de Franco, 2001).

Gabikagogeaskoa, Zulaika, Kalzada y Naberan se han sumado con otros 12 compañeros a la querella argentina contra los crímenes del franquismo. De los 16, solo dos siguieron siendo curas al salir en libertad. Franco, aquel caudillo por la gracia de Dios, y la cárcel aniquilaron su vocación religiosa. Por eso a estos cuatro hombres que un día vistieron sotana les cuesta recordar la última vez que pisaron una iglesia.

“Yo iba a un colegio de frailes. A los 10 años nos pasaron un papel preguntándonos si queríamos ir al seminario. Yo puse que sí. Es la decisión que ha marcado mi vida”, explica Zulaika. “Después empecé a tener dudas, a leer teología de la liberación…, la cárcel precipitó mi salida de la Iglesia. Los obispos nos vendieron vilmente”.

El concordato firmado en 1953 entre España y el Vaticano establecía que los curas no podían ir a una cárcel convencional. “Las penas de privación de libertad serán cumplidas en una casa eclesiástica o religiosa (…) o, al menos, en locales distintos de los que se destinan a los seglares”. Varios de los sacerdotes que terminaron en la prisión de Zamora habían sido recluidos antes en conventos, pero la solución no convenció ni al Régimen ni a la Iglesia porque no era fácil encontrar conventos dispuestos, y los que sí aceptaban a los díscolos no imponían la suficiente disciplina. Gabikagogeaskoa recuerda, por ejemplo, recibir peregrinaciones de visitas en el que fue recluido, en Dueñas. Él fue el preso que inauguró, en julio de 1968, la cárcel concordataria de Zamora. Zulaika y Felipe Izaguirre, que la primera semana de diciembre representará en Buenos Aires a todos los curas de este penal ante la juez argentina que investiga los crímenes del franquismo, fueron el segundo y tercer ingreso después de una noche muy larga. “Nos detuvieron en Eibar, en una manifestación. Nos llevaron al cuartel y nos pegaron sin parar con la pistola, por todas partes. Después, nos trasladaron a la cárcel de Martutene y allí nos desnudaron y nos hicieron inclinar, para humillarnos. Y de ahí nos mandaron a Zamora. Aquello me pareció un garaje con barrotes”, recuerda Zulaika. “¡Cuando les vi se me abrió el cielo!”, confiesa Gabikagogeaskoa, que había tenido la cárcel para él solo un día entero.

La cárcel concordataria era un pabellón aparte en la prisión provincial y los sacerdotes estaban separados de los presos políticos y comunes. En el pabellón solo había curas, pero no todos estaban allí por delitos políticos. “Había un cura que decían que había acuchillado a alguien, otro que había ayudado a practicar un aborto, y otro por homosexual”, recuerda Gabikagogeaskoa. “A mí me habían caído seis meses y un día por una homilía subversiva en la que hablaba de la tortura en las cárceles vascas”. Cuando salió, en noviembre de 1968, participó en un encierro de curas en el seminario de Derio para pedir al Vaticano “una Iglesia pobre, dinámica e indígena”, y en mayo de 1969, en pleno estado de excepción, en una huelga de hambre en la sede del obispado de Bilbao. “Me cayeron 12 años por dejar de comer cuatro días”. Gabikagogeaskoa pasó siete años preso en Zamora.

La mayoría de estos curas llegó a la cárcel por el impago de las cuantiosas multas —10.000, 25.000 pesetas…— impuestas por participar en protestas obreras, celebrar el Aberri Eguna o insistir en pronunciar sus homilías en euskera —la mayoría de los sacerdotes presos en Zamora eran vascos—, pero también fueron sometidos a 6 juicios sumarísimos y 15 del Tribunal de Orden Público (TOP). Dos del centenar de religiosos encarcelados fueron condenados por colaborar con ETA en el proceso de Burgos (1970). La antigua prisión es hoy un edificio abandonado que Daniel Monzón utilizó en 2008 para rodar la película Celda 211.

Los inviernos eran duros — “las tuberías se congelaban”, recuerda Gabikagogeaskoa— y los veranos casi peores — “el calor era insoportable”—. Los funcionarios les despertaban a las ocho de la mañana —“¿por qué tan pronto? ¿Para tener más tiempo para no hacer nada?”—. Zulaika, Gabikagogeaskoa, Naberan y Kalzada no recuerdan ya sus nombres, solo los motes —“a uno le llamábamos Koipe porque era muy aceitoso, sobón; a otro Hammurabi, porque caminaba como si fuera un emperador egipcio…”—. La comida era poca y mala así que hacían despensa común con lo que traían las visitas —“con las que hablábamos a gritos, a través de una doble malla y vigilados por un guardia que escuchaba todo”—. Para pasar el rato inventaron un deporte —“el balonbrazo, que consistía en tirar una pelota contra una pared”—. Hacían eucaristías con pan de la cárcel y algunos empezaron carreras universitarias, aunque solo les dejaron hacer el primer curso.

No había mucho para leer. “Solo llegaban El Diario de Zamora y Marca, en tiras, llenos de ventanas, porque recortaban todas las noticias políticas”, recuerda Naberan. “Un día, los funcionarios llegaron con un brazalete negro y no nos quisieron decir quién había muerto, pero nos enteramos por el Marca. Se habían olvidado de recortar la reseña del Celta-Barcelona que decía que se había guardado un minuto de silencio por la muerte de Carrero Blanco”.

Pero la mejor forma de pasar el rato fue siempre pensar en escapar. “Esa es la obligación del preso”, ríe Naberan. “No pensábamos en otra cosa. Recogíamos todo lo que creíamos que nos podía servir… hasta que se nos ocurrió lo del túnel”. Decidieron hacerlo en el lavadero porque era un cuarto cerrado con llave y lleno de serrín. “Hicimos una copia de la llave con cera y un peine. Construimos un túnel de 15 metros utilizando solo cucharas. Nos llevó cerca de seis meses y participamos diez curas”, recuerda Naberan.

El trabajo estaba dividido. “Había picadores dentro del túnel. Otros cogíamos la tierra en cajas de leche y nos deshacíamos de ella tirándola poco a poco por las duchas para no atascar nada, con mucho riesgo porque ni las duchas ni los váteres tenían puerta. Y el tercer grupo entretenía a los vigilantes utilizando la psicología del funcionario. Por ejemplo, con uno que era muy orgulloso, organizamos un campeonato de pimpón y le dejaban ganar siempre para que siempre quisiera jugar. Con otro daban charlas de control de natalidad… El día que vigilaba Balzegas no trabajábamos en el túnel. Era muy listo”, recuerda Gabikagogeaskoa.

Casi les sale bien. “Un día vino corriendo al lavadero un funcionario. El que estaba cavando el túnel se quedó dentro. Solo nos dio tiempo a taparlo, pero cuando llegó el vigilante todo estaba lleno de polvo. El funcionario estaba mosca y fue a por refuerzos. En ese momento sacamos al que estaba dentro del túnel. Volvieron los funcionarios. Pensaban que teníamos una radio escondida. No daban crédito cuando vieron el túnel. Ya se veía el otro lado. De hecho, habíamos programado la fuga para tres días después”, recuerda Naberan. Él, Gabikagogeaskoa, y Kalzada se autoinculparon para que no castigaran a nadie más.

Poco después, hicieron un motín para forzar que les trasladaran con los presos políticos. “Empezamos quemando los colchones. García Salve [Francisco, jesuita y militante del PCE] rompió todos los cristales de la cárcel. Tiramos la tele por la ventana y todo”, recuerda Naberan. Les enviaron 75 días a celdas de castigo. “De dos pasos y medio”, precisa Gabikagogeaskoa. Y entonces iniciaron una huelga de hambre. “De vez en cuando venía un médico a asustarnos diciendo que íbamos a morir. Al final nos llevaron a Madrid. Pensábamos que habíamos ganado, que nos trasladaban con otros presos políticos, pero adonde nos llevaron fue al hospital y, luego, de vuelta a la cárcel de Zamora”.

El último en salir de la prisión fue Kalzada, en marzo de 1976. Una vez fuera, uno tras otro, se fueron secularizando. “Yo me había hecho cura porque pensaba que era la forma de ser idealista. Pero cuando quedé libre ya no veía futuro a la Iglesia. Se había abrazado a la dictadura. No había nada que hacer”, explica Gabikagogeaskoa. “La Iglesia nos había decepcionado y cuando salí de la cárcel sentí la libertad como nunca. Quería disfrutarla al máximo”, añade Naberan.

Tenían casi 40 años cuando quedaron libres. Sus primeras y únicas novias se convirtieron en sus esposas. Uno de ellos vivió en pecado con su pareja un año antes de casarse. Todos lo hicieron por lo civil. Trabajaron de contables, de informáticos, de traductores de euskera, de maestros… Cuentan que en sus pesadillas más recurrentes no sueñan que les queda una asignatura pendiente, sino que siguen siendo curas.

A sus setenta y tantos han decidido sumarse a una querella que se tramita a 10.000 kilómetros de distancia, en Buenos Aires. “Quiero que se haga memoria, que le den un tirón de orejas al Estado. Es ofensivo que haya una beatificación masiva de mártires y se olviden del otro bando. En Euskadi hubo 17 curas fusilados”, afirma Zulaika. Ahora buscan a sus familiares para sumarlos a la querella. “Nos unimos a este proceso para que haya un juicio que evite la impunidad y ayude a una reconciliación, a que la gente tenga conciencia de lo que pasó y sepa cómo la Iglesia colaboró con Franco en la represión”, afirma Izaguirre, que fue torturado en una comisaría de San Sebastián. Antes de salir de la cárcel ya había escrito a Roma para borrarse de la Iglesia.

http://elpais.com/politica/2013/11/22/actualidad/1385148173_926551.html


Beatos y cínicos…

octubre 16, 2013

JOSÉ MARÍA GARCÍA MÁRQUEZ* 14/10/2013

Vaya por delante que en mis investigaciones no me he tropezado nunca con ninguno de los religiosos beatificados el pasado 12 de octubre en Tarragona. Y de veras que lo lamento, aunque de todas formas existe un problema operativo: las declaraciones de los testigos en las causas de beatificación son secretas y los historiadores no pueden verlas. De tal forma que sería imposible contrastarlas con otras y con diversas fuentes documentales. Ese secretismo, que sería inadmisible en una disciplina científica como la historia, sigue siendo practicado por la Iglesia católica. Así, por ejemplo, si la Iglesia nos dice que fulanito murió «perdonando a sus verdugos», tendremos que utilizar la «fe» para creerlo, pues no podremos contrastar al testigo que supuestamente presenció la muerte del beato y, por tanto, contradecir o negar su testimonio. Es una práctica vieja esta del secretismo en la Iglesia. Siempre les ha ido bien con ella y no tienen, por tanto, que cambiarla.

Además, esas cosas para la Iglesia son terrenales y es cuestión de darles tiempo. A veces, incluso, consideran que deben de reconocer algo y entonces no tienen inconveniente en confesar ciertos errores de la Iglesia, como ocurrió con Galileo. El problema, claro, es que cuando llegó esta confesión de la mano del papa Wojtyla, Galileo llevaba más de tres siglos muerto y, no obstante, la comisión que creo el mismo papa determinó que la postura de la Iglesia había sido la correcta y que Galileo anduvo equivocado, postura que el siguiente papa Ratzinger ratificó íntegramente. Y eso en el caso de Galileo. No sabemos que habría hecho el papa Francisco que, en otro gran ejercicio de fe para los contrarios, nos dice ahora que nunca ha sido de derecha.

En nuestro país tampoco la Iglesia fue nunca de derecha durante la Segunda República y la dictadura. Es cierto. Su posición se situó en la extrema derecha y así continuó durante años hasta que la descomposición de su gran aliado, el franquismo, le hizo adoptar precipitadamente posturas más acordes con los tiempos que se avecinaban. Como decía el historiador Ricard Vynes: la Iglesia no colaboró con el franquismo, la Iglesia formó parte del franquismo. La beligerancia de la Iglesia la colocó con claridad junto a los militares golpistas y terratenientes y, como ellos, recibió la violenta contestación de la exacerbación popular desatada por el golpe. No había ninguna diferencia en la fe de los militares golpistas, los falangistas, requetés o patronos y terratenientes con los religiosos. ¿Y estos serán llamados mártires y aquellos simplemente muertos? Fueron más, muchos más aquellos que los religiosos muertos. ¿Por qué después de conspirar unidos, de combatir unidos a la República, ese interés en diferenciar sus muertos de otros?

Como les decía, no he podido investigar esos religiosos beatificados en Tarragona, no es el ámbito territorial en el que desarrollo mi trabajo, pero sí he tropezado con otros casos de religiosos muertos, incluso algunos de ellos también beatos.

Constantina, por ejemplo, fue el pueblo sevillano donde más se atentó contra la vida de religiosos. De los catorce religiosos que murieron en la provincia de Sevilla (menos de los que los franquistas mataron en el País Vasco), tres fueron asesinados en aquel pueblo. El problema es cómo explicar por qué dos sacerdotes más (uno de ellos especialmente querido en el pueblo por su amistad con los pobres) y las religiosas del convento de la Doctrina Cristiana, fueron respetados sin que nadie atentara contra ellos. ¿Es que la fe de los tres primeros era distinta de los demás? No. Por supuesto que no. La «persecución» no se llevó a cabo contra la Iglesia o contra la fe, sino contra algunos miembros de la Iglesia, que es bastante diferente. En Morón de la Frontera, después del golpe, se llevó a cabo la detención de más de treinta derechistas y entre ellos tres salesianos. Un cuarto no fue molestado, al igual que los otros ocho religiosos que había en el pueblo y tampoco sufrieron agresión física alguna las monjas Jerónimas del convento de Santa María, las Concepcionistas del convento de San Juan de Dios y las monjas de la Caridad del Hospital Municipal. ¿Se estaba persiguiendo la «fe» de los tres salesianos detenidos únicamente? ¿Y el resto? ¿Eran descreídos, quizá? Las medias verdades siempre suelen terminar en grandes mentiras. Pero hay más.

Dos de los salesianos que resultaron muertos (el tercero sobrevivió) fueron declarados mártires de la fe en la masiva beatificación de 2007. Pero no murieron por su fe, ni mucho menos, incluso uno de ellos, el salesiano José Blanco Salgado, estuvo disparando contra los trabajadores desde el cuartel de la Guardia Civil (es obvio que pese a lo que diga el papa Francisco, no es muy imitable este mártir). Su muerte fue miserablemente provocada por el teniente de la Guardia Civil José Chamizo para intentar él mismo salvarse con los suyos, obligando a un grupo a salir del cuartel para poder escapar a fuego limpio por otra calle. ¿Dónde están los testimonios de la beatificación de estas personas? Me gustaría verlos, porque la información de la que disponemos (publicada y documentada) no guarda relación alguna con el martirio de estos hombres. Y estos casos en absoluto pueden negar que otros religiosos hayan sido asesinados por el mero hecho de serlo, pero evidencian la forma en que se han llevado a cabo los masivos procedimientos de beatificación. Los crímenes cometidos contra religiosos, como contra cualquier persona, fueron abominables, pero hay que saber medir el alcance y la utilización de todos ellos. Los debates tienen que ser claros, públicos y documentados, lo demás es historia sagrada, no historia.

Por cierto, todavía la Iglesia de Morón tiene pendiente una deuda, una gran deuda con los cuatrocientos cuarenta vecinos muertos y ochenta y cinco en paradero desconocido identificados que ocasionaron los sublevados. Total, algunos dirán que qué son 525 víctimas moronenses comparadas con la inmensidad del océano. Pues yo les diré lo que son: tres más que los 522 beatos del 12 de octubre, y estamos hablando solamente de un pueblo andaluz, con beatos y todo, donde la Iglesia sigue en silencio. ¿Olvido? ¿Cinismo? Será sencillamente que necesitan más de tres siglos como con Galileo. Y dicho sea de paso, ¿qué hace un ministro de justicia en un acto como ese cuando el gobierno que representa no cumple una Ley como la de Memoria Histórica? ¿No quedamos que es un acto exclusivamente «religioso» como dice la Conferencia Episcopal?

¿Para cuándo la Iglesia arrodillada ante las víctimas de la sublevación y la dictadura? Señor Rouco ¿está usted ahí?

*Investigador e historiador

http://www.publico.es/474646/beatos-y-cinicos

 

Imagen de archivo:obispos-guerra-civil1


El foro de curas de Bizkaia reclama a la Iglesia el recuerdo de curas y religiosos asesinados por los vencedores de la guerra civil…

octubre 16, 2013

Ante la beatificación de Tarragona, dicen que “servir a la verdad pasa por traer a la memoria a todos los mártires y, particularmente, a los nuevamente olvidados”

 
A. MOYA | 11/10/2013
 
Imagen de archivocuras20fascistas201936 

La Comisión permanente del foro de curas de Bizkaia ha publicado en su página web su opinión sobre la ceremonia de beatificación de 522 mártires de 1936 promovido por la Conferencia Episcopal indicando que “servir a la verdad pasa por traer a la memoria a todos los mártires y, particularmente, a los nuevamente olvidados.” Recuerdan que se ignora a otros mártires (sacerdotes y religiosos) que fueron igualmente ejecutados por los vencedores de la contienda civil y reclaman  su memoria.

“El próximo 13 de octubre, en Tarragona, 522 personas recibirán el honor de los altares como mártires durante la guerra civil española. El año 2007 ya se hizo con otras 498.  No tenemos dificultades en reconocer que fueron asesinadas por defender sus creencias religiosas y que, por eso, sean reconocidas como mártires”, comienza el escrito de los curas de Bizkaia.

Los asesinados por los vencedores, ignorados
“Pero, sí las tenemos cuando comprobamos que en el listado se ignora a otros mártires (sacerdotes y religiosos) que fueron igualmente ejecutados por los vencedores de la contienda civil. Y que lo fueron por fidelidad y servicio a la fe del pueblo de Dios.”

Lo que dijeron los obispos vascos en 2009
En este punto, mencionan una reflexión que los obispos de Bilbao, Vitoria y San Sebastián escribieron el 30 de junio de 2009 “cuando se recordó en la catedral de Vitoria a los 14 curas  ejecutados por los vencedores de la guerra y nos invitaron a “Purificar la memoria, servir a la verdad, pedir perdón”.

Un deber pendiente con 14 sacerdotes
El escrito se refería a la beatificación en Roma el día 28 de octubre de 2007, de 498 mártires (bastantes de ellos originarios de esas diócesis). Tanto en aquel momento  “así como en otras ocasiones anteriores y posteriores, se nos ha recordado que catorce sacerdotes (también de nuestras diócesis) fueron ejecutados en los años 1936 y 1937 por quienes vencieron en aquella contienda.”

“No se registró su muerte en el Boletín diocesano”
Los obispos añadían que  “no se hicieron por ellos los debidos funerales y en la mayor parte de los casos no se registró su muerte en el Boletín Oficial diocesano. Los obispos de las diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vitoria hemos escuchado la petición que se nos ha dirigido, hemos reconocido las razones y hemos considerado oportuno cumplir este deber pendiente (…).”

Traer a la memoria a los relegados al silencio
“(En aquella guerra civil) centenares de personas fueron ejecutadas, víctimas de odios y venganzas. Recordándolas a todas, la presente declaración pretende traer de modo especial a la memoria a aquellos presbíteros que, habiendo sido ejecutados por los vencedores, han sido relegados al silencio”.

Los nombres de los religiosos
Se trataba, en concreto, de estos sacerdotes:  Martín Lecuona Echabeguren, Gervasio Albizu Vidaur, José Adarraga Larburu, José Ariztimuño Olaso, José Sagarna Uriarte, Alejandro Mendicute Liceaga, José Otano Míguelez C.M.F., José Joaquín Arín Oyarzabal, Leonardo Guridi Arrázola, José Marquiegui Olazábal, José Ignacio Peñagaricano Solozabal, Celestino Onaindía Zuloaga, Jorge Iturricastillo Aranzabal y Román de San José Urtiaga Elezburu O.C.D., cuyos nombre los prelados reseñaron.

Asesinados y anónimos
Concluían los obispos en el 2009: “No contaron con una celebración pública de exequias. En el Boletín Oficial y en el registro diocesano de sacerdotes fallecidos solamente constan los nombres de los dos primeros, ejecutados antes de la salida forzosa de la Diócesis del obispo D. Mateo Múgica. Tampoco figuran como fallecidos en los libros parroquiales correspondientes”.

Servir a la verdad es traer a los mártires olvidados
Ahora, el Foro de Curas de Bizkaia rememora este documento añadiendo: “Son unas palabras que las próximas beatificaciones de Tarragona han vuelto a poner de actualidad.  Entendemos, por eso, que es necesario recordar, una vez más, que “servir a la verdad” pasa por traer a la memoria a todos los mártires y, particularmente, a los nuevamente olvidados. “

“No es de recibo tanto silencio y tanto olvido”
“Es un recordatorio que también nos lleva exigir a nuestras autoridades eclesiales que lo subsanen cuanto antes.   Si se quiere que las beatificaciones sean realmente católicas y favorezcan la reconciliación, no es de recibo tanto silencio y olvido”.

http://www.elplural.com/2013/10/11/el-foro-de-curas-de-bizkaia-reclama-a-la-iglesia-el-recuerdo-de-curas-y-religiosos-asesinados-por-los-vencedores-de-la-guerra-civil/


Cielo para los mártires y tierra para las otras víctimas.

octubre 16, 2013
Julián Casanova

mime002A la Iglesia católica española le gusta recordar lo mucho que perdió y sufrió durante la guerra civil. Como el Partido Popular no puede oficialmente rendir culto a las víctimas de los rojos y el Ejercito, afortunadamente, está ahora para otros menesteres, la Iglesia católica española continúa siendo la única institución que, ya en pleno siglo XXI, mantiene viva la memoria de los vencedores de la guerra. Repasemos la historia y volvamos después a la actualidad.

El 1 de julio de 1937 la jerarquía de la Iglesia católica española selló oficialmente el pacto de sangre con la causa del general Franco. Ese día vio la luz la “Carta de los Obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la Guerra de España”. Redactada, a petición de Franco, por el cardenal Isidro Gomá, la apoyaron con su firma todos los obispos españoles, menos Mateo Múgica y Francesc Vidal i Barraquer, que se encontraban en ese momento en Italia. Múgica, obispo de Vitoria, había sido expulsado de su diócesis unos meses antes por la Junta de Defensa de Burgos por haber “amparado con excesiva transigencia a los sacerdotes nacionalistas” y excusó su firma alegando precisamente que no estaba en su puesto. Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, que había podido escapar de la violencia anticlerical del verano de 1936, le dijo a Gomá que ese documento colectivo podría servir de pretexto “para nuevas represalias y violencias” y para “colorear las ya cometidas” y que además le molestaba, en clara alusión a Franco, “aceptar sugerencias de personas extrañas a la Jerarquía en asuntos de su incumbencia”.

Nada nuevo, desde el punto de vista doctrinal, había en esa “Carta” que no hubiera sido ya dicho por obispos, sacerdotes y religiosos en los doce meses que habían pasado desde la sublevación militar. Pero la resonancia internacional fue tan grande, editada inmediatamente en francés, italiano e inglés, que muchos aceptaron para siempre la versión maniquea y manipuladora que la Iglesia transmitió de la guerra, del “plebiscito armado”: que el “Movimiento Nacional” encarnaba las virtudes de la mejor tradición cristina y el Gobierno republicano todos los vicios inherentes al comunismo ruso.

Además de insistir en el bulo de que el “alzamiento militar” había frenado una revolución comunista planeada a fecha fija y de ofrecer la típica apología del orden, tranquilidad y justicia que reinaban en el territorio “nacional”, los obispos incorporaban un asunto de capital importancia, que todavía hoy es la posición oficial de la jerarquía: la Iglesia fue “víctima inocente, pacífica, indefensa” de esa guerra y “antes de perecer totalmente en manos del comunismo”, apoyó la causa que garantizaba “los principios fundamentales de la sociedad”. La Iglesia era “bienhechora del pueblo” y no “agresora”. Los agresores eran los otros, los que habían provocado esa revolución “comunista”, “antiespañola” y “anticristiana”.

La “Carta colectiva” consiguió la adhesión de los episcopados de treinta y dos países  y de unos novecientos obispos. El respaldo sin contemplaciones al bando rebelde sirvió de argumento definitivo para los católicos y gentes de orden del mundo entero. Fundamentalmente porque iba acompañado de un descarado silencio acerca de la violencia exterminadora que los militares habían puesto en marcha desde el primer momento de la sublevación. La “Carta” demonizaba al enemigo, al que sólo movía la voluntad de persecución religiosa, y codificaba definitivamente el apadrinamiento de la guerra como cruzada santa y justa contra la disgregación patriótico-religiosa emprendida por la República.

Franco y la Iglesia católica salieron notablemente reforzados. La conversión de la guerra en un conflicto puramente religioso, en el que quedaban al margen los aspectos políticos y sociales, justificó la violencia ya consumada y legitimó a Franco para seguir matando. El entonces director de Propaganda del bando franquista, Javier Conde, le transmitió al jesuita Constantino Bayle, hombre de confianza de Gomá, lo satisfechos que estaban en los círculos políticos y militares con aquel milagroso documento: “Diga Ud. Al Señor Cardenal que se lo digo yo, práctico en estos menesteres: que más ha logrado él con la “Carta colectiva” que los demás con todos nuestros afanes”.

El ritual y la mitología montados en torno a esos mártires le dio a la Iglesia todavía más poder y presencia entre quienes iban a ser los vencedores de la guerra, anuló cualquier atisbo de sensibilidad hacia los vencidos y atizó las pasiones vengativas del clero, que no cesaron durante largos años.

El decreto de la Jefatura de Estado del 16 de noviembre de 1938 proclamaba “día de luto” nacional el 20 de noviembre de cada año, en memoria del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera ese día de noviembre de 1936, y establecía, “previo acuerdo con las autoridades eclesiásticas”, que “en los muros de cada parroquia figurara una inscripción que contenga los nombre de sus Caídos, ya en la presente Cruzada, ya víctimas de la revolución marxista”.

Tal fue el origen de la colocación en las iglesias de placas conmemorativa de los “caídos”. Y aunque no aparecía así en el decreto, todas esas inscripciones acabaron encabezadas con el nombre de José Antonio, sagrada fusión de los muertos por causa política y religiosa, “mártires de la Cruzada” todos ellos. Los otros muertos, los miles y miles de rojos e infieles asesinados, no existían, porque no se les registraba o se falseaba la causa de la muerte, asunto en el que los obispos y curas tuvieron una responsabilidad destacadísima.

Acabada la guerra, los vencedores ajustaron cuentas con los vencidos, recordándoles durante décadas los efectos devastadores de la matanza del clero y de la destrucción de lo sagrado, mientras se pasaba un tupido velo por la “limpieza” que en nombre de ese mismo Dios habían emprendido y seguían llevando a cabo gentes piadosas y de bien.

Obispos y sacerdotes celebraron durante mucho tiempo actos religiosos y ceremonias fúnebres en memoria de los mártires. Bajo aquellos “días luminosos” de la paz de Franco, sus restos fueron exhumados y trasladados en cortejos que recorrían con gran solemnidad numerosos pueblos y ciudades, desde los cementerios y lugares de martirio a las capillas e iglesias elegidas para el descanso eterno de sus restos.

La Iglesia católica española quiso, no obstante, perpetuar la memoria de sus mártires con algo más que ceremonias fúnebres y monumentos y reclamó, apoyada por los dirigentes franquistas, su beatificación, un camino que tardó casi cuatro décadas en recorrerse y que, paradójicamente, empezó a encontrar frutos varios años después de muerto Franco, con la democracia ya implantada en la sociedad española. Pío XII se había opuesto a una beatificación indiscriminada y masiva de miles de “caídos por Dios y por España” y una actitud similar adoptaron sus sucesores Juan XXIII y Pablo VI, quien ordenó incluso la paralización de los procesos canónicos que desde el final de la guerra estaban llegando al Vaticano.

Las cosas cambiaron con Juan Pablo II. En marzo de 1982 comunicó a los obispos españoles que iba a impulsar la beatificación de los mártires de la persecución religiosa en España. El 29 de marzo de 1987 beatificó a tres monjas carmelitas de Guadalajara, asesinadas el 24 de julio de 1936. Fueron las primeras beatificaciones de mártires de la cruzada. A partir de ese momento, se aceleró la conclusión de procesos anteriormente paralizados y se abrieron otros muchos.

A la jerarquía eclesiástica española, sin embargo, los mil beatificados desde entonces le parecen pocos y reclaman que sean elevados a los altares muchísimos más: los cerca de siete mil eclesiásticos “martirizados” y unos tres mil seglares de ambos sexos, militantes de Acción Católica y de otras asociaciones confesionales, a quienes se quiere aplicar la misma categoría. La Iglesia católica española tendrá este domingo, 13 de octubre de 2013,  522  nuevos “mártires de la fe”, en una ceremonia de beatificación masiva que la Conferencia Episcopal ha preparado con todo detalle.

Nada ni nadie le impide a la Iglesia católica recordar y honrar a sus mártires. Pero con esas ceremonias de beatificación, la Iglesia católica sigue humillando a los familiares de los decenas de miles de asesinados por los franquistas, quienes todavía no han encontrado la reparación moral ni el reconocimiento jurídico y político después de tantos años de vergonzosa marginación. A la jerarquía de la Iglesia católica no le gustó la Ley de Memoria Histórica ni tampoco quiso que un parlamento democrático aprobara un reconocimiento público y solemne a las víctimas del franquismo. Prefiere su memoria, la de sus mártires, la que sigue reservando el honor para unos y el silencio y la humillación para otros. Como hizo siempre la dictadura de Franco.

http://www.juliancasanova.es/cielo-para-los-martires-y-tierra-para-las-otras-victimas/


El ‘cura verdugo’ del penal de Ocaña

marzo 24, 2013

Entre 1939 y 1959, 1.300 presos políticos fueron asesinados en Ocaña. El capellán de la prisión era el encargado de dar el tiro de gracia.

ALEJANDRO TORRÚS Madrid 24/03/2013

Grupo de presos dentro de la carcel de Ocaña

Grupo de presos dentro de la carcel de OcañaCEDIDA POR AFECO

«La luna lo veía y se tapaba / por no fijar su mirada / en el libro, en la cruz / y en la Star ya descargada. / Más negro que la noche / menos negro que su alma / cura verdugo de Ocaña».

Estos versos anónimo escritos por presos republicanos de la cárcel de Ocaña en 1941 bajo la supervisión de Miguel Hernández, según relató el militante comunista Miguel Nuñez en sus memorias, es el único documento escrito que da fe de los crímenes cometidos por “el cura verdugo de Ocaña”, tal y como los reos le bautizaron. Se trataba del capellán del penal de esta localidad toledana, también conocido entre los familiares de los reclusos como el “cura asesino”. Un religioso entre cuyas funciones se encontraba dar el tiro de gracia a los republicanos condenados a muerte.

“Todos sabíamos que era el cura. Participaba en las palizas y después gustaba de coger su pistola y dar el último disparo. Pero poco sabíamos de él. No se dejaba ver por el pueblo y un buen día desapareció de la prisión. Ni siquiera recuerdo su nombre”, cuenta a Público Teófilo Fernández, de 75 años. Su abuelo, de quien heredó el nombre, fue fusilado el 8 de julio de 1939 por “el gran delito de pertenecer a Juventudes Comunistas”.

En la memoria de este hombre, sin embargo, sí ha quedado marcada una imagen: la de decenas de presos caminando desde el penal hasta el cementerio en mitad de la noche. En una larga y profusa fila. Presos cabizbajos seguidos de una camioneta militar. Los registros dan fe de que una noche llegaron a ser 57 los fusilados. “A veces, cuando eran pocos, iban todos en la camioneta”, recuerda. Después llegaba el silencio más absoluto y, por último, el ruido de una ametralladora que los verdugos apoyaban sobre un montón de piedras.

Los registros recogen hasta 57 fusilamientos en una nocheTambién recuerda Teófilo las mañanas en las que acompañaba a su madre al cementerio para poner flores a la fosa común donde descansan los restos de su padre. Las tres fosas del pequeño cementerio permanecieron abiertas hasta 1945 y él, siendo un niño de 5 años, podía ver los cuerpos de los fusilados comidos por la cal. Entre ellos, el de su progenitor

Otros días, llegar hasta la fosa se hacía imposible. “Muchas veces tuvimos que salir corriendo y escondernos en cualquier lugar cuando íbamos al cementerio. Las familias de derechas nos señalaban, nos insultaban y temíamos que nos mataran”, señala este hombre. El miedo no es de extrañar. Además de su abuelo, murieron otros tres familiares fusilados en el penal.

1.300 fusilados

Sólo en Ocaña, un pueblo de apenas 11.000 habitantes de la provincia de Toledo, se registraron entre 1939 y 1959, fecha del último fusilamiento, 1.300 víctimas de la represión franquista. En su pequeño cementerio se concentran tres fosas comunes. La mayoría murieron fusilados, pero un gran número de ellos lo hicieron enfermos dentro de la prisión. La Asociación de Familiares de Ejecutados en la Cárcel de Ocaña, tras examinar los registros del penal, señala que en invierno la lista de fallecidos aumentaba considerablemente debido a las penosas condiciones de vida a las que estaban sometidos los presos. En muchos casos los verdugos ni siquiera necesitaban balas para cometer sus crímenes.

“Hemos encontrado varias partidas de defunción de bebés, que morían en la cárcel. Era habitual que las presas tuvieran allí a sus hijos. De hecho, conozco un caso escalofriante”, narra Carmen Díaz, vicepresidenta de la asociación. “Una presa fue condenada a muerte pero tenía un bebé en edad de lactancia. Las monjas permitieron que la presa continuara con vida hasta que el bebé cumplió dos años. Entonces, se lo quitaron de los brazos y la fusilaron. El bebe fue abandonado entre los matojos, aunque me consta que logró sobrevivir”, cuenta esta mujer, cuya historia familiar no es menos  trágica.

“En el penal de Ocaña conocí lo más duro para un condenado a muerte: la soledad», detalla Marcos Ana

Su abuelo murió en la prisión tras ser juzgado tres veces:una para condenarle a muerte, otra para conmutarle la pena por 30 años de prisión y, finalmente, una última ocasión, en la propia cárcel, para condenarlo de nuevo a muerte. La sentencia fue ejecutada inmediatamente sin avisar a los familiares. “Sospechamos que el último juicio fue un fraude ya que no aparece en ningún registro. Simplemente, querían verlo muerto”, cuenta a Público Carmen.

Marcos Ana y Hernández

La cárcel de Ocaña ha pasado a la historia como uno de los símbolos de la represión franquista. Tanto por el alto número de fusilados como por el nombre de los presos que albergó. Entre sus barrotes estuvieron Miguel Hernández y el poeta Marcos Ana en el año 1940-41, el primero, y a partir de 1944, el segundo. A pesar de la breve estancia de Hernández en la prisión, su figura se ha transmitido en la historia oral de los familiares de las víctimas.

“Siempre se ha contado que Miguel Hernández enseñaba a leer y a escribir a los presos republicanos y que, a escondidas de los guardias, organizaba clases de poesía. El poema de El cura verdugo surgió de esas clases”, asegura Julián Ramos, cuyo abuelo fue fusilado en el cementerio de Ocaña por ser el alcalde socialista de San Bartolomé de las Abiertas (Toledo).

La versión de Julián del poema fue corroborada por el militante comunista Miguel Nuñez, fallecido en 2008, quien estuvo preso en el mismo municipio en aquellos años y relató este episodio en sus memorias. No obstante, este diario no ha podido corroborar la autoría del poema tras consultar biógrafos y expertos de la vida y obra de Hernández.

Marcos Ana, el reo político que pasó más tiempo en las cárceles franquistas (23 años), describió para el documental ‘Memoria Viva’ las condiciones de vida del penal de Ocaña, donde estuvo preso hasta 1946.

“En el penal de Ocaña conocí lo más duro para un condenado a muerte: la soledad. Me llevaron a una pequeña celda, de unos dos metros de largo y tan estrecha que con los brazos en cruz tocaba las paredes. Una puerta de hierro, un retrete en un rincón, un colchón de esparto y un pequeño y alto tragaluz enrejado iban a formar mi nuevo universo. Nos dejaban salir al patio dos veces al día, una hora por la mañana y otra por la tarde”, detalla el poeta, que añade que el momento más triste del día era el atardecer, cuando se despedían unos de otros “sin saber si aquél sería el último abrazo”.

Poema íntegro

Muy de mañana, aún de noche,
Antes de tocar diana,
Como presagio funesto
Cruzó el patio la sotana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Llegó al pabellón de celdas,Allí oímos sus pisadas
Y los cerrojos lanzaron
Agudos gritos de alarma.
“¡Valor, hijos míos,
que así Dios lo manda!”
Cobarde y cínico al tiempo
Tras los civiles se guarda,
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Los civiles temblorososLes ataron por la espalda
Para no ver aquellos ojos
Que mordían, que abrasaban.
Camino de Yepes van,
Gigantes de un pueblo heroico,
Camino de Yepes van.
Su vida ofrendan a España,
Una canción en los labios
Con la que besan la Patria.
El cura marcha detrás,
Ensuciando la mañana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Diecisiete disparosTaladraron la mañana
Y fueron en nuestros pechos
Otras tantas puñaladas.
Los pájaros lugareños
Que sus plumas alisaban,
Se escondieron en los nidos
Suspendiendo su alborada.
La Luna lo veía y se tapaba
Por no fijar su mirada
En el libro, en la cruz
Y en la “star” ya descargada.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

http://www.publico.es/452554/el-cura-verdugo-del-penal-de-ocana


Listados del Auxilio Social…

enero 20, 2012

Listado de documentos de altas y bajas del Auxilio Social el cual podéis seguir en el enlace adjunto proporcionado por Memoria Pública del diario Público.es:

http://www.publico.es/especial/memoria-publica/documentos/19/auxilio-social


Asociación de Memoria Histórica critica al Gobierno…

diciembre 4, 2011

[youtube=http://youtu.be/Tz6NYR32OMg]

Vídeo: Asociación para Recuperación de Memoria Histórica Europa Press

 Deja «enterrado» el informe del Valle de los Caídos

MADRID, 30 Nov. (EUROPA PRESS) –

   La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha criticado las palabras del ministro de la Presidencia en funciones, Ramón Jáuregui, en las que reclamaba al líder del PP, Mariano Rajoy, que «no entierre en el cajón» el informe de la comisión sobre el futuro del Valle de los Caídos ya que precisamente ha sido su Gobierno quien ha dejado el asunto enterrado en un cajón.

   En una entrevista a RNE recogida por Europa Press, el presidente de la asociación, Emilio Silva, ha valorado que este informe sobre el futuro del Valle de los Caídos «se podría haber hecho hace tiempo». «El informe llega cuando este Gobierno habla de que otro Gobierno no lo entierre en un cajón y éste lo está dejando enterrado en un cajón», ha recalcado.

   Por ello, Silva ha señalado que estas conclusiones se podrían haber desarrollado hace cuatro años cuando se aprobó la Ley de la Memoria Histórica o hace siete de la creación de la Comisión para el estudio de las víctimas. «Ésto se podía haber hecho antes», ha reiterado.

«DEBERÍA OCURRIR CON NORMALIDAD»

   Silva ha reclamado que se paguen las deudas con las familias de las 130.000 personas que están todavía en fosas comunes y murieron asesinadas por la represión. «Es una cosa que debería ocurrir con total normalidad, lo gestione la izquierda o la derecha», ha manifestado.

   Al hilo de esto, ha valorado que nuestra democracia «todavía no ha sido capaz de poner orden en nuestro pasado. «Por ejemplo es el caso de Garzón, un ejemplo de la incapacidad que tiene todavía la sociedad española para ordenar el pasado reciente», ha puntualizado.

   En este sentido, el presidente de la asociación ha criticado que la persona más cercana al PP en la comisión, Miguel Herrero de Miñón, haya pedido que no se realice el traslado de los restos de Franco con argumentos «un tanto vetustos». «Los españoles estamos divididos por un montón de cosas, es un falso argumento cuando alguien no quiere defender esa situación», ha insistido.

   «Si se lo tenemos que solicitar al Gobierno como le solicitamos al Gobierno de José María Aznar que abriera las fosas comunes o se lo hemos solicitado a Zapatero se lo solicitaremos al siguiente», ha subrayado.

   Por otra parte, ha reconocido no entender que la Iglesia tenga que dar su visto bueno, debido a que los restos están ubicados en el interior de la Basílica. Silva ha recordado que se trata de un monumento propiedad del Estado que depende de Patrimonio Nacional y se sostiene con dinero público. «No entiendo que un Estado soberano sobre un edificio que pertenece al Patrimonio Nacional no pueda tomar esa decisión», ha concluido.

Europa press vía Google Noticias


Franco impuso su catecismo atómico…

noviembre 13, 2011

Una investigación detalla la propaganda pronuclear en las escuelas durante los años del nacionalcatolicismo para facilitar la construcción de reactores

MANUEL ANSEDE MADRID 13/11/2011 12:00

Seis de julio de 1965. El obispo de Sigüenza, Laureano Castán, engalanado con mitra y báculo, levanta su hisopo y rocía de agua bendita la tierra de Almonacid de Zorita (Guadalajara) en la que se levantará la primera central nuclear española, José Cabrera. A su lado, con gesto solemne, un sacerdote con gafas de sol estilo Porrina de Badajoz y el ministro de Industria del Generalísimo, Gregorio López Bravo, que coloca la primera piedra del reactor.

La imagen, hoy impensable, podría haber ilustrado ajustadamente cualquiera de los manuales escolares de la época: «El Creador ha puesto en las manos del hombre un caudal inagotable de energía que este va utilizando en su provecho en las formas más variadas: energía mecánica, calorífica, luminosa, eléctrica, química, atómica, etcétera», pontificaba, por ejemplo, el libro de Física y Química de cuarto de Bachillerato de la editorial Bruño, en 1962.

Los libros de texto del franquismo atribuían la energía atómica al «Creador»

«Estas expresiones religiosas y de misterio son las que se emplearon en los años del nacionalcatolicismo para difundir la energía atómica», explica el químico José María González Clouté, que acaba que terminar una vasta investigación sobre el imaginario social de la radiactividad y la energía nuclear creado a conveniencia con manuales escolares, literatura, cine, televisión y noticieros documentales durante la segunda mitad del siglo XX.

Su trabajo intenta desvelar qué personas y organismos intervinieron en la transmisión de los conocimientos nucleares, qué contenidos fueron seleccionados y quiénes lo hicieron. La investigación deja claro el adoctrinamiento al servicio de la política atómica del dictador Francisco Franco, empeñado en sacar adelante la nuclear de Zorita, esa «colosal aventura económica y científica, que en un principio pudo ser noblemente tachada de ilusoria y quijotesca», como describió en su portada ABC el día de su inauguración.

Durante los últimos cuatro años, González Clouté ha devorado 200 manuales escolares de la época, procedentes de la Biblioteca Nacional, el Centro Internacional de la Cultura Escolar y el centro de investigación MANES, de la UNED, con el que colabora. Durante el régimen de Franco, los textos sobre la energía atómica, como los demás, se sometían a una doble censura: la del Movimiento y la de la Iglesia católica. «Todos los manuales escolares necesitaban el níhil óbstat del obispo correspondiente», resume Miguel Somoza, profesor de Historia de la Educación en la UNED y director de esta tesis doctoral.

Los manuales escolares requerían el níhil óbstat del obispo de turno

Los libros que memorizaban los estudiantes reflejaban la política del régimen: exaltación de las innegables virtudes del átomo y negación de sus inconvenientes. En 1970, recuerda Somoza, decenas de litros de residuos altamente radiactivos se escaparon de las instalaciones de la Junta de Energía Nuclear en Madrid. En pocos minutos, a través de los desagües, las aguas contaminadas llegaron al río Manzanares, al Jarama y, finalmente, al Tajo. Muchas huertas quedaron regadas con estroncio-90, cesio-137 y plutonio.

«Fue un accidente absolutamente ocultado», lamenta Somoza. El reactor de Zorita ya se había inaugurado, con una inversión de 2.500 millones de pesetas. Y Garoña (Burgos) y Vandellós (Tarragona) estaban en camino. Nada podía frenar «la era atómica industrial en nuestra patria», como rezaba la placa clavada en la puerta de Zorita que descubrió Franco.

Mientras, los libros de texto recogían «informaciones sesgadas» sobre la comparación energética entre el uranio y el carbón, que tendían a «magnificar una proporción que ya es de entrada favorable al uranio, aunque no en tanta cuantía», señala González Clouté. Según el libro de Química de quinto de Bachillerato de la editorial Cabezas Serra, la energía liberada en la fisión de un solo gramo de uranio equivaldría a quemar 8.800 toneladas de carbón. Era 1958. Pero, en plena Transición, las cifras se trasmutaron. En 1978, los escolares ya estudiaban que un gramo de uranio desprende una energía equivalente a tan sólo la de tres toneladas de carbón, según el libro de Física de COU de Jaime Agulles. Los manuales franquistas multiplicaban por 3.000 la realidad.

Una fuga radiactiva al río Tajo fue ocultada por el régimen en 1970

La operación de blanqueo de la energía nuclear desplegada por el régimen bebía directamente de Atoms for Peace (Átomos para la Paz), una gigantesca campaña de propaganda iniciada por el Gobierno de EEUU en 1953 para borrar del imaginario colectivo el horror provocado por las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

«Nuestro amigo el átomo»

Ese mismo año, General Electric, ya con 14.000 empleados en su división nuclear, coprodujo un cortometraje de dibujos animados de 15 minutos, A is for Atom, que se proyectó durante años en miles de colegios, mostrando la capacidad de la ciencia para «domeñar a la bestia y convertir la fuerza del átomo en un poderoso aliado del ser humano», según ha estudiado Alfredo Menéndez Navarro, historiador de la ciencia de la Universidad de Granada. Hasta Disney, en 1957, produjo un telefilme de dibujos animados, Nuestro amigo el átomo, que marcó a una generación entera de estadounidenses.

En los institutos se soslayaban los efectos negativos de la radiactividad

En poco tiempo, la campaña Átomos para la paz llegó a España, gracias al talonario de la Comisión de Energía Atómica de EEUU. Una exposición en la Casa de Campo de Madrid recordaba en 1958 «las infinitas aplicaciones que tiene el átomo en la medicina, agricultura en industria», como el tratamiento de los tumores malignos y la propulsión de buques mercantes. Hoy, en España, hay 32.000 instalaciones de rayos X para diagnóstico médico y veterinario. Radiactivas y esenciales.

La investigación de González Clouté también revela que los efectos biológicos de la radiactividad, conocidos por los escritores, no siempre fueron mencionados en los libros del periodo 1950-1975. «Sólo empezó a hablarse de los problemas de la energía nuclear coincidiendo con la Transición», señala el químico.

«La campaña de propaganda de las eléctricas, que querían poner centrales nucleares en España, llegó incluso a instalar un minirreactor atómico en la Ciudad Universitaria de Madrid para que lo vieran los jóvenes», recuerda González Clouté. Fue en 1964 y acudieron unos 7.000 estudiantes. Sólo sus hijos, a partir de la década de 1980, pudieron forjarse una opinión en libertad sobre la energía nuclear.

Público.es

http://www.publico.es/ciencias/406599/franco/impuso/catecismo/atomico


El saludo de la Iglesia al terror…

octubre 30, 2011

Más joyas del fondo inédito del fotógrafo leonés Manuel Martín

PEIO H. RIAÑO MADRID 30/10/2011 08:00 Actualizado: 30/10/2011 11:56

Autoridades civiles, militares y eclesiásticas despidieron a la Legión Cóndor alemana el 22 de mayo de 1939 en el aeródromo leonés Virgen del Camino. manuel martín.- MANUEL MARTÍN

Aquel día todo el universo estaba contento: «Hasta el Sol se sumó al acontecimiento de despedida a los heroicos soldados de la Legión Cóndor, a los cuales debemos en León no sólo la gran parte que les corresponde en la seguridad material y bienestar que hemos disfrutado, en contraposición de las angustias de otras ciudades amenazadas por la aviación pirata’, sino por el magnífico ejemplo de su disciplina, de su férrea y formidable organización y de la bondad que hace de estos hombres verdaderos niños». El diario Proa, de la falange leonesa, remataba las galas con la que el dictador Francisco Franco dijo adiós a la escuadra de la muerte, en el aeródromo de Virgen del Camino, el 22 de mayo de 1939.

En un día tan luminoso, las tropas que partían dejaban un recuerdo imborrable en los leoneses: no podía faltar nadie. El diario de León contaba: «Un gentío inmenso» desbordaba la base. Y pasaba lista: «En el campo, los heridos y mutilados de guerra, las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, entre las que recordamos a los excelentísimos señores obispo de la diócesis doctor Ballester, gobernador civil, alcalde con todos los concejales, [] y en fin, todas las personas representativas de León». Quien no contaba era Manuel Martín, reportero anónimo y por cuenta propia, que tomó instantáneas para vender en su laboratorio.

La jerarquía católica ofreció auxilio espiritual a las tropas facciosas

El fotógrafo entre medallas, aviones, discursos y esvásticas, vio la larga fila de «todas las personas representativas de León», apretadas tras la larga bandera que cambió de color España. En el centro, entregado al saludo nazi, Carmelo Ballester Nieto, que siete días antes era ordenado obispo de León. No entró a dirigir su diócesis hasta un mes después de la foto, tal y como cuenta el polémico Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia.

«Gracias a sus dotes diplomáticas se introduce en las esferas dirigentes de la sociedad y de la Iglesia española», dice la obra de la RAH sobre Ballester. En amplia reseña, se apunta que, además de hacer «de altavoz de la conciencia católica en una sociedad abatida por la ola de propaganda sectaria» (en la República portuguesa, ojo), destacó por sus dotes políticas: «Ejerciendo de obispo fue llamado con frecuencia a los Consejos de Estado, principalmente desde su puesto de procurador de las Cortes españolas. Su presencia en las Cortes patentiza las relaciones entre la Iglesia y el Estado, vigentes en tiempo del general Franco», como escribe Antonio Orcajo.

En el centro, entregado al saludo nazi, estaba el obispo Ballester Nieto El historiador Fernando Hernández, autor de Guerra o revolución (Crítica), aclara que la Iglesia, en su concepción de la Guerra Civil como cruzada, participó en los frentes con voluntarios en los requetés tradicionalistas y ofreció auxilio espiritual a las tropas facciosas. «La Iglesia participó y legitimó moralmente con su presencia los actos ceremoniales, en los que tomaban parte tanto las unidades nacionales como sus aliados extranjeros italianos y alemanes», explica.

Y recuerda que con Pío XII la Iglesia defendió al nacional-socialismo como freno del bolchevismo. «Pacelli intervino antes de la llegada de Hitler al poder para que el partido del Zentrum alemán colaborara para facilitar el acceso del líder nazi a la cancillería. Por tanto, no habría nada chocante en la comparecencia en las mismas tribunas de miembros de la jerarquía eclesiástica con altos mandos alemanes», añade.

La Iglesia católica ofreció auxilio espiritual a las tropas facciosas Por cierto, Hernández descubre en la significativa foto de Manuel Martín, a una figura parecida a Arconovaldo Bonaccorsi, Conde Rossi, «que ensangrentó Mallorca al frente de sus Dragones de la muerte’, escuadras de falangistas locales especializados en el asesinato, la violación y el pillaje». Se refiere al personaje tocado con gorro negro fascista, perilla y bigote, que en las crónicas del día aparece identificado como «el agente de Italia señor Gabioli, con uniforme fascista». Ese día el sol salió para todos.

http://www.publico.es/culturas/404134/saludo/iglesia/terror


Víctimas del franquismo piden a la Iglesia que condene el golpe de 1936…

agosto 28, 2011

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica solicita un gesto simbólico de condena de la dictadura franquista en el marco de la visita papal

PATRICIA CAMPELO Madrid 15/08/201

Dibujo de Kalvellido basado en una fotografía de curas afines al franquismo.

Dibujo de Kalvellido basado en una fotografía de curas afines al franquismo.

El 23 de agosto de 1940, el dictador Francisco Franco decretó que el recién fallecido arzobispo de Toledo, Isidro Gomá y Tomás, fuera enterrado con los honores fúnebres que las ordenanzas militares tenían previsto para los capitanes generales muertos «con mando en plaza». Así, la memoria del religioso quedaba honrada por los «relevantes servicios que prestó a la patria, especialmente durante la reciente Cruzada», según el texto del Boletín Oficial del Estado de 24 de agosto de 1940.

Con motivo de la visita de Benedicto XVI a Madrid durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha remitido una carta a todos los obispos y arzobispos españoles pidiéndoles un «gesto simbólico» de condena a la dictadura franquista en el marco de los actos previstos.

Dada la cercana relación de la institución religiosa con los militares sublevados contra el gobierno de la República el 18 de julio de 1936, la asociación de víctimas considera la vista papal una «buena oportunidad» para que la jerarquía eclesiástica española  «asuma con madurez y responsabilidad las consecuencias de su apoyo a la dictadura y su colaboración en la constitución de un régimen que causó enormes daños a miles de ciudadanos».

«La iglesia trabajó con los golpistas en la guerra; ayudó localmente a planificar la represión»

Así, piden una condena del uso de la fuerza «de quienes no aceptaron los resultados de unas elecciones democráticas» y la asunción pública de los errores por parte de la institución que fuera uno de los «pilares fundamentales» del franquismo.

«La Iglesia católica fue uno de los grandes pilares del régimen y muchos de sus miembros miraron para otro lado cuando, en la retaguardia, los pistoleros de falange asesinaban a decenas de miles de civiles», apunta la asociación que preside Emilio Silva, nieto del comerciante asesinado en octubre de 1936 y cuyos restos fueron identificados por primera vez en España con ADN.

Como prueba de los lazos que unían al Vaticano con los militares franquistas, la ARMH recuerda la portada de ABC del 20 de junio de 1939, donde se ve al papa Pío XII con el entonces ministro de Gobernación García Súñer y varios legionarios de visita en Roma para rendir homenaje al pontífice.

«La Iglesia trabajó con los golpistas en la guerra, ayudó localmente a planificar la represión, hizo propaganda para construir el mito del dictador como primer vencedor del comunismo, convirtió a la mujer en una especie inferior y maleducó a millones de ciudadanos», señala el colectivo que lleva más de diez años en la búsqueda e identificación de desaparecidos en fosas comunes.

Debate abierto

La ARMH reclama que la Iglesia actúe «honestamente» con el presente

Sobre la discusión acerca de la relación con el pasado de la dictadura y sus consecuencias, Emilio Silva recuerda que, aunque la institución ha reclamado su papel en el proceso de reconciliación, es hora, —cuando se acaba de cumplir el 75 aniversario del golpe —de «actuar honestamente» con el presente.

«La Iglesia ha dicho que ese pasado hay que dejarlo quieto pero a la vez ha beatificado a cientos de mártires de la Guerra Civil, estando en su pleno derecho de hacerlo», recuerda Silva.

Por ello, en la misiva enviada a la jerarquía de la Iglesia, insisten en que la visita de Ratzinger es una «oportunidad inmejorable» para rechazar el «colaboracionismo franquista, condenarlo y reparar, en la medida de lo posible, el terrible daño que la dictadura causó a millones de personas».

Para Silva, realizar este gesto delante de miles de jóvenes supondría «sembrar una semilla para que errores tan duros no se vuelvan a cometer».

La postura oficial de la Iglesia en la Guerra Civil

Ante los duros acontecimientos que se estaban desencadenando en España tras el golpe militar del 18 de julio de 1936 y cuando se cumplía el primer año de la contienda, la jerarquía católica, a petición de Franco, según sostienen historiadores como Julián Casanova, firmó una carta fechada el 1 de julio de 1937 para definir su postura en la Guerra Civil, los motivos de su adhesión a los militares sublevados contra el gobierno de la República y su visión de la contienda.

Aunque «cruzada de liberación» fue uno de los términos con los que la Iglesia delimitó su posición en la guerra frente al resto del mundo, en el texto de la misiva  —que soslaya las sacas, paseos y ejecuciones extrajudiciales de civiles— se refieren al golpe de estado como «alzamiento cívico- militar», que provocó una guerra en la que Iglesia «no podía ser indiferente en la lucha».

Las autoridades eclesiásticas que firman el escrito reconocen la implicación armada de muchos religiosos que «obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia».

Memoria Pública (Público.es)


Los obispos de Franco bajo palio, ahora atacan a ZP y guardan “injustificable silencio” sobre el asesinato de curas vascos…

abril 5, 2011

¿Y que dirá Martínez Camino que hace dos años se lavó las manos?

¿Y ahora qué dirá usted, monseñor Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal? Hace un par de años, en el transcurso de otra multitudinaria selección de mártires de la Cruzada de Liberación Nacional -a punto entonces de ser beatificados cerca de 500 asesinados más-, lo que por otra parte ha venido haciendo de forma incansable la cúpula de la Iglesia católica, desde los tiempos de Juan Pablo II hasta estos años de Benedicto VI, le preguntaron a Martínez Camino, en rueda de prensa, por los otros mártires, los clérigos y religiosos curas vascos, fusilados por los facciosos -militares, carlistas, falangistas y otras gentes cavernarias-, sublevados contra la II República.

Martínez Camino, obispo reaccionario en estado puro, es uno de los capellanes de confianza del cardenal Rouco Varela, el hombre fuerte de la Iglesia española; el protector durante años de Federico Jiménez Losantos y de otros profesionales propicios al catastrofismo, al insulto y a la crispación permanente. Rouco Varela los amparaba en la COPE. Aquel día, poco antes de la nueva oleada de beatificaciones, Martínez Camino se salió por la tangente. Utilizó una vez más la restricción mental y escapó del mal trago. Interrogado acerca de los curas vascos, asesinados por los franquistas, afirmó que desconocía si era cierta o no semejante historia y se lavó las manos.

Valentía evangélica
Los obispos vascos –eso sí, setenta años después de los hechos- han tenido el coraje civil y la valentía evangélica de pedir perdón a causa del “injustificable silencio de la Iglesia” respecto a los catorce sacerdotes de Euskadi, matados en nombre de Dios y de España. ¿Qué Dios y qué España, monseñor Martínez Camino? ¿Por qué los clérigos católicos que -sin renunciar a su fe- se mantuvieron fieles al Gobierno republicano y al Gobierno vasco fueron abatidos por un pelotón de fusilamiento? Y no sólo fueron asesinados. Su memoria fue proscrita por la Dictadura y por la jerarquía eclesiástica. Nunca habían nacido, no se registró su muerte y no se celebraron funerales por ellos. Imposible imaginar que ellos también hubieran podido subir a los altares.

El embajador norteamericano
¿Cómo alegó ignorancia, en 2007, Martínez Camino y la inmensa mayoría de los prelados españoles? Una ignorancia culpable porque esas muertes y las de algunos sacerdotes de distintas regiones, o naciones, o comunidades de España, las sabía todo el mundo. La lista de los curas vascos asesinados la publicó nada menos que el embajador de Estados Unidos en España, Claude G. Bowers. Enumeró a los asesinados y dio nombres y apellidos a los curas antifranquistas. Buceó en el País Vasco y se enteró de que la barbarie de Gernika y la de Santoña se cobró la vida de otros curas y algunas monjas. Bowers –que era periodista- fue el embajador en España entre 1933 hasta 1939. Su libro, Misión en España, censurado por el Régimen franquista a lo largo de muchos años, es una joya admirable. Bowers era un demócrata, amigo del presidente Roosevelt. Franco y sus aliados –Hitler, Mussolini y Oliveira Salazar- eran antidemócratas. O sea, eran totalitarios y odiaban la libertad. El Gobierno vasco del PNV estaba integrado básicamente por católicos. Franco aparecía de cuando en cuando bajo palio. Pero persiguió y ejecutó a aquellos católicos que eran demócratas. Como los del PNV, por ejemplo.

El brazo a la romana
La Iglesia católica española no ha pedido aún perdón por haber borrado del mapa a los sacerdotes aludidos. Lo han hecho los obispos vascos. El mutismo ante tamañas salvajadas continúa envolviendo al Vaticano. Y por supuesto tiene atrapados a los monseñores españoles. Su portavoz, Martínez Camino, debería explicar de una vez las razones de unas situación tan vergonzosa, consentida desde hace 70 años – de modo hipócrita y fariseo- por unos prelados que levantaban el brazo a la romana, eran cómplices de la Dictadura y sostenían que Franco era Caudillo de España ¡por la gracia de Dios! Pero los obispos actuales siguen callados y tampoco han pedido perdón por el infausto papel de la Iglesia con Franco en el poder y no desaprovechan la ocasión para torpedear al Gobierno socialista y a su presidente, Rodríguez Zapatero.

Enric Sopena es director de El Plural

http://www.elplural.com/politica/detail.php?id=35940

 


España masacrada…

marzo 27, 2011

 

Detención de un oficial sublevado en Guadalajara (Fotografía de Albero y Segovia, Ministerio de Cultura (AGA)).

 

La mayoría de los crímenes en la zona republicana se concentraron entre julio y diciembre de 1936, hasta que el Estado recuperó cierto control sobre la justicia y la represión. En la imagen, dos asesinados en una calle de Barcelona (Fotografía: Agustí Centelles, Ministerio de Cultura (CDMH).-

TEREIXA CONSTENLA 27/03/2011

 

Los horrores de la guerra civil siguen saliendo a la luz. Lejos del frente hubo casi tantos muertos como en las batallas. Una represión salvaje contra inocentes que Paul Preston denuncia ahora en ‘el holocausto español’.

El capitán Manuel Díaz Criado no admitía peticiones de clemencia. Admitía, eso sí, la visita de mujeres jóvenes. En la aterrorizada Sevilla de agosto de 1936, tomada ya por tropas sublevadas contra el Gobierno republicano, Díaz Criado disfrutaba a sus anchas día y, sobre todo, noche. «Después de la orgía, y con un sadismo inconcebible, marcaba a voleo con la fatídica fórmula ‘X2’ los expedientes de los que, con este simplicísimo procedimiento, quedaban condenados a la inmediata ejecución», relató un antiguo gobernador civil. Quienes pululaban a su alrededor le consideraban «un degenerado» que rentabilizó su misión represora para «saciar su sed de sangre, enriquecerse y satisfacer su apetito sexual».

    Paul Preston

    Paul Preston


    Preston:

    «Un holocausto es la masacre de un pueblo. El dolor del español justifica el título»

    Milicianos llevan en un camión a un grupo de condenados a muerte en Mérida en agosto de 1936 (Fotografía de Iberfoto).
  • «Por cada muerte en zona republicana se registraron tres en la rebelde».
  • «Falangistas y militares usaron la violencia sexual alentados por sus mandos».
  • «La crueldad hermanó a individuos enfrentados, pero no igualó acontecimientos».
  • Carrillo estuvo implicado en la autorización de Paracuellos, según Preston.
  • En las zonas ocupadas por los rebeldes se creaban campos de concentración para alojar prisioneros. Hubo campos de internamiento, clasificación, reeducación y explotación laboral. Fotografía del campo francés de Bram (Fotografía de Agustí Centelles)

    Ese mismo agosto, Pascual Fresquet Llopis, matón de la anarquista FAI, se afanaba en ser digno merecedor del nombre de su patrulla: la Brigada de la Mort. Desde Caspe (Zaragoza) comandaba operaciones de limpieza ideológica en el Bajo Aragón, Teruel y Tarragona, rastreando derechistas a los que ejecutar. La brigada se desplazaba en un autobús de 35 plazas, conocido como el cotxe de la calavera, el mismo símbolo que lucían sus ocupantes en las gorras. Donde los inocentes veían matanzas, Fresquet veía actos de «justicia» revolucionaria. Cuando la CNT decidió frenar sus crímenes, en octubre de 1936, habían asesinado a 300 personas.

    Díaz Criado y Fresquet son algunos de los numerosos depravados con poder que entre 1936 y 1939 contribuyeron a que ocurriese algo salvaje: las víctimas causadas lejos del frente (200.000) casi se equipararon con las bajas del campo de batalla (300.000). La crueldad hermanó a individuos enfrentados, pero no igualó los acontecimientos. Ni por alcance, ni por duración, ni por origen. El alcance: por cada muerto en zona republicana (casi 50.000) se registraron tres en la franquista (entre 130.000 y 150.000). La duración: los crímenes rojos se concentraron en los primeros cinco meses de la guerra, hasta que el Gobierno se rehizo y recobró las riendas, mientras que el terror franquista siguió hasta el final y se adentró en la posguerra. El origen: el exterminio del enemigo -o del sospechoso de serlo formaba parte del plan de los golpistas para doblegar a la población y arrancar la raíz del mal; por el contrario, las autoridades republicanas combatieron a los colectivos extremistas que ajusticiaban por su cuenta aprovechando el colapso del Estado ocurrido tras el 18 de julio. Huelga añadir que unos habían dado un golpe de Estado y otros defendían un Gobierno democrático.

    Al espanto de la retaguardia durante la Guerra Civil viaja el hispanista Paul Preston(Liverpool, 1946) en su nuevo libro, El holocausto español (Debate), donde se recogen las fechorías del capitán Díaz Criado y el matón Fresquet. Y, aun sin conocerlo, el ensayo de Preston también habla de la vida de Valentín Trenado Gómez (Puebla de Alcocer, Badajoz, 1917), que pagó su paso por la milicia republicana con 12 años de encierro en campos de concentración y cárceles. En 1936, el joven Valentín tenía más deseos de divertirse que de hacer la revolución. Hay acontecimientos que, sin embargo, no preguntan. Así que, tras el golpe, recibió un fusil y la orden de dirigirse al frente. «No había cogido un fusil en mi vida», revive ahora en su piso de Sevilla. Pasó la guerra en Extremadura, le hicieron sargento y, cuando recibió la orden de rendirse, caminó igual de obediente hasta Ciudad Real, donde entregó un fusil que para entonces era un viejo conocido. Tras un consejo de guerra, en Sevilla le destinaron a la construcción de un gigantesco canal para regar latifundios de amigos de la causa franquista. Pasaba hambre y miedo, dormía en barracones. En Tetuán le hicieron picar piedra para una carretera. «No había más paga que la comida: lentejas, patatas y calabaza», recuerda Valentín Trenado, consciente de una etiqueta que incomodaría a otros: es ya uno de los pocos supervivientes de la guerra, «el último rojo», le dice su médico.

    Presos en el de Miranda de Ebro, Burgos (Fotografía perteneciente al libro 'Historia del campo de concentración de Miranda de Ebro')

    La biografía de Valentín demuestra que, para los vencidos, no hubo paz, ni piedad, ni perdón. El ensayo de Preston delata la fragilidad de la capa civilizada que recubre a una sociedad. Incomodará, empezando por su título («Un holocausto es la masacre de un pueblo. Y yo diría que el sufrimiento y el dolor del pueblo español justifican ese título», defiende) y siguiendo por su contenido: los teóricos y los ejecutores del exterminio de las izquierdas, los robespierres revolucionarios, los alimentadores de checas (centros de detención y tortura en zona republicana) y los pequeños héroes tienen nombre y apellidos. Una gran síntesis histórica sobre el drama de la retaguardia que, poco a poco, se va desvelando sin miradas parciales. La dictadura aireó los excesos republicanos y silenció los suyos. Tras la muerte de Franco, en 1975, los historiadores comenzaron a buscar otras piezas del puzle para recomponer los hechos. Con dificultades: faltan documentos y abundan fosas cerradas. Pero el puzle, empujado por investigadores y asociaciones de memoria histórica, progresa. Lo que aflora, estremece. «Dejando de lado la guerra civil rusa y las dos guerras mundiales, en términos relativos, la española fue una sangría sin paralelo en Europa», subraya el historiador Ángel Viñas.

    Lo averiguado hoy nada tiene que ver con la verdad oficial asentada cuando Preston era un estudiante que sobornaba a bedeles de la hemeroteca en Madrid para leer diarios de la Segunda República para su tesis. El fantasma de la represión le rondó en sus investigaciones sobre el siglo XX español hasta que en 1998, el año en que publicó Las tres Españas del 36, comenzó a recopilar material y tejió una red de contactos con los historiadores que le han mantenido al día de cada avance. Desde 2003, el libro se ha comido toda la energía del profesor de la London School of Economics. También sus emociones. En su casa de Londres, mientras toma café en una taza donde se puede leer «No pasarán», en honor de las Brigadas Internacionales, el hispanista confiesa que lloró a menudo. «La inmensa mayoría de los que murieron, donde fuera, no tenían que haber muerto. No me había dado cuenta hasta este libro de la represión en zonas donde no hubo resistencia. Hay una crueldad tan gratuita que el coste emocional ha sido altísimo». «Mi esperanza», añade, «es que se pueda leer como una contribución a la reconciliación, lo que no quiere decir olvido, sino comprensión».

    Coche de Los Guerrilleros de la Noche, de la CNT (Fotografía: Agustí Centelles)

    Preston cree que un historiador suma varias actitudes. Una es la detectivesca, otra, la de empatizar con los demás. Sabiendo esto es fácil entender por qué su esposa, Gabrielle, le encontraba llorando con frecuencia al volver del trabajo. ¿Qué otra cosa puede hacer alguien cuando se pone en la piel del doctor Temprano o de Amparo Barayón para reconstruir el derrumbe de sus vidas?

    Tras la ocupación de Mérida por los rebeldes, se dejó en manos de Manuel Gómez Cantos, un brutal guardia civil, la supervisión de la limpieza. Preston narra su retorcida triquiñuela: «A diario, durante un mes entero, Gómez Cantos recorrió el centro de la ciudad en compañía del doctor Temprano, un republicano liberal, para tomar nota de quienes lo saludaban. De esta manera identificó a sus amigos y pudo detenerlos, tras lo cual él mismo mató al doctor».

    Ramón J. Sender, escritor de éxito y de izquierdas, y su esposa, Amparo Barayón, estaban de vacaciones en Segovia con sus dos hijos en julio de 1936. El novelista regresó a Madrid. Amparo y sus hijos se refugiaron en su Zamora natal por considerarlo un lugar más seguro. El 28 de agosto, Amparo, junto a Andrea, su bebé de siete meses, fue encarcelada por el delito de protestar por la ejecución de su hermano. La maltrataron, la vejaron y, el día antes de ejecutarla, le arrancaron a su hija de los brazos para internarla en un orfanato católico.

    Es probable que el historiador también hubiera llorado con el testimonio de Mercedes, el nombre falso de una anciana real que perdió a 18 familiares. En el pueblo de Toledo donde ocurrieron los hechos, hace unas semanas revivía lo ocurrido: «En el 36 yo tenía 12 años. Echaron al río Tajo a los dos primeros tíos que mataron, pero el cuerpo de mi tío médico orilló en un pueblo y el forense lo reconoció porque habían sido compañeros de estudio. Al terminar la guerra nos lo entregó. Eran forasteros los que venían a asesinar a la gente que señalaban los del pueblo. A otros tíos los mataron detrás del cementerio. A mi padre lo dejaron morir desangrado, después de tirotearlo por intentar escapar. Yo creo que Dios quiso mucho a mi abuela porque murió el 22 de enero de 1936 y no vio lo que les esperaba a sus 14 hijos».

    Las mujeres de la familia sobrevivieron con el alma en vilo, entre amenazas y humillaciones. «Nos llamaban los cuervos negros porque íbamos de luto, a veces venían milicianos a exigir que les diéramos cena y cama, y acabaron echándonos del pueblo». Salieron adelante gracias a gestos solidarios (recibían pan gratis a hurtadillas) y a bordados a destajo de hoces y martillos para la ropa de hombres que odiaban.

    No hay duda de qué causa abrazó la Iglesia, que alentó la violencia contra los republicanos, a los que responsabilizaba del clima de anticlericalismo que había arraigado entre parte de la población. Un sacerdote da la comunión a presos republicanos en la cárcel Modelo de Madrid en 1940 (Fotografía de Juan Guzmán)

    Al final de la guerra volvieron al pueblo, enterraron con honores a sus muertos y acudieron a los consejos de guerra como espectadoras. A veces, Mercedes se encuentra a cómplices de los verdugos en el centro de salud o en la carnicería.

    Los vencidos no pudieron enterrar a sus muertos ni pedir justicia. Ya con Franco en el poder, unos 20.000 republicanos fueron ejecutados, entre ellos Lluís Companys, a pesar de que había salvado a millares de religiosos y otros amenazados por la furia revolucionaria mientras presidió la Generalitat de Cataluña (10.000 personas salieron en barco gracias a sus pasaportes). Después de muerto, un tribunal confiscó los bienes de la familia Companys y se los adjudicó al Estado. La represión se heredaba. Una anomalía que ya habían anticipado los rebeldes durante la guerra en Burgos, donde Preston ubica el fusilamiento de varias mujeres por el «derecho de representación» de sus maridos huidos.

    A las mujeres no bastó con matarlas. Falangistas y soldados usaron con saña la violencia sexual, aunque resulta imposible delimitar su impacto: la violación se borraba a menudo con el asesinato. Preston diferencia la actitud en zona republicana, donde las agresiones sexuales fueron aisladas, y en zona rebelde, donde los mandos militares alentaron los abusos. «Legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y a la vez a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estos comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen», inflamaba en sus discursos radiofónicos Queipo de Llano.

    Nada más represivo que asumirlo como una actitud desde pequeños, que modele inconscientemente nuestros cerebros. En la famosa fotografía de Centelles, unos niños juegan a fusilar a sus amiguitos como entretenimiento de una plácida tarde infantil

    «La colosal diferencia entre ambas zonas», señala Preston, «tiene que ver con que uno de los principales fundamentos de la República era el respeto hacia las mujeres. En la zona rebelde, la violación sistemática por parte de las columnas africanas se incluye en el plan de imponer el terror». Durante dos horas, las tropas disponían de libertad plena para dar rienda suelta a instintos salvajes en cada localidad conquistada. Las mujeres entraban en el botín. Preston describe la escena que presenció en Navalcarnero el periodista John T. Whitaker, que acompañaba a los rebeldes, junto a El Mizzian, el único oficial marroquí del ejército franquista, ante el que conducen a dos jóvenes que aún no habían cumplido 20 años. Una era afiliada sindical. La otra se declaró apolítica. Tras interrogarlas, El Mizzian las llevó a una escuela donde descansaban unos 40 soldados moros, que estallaron en alaridos al verlas. Cuando Whitaker protestó, El Mizzian le respondió con una sonrisa: «No vivirán más de cuatro horas».

    El periodista John T. Whitaker escribió sobre algunos de los episodios más salvajes del avance rebelde: la matanza de 200 heridos indefensos en un hospital de Toledo o la masacre de la plaza de toros de Badajoz. Preston recupera la respuesta del general Yagüe a Whitaker, que dio la vuelta al mundo: «Claro que los fusilamos. ¿Qué se esperaba usted? ¿Cómo iba a llevarme a 4.000 rojos, cuando mi columna avanzaba contrarreloj? ¿O habría debido dejarlos en libertad para que volvieran a convertir Badajoz en una capital roja?».

    Al otro lado: Paracuellos. Las conclusiones de Paul Preston no gustarán a Santiago Carrillo. «Decir que no tiene nada que ver es tan absurdo como declararle el único responsable», resume el hispanista en Londres. Tras un denso capítulo dedicado a las sacas de prisioneros militares para ser ejecutados mientras las tropas de Franco asediaban un Madrid rebosante de ira contra el enemigo, el historiador concluye que Carrillo estuvo «plenamente implicado» en la decisión y la organización de las ejecuciones, a pesar de sus desmentidos. En sus memorias, Carrillo asegura que se limitó a ordenar la evacuación de presos para evitar que se perdiese Madrid (los rebeldes habían llegado a la Ciudad Universitaria) y que el convoy fue asaltado. El odio a los militares hizo el resto.

    Pero los grandes perseguidos en la zona republicana fueron los curas. «Vestir sotana era suficiente para acabar ante un piquete en alguna tapia o cuneta», escribe José Luis Ledesma en Violencia roja y azul (Crítica). Casi 6.800 religiosos fueron asesinados, a los que se sumaron un sinfín de ataques contra templos y conventos, que fueron incendiados y profanados. «Las iglesias eran saqueadas en todas partes y como la cosa más natural del mundo, puesto que se daba por supuesto que la Iglesia española formaba parte del tinglado capitalista», escribió George Orwell, tras su experiencia como combatiente en las filas del POUM. En Homenaje a Cataluña (1938) relata que durante sus seis meses de estancia en la zona de España donde también se ponía en pie una revolución solo vio dos iglesias intactas. Los clérigos sufrieron a veces torturas, amputaciones y agonías feroces. Para medir el impacto de esta persecución, el historiador Stanley G. Payne recurre a una comparación: «La fase jacobina de la Revolución Francesa acabó con la vida de 2.000 sacerdotes, menos de un tercio del número de asesinados en España».

    El anticlericalismo fue un rasgo específicos del conflicto. El brote no fue espontáneo, claro. «La Iglesia católica, que agita la revolución, era vista como parte del statu quo», señala Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea. Para entender esta persecución son esenciales los capítulos que Preston dedica a describir la placenta del golpe de 1936. La República había aprobado leyes que relegaban a la Iglesia, aliada histórica de la oligarquía y freno modernizador, al plano privado. Se les retira de los colegios y se establecen normas laicas. Amparados en ellas, algunos alcaldes imponen tasas por tocar las campanas o multan por lucir crucifijos. En respuesta a estas provocaciones, la represión del bienio negro (1934-1936) contra la izquierda es jaleada desde los púlpitos, así que los extremistas se van cargando de plomo.

    Casi un millar de religiosos asesinados han sido ya beatificados por el Vaticano, que los honra como «mártires». Es una memoria selectiva, sin embargo. La Iglesia sigue sin pedir perdón a las víctimas de los curas que empuñaron armas. Unos cuantos. Preston señala que al comienzo de la guerra en numerosas localidades de Navarra faltaban sacerdotes para decir misa porque se habían largado al frente. La violencia de falangistas y militares recibió bendiciones a tutiplén. Entre las rescatadas por el hispanista figura la del canónigo de la catedral de Salamanca, Aniceto de Castro: «Cuando se sabe cierto que al morir y al matar se hace lo que Dios quiere, ni tiembla el pulso al disparar el fusil o la pistola, ni tiembla el corazón al encontrarse cara a la muerte».

    A Unamuno, que había apoyado en las primeras horas el golpe en Salamanca, le horrorizó: «A alguno se le fusila porque dicen que es masón, que yo no sé que es esto, ni lo saben los bestias que fusilan. Y es que nada hay peor que el maridaje de la dementalidad de cuartel con la de sacristía».

    Vencidos los ateos, anticlericales y masones, la Iglesia se afanó en salvarlos a partir de 1939. Incluso contra su voluntad. Marcos Ana (Alconada, Salamanca, 1920), que se convertiría a su pesar en el preso político más veterano del franquismo, asistió a escenas dantescas en la cárcel: «Vi a un capellán golpear con un crucifijo a un condenado a muerte porque no quería confesarse». Ninguna superó, sin embargo, lo que vio en el puerto de Alicante el 31 de marzo de 1939, cuando 20.000 desesperados republicanos se descubrieron atrapados en una ratonera, entre las ametralladoras de la División Littorio en tierra y dos minadores en el mar: «Había gente que se tiraba al agua y otros que se saltaban la tapa de los sesos».

    Escuchando a Marcos Ana y leyendo a Preston cobra todo su sentido lo escrito por Arthur Koestler en Diálogo con la muerte (1937) mientras esperaba en una cárcel franquista una ejecución por espionaje que finalmente esquivó: «Otras guerras consisten en una sucesión de batallas, esta es una sucesión de tragedias».

    «El holocausto español», publicado por la editorial Debate, sale a la venta el próximo 8 de abril.

    El País.com


    El mercado negro se inició con el franquismo, según un auto de Garzón…

    enero 29, 2011

    28/01/2011

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    Un auto del juez Baltasar Garzón, que trato de abrir una causa para escalecer el franquismo, sitúa el origen de este mercado negro. Desde finales de los años 30 hasta 1977 más de 30.000 niños fueron secuestrados de forma sistemática, según el auto. El objetivo, en el que la Acción Social de La Falange y la Iglesia jugaron un papel importante, era limpiar «la raza» del marxismo a una edad temprana. Los niños robados acababan en brazos de parejas adeptas al régimen que deseaban tener hijos y no podían.

    Pero, según algunos investigadores y la asociación Anadir, el negocio de bebes robados continuó hasta finales de 1987. En ese año el Ejecutivo presidido por Felipe González promulgó una ley de adopción que acabó con la legislación anterior, suficientemente irregular, según los expertos, para que apenas hubiera control sobre las adopciones que se producían.

    De acuerdo con los informes, los casos más numerosos se registraron durante los años 60 y 70 y los más famosos son los de las clínicas de San Ramón y O´Donnell, ambas en Madrid, Santa Isabel y La Cigüeña en Valencia, Zamacola en Cádiz, la Maternidad de Barcelona y la maternidad de Zaragoza, entre otras.

    elperiódicodearagon.com

     

     


    La Iglesia contra Jesús…

    enero 8, 2011

    VICENÇ NAVARRO

    Tengo que empezar este artículo diciendo que no soy creyente. No estoy entre los que –según la Iglesia católica– están bendecidos por el don de la fe. Pero soy un estudioso del papel que la Iglesia católica ha tenido en la historia de España. Y del análisis histórico y político de tal Iglesia puede deducirse fácilmente que una cosa es el cuerpo doctrinal derivado de las enseñanzas de Jesús de Nazaret y otra muy distinta la Iglesia católica (o, al menos, la jerarquía eclesiástica que la ha dirigido y continúa dirigiéndola). Esta última es una institución que en España ha sido parte durante muchos años de las estructuras de poder, habiéndose convertido durante la dictadura en una institución clave en la reproducción de unas relaciones de explotación que permitían el enriquecimiento de grupos sociales minoritarios a costa del mundo trabajador. La evidencia científica e histórica que apoya esta afirmación es enorme.
    Esta postura de complicidad con los poderes establecidos estaba y continúa estando en clara contradicción con las enseñanzas de su fundador, Jesús de Nazaret, el cual había subrayado en repetidas ocasiones que “uno no podía servir a Dios y a los ricos a la vez” (Mateo, 6,24 16:13), “el amor y apego a la riqueza es la raíz de todos los males” (Timoteo, 6.10), o “es más fácil para un camello pasar a través del ojo de un alfiler que un rico entre en el reino de Dios” (Mateo, 19.24). El director de temas políticos de la revista británica New Statesman, Mehdi Hasan, acaba de publicar un artículo –“What would Jesus do?”
    (13-12-10)– en el que se analiza el mensaje político que Jesús promulgó a través de sus enseñanzas. De este análisis podría concluirse que, como ha subrayado Hugo Chávez, el actual presidente de Venezuela (bestia negra de la Iglesia católica), “Jesús ha sido el mayor socialista en la historia de la humanidad”. Puede que exista una cierta hipérbole en esta declaración de Hugo Chávez al poner a Jesús de Nazaret como el mejor entre los mejores socialistas. Pero, por las enseñanzas de tal figura histórica, parecería razonable colocarlo claramente en la tradición socialista. Después de todo, Jesús de Nazaret condenó a los banqueros, a las estructuras del poder económico y a las iglesias de su tiempo, definiendo a estas últimas como hipócritas, adjetivo que parecería el adecuado y merecido ahora para la Iglesia católica española, que siempre ha apoyado sistemáticamente a las estructuras del poder económico y financiero existentes en España.
    Tal como afirma Mehdi Hasan, de la lectura sistemática de las enseñanzas de Jesús de Nazaret debe concluirse que el fundador de la Iglesia católica se identificó con los oprimidos y los explotados de la sociedad en la que vivía. La lectura de sus enseñanzas permite alcanzar la conclusión de que Jesús de Nazaret tenía bastante buena idea de cómo funcionaba el orden y desorden social de su tiempo, y que sus simpatías estaban claramente en el lado de los grupos explotados y oprimidos, considerando que la riqueza de las clases dominantes estaba basada en tal explotación. De ahí que concluyera que sería imposible que los ricos fueran al cielo.
    Existe, pues, una clara contradicción entre las enseñanzas de Jesús de Nazaret y el comportamiento de la Iglesia católica en España, cuyas prácticas son claramente opuestas a sus enseñanzas. El golpe militar de 1936 (que la Iglesia católica apoyó) liderado por el general Franco era la defensa de los intereses económicos y financieros de los grupos más privilegiados de la sociedad española, intereses que quedaban afectados por las reformas altamente populares llevadas a cabo por los gobiernos democráticamente elegidos durante la República. Entre estos grupos privilegiados estaba la propia Iglesia católica, que era una de las mayores propietarias de tierra, y por lo tanto, afectadas por la reforma agraria propuesta por la República. La Iglesia tenía también en los años treinta, 12.000 fincas rústicas y 8.000 edificios urbanos. La Iglesia era también la institución que ejercía un monopolio en la enseñanza, también afectado por las reformas educativas del Gobierno democráticamente establecido que favoreció el establecimiento de la escuela pública, medida también altamente popular.
    De ahí que la Iglesia se convirtiera en el mayor portavoz de la resistencia a tales medidas, alentando públicamente al ejército a que se sublevara en contra del Gobierno democrático. Y cuando el golpe militar ocurrió, la Iglesia lo definió inmediatamente como una Cruzada, una cruzada que paradójicamente tenía en su vanguardia a tropas musulmanas, que eran las que la lideraban. No era de extrañar, por lo tanto, que cuando tuvo lugar el golpe militar sectores de las clases populares atacaran a las iglesias y al clero. Los excesos que ocurrieron en estos ataques (que deben criticarse) no debieran obstaculizar el entender (aunque no justificar) la enorme hostilidad existente hacia la Iglesia por parte de las clases populares que, traicionando el mensaje de su fundador, se había aliado con las fuerzas más explotadoras y oprimentes existentes en España, alianza que continuó durante la dictadura. Durante aquel odiado régimen, la Iglesia (con contadísimas excepciones) formó parte de él.
    Esta institución fue, pues, una fuerza beligerante en aquel conflicto, y es de una enorme falsedad presentar a la Iglesia como “víctima”, como hizo recientemente Benedicto XVI. En realidad, su rol fue predominantemente victimizador. En muchas partes de España era la Iglesia la que confeccionaba la lista de los que la Falange o el ejército fusilaban, que eran, por cierto, los que defendían a un Gobierno democráticamente elegido. Y la enorme arrogancia que la caracteriza explica que no haya pedido ni siquiera perdón por su comportamiento a las víctimas, que pertenecían en su mayoría a las clases populares de las distintas regiones y naciones de España.

    Vicenç Navarro es catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra

    Ilustración de Mikel Jaso

    Público.es (Opinión)

     


    «Es hora de que la Iglesia pida perdón por tantos actos de agravio»

    enero 8, 2011

    La Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica subraya el apremio con el que la Iglesia debería disculparse por su complicidad con la represión franquista

    PATRICIA CAMPELO Madrid 07/01/2011

    DOCUMENTOS RELACIONADOS

    La campaña para rescatar del olvido y del desconocimiento los más de 5.000 nombres de víctimas de la represión franquista en Galicia seguirá plenamente activa en 2011.

    La Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica ha avanzado que el escrito dirigido al presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela,invitándole a visitar las fosas gallegas, es una forma de «contestar» las palabras que Benedicto XVI dirigió a los periodistas en el avión papal que le traía de visita a España y en las que comparaba el secularismo actual con el de los años de la II República.

    «La Iglesia deber pedir perdón públicamente por tantos actos de desagravio»

    «Si el Papa hizo esas declaraciones en calidad de jefe de Estado, no tiene porqué injerir en asuntos de otros Gobierno, y si las hizo como opinión de autoridad moral, que las haga en privado». Rubén Afonso, miembro de la Comisión, ha explicado a Público.es que en la respuesta a las palabras del pontífice han querido dejar claro que están a favor de un «pacto por la laicidad» y en contra de la presión de la jerarquía católica para «imponer» su moral.

    «Creemos que ya es hora que, en 2011, la Iglesia pida perdón públicamente por su apoyo a tantos actos de agravio». Afonso lamenta el papel de la institución que bautizó como ‘Santa Cruzada’ los actos de represión, «fueron cómplices del golpe militar de 1936, en el que desempeñaron una importancia vital».

    A través de la misiva, el colectivo pretende que la institución católica participe en los homenajes a los «asesinados por defender la democracia» y, de este modo, se logre la «reconciliación» y un «cambio de rumbo» en la actitud de la Iglesia. «Hemos invitado a Rouco de buena fe porque su participación sería un acto de dignidad», ha señalado Afonso.

    Bajo palio

    En la carta dirigida a Rouco, en la que la Comisión solicita dar traslado de sus peticiones a Benedicto XVI, recuerdan que Franco entraba «bajo palio» en las iglesias acompañado de la jerarquía eclesiástica, la misma que hacía «el saludo fascista» al paso del dictador. La proximidad con los dirigentes del régimen la evidencian evocando las palabras del arzobispo de Toledo en el funeral de Franco, en las que mencionó a la «civilización cristiana a la que quiso servir». Asimismo le explican a Rouco que está documentado el «robo de miles niños y niñas» con la connivencia de las autoridades del franquismo.

    Público.es (Memoria Pública)

    Fotografía de archivo