“Tu Memoria es su única sepultura”

marzo 13, 2014

Ayer asistí a la lectura dramatizada de  ”Jusqu’à quand? Extraits de Pleurnichard et de Mon père. de Jean Claude  Grumberg,  por J.M. Flotats en el Instituto Francés en Madrid.

 lectura

En una hora y cuarto el actor dio riendas sueltas a una interpretación, con el corazón en la mano, de extractos del libro maravillosamente seleccionados y encadenados.

El libro cuenta vivencias del terrible sufrimiento y dificultades de los familiares del autor, judíos deportados y asesinados en los campos de concentración nazis. Y de otros.

El autor en una ocasión, acompañado por su esposa en un evento conmemorativo, realizado en el distrito 10 de Paris a la memoria de los 77 niños pequeños de ese mismo distrito, sin edad para ser escolarizados, incluido uno que tenía solo… 28 días…, deportados y asesinados por los nazis, nos cuenta que la placa conmemorativa, colocada ese día había desaparecido en otra de sus visitas a ese lugar. Los vigilantes del parquecito preguntados, comentaron que tenían órdenes de prestar particular vigilancia a esa placa y que seguramente se habían llevado con alevosía y nocturnidad.  Unos años después  el Ayuntamiento de Paris, volvió a colocar otra placa repitiendo el evento conmemorativo cumpliendo con su papel de “devoir de Memoire”.

Surgió en un momento dado: “Tu Memoria es su única sepultura”  hablando de los familiares de los desaparecidos, de los eliminados por el fascismo, de los que no queda nada,… una pequeña foto… , solo esa imagen, recogida de un amasijo de papeles, interpela  a el autor , el retrato de su padre.

Los familiares de las víctimas, aquellas que retrata el autor y los familiares de los Nuestros, desaparecidos por el franquismo, (sin comparar números por supuesto), podrían compartir esa frase. Las placas y los lugares de homenaje también mancillados y destruidos durante la noche.

Vienen al cuento muchos casos en nuestro país de  agresiones sufridas por los monumentos y placas en Memoria de los desaparecidos y como ejemplo  “ el Roble de la Memoria” de Casavieja,: “El Roble de la Memoria” a pesar de haber sido ultrajado y tronchado dos veces este año por barbaros insensibles ( ver: https://lamemoriaviva.wordpress.com/2010/02/28/en-casavieja-avila-solo-el-vandalismo-y-la-estupidez-por-no-decir-otra-palabra-mal-sonante-se-ceban-con-%e2%80%9cel-roble-de-la-memoria%e2%80%9d/ ), sigue vivo, con hojas nuevas y sus raíces están fuertemente arraigadas  en nuestros corazones. De ahí nadie podrá arrancarlo, nunca, porque la Memoria la transmitiremos a nuestros hijos y ellos a los suyos (con el cuidado de familiares de las víctimas, que le riegan cuando lo necesita, le protegen de los animales con una malla, le limpian, ese pequeño y frágil árbol ha retoñado donde le troncharon… y con dos troncos en vez de uno).

Pero algo nos distancia y no será por falta de empeño de asociaciones y familiares, en Francia el Estado, aunque solo sea por “el deber de Memoria”, está presente en esos homenajes y se desplaza el Alcalde de París al lugar, en España no quieren saber nada de esto que “es del  pasado y las heridas están cicatrizadas…, hay que mirar al futuro… no despertar antiguos temores….”

¿Hasta cuándo?

Seguiremos reclamándolo alto y claro. Por eso nos llamamos La Memoria Viva.

Pedro Vicente Romero de Castilla Ramos.


Gobiernos de PP y PSOE han financiado con 80.000 euros a excombatientes de Franco que ayudaron a Hitler

mayo 19, 2013

Infolibre, 17/05/2013 – 18 mayo 2013

fascistas hijos de puta

La Hermandad nacional de la División Azul ha recibido subvenciones públicas de forma ininterrumpida desde el año 2000

 La delegada del Gobierno en Cataluña homenajeó a la agrupación de excombatientes durante la celebración del aniversario de la Guardia Civil

IBON URÍA

El diputado de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Pere Aragonés ha denunciado que la Hermandad nacional de la División Azul recibe subvenciones del Estado. En concreto, el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad entregó a esta asociación un total de 3.579 euros según una resolución del pasado 14 de diciembre de 2012, que fue publicada en el Boletín Oficial del Estado el 22 de enero de 2013.

La denunciada por el diputado Aragonés no es la única ocasión en la que la agrupación, que reúne a los excombatientes franquistas que ayudaron a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, recibe fondos del Estado. De hecho, y bajo el epígrade “Atención a personas mayores”, la Hermandad ha recibido dinero público año tras año y de forma initerrumpida desde el 2000 hasta sumar 77.390,19 euros. Las subvenciones públicas de mayor cuantía se entregaron entre 2005 y 2010, cuando alcanzaron los 6.697 cada año.

La polémica llega un día después de que este miércoles se conociera que la delegada del Gobierno en Cataluña, María de los Llanos de Luna, homenajeó a la Hermandad durante la celebración del 169 aniversario de la Guardia Civil en Cataluña. Los antiguos integrantes de la División Azul acudieron al acto vestidos con uniformes falangistas y recibieron de manos de la delegada un diploma.

La Hermandad nacional de la División Azul, registrada como fundación cultural privada desde marzo de 1991, tiene entre otros objetivos recordar y homenajear “a los que perdieron sus vidas, defendiendo sus ideales y su fe encuadrados en la División Azul”. La Hermandad también busca establecer relaciones con otras organizaciones afines, como la Verband Deutscher Soldaten.

Subvenciones estatales otorgadas a la Hermandad nacional de la División Azul

14 de diciembre de 2012: 3.579 euros – BOE 22/01/2013.

16 de noviembre de 2011: 5.792 euros – BOE 07/12/2011.

25 de octubre de 2010: 6.697 euros – BOE 16/11/2010.

25 de noviembre de 2009: 6.697 euros – BOE 15/12/2009.

5 de septiembre de 2008: 6.697 euros – BOE 30/10/2008.

11 de septiembre de 2007: 6.697 euros – BOE 01/10/2007.

27 de noviembre de 2006: 6.697 euros – BOE 09/01/2007.

21 de octubre de 2005: 6.697 euros – BOE 28/11/2005.

17 de septiembre de 2004: 6.440 euros – BOE 10/11/2004.

6 de octubre de 2003: 6.252 euros – BOE 05/11/2003.

4 de noviembre de 2002: 6.130 euros – BOE 30/11/2002.

25 de octubre de 2001: 6010,12 euros – BOE 12/12/2001.

14 de septiembre de 2000: 3005,07 euros – BOE 28/10/2000.

http://www.infolibre.es/noticias/politica/2013/05/17/gobiernos_del_el_psoe_financian_los_combatientes


Franco y el exterminio…

septiembre 30, 2012

Una investigación desvela que Franco dejó morir a miles de judíos que tuvo en su mano salvar

Franco y el exterminio

Durante toda su vida, Francisco Franco se refirió a un abstracto peligro judío (masónico y comunista, también) como el mayor enemigo de la España construida tras su victoria en la guerra civil de 1936-1939. Obsesionado con esta idea hasta el fin de sus días, el Caudillo se refirió una vez más a los judíos en su último discurso de 1 de octubre de 1975, poco antes de morir.

Los años y la tergiversación de la historia hicieron que su antisemitismo se diluyera como un azucarillo en la patética frase referida. Sin embargo, es obvio que en sus encendidos discursos Franco no dejó de mostrarse antisemita, pero nunca reveló que su odio-temor había tenido durante la Segunda Guerra Mundial una repercusión criminal sólo descubierta gracias al contenido de decenas de documentos secretos desclasificados, encontrados en los archivos de Estados Unidos, Reino Unido y Holanda.

Hasta ahora nadie pensaba en Franco cuando se hablaba del holocausto, como si la España pronazi de principios de los cuarenta, claramente dibujada por los documentos que un día fueron secretos, hubiera visto de lejos cómo la Alemania nazi deportaba y asesinaba a millones de judíos y otras minorías.Pero la realidad, espantosa, que aflora en los documentos citados muestra que Franco pudo salvar a decenas de miles de sefardíes, pero prefirió dejarlos morir a pesar de reiterados ultimátums alemanes que le advertían de las medidas extremas (léase exterminio) de que serían objeto si su España no aceptaba acogerlos.

El corolario de la investigación documental que se recoge en el libro que adelantamos tiene varios puntos esenciales; el primero de los cuales es que apenas quedan dudas de que los nazis alentaron el golpe de Estado de julio de 1936, al que no dejarían de apoyar hasta la victoria en 1939. Como consecuencia del sostén germano, Franco inclinó dramáticamente los destinos de España del lado alemán y no del italiano. Los alemanes influyeron en toda la política y la economía española, prensa incluida, y una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial las relaciones entre la cúpula del nazismo y Franco y sus ministros fue muy estrecha, y la nueva Alemania, cuyo imperio tenía que durar mil años, tuvo un exquisito trato de favor hacia el Generalísimo. Esta deferencia se tradujo en la oferta nazi de hacerse cargo de los judíos españoles esparcidos por Europa a los que tenían previsto asesinar industrialmente. Pero Franco no los salvó, a sabiendas de lo que les iba a suceder, muy bien informado por los embajadores españoles testigos de excepción de las deportaciones. De esta forma, la dictadura española se convirtió en cómplice activo del holocausto.

El ofrecimiento nazi de enviar a España a los spanischer Juden (judíos españoles), como designan los nazis a los judíos en todos sus documentos, no se produjo en una ocasión anecdótica que pasó rápidamente al olvido. Al contrario. Se trató de un tema de gran calado que generó cientos de documentos, telegramas, órdenes y contraórdenes procedentes del departamento de asuntos judíos del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, de la embajada de Alemania en Madrid y del Ministerio de Asuntos Exteriores español. Y es que, tratado como un amigo muy especial, el III Reich brindó a Franco la entrega de miles de judíos repetidas veces, por escrito, por comunicación diplomática verbal con reiterada insistencia de los embajadores alemanes. Tanto se esmeraron con su amigo español, que los nazis mantuvieron presos pero sin deportar a muchos judíos en espera de una respuesta positiva de Franco que nunca llegó. Mientras tanto, los alemanes ampliaron por propia iniciativa el plazo límite de entrega (marzo y abril de 1943) para dar tiempo a una respuesta de Franco.

¿La oferta nazi contenía cierta piedad hacia los judíos sefardíes? No. No se trataba de eso. Era la deferencia al amigo y al mismo tiempo una medida para abaratar los costes del exterminio. Es decir, antes de proceder a aplicar en toda su dimensión la solución final, el gobierno del Reich dio la oportunidad al amigo Franco de decidir sobre la suerte de los spanischer Juden, de tal suerte que si los acogía para tomar sus propias medidas contra ellos –como suponían que sucedería–, el operativo nazi de exterminio humano se vería sustancialmente reducido.

El régimen sintonizaba totalmente con Berlín y, a pesar de los reiterados ultimátums alemanes –obviamente secretos– que advirtieron explícitamente al gobierno español de las medidas extremas de que sería objeto el colectivo judío, Franco se opuso a salvarlo, pero no olvidó reclamar las propiedades y el dinero de los aniquilados, considerados, por tanto, ciudadanos españoles en toda regla.

Esta historia tiene otra cara trágica, pero muy honrosa. Mientras se producían las deportaciones y España negaba el pan y la sal a miles de seres humanos, unos horrorizados diplomáticos españoles actuaban por su cuenta y en contra de las órdenes emanadas de Madrid. Falsificaron documentos y lograron salvar a cientos de personas. Todos alertaron a Madrid del genocidio en telegramas secretos, y dos de ellos, Ángel Sanz Briz, desde Budapest (Hungría), y Julio Palencia, de la legación de España en Sofía (Bulgaria), fueron crudamente explícitos en sus mensajes. El primero, conocedor del llamado «protocolo de Auschwitz», avisó de las matanzas en cámaras de gas, y el segundo, testigo presencial desde su embajada, escribió a Madrid avisando del desastre humano.

Tres años después, cuando la guerra mundial cambió de curso y los aliados presionaron a Franco, este se apropió de los actos heroicos de estos diplomáticos para ganarse la benevolencia de los vencedores.

El libro lo explica cómo tras la muerte de Franco, Don Juan Carlos hizo todo lo posible por dejar atrás aquel pasado oscuro. Poco después de su llegada al trono, ya con una España nueva, Don Juan Carlos sería el primer jefe de Estado español que rendía homenaje en el Yad Vashem a las víctimas del holocausto.

http://www.diariodemallorca.es/sociedad-cultura/2012/09/28/franco-exterminio/797158.html


El hospital de Varsovia, la guerra después de la guerra/’hospital Varsòvia, la guerra després de la guerra

febrero 19, 2012

Algunas pequeñas historias esconden rasgos que describen toda una época. Como la que narra el documental La batalla del Varsovia de la productora valenciana InfoTV. El filme recuerda la apertura en el año 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, de un centro sanitario en la ciudad francesa de Toulouse. El Hospital Varsovia, que llevaba el nombre de la calle donde estaba situado, lo crearon médicos republicanos españoles para atender a los heridos de la resistencia antifranquista (los maquis) y también los cerca de 150.000 exiliados que malvivían en la región del Languedoc.

Pero, bajo este hilo conductor del documental se desgranan también la agotadora diáspora de los refugiados republicanos, la guerrilla de los maquis, las peleas internas del Partido Comunista de España (PCE) en el exilio, la persecución macarthista o caza de brujas norteamericana, la Guerra Fría y, como consecuencia,  la tolerancia progresiva del régimen de Franco por parte del mundo occidental.

En resumen, muchos años de historia y muchas historias paralelas de la posguerra mundial en los 57 minutos que dura el documental, que anteayer se estrenó en Valencia y que se presentará próximamente en Alicante, Barcelona y Toulouse, entre otros ciudades.

El proyecto nació casi por casualidad hace unos cuatro años. El profesor Àlvar Martínez Vidal, del Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia-CSIC de la Universidad de Valencia, coordinaba una investigación sobre el Varsovia, que la Editorial Asuntos publicó en 2010 bajo el título Exilio, medicina y filantropía. El Hospital Varsovia de Toulouse. 1944-1950. «Quise incluir en el libro un DVD con un documental estadounidense inédito aquí, Spain in Exile«, explica Martínez, «y me puse en contacto con Juli Esteve [director de la productora audiovisual InfoTV], porque en fiera el edición y las copias .

Médicos republicanos dirigieron un centro de planteamientos progresistas

Spain in Exile era un documental propagandístico hecho en 1946 terminada ya la Segunda Guerra Mundial, por el Joint Antifascista Refugee Comittee con el objetivo de recaudar fondos para el Hospital Varsovia y otros centros de atención a los españoles en Francia. El filme  de 19 minutos de duración, mostraba a los ciudadanos de los Estados Unidos las condiciones pésimas en que malvivían los republicanos exiliados en Francia. Aparece, por ejemplo, un «profesor valenciano que trabaja de llenyaire» en el sur de Francia. «Es una deuda nuestro, pendiente y antiguo», afirmaba el periodista que presentaba el documental.

«Nos endulzar la historia», recuerda Julio Esteban, que propuso a Martínez no sólo hacer las copias de Spain in Exile para su libro disco sobre el Varsovia, sino un documental nuevo con el testimonio de supervivientes y los descendientes de los protagonistas y con imágenes actuales del centro sanitario. Es decir, contar la historia del Varsovia desde 1944 hasta nuestros días. Así, Martínez y Esteve se convirtieron en codirectores y coguionistas de La batalla del Varsovia, producido por el Museo de Historia de Medicina de Barcelona con la colaboración del Memorial Democrático, las universidades de Valencia, Alicante y Miguel Hernández y Comisiones Obreras, entre otras entidades.

Fotograma del documental ‘La batalla del Varsovia’

No quisiéramos desvelar aquí el contenido de este documental que hay que ver, pero sí ofrecer algunas claves para entender el contexto.

El Hospital Varsovia  dirigido por médicos republicanos abrió en 1944 poco después del desembarco norteamericano en Normandía y la liberación de Francia. Sus prioridades eran el cuidado de los españoles procedentes de los campos de concentración nazis y la atención a los guerrilleros o maquis, que una vez acabada la Segunda Guerra Mundial pensaban que con la ayuda aliada se podía seguir combatiendo hacia el sur para hacer caer el régimen de Franco. Fue la llamada «Operación Reconquista» dirigida por el PCE en octubre de 1944. Unos 4.000 guerrilleros invadieron el norte de la península con la intención de establecer la sede del gobierno republicano en el Valle de Arán. Pero la operación fracasó: 50.000 soldados y guardias civiles les esperaban en una frontera bien protegida por el gobierno franquista. Además, los dirigentes comunistas estaban divididos (Santiago Carrillo estaba en contra de la operación) y los países aliados no se quisieron involucrar.

Muchos años de historia y muchas historias de la posguerra en 57 minutos

A pesar de su rápida e improvisada creación, el Hospital Varsovia llegó a ser el centro sanitario más moderno de Tolosa, porque «los otros hospitales de la ciudad parecían casi medievales», comenta Martínez. Y lo fue, sobre todo, gracias a la financiación de civiles estadounidenses, especialmente de la comunidad de los unitarios, una corriente cristiano protestante de carácter progresista, humanista y antipurità, que crearon la Unitarian Service Comitee para distribuir la ayuda.

Fueron los unitarios los que colaboraron en la producción del documental Spain in Exile, y los que dotaron el hospital de todo tipo de instrumentos y medicinas. En el documental también se habla de una misteriosa estadounidense que dio una parte de su fortuna al Varsovia. «Se decía Harriet Marple», explica Martínez, «pero no he podido saber nada más».

Todo el equipo médico era español, donde predominaban los catalanes. Era el hospital de referencia para los exiliados en toda Francia, y además pionero en la investigación y la práctica de la medicina social, dado que una vez convertido en hospital civil, se dedicó a tratar las enfermedades endocrinas provocadas por los ocho años de hambre y sufrimiento, las afecciones venéreas o las causas de la mortalidad infantil. Con el paso del tiempo, fue también líder en cuidados paliativos, parto sin dolor, planificación familiar y asistencia social a grupos desfavorecidos.

“Los otros hospitales de la ciudad parecían medievales»

Pero, en Estados Unidos, durante la Guerra Fría, el Comité de Actividades Antiamericanas, en la conocida como «caza de brujas», interrogó a los miembros de la Joint Antifascista Refugee Comittee y los unitarios que colaboraron. Muchos de ellos fueron acusados de comunistas y encarcelados, y la ayuda civil estadounidense en Varsovia llegó a finales en 1948. Era el año en que el bloque comunista crecía con la integración de Checoslovaquia y Hungría, y cuando el aumento de la tensión entre los dos bandos se manifestó con el bloqueo soviético de Berlín.

Poco después, en 1950 los Estados Unidos ya habían establecido relaciones diplomáticas con Madrid. España fue tratada como aliada en la lucha anticomunista por motivos geoestratégicos. El gobierno de Francia fue presionado para que persiguiera las células de resistencia comunista españolas en su territorio, y en septiembre de ese año, de madrugada y en secreto, la policía francesa detuvo 276 españoles, entre ellos el equipo médico de del Hospital Varsovia  en la conocida como Operación Bolero-Paprika (paprika es el nombre que recibe en muchos países nuestro pimentón molido). Los detenidos iniciaron así un nuevo exilio al ser deportados a colonias francesas en unos tiempos que, pretendidamente, eran de paz.

Pero el hospital no cerró: un grupo de médicos del Partido Comunista Francés, encabezados por el doctor Ducuing, iniciaron una lucha legal que duró cinco años, y mediante la Societé Nouvelle Hôpital Varsovia, una asociación sin ánimo de lucro, consiguieron la titularidad del centro para continuar su labor social. Esa es La batalla del Varsovia que da título al documental de InfoTV. En el barrio de Saint-Cyprien de Tolosa  donde está situado el centro sanitario, los inmigrantes magrebíes y subsaharianos han sustituido a los exiliados españoles, pero la filosofía del centro, ahora bajo el nombre de Hôpital Joseph Ducuing, sigue siendo la misma.

Cabe destacar en el documental una imagen especialmente impresionante que quizás hoy no llamaría la atención: la de una mujer, la cirujana María Gómez operando en el Varsovia en 1946. Todo un símbolo del desarrollo profesional femenino iniciado llevarán la II República y que el franquismo truncó.

La estadounidense Harriet Marple dio parte de su fortuna

Y como decíamos anteriormente, si algunas pequeñas historias destilan de refilón los rasgos de una época, la producción de este audiovisual tiene una bien expresiva: ante el desbarajuste económico que sufren nuestras instituciones públicas, InfoTV hizo un llamamiento popular mediante el correo electrónico para completar la financiación del proyecto. «La aportación no ha sido masiva», dice Esteban, «pero hemos probado la capacidad de implicar a los particulares. Toda colaboración, de aquí y de allá, es buena, y nos ha permitido terminar el documental». Hilando delgado, podríamos establecer un paralelismo entre el espíritu de aquellos civiles estadounidenses que ayudaron al Varsovia con el de los ciudadanos que ahora se involucran en la salvaguarda de nuestra producción cultural y la memoria histórica.

La batalla del Varsovia tiene un precio de 15 euros e incluye además el documental Spain in Exile y otros extras. El próximo proyecto de Esteve es «contar la historia de los argelinos valencianos», afirma. Será el octavo documental de InfoTV, tras otros de bien logrados, como Valencianos de Mallorca o Moriscos, los valencianos.

 Artículo original escrito en valenciano y traducido por el editor.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/02/16/valencia/1329383339_211733.html


La última brigadista…

diciembre 11, 2011

JESÚS RODRÍGUEZ 11/12/2011

Hace 75 años, más de 35.000 hombres y un puñado de mujeres de 54 países llegaron a España para luchar contra Franco. Estaban convencidos de que si frenaban el fascismo podían evitar una guerra mundial. Esta es una historia de valor y solidaridad a través de la memoria de Lise London, la última mujer voluntaria con vida.

Lise London

 
 
1942

Lise en la localidad de Charande, en junio de 1942, un mes antes de ser detenida por la Gestapo.-

Cuando el compacto grupo de ancianos franceses con acento español y ancianos españoles con acento francés se arranca a entonar con rabia el vibrante himno de batalla de nuestra Guerra Civil, se hace un silencio doloroso y toca tragarse las lágrimas. Son los testigos de una historia que se acaba. Una gesta de ideales y lucha por la libertad que pronto, cuando sus últimos protagonistas desaparezcan, quedará enterrada en los manuales de historia. Hoy están aquí. Quizá por última vez. Tienen el pelo blanco y las manos nudosas como una vid; ondean sobre sus cabezas pálidas banderas tricolores; un centenar de veteranos de la guerra se han reunido esta tarde de noviembre en un rincón sin turistas de París en homenaje a los miles de camaradas que llegaron a este lugar hace justo 75 años, procedentes de 54 países, para alistarse en las Brigadas Internacionales y luchar durante más de dos años contra Franco en los frentes de Madrid, el Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro. Fueron más de 35.000. Casi un tercio reposa en España en tumbas sin nombre. Muchos iniciaron malheridos la retirada a finales de 1938 y murieron en campos de concentración franceses y alemanes. Los que sobrevivieron formaron una estrecha comunidad de sangre que nunca nadie ha conseguido romper.

Eran jóvenes y no eran soldados; nunca habían sostenido un arma; habían militado en el pacifismo y la solidaridad entre los pueblos. Eran unos soñadores. Metalúrgicos, estibadores, estudiantes, campesinos e intelectuales; aventureros, revolucionarios; activistas negros americanos y judíos perseguidos por los nazis. Por encima de su origen, combatir en la Península al Caudillo suponía para todos plantar cara a Hitler. Creían que la Guerra Civil era el primer asalto de una contienda mundial que se podría frenar si Franco y sus compañeros de viaje eran derrotados en España. Para los brigadistas, no se trataba de una simple guerra fratricida aislada en un país frontera con África. Era el aperitivo de la catástrofe. El tiempo les daría la razón.

Aquella guerra concluiría el 1 de abril de 1939 con el triunfo de Franco y los ejércitos del Eje y el éxodo de medio millón de derrotados; cuatro meses más tarde, Hitler, según el plan previsto, invadía Polonia; doce meses más tarde, Francia, y dos años más tarde, en mayo de 1941, la Unión Soviética. Cincuenta millones de personas perecerían en la II Guerra Mundial. La perspectiva que proporciona el tiempo confirma que los brigadistas fueron unos visionarios. Antes de que existieran el derecho humanitario y la declaración de derechos humanos, apostaron por la solidaridad internacional con un Gobierno legítimo cuya democracia estaba siendo pisoteada. Se adelantaron. Una idea que sintetizaría Artur London, brigadista hasta las últimas horas de la República y uno de los protagonistas de este reportaje, con una frase: «Se levantaron antes del alba».

Muchos eran parias de la tierra. Tenían poco que perder porque no tenían nada. Dieron un paso al frente aquel otoño de 1936. Rompieron con todo. Se convirtieron en proscritos en sus países de origen. Era un instante crucial en el que la democracia se resquebrajaba; no solo Alemania e Italia habían caído bajo el yugo del fascismo. En Polonia, Hungría, Rumanía, Grecia, Lituania, Bulgaria, Checoslovaquia, Austria y Portugal se estaban incubando regímenes dictatoriales. La extrema derecha había mostrado sus colmillos en Francia. En sectores del Partido Republicano estadounidense y el establishment británico se aplaudía a Hitler. En ese instante, la mitad de España se había rebelado contra el golpe de Estado del 18 de julio. La guerra había comenzado. La República carecía de ejército y lo improvisaba a diario; mientras, Franco, al mando de unas fuerzas fogueadas en África, había alcanzado en semanas los arrabales de Madrid. Hitler humillaba a las democracias y enviaba sus bombarderos contra los españoles saltándose los acuerdos internacionales. Para apaciguarlo, Francia y Reino Unido habían abandonado a la República. La Península ardía. El mundo asistía mudo a la tragedia. Dentro de ese macabro decorado, miles de hombres habían reaccionado y enfilado París como primera escala hacia España. ¿Por qué estaban dispuestos a jugarse la vida en un país del que no conocían ni la lengua? Artur London daría la clave: «En Madrid, el checo iba a luchar por Praga; el francés, por París; el austriaco, por Viena; el alemán, por liberar su país de Hitler, y el italiano, por expulsar a Mussolini de su país».

No pasarán

 

Un búnker de la Guerra Civil en el parque del Oeste de Madrid; aquí llegaron los brigadistas a defender la ciudad el 8 de noviembre de 1936.- SOFÍA MORO

 

El número 8 de la calle de Mathurin-Moreau era en 1936 un descampado salpicado de barracones que albergaban sindicatos de izquierda y comités obreros. A ese París proletario comenzaron a llegar en octubre los voluntarios. Los partidos comunistas de todo el mundo (de los que había surgido la idea de crear las Brigadas a través de la Internacional, la organización que hacía de correa de transmisión entre las consignas de Stalin y sus cuadros) habían prestado su infraestructura como banderín de enganche. En esta calle comenzaría el largo viaje hasta el frente. Más allá, vencer o morir.

Aquí se levanta desde los años setenta la sede del Partido Comunista Francés, un bello edificio de hormigón y cristal proyectado por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer como regalo a sus camaradas franceses. Todo aquí remite al combate contra el fascismo. La plaza en la que desemboca el cuartel general comunista lleva el nombre de uno de los más legendarios veteranos de las Brigadas Internacionales: el coronel Fabien, líder desde 1941 de la Resistencia francesa contra Hitler y el primer partisano que acabó durante la ocupación con la vida de un oficial hitleriano. En este ambiente de familia nos encontramos con una de sus viejas camaradas de guerrilla, Cécile Le Bihan, viuda de otro mítico brigadista: el coronel Rol-Tanguy, el partisano al que se rindió el ejército alemán que ocupaba París en 1944. Cécile tiene 93 años; es una anciana erguida, digna y lúcida, con una boina calada hasta las sienes y la Legión de Honor en la solapa. Durante cuatro años se jugó la vida y la de su familia en la Resistencia contra la ocupación nazi. Pasaba documentos en el cochecito de su hijo (hoy ese bebé es un sexagenario que sonríe a su lado) y participó en sabotajes. Su compañero, Rol-Tanguy, es un héroe nacional en Francia. «Nunca olvidó España», relata Cécile; «afirmaba que la experiencia más grande y enriquecedora de su vida fue la Guerra Civil. Era un sindicalista, un hombre de acción. Me decía: ‘Tengo dos patrias, Francia y España; nunca me he podido sacar a los españoles del corazón’. España era para Henri como esa bala que recibió en la espalda en el frente del Ebro, se le quedó alojada en el omoplato y no le pudieron extraer: era parte de él».

-¿Por qué se enroló en las Brigadas?

-Quería aprender a luchar contra el fascismo y enseñar a otros. Se empeñó en ir a Madrid. Era un tipo duro, un metalúrgico. No era un idealista, era un militar. Sabía que el siguiente capítulo de aquella tragedia era París. Y no se conformaba. Quería estar en primera línea; volvió de España herido. Nos casamos en abril del 39. Un año más tarde, Hitler invadía Francia y volvió a combatir.

Aquellos jóvenes brigadistas que comenzaron a concentrarse a mediados de octubre de 1936 en París eran tipos jóvenes, grandes, ruidosos, románticos, vitales; sin gran formación (aunque hubiera entre ellos un grupo de escritores como Malraux, Hemingway, Orwell o Koestler), pero muy politizados; gente del pueblo, directos, juerguistas; cariñosos con los españoles que los recibían como salvadores. Se sintieron como en casa. Tras escuchar las grabaciones con decenas de testimonios de brigadistas, leer sus memorias y charlar con los supervivientes y sus familias, se advierte un hecho sorprendente: nunca renegaron de su aventura española; los veteranos recordaban los años de la Guerra Civil como los más enriquecedores, intensos y altruistas de su vida. No había amargura en sus palabras. Ninguno se quejaba del pobre armamento e instrucción que recibieron; las penosas condiciones de vida en el frente; la crueldad de las batallas. No hay ninguna crítica a la discutible conducción política y militar de la guerra por parte de la República. Ni siquiera a su retirada de España como moneda de cambio. Para ellos, la única tragedia fue abandonar a los republicanos a su suerte. Me lo confirma la hija de uno de ellos que prefiere no dar su nombre: «Mi padre me contaba que cuando la República decide a finales de 1938 que los brigadistas se vayan para intentar un agónico acuerdo de paz, estos no querían que los españoles les dieran las gracias; las daban ellos por haber tenido la oportunidad de compartir el ideal de la República. Los brigadistas eran muy queridos en España. Llegaron aclamados por el pueblo, y cientos de miles de personas les despidieron entre flores de la misma forma el 15 de noviembre de 1938 en la Diagonal de Barcelona. Algo bueno debieron de hacer. Consideraban a los españoles sus hermanos. Por eso, los tres centenares que vivían en 1996 aceptaron como un honor la decisión del Gobierno de Felipe González de concederles la nacionalidad española».

Con Ibárruri

Lise (segunda por la derecha) con Dolores Ibárruri (en el centro).-

De los más de 35.000 voluntarios extranjeros que lucharon en nuestra Guerra Civil no quedan más de veinte. Los más jóvenes han superado los 90 años. Para Marina Garde, responsable de ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives), la organización que reúne a los brigadistas estadounidenses vivos (solo cinco de los 2.800 que vinieron a España), «están muriendo los últimos y es trágico; era gente carismática, entregada, incansable, que movía a mucha gente con su testimonio; ahora nos toca defender esa memoria. Es un legado muy fuerte que tenemos que salvar del olvido. Hay que crear una tradición en torno a su memoria. Que su ejemplo sirva para que nunca nos quedemos cruzados de brazos ante los dictadores».

El pasado invierno murió el último brigadista italiano; queda un superviviente en México, dos en Argentina, tres en Reino Unido, cinco en Estados Unidos, uno en Rusia, dos en Austria, un estonio, un israelita y cinco franceses. Estos últimos no han podido estar hoy en París en el acto de homenaje. El tiempo no perdona. Sin embargo, César Covo, Théo Francos, los hermanos Vincent y Joseph Almudever y Lise London están en el corazón de todos.

Sobre todo Lise, la legendaria compañera de Artur London; la última brigadista. Tiene 95 años. Nació como Elisa Ricol de padres españoles en un pueblo minero francés. Los Ricol representaban el prototipo del proletariado de comienzos del siglo XX: pobres, analfabetos, desertores del campesinado y emigrantes. El viejo Ricol era un picador que arrastraba la silicosis y militaba en sindicatos comunistas. Lise nació en 1916. De niña vendía helados por las calles. A los 15 años ingresó en las Juventudes Comunistas. Era una mujer guapa, morena, resuelta, chispeante, con unos bellos ojos negros, un rostro de camafeo y una estricta elegancia socialista en blanco y negro que recuerda a Dolores Ibárruri. Firme, vehemente, doctrinaria, adicta al debate, se iba a convertir desde joven en una profesional de la revolución, una activista incansable, una militante dispuesta a todo. «¡Soy aragonesa!», aún repite con orgullo. El partido, la lucha, eran lo primero. Santiago Carrillo, amigo de los London y durante veinte años secretario general del Partido Comunista de España, intenta explicar esa absoluta obediencia de los militantes de la época respecto de la organización: «Ser comunista era algo más que ser de un partido; suponía tener fe. Había en nosotros mucho de romanticismo. El comunismo tenía un componente religioso, con sus santos, sus mártires y su Meca, que era Moscú. No nos planteábamos más. Queríamos extender la revolución. Cuando perdimos esa fe, todo se desmoronó. Lise tardó en perderla. Tuvo incluso problemas políticos con su marido». Artur London, en su autobiografía La confesión, describía así a su mujer y camarada: «Ha conservado su frescura de chiquilla: hay que verla entusiasmarse, apasionarse, tomar partido y luchar para lograr que compartan sus convicciones los que la rodean. Pone el corazón en todo lo que hace. Dispuesta a no importa cuál sea el sacrificio por sus amigos, es, por el contrario, intransigente cuando se trata del deber de los comunistas. Su confianza hacia el partido y la URSS es total. Para ella, el gran principio de la vida militante se enuncia muy simplemente: el que comienza a dudar del partido deja de ser comunista».

En 1934, con solo 18 años, Lise marcha a Moscú invitada por la Internacional para convertirse en dirigente comunista. Lo relata Roberto Lample, de 62 años, francés, de padre anarquista español, alma de ACER (Asociación de Antiguos Combatientes en la España Republicana) y fiel compañero de fatigas de Lise: «Moscú fue su escuela política; ella quería escapar a su destino de mujer proletaria. Se dio cuenta de que si estudiaba, si viajaba, su vida podría cambiar. La ambición de Lise era aprender. El partido le dio la oportunidad de ir a Moscú. Y ella lo aprovechó. Era una luchadora; estaba convencida de que el poder no se podía delegar; no había que esperar que otros te solucionaran los problemas, había que actuar; quería decidir su futuro. Y eso tiene plena vigencia con el movimiento de los indignados».

Era una fuerza de la naturaleza; una mujer valiente, magnética, decidida; una revolucionaria que conoció a Stalin, Tito, Pasionaria y Ho Chi Minh. En Moscú se enamoró de Artur London, un joven comunista de 19 años, alto, guapo, elegante y tuberculoso; un intelectual checo de origen judío que contraponía al ímpetu descarnado de Lise un carácter calmado y reflexivo. Lise abandonó a su primer marido (el comunista Auguste Delaune, que sería ejecutado en los cuarenta por los nazis) y unieron su destino. Tendrían tres hijos y compartirían 50 años de lucha, desde la URSS a la Guerra Civil; la clandestinidad, la Resistencia en Francia, la persecución de la Gestapo, los campos de exterminio nazis y las purgas estalinistas de los cincuenta. Una vida intensa que llevó al cine en 1970 Costa-Gavras. Sus camaradas Yves Montand y Simone Signoret dieron vida en la pantalla al matrimonio; del guion se encargaría Jorge Semprún, compañero de Artur London en Mauthausen.

Lise está hospitalizada en una hermosa clínica construida tras la II Guerra Mundial para acoger a los supervivientes de los campos de concentración, en Fleury-Merogis, a una hora de París. Michel London, su hijo menor, un matemático de 62 años, se ofrece a llevarnos, aunque advierte que su madre está muy débil. Al volante de su cascado Fiat 500 va recordando pasajes de la vida de su familia, desde sus abuelos maternos españoles, los Ricol, que se hicieron cargo de los hijos del matrimonio London durante su deportación a los campos nazis y acogieron en su hogar a exiliados republicanos, hasta la familia de su padre, judíos checos, de los que murieron 28 miembros en los campos de exterminio. Michel London habla sin odio. «Mi madre rara vez mencionaba los campos nazis; había visto demasiado sufrimiento. En 2005 fuimos toda la familia a Mauthausen, donde habían estado internados mi padre, mi tío y mi cuñado, y también 8.000 republicanos españoles y centenares de brigadistas; mi padre ya había muerto; estábamos sus tres hijos, sus nietos y mi madre. Ella había estado en Ravensbrück y Buchenwald, sabía de qué iba aquello; se emocionó, pero con serenidad; no soltó una lágrima. Enseñó a los nietos los barracones, los hornos, los pijamas de rayas… con naturalidad, sin dramas. Ha sido siempre muy fuerte».

Tras alistarse en las Brigadas Internacionales en las improvisadas oficinas de la calle de Mathurin-Moreau, los voluntarios marchaban a la estación de Austerlitz, donde cogían un tren con destino a Perpiñán, y de allí, el salto a España. Lise London tomó el 28 de octubre el último que atravesó la frontera. El jefe de las Brigadas, el héroe de la revolución bolchevique André Marty, le había ofrecido ser su traductora y asistente. Lise no vaciló. «Reunirme por fin en España con los combatientes de la libertad… ¿Había algo más emocionante?». El viejo Ricol profirió al despedir a su hija: «Lise se va a la tierra de sus padres a cumplir con su deber». Viajaban en el convoy 2.500 hombres y un par de mujeres. Tras ellos, la frontera quedaría cerrada por los franceses para evitar la llegada a España de más voluntarios extranjeros. Los que quisieran alcanzar el frente deberían cruzar ilegalmente los Pirineos con la ayuda de partisanos, como harían Artur y miles de voluntarios más.

Tras un par de jornadas de viaje, Lise y el resto de aquellos primeras voluntarios llegaban vía Barcelona hasta Albacete, la ciudad que la República había dispuesto como cuartel general de las Brigadas. Estaba embarazada de tres meses. Artur continuaba trabajando para la Internacional en Moscú e intentaba salir de la URSS para reunirse con ella en España y combatir a Franco. No sabían absolutamente nada el uno del otro.

En octubre de 1936, Albacete era un poblachón manchego parado en el tiempo. Para convertirse en centro de operaciones de las Brigadas tenía a su favor ser un enclave políticamente seguro, lejano del frente y a mitad de camino de Madrid y Valencia. La ciudad ha cambiado en estos 75 años, pero en el centro se conservan los escenarios que contemplaron por primera vez los brigadistas al desfilar aclamados por la multitud: el parque de Abelardo Sánchez, la calle Ancha, el Banco de España, la plaza del Altozano, la plaza de toros o el Gran Hotel, donde se emplazaría el Estado Mayor de las Brigadas y trabajaría Lise. En las siguientes semanas, los brigadistas serían divididos por lenguas y enviados al campamento de instrucción de Pozo Rubio, a media hora de la capital, en un bosque expropiado a un terrateniente donde se construyeron toscos barracones de madera. En la zona no se conserva ni un solo recuerdo de los brigadistas; tampoco en las localidades limítrofes (que visitamos junto a Fernando Robetta, del Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales), donde estuvieron alojados en casas de familias de esos pueblos. Robetta describe a los brigadistas: «Era gente dispuesta a todo. Con corazón, una disciplina brutal, ilusión, ideales, valor; eran revolucionarios seguros de su papel, repletos de un entusiasmo que transmitían a los mismos españoles. Se convirtieron en un símbolo a imitar por los milicianos».

Cuando se pregunta a los vecinos de Madrigueras, Tarazona, Mahora o Casas Ibáñez sobre aquellos brigadistas del 36, no hay grandes testimonios, pero tampoco nadie conserva un mal recuerdo. Son como parientes en sepia que un día marcharon lejos y de los que nunca nadie volvió a saber. Uno de aquellos brigadistas dejó su nombre grabado en la puerta de una casa de Madrigueras; sus propietarios no lo borraron; guardan la inscripción con cariño: «Berti Neville, London. February 37. Communist Party of Great Britain». «Posiblemente murió en la batalla del Jarama, en febrero de 1937, como la mayoría de los brigadistas británicos», nos explica el historiador Justin Byrne, que nos acompaña en el viaje.

Lise London está dormida. Es una anciana guapa; tiene el pelo fino como la seda y la tez tersa. Cuando despierta y sonríe, uno se encuentra en esos ojos negros castigados por el tiempo con la brigadista del 36. Cuando le pregunto si aún se considera comunista, contesta tajante en francés: «Soy comunista, pero no por política; ya rompí el carné. Lo soy por no traicionar el recuerdo de aquellos camaradas que compartieron nuestros sueños y murieron por la libertad».

Fichada

Foto de la ficha de la Gestapo de Lise de 1942.-

 
 -¿Cómo recuerda las Brigadas?

-Fue el mejor momento de mi vida. Siempre han estado en mi recuerdo. Todo me lleva a las Brigadas, a los viejos amigos; sueño con ellos. España fue un ideal, nuestro ideal más querido, y sigue siendo válido.

A las dos semanas de llegar a Albacete, la primera brigada de voluntarios internacionales, la XI, fue enviada con urgencia a Madrid. Estaba formada por 2.000 eslavos, balcánicos, escandinavos, polacos, húngaros, checoslovacos, alemanes y austriacos; apenas tenían formación militar, armas ni uniformes; su único distintivo eran las boinas; detrás iría la XII, integrada por alemanes, italianos y franco-belgas. Las tropas marroquíes de Franco ya habían alcanzado la Ciudad Universitaria. Estaban a un tiro de obús de la Puerta del Sol. La noche del 6 de noviembre, el Gobierno de la República había huido a Valencia y creado una fantasmal Junta de Defensa formada por jóvenes y desconocidos militantes de izquierdas a las órdenes del general Miaja y el coronel Rojo. Santiago Carrillo, un comunista de 21 años, era responsable de Orden Público. «Franco sabía que si Madrid caía, caía la República; y atacó», recuerda Carrillo. «Madrid era el centro de gravedad de la contienda; si resistíamos, podíamos ganar la guerra; si se perdía, se hundiría la resistencia. Permanecer en Madrid en noviembre del 36 era estar listo para el sacrificio. El que se quedaba estaba dispuesto a luchar. Cuando todo se daba por perdido, el 8 de noviembre de 1936 llegaron los brigadistas. Subieron en formación por la calle de Atocha y la Gran Vía en dirección a la Casa de Campo. Eran unos miles, pero a la gente de Madrid les parecieron millones. Desfilaban por Madrid cantando La Internacional en todos los idiomas y con el puño en alto; y con ese gesto elevaron la moral de los madrileños. No estábamos solos. Ese día se creó la leyenda de ¡No pasarán! Fueron directos a morir a la Casa de Campo. Los brigadistas tuvieron un papel militar no exento de importancia; pero quizá más romántico y político que militar, porque la guerra la hicimos los españoles. En cualquier caso, en 1936 Franco no entró en Madrid».

Carrillo y Lise London se conocieron durante aquellos días en el frente de Madrid durante un viaje de inspección de André Marty a sus brigadistas. Era el bautismo de fuego de la joven revolucionaria. Se iba a enfrentar sin pestañear a los tableteos de las ametralladoras y los bombardeos sobre la población civil; sería testigo de los miles de mujeres y niños refugiados en las estaciones de metro y sentiría las balas silbando sobre su cabeza en la Ciudad Universitaria; cuando se despidió de Carrillo, este le regaló un Quijote que aún conserva. Su amistad ha resistido 75 años.

Los brigadistas habían frustrado la ofensiva franquista. En pocos días se habían convertido en fuerzas de choque disciplinadas y admiradas por los republicanos. Un modelo a seguir. Combatirían en todos los frentes hasta su retirada a finales del 38. Tras su estancia en el frente de Madrid, Lise, embarazada de cinco meses, perdería su hijo. En 1937 se reencontraría en Valencia con Artur, que, enfermo de tuberculosis y fumador compulsivo, se encargaría de misiones de inteligencia y propaganda en las Brigadas. Aquel terrible invierno de finales del 37, bajo los bombardeos alemanes, con apenas qué comer, la pareja concebiría en Albacete a su hija Françoise: «Temíamos el momento de meternos entre las sábanas húmedas y heladas; cuando le explicaba a Françoise, ya grandecita, que nos la habíamos traído de Albacete, le dije bromeando: ‘Hacía tanto frío en la cama que papá y yo teníamos que abrazarnos muy fuerte para calentarnos. Y así fue como te dimos la vida», relataría Lise en sus memorias Roja primavera.

La guerra estaba perdida. En octubre de 1938, los brigadistas eran desmovilizados, cruzaban la frontera y eran internados en campos de concentración franceses. A finales del verano del 38, Lise, en el tramo final de su embarazo, había sido evacuada. La seguiría Artur en marzo de 1939 con las tropas de Franco pisándole ya los talones. Tras la derrota se iniciaba un nuevo episodio de la tragedia de los brigadistas. Aquellos soñadores que habían luchado por la libertad en España no podían regresar a Alemania, Austria, Checoslovaquia ni Italia, gobernadas por Hitler y Mussolini. Tampoco a Rumanía, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría ni las repúblicas bálticas. Serían represaliados en Brasil, Argentina, Suiza, Canadá y Bélgica por haber combatido junto a un ejército extranjero. Estaban incluso bajo sospecha en Francia, Irlanda y Reino Unido. Se habían convertido en un mito incómodo; héroes de una revolución perdida; miembros de un club de malditos sin fronteras; había que extirparlos del planeta. Fieles al juramento que hicieron a su llegada a Albacete: «Estoy aquí porque soy voluntario, y daré si hace falta hasta la última gota de mi sangre para salvar la libertad en España y la libertad del mundo», pasarían a la clandestinidad y servirían en la resistencia contra los nazis en toda Europa. Tras la II Guerra Mundial todavía serían purgados en la URSS y sus satélites acusados de espionaje y cosmopolitismo (como le ocurriría a Artur London, preso y torturado entre 1951 y 1956) y, al tiempo, víctimas de la caza de brujas en Estados Unidos por «actividades antiamericanas».

La clandestinidad, los nombres y papeles falsos, los pisos francos, el rescate de comunistas, la propaganda antifascista, los sabotajes y la lucha armada fueron el destino del matrimonio London y otros muchos republicanos y veteranos de las Brigadas tras la ocupación de Francia por Hitler en junio de 1940. El 1 de agosto de 1942, Lise recibió órdenes de provocar un levantamiento popular contra los nazis en unos almacenes de la parisiense calle de Daguerre. La noche anterior, Artur y ella no durmieron. Hicieron el amor hasta el alba. «¿Presentíamos que no íbamos a vernos durante mucho tiempo, tal vez nunca más?». La acción subversiva de Lise fue un éxito; llamó al pueblo de París a la «lucha armada». Hubo un tiroteo y varios policías muertos. Once días más tarde, Lise y Artur eran detenidos. Lise era bien conocida por la Gestapo; tenía todo en contra; sin embargo, la policía no pudo dilucidar quién era Artur. Tenían sospechas, pero no constaba en el fichero; no sabían que era un agente comunista ni un exbrigadista; era un clandestino perfecto y solo fue condenado a diez años de trabajos forzados. Acusada de asesinato, asociación de malhechores y actividades comunistas, el destino de Lise era la guillotina. Sin embargo, algo se les había escapado a los nazis: estaba de nuevo embarazada. Desde el día en que fue concebido, la noche anterior a su acto terrorista de la calle de Daguerre, su hijo estaba destinado a salvarle la vida. Le condenaron a cadena perpetua. Lise lo resume así: «¿Acaso no es un milagro? A cambio de darle la vida, mi hijo salvará la mía». Artur y Lise serían deportados a Mauthausen y Buchenwald hasta el final de la II Guerra Mundial, en mayo de 1945. Habían formado parte de la Operación Noche y Niebla, iniciada por los nazis para hacer desaparecer a los sujetos indeseables. Ni la maquinaria nazi pudo con ellos.

A comienzos de este mes, Lise ha vuelto a su hogar. Un piso de clase media con un aire soviético, tapizado de libros, en cuyo portal una placa con la Legión de Honor recuerda que allí vivió Artur London, «que estuvo en todos los combates por la libertad y los derechos humanos». Murió en 1986. Lise no ha logrado olvidarle. Pero cuando le pregunto si toda aquella lucha, si todo ese sufrimiento valió la pena, se incorpora, se echa la mano al corazón, me mira a los ojos y le brotan sus ancestros aragoneses: «¡Por supuesto! Combatimos por la libertad. ¡Valió la pena!».

El País.com

http://www.elpais.com/articulo/portada/ultima/brigadista/elpepusoceps/20111211elpepspor_11/Tes/


Inauguración del Monumento campo de Gurs (Francia)…

octubre 9, 2011
Amicale du camp de Gurs, – 6 Octubre 2011

Domingo 23 de octubre, Inauguración de la Avenida de los Internados, con autoridades francesas, españolas y alemanas

En el campo de Gurs (Pirineos-Atlánticos, Francia) se inaugurará el domingo 23 de octubre a las 11H 00 la Avenida de los Internados con autoridades francesas, españolas y alemanas.

Este campo fué el más grande de Francia de 1939 a 1944, con 20.000 internados. Estos fueron primero los Vascos del ejército republicano después de la Retirada. Luego los Brigadistas Internacionales y demás soldados de todas provincias. Siguieron personas dichas “indeseables”, Judios alemanes y Gitanos. Con un total de 60.559 internados. Fueron deportados a Auschwitz 3.907 hombres, mujeres y niños.

El monumento es la Avenida de los Internados, sea 27 columnas de granito a lo largo del camino central del campo. Cada una de ellas dedicada a una categoria de internados.

Destaca la columna del Reino de España rindiendo homenaje a todos los Republicanos. Primer gesto aquí en su favor de la madre-pátria y reconocimiento del valor de su causa.

 Emilio Vallés Peransí    Vice-Presidente de la “Amicale du camp de Gurs”

A través de la página de la Federación de Foros por la Memoria (Foro por la Memoria):

http://www.foroporlamemoria.info/2011/10/inauguracion-del-monumento-campo-de-gurs-francia/


Alemania investigará a cientos de ex guardias nazis por los crímenes cometidos durante el holocausto…

octubre 9, 2011
ABC.es, 05/10/2011 – 6 Octubre 2011

La reapertura de cientos de casos se produce tras de la sentencia en mayo contra John Demjanjuk

 La reapertura de cientos de casos, cuyos protagonistas más jóvenes tienes ahora 80 años, se produce tras de la sentencia en mayo contra John Demjanjuk, guardia voluntario en el campo de exterminio de Sobibor

AP / BERLÍN

Los fiscales alemanes han vuelto a reabrir cientos de investigaciones sobre los delitos cometidos por antiguos guardias nazis que sirvieron en los campos de concentración durante el holocausto judio, que podrían ser acusados tras el precedente establecido por el veredicto contra John Demjanjuk.

Teniendo en cuenta la avanzada edad de todos los sospechosos -los más jóvenes tienen 80 años-, el jefe de la fiscalía alemana encargada de investigar los crímenes nazis dijo a AP que las autoridades “no quieren esperar demasiado tiempo, por lo que ya han comenzado las investigaciones”, dijo el fiscal Kurt Schrimm.

Mientras tanto, el director del Centro Simón Wiesenthal de Jerusalén, Efraim Zuroff, informó de que lanzará una nueva campaña en los próximos dos meses para localizar a los otros criminales de guerra nazis.

Zurroff explicó que la sentencia contra Demjanjuk, en la Polonia ocupada, ha abierto la puerta al procesamiento de otros antiguos nazis de los que pensó que jamás serían juzgados: “Podría ser un último capítulo muy interesante”, dijo por teléfono desde Jerusalén. “Esto tiene enormes implicaciones, incluso en esta última fecha.”

Demjanjuk, complice del holocausto

Demjanjuk, de 91 años, fue deportado de los EE.UU. a Alemania en 2009 para ser juzgado. Fue declarado culpable en mayo de este año por cargos de complicidad en el asesinato de judíos, al servir como guardia en el campo de exterminio de Sobibor, en la Polonia ocupada.

Era la primera vez que los fiscales fueron capaces de condenar a alguien en un caso de la época del nazismo, a pesar de ni existir ninguna evidencia directa de que el sospechoso participara en ningún asesinato concreto.

En el juicio, los fiscales de Munich sostuvieron que si se podía demostrar que Demjanjuk había sido guardia en un campo de concentración como el de Sobibor -creado con el único propósito de exterminar a judíos-, era suficiente para condenarlo por cómplice de asesinato como parte de la maquinaria de destrucción nazi.

Después de 18 meses de testimonios, un tribunal de Munich fallo en contra de Demjanjuk y le condenó a cinco años de prisión, a pesar de que niega haber servido como guardia. Actualmente se encuentra en libertad y vive en el sur de Alemania, esperando a que su apelación sea escuchada.

En busca de otros ex guardia nazis

Schrimm dijo que su oficina está repasando todos sus archivos para ver si otros pudieran encajar en la misma categoría que Demjanjuk. Él dijo que probablemente había “menos de 1.000″ posibles sospechosos que aún podría estar vivos y podrían ser procesado, los cuales viven tanto en Alemania como en el extranjero.

No dio ningún nombre. “Tenemos que revisar todo lo referente a las personas que conocían campamentos como el de Sobibor… o que conocía a los Einsatzgruppen”, dijo, refiriéndose a los escuadrones de la muerte responsables de los asesinatos en masa, especialmente al comienzo de la guerra, antes de que los campos de exterminio fueron establecidos.

Aún no ha sido probado en los tribunales si el precedente sentado por Demjanjuk podría extenderse a los guardias de campos de concentración nazis, donde miles de personas murieron, pero cuyo único propósito no era necesariamente asesinato.

http://www.abc.es/20111005/internacional/abci-alemania-abre-investigacion-guarda-


El espía que pintaba al óleo a los espías…

octubre 2, 2011

Tomás Harris, responsable del contraespionaje británico, experto en Goya y mentor de Kim Philby, retrató a los agentes secretos Donald McLean y Desmond Bristow

RAFAEL FRAGUAS – Madrid – 26/09/2011

Madrid fue una de las principales capitales europeas del espionaje durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. Ahora, 66 años después del fin de la última conflagración, recupera un destello de su protagonismo: los retratos de tres de los principales espías de todos los tiempos, todos ellos vinculados de alguna forma a España, salen por vez primera a la luz gracias al madrileño José Antonio Buces, que quiere reivindicar la memoria de unos de ellos, su tío Tomás Harris, como pintor, coleccionista de arte y patriota antifascista.

Almendros en flor

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Almendros en flor, pintado por Tomás Harris.- BUCES-RENARD

Donald Maclean

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Donald Maclead, amigo del pintor y de Kim Philby, que huyó a la Unión Soviética en 1951.- BUCES-RENARD

Desmond Bristow

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Desmond Bristow, quien condujo a Juan Pujol desde Gibraltar hasta Inglaterra para montar la intoxicación estratégica contra Hitler por orden de Harris.- BUCES-RENARD

La noticia en otros webs

El espía-pintor era hijo de un anticuario inglés y de una española

Su pintura evocaba el sufrimiento acumulado en su experiencia bélica

Un accidente segó la vida del muñidor del engaño a Hitler en Normandía

Su muerte, en Mallorca, concitó sospechas de un supuesto asesinato

Tomás Harris, hijo de inglés y sevillana, que vivió y murió en España, dedicó al arte la mayor parte de su vida, como coleccionista, escultor y pintor. Fue el muñidor de algunas de las más importantes -y letales- operaciones de intoxicación informativa contra los nazis, desde el servicio secreto británico. Pero su vida pública discurrió por las grandes avenidas de la pintura, como autor, marchante y donante del Museo del Prado. Su nombre ha figurado durante décadas en el acceso superior de la puerta de Goya, de cuya obra fue considerado como muy principal especialista.

Tres de sus mejores obras al óleo, correspondientes a tres importantes espías, él incluido, dos de ellas inéditas hasta hoy, las conserva en su domicilio de Aravaca su sobrino, José Antonio Buces, uno de los restauradores de arte más veteranos del Instituto del Patrimonio Histórico. Buces se encuentra hoy comprometido en reivindicar la memoria de Tomás Harris como artista y también como patriota británico antifascista al servicio de la democracia europea, por la que peleó desde las filas del espionaje inglés durante la Segunda Guerra Mundial.

Las tres pinturas de Harris, hasta ahora inéditas en Madrid, son un autorretrato del pintor y dos efigies de sus amigos, Donald Maclean y Desmond Bristow, éste unido a él por su participación durante la contienda mundial en la Sección Ibérica del servicio secreto británico. Maclean cobró celebridad internacional al descubrirse, con su huida a Moscú, su condición de espía doble al servicio de la Unión Soviética. Estuvo integrado en el llamado Grupo de Cambridge, un núcleo de selectos agentes británicos formado también por Anthony Blunt, John Cairncross, Kim Philby -al que Harris avaló para ingresar al servicio secreto- y Guy Burgess. Este último y Maclean huyeron a la URSS en 1951 con la ayuda de Philby, que posteriormente, en 1963, les seguiría, tras filtrar todos ellos al Kremlin algunos de los principales secretos estadounidenses, arcanos nucleares incluidos. Desmond Bristow, frecuente visitante de Madrid, también adscrito entonces al departamento de la Península Ibérica del MI-5, trabajaría para la compañía surafricana de diamantes De Beers, residiría en la malagueña Frigiliana y escribiría su libro Juego de topos, sobre espionaje. Bristow murió en España en el año 2000.

Tomás Harris, amigo leal de todos ellos, tuvo que afrontar sobre su persona sospechas derivadas de aquella amistad, pero su fuerte personalidad, pareja a sus convicciones, le mantuvo a cubierto de las numerosas insidias sobre él vertidas. «Lo recuerdo como un hombre muy cariñoso y niñero», cuenta José Antonio Buces mientras contempla con unción el retrato de su tío. Harris había nacido en Londres en 1918, en el seno de una familia de padre judío inglés, Lionel, y madre cristiana sevillana, Enriqueta. Ella era nieta de un anticuario y desbravador de caballos e hija de Tomás, un rejoneador que, junto a su hermano Pepe, formó en los albores del siglo XX la pareja taurina de Los Hermanos Tabardillo. Ambos se habían amistado con artistas y pintores españoles en el París finisecular, y se dedicaron con éxito a la adquisición y venta de antigüedades.

En su mocedad, Lionel Harris viajó América del Sur y España, donde trabó amistad con anticuarios locales. Tras regresar a Inglaterra, comenzó a interesarse por el coleccionismo de obras de arte, joyas, añejos textiles, tallas y pinturas. Su hijo Tomás mostró desde edad temprana una clara afección por el dibujo y la música, afición ésta que desplegó en una jazz band, donde interpretaba el bajo. Tras abandonar el colegio de su refinado barrio natal londinense de Hampstead, ingresó en la Escuela de Arte Slade, donde fue discípulo de Henry Tonks. A los 14 años consiguió una beca, la Travelyan-Goodall Scholarship, que no sólo le abrió las puertas de la Slade sino también de la Academia Británica de Roma, donde cursaría durante un año pintura y escultura.

Al volver a Londres, su padre Lionel le persuadió para seguirle en el negocio de las antigüedades; con algo más de 20 años ya había fundado su primera galería, la Tomás Harris Ltd. Allí organizó en 1931 su primera exposición de arte español, Spanish Artist, con obras de Velázquez, Zurbarán, El Greco y Goya, pintor éste del cual Harris llegaría a ser uno de los principales expertos a escala mundial. Aquella primera muestra fue inaugurada por Ramón Pérez de Ayala, embajador de la República Española en la corte de San Jaime y gran amigo de los Harris.

Su negocio de antigüedades prosperó, y en 1938 organizó otra gran exposición, From Greco to Goya, inaugurada por Lady Ebbisham, presidenta de la Cruz Roja Británica, y por Pablo de Azcárate, embajador de España en Reino Unido. La recaudación por la venta de los catálogos fue cedida a la Cruz Roja como ayuda a los refugiados españoles de ambos bandos de la Guerra Civil.

Harris atesoró colecciones de dibujos italianos de los Tiépolo, más otros españoles, franceses, así como joyas renacentistas y barrocas. Su mayor logro fueron los grabados, especialmente de Durero, Rembrandt y, sobre todo, de Goya, cuya extraordinaria colección, The Tomas Harris Collection, fue cedida por su familia al Museo Británico como pago de impuestos.

En los años previos a la Segunda Guerra Mundial y como consecuencia de su amistad con los miembros del grupo de Cambridge, dado su conocimiento de España y de la lengua materna, Harris se enroló en el servicio secreto británico y llegó a ser jefe de la Sección Ibérica del MI-5.

A él se debe la ideación y dirección de las operaciones Fortitude y Garbo, ésta protagonizada por Juan Pujol García, barcelonés, que intoxicó con informaciones falsas al Abwher, servicio secreto militar alemán, durante el desembarco de Normandía. De éste informó a Hitler seis horas antes de iniciarse, alertándole de que no moviera sus baterías de Boulogne ya que el desembarco era «mera distracción»; fue decisivo para permitir a los aliados consolidar la cabeza de puente que marcó el comienzo de la liberación europea de los ejércitos del Tercer Reich, que alivió la presión alemana contra la URSS. Ello despertó sospechas en los sectores más reaccionarios del poder en Inglaterra y Estados Unidos. Aquel fue uno de los más restallantes episodios del espionaje y del contraespionaje de todos los tiempos. Y Harris, a través de Garbo, fue uno de sus principales muñidores.

Al terminar la guerra, con 37 años y una copiosa fortuna, Tomás Harris se trasladó a España, primero a Madrid, luego a Torremolinos y posteriormente a Mallorca, a Camp de Mar, donde se instaló en una casa que perteneciera al ilustrador británico Cecil Aldin, en una caleta situada entre los cabos Andritxol y Llamp. En su jardín, hecho curioso, fue enterrado el perrito que popularizara el logo de la discográfica RCA, Víctor.

Harris se aplicó a su gran pasión, la pintura, fruto de la cual son estos tres retratos ahora conocidos por vez primera en Madrid. Al decir del renombrado experto Lafuente Ferrari, «su estilo revela una gran maestría en el dibujo y una rica paleta que evoca a Van Gogh, aunque un punto gélida». Otros críticos de arte subrayan que Tomás Harris padeció sobremanera durante la guerra y también por la peripecia de sus amigos espías huidos a la URSS, con un sufrimiento que no le abandonaría nunca.

Harris fue muy amigo de la familia Enseñat; del galerista José María Costa, del dibujante José Bover, del doctor Mestre y de Gariel Rebassa, cura párroco de Andratx, entre otras personas. Con ocasionales viajes a Estados Unidos para exponer su obra o bien a alguna capital de Europa -incluida su amada Londres- para realizar negocios, discurrió su vida.

Durante 15 años pintó y ejerció el arte del grabado, técnica que aprendió después de la guerra con John Buckland Wright, en la Slade. Trabajó la pella de barro para hacer esculturas, fundamentalmente retratos. Hizo cartones para tapices, tejidos luego en la Real Fabrica de Madrid, así como vidrieras y cerámica, técnica en la que sobresalió al recrear formas tradicionales mallorquinas y otras de audaces diseños.

La muerte -cuya noticia fue recibida con enormes recelos apenas un año después de la deserción de Kim Philby a Moscú y simultáneamente al descubrimiento de sir Anthony Blunt como espía doble- le sorprendió a comienzos de 1964 tras una comida en Palma de Mallorca con Robert Graves. Harris sufrió una fractura de la base del cráneo cuando viajaba en un Citroën Tiburón con el que chocó contra un almendro mientras se desplazaba en dirección a Felanitx en compañía de Hilda Webb, su esposa, que le sobrevivió.

«Se especuló y mucho con las causas del accidente, y se le buscaron tres pies al gato», cuenta su sobrino Buces Aguado. «Algunos afirmaron sin fundamento, que fueron los soviéticos, pero desmiento este extremo, muy de película». Buces invoca varios hechos para fundamentar su mentís: «La compañía de seguros pagó a Hilda, su mujer, una muy elevada cantidad de dinero de la póliza que Tomás tenía suscrita. En caso de haber algo confuso o poco claro, la aseguradora lo habría investigado exhaustivamente antes de hacer efectivo el pago, cosa que no se hizo».

«Tomás fue discreto con lo suyo y con lo de los demás, hablaba lo justo y ninguna de las personas que le conocieron supo nunca por él nada de su actividad en el MI-5». Buces remacha que «nunca le fueron retirados los honores de Caballero de la Orden del Imperio Británico, concedidos por el rey Jorge VI por sus servicios al Reino Unido». Los restos de Harris reposan en un cementerio civil de Palma de Mallorca, cerca de los almendros, los árboles que con tanta pasión y desenvoltura pintara durante su trepidante vida.

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Tomás Harris

Última fotografía de Tomás Harris.- BUCES-RENARD

El País.com:

http://www.elpais.com/articulo/madrid/espia/pintaba/oleo/espias/elpepiespmad/20110926elpmad_10/Tes


Homenaje a Jorge SEMPRÚN

septiembre 14, 2011

Jorge Semprun. (Foto Daniel Mordzinski)

Jorge Semprún fue ministro de Cultura en España y autor de una de las obras capitales del siglo XX, escrita tanto en francés como en castellano. Destacan novelas como El Largo Viaje (1963), Autobiografía de Federico Sánchez (1988) y La Escritura o la Vida (1994). Jorge Semprún fue miembro de la prestigiosa Academía Goncourt en Francia. También fue el guionista de películas como Stavisky, Z y La Confesión.
En honor a este escritor y guionista de talento, que favoreció la fraternidad y amistad franco-española, se escucharán extractos de sus libros y testimonios de sus amigos:
Rosa Regàs, escritora, Carmen Caffarel, Directora del Instituto Cervantes y Henar Corbí, Directora del Departamento de Holocausto y Antisemitismo de la Casa Sefarad- Israel.

Tras el homenaje, a las 20:45h, Proyección excepcional de Stavisky,1974, 115 mn, VO francés, subt. en castellano. Dirección: Alain Resnais. Guión: Jorge Semprún
Con Jean-Paul Belmondo, Anny Duperrey, Michel Lonsdale, Charles Boyer, Gérard Depardieu, Claude Rich, Alain Resnais
Stavisky narra el apogeo durante los años 30 de Serge Alexandre Stavisky, célebre estafador que mantenía estrechos vínculos con el poder. Las circunstancias de su muerte en 1934 nunca fueron realmente aclaradas y provocaron un gran escándalo político.

Teatro del Institut français de Madrid

Viernes 16 de septiembre 2011

a las 19:30h y proyección a las 20:45h
C/ Marqués de la Ensenada, nº 10. Mº Colon

Entrada libre hasta completar aforo – En castellanohttp://www.ifmadrid.com/frontend/ifmadrid/noticia.php?id_noticia=1691&id_seccion=439

(Nota de La Memoria Viva: Existe una sola copia de un largo documental  Las dos memorias, guion y dirección de J.Semprun. 1974, esperamos que pronto sea restaurado, trabajo emprendido en La Cinematheque Française con la colaboración de Costa Gravas y que podamos verlo. Más info  en :http://www.publico.es/culturas/381152/la-memoria-de-jorge-semprun-en-peligro-de-extincion)


Propuesta para declarar nuevos lugares de la memoria histórica…

agosto 28, 2011

La CGT pide a Zoido apoyo ante la Junta para señalizar La Raza y La Corchuela

R. S. | Actualizado 27.08.2011

El grupo de trabajo de Recuperando la Memoria Histórica Social de Andalucía, del sindicato Comisión General de Trabajadores (CGT), pidió ayer al alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, que apoye la declaración y señalización como lugares de la memoria de los espacios que en su momento ocuparon los campos de concentración de Heliópolis, en la avenida de La Raza, y La Corchuela ante la Consejería de Gobernación y Justicia.

Además, en la misiva el sindicato trasladó al alcalde otras peticiones, como son la «investigación, señalización y protección» de los espacios que ocupan actualmente las fosas comunes del franquismo situadas en el cementerio municipal de San Fernando o la colocación de una placa o monolito en recuerdo a los 24 sevillanos que murieron o pasaron por los campos nazis, algo que «se viene planteando desde octubre de 2003 sin haber conseguido respuesta de ningún tipo».

Asimismo, el grupo de trabajo de la CGT-A ha lamentado que el Consistorio hispalense «no haya depositado la cantidad aprobada para constituir y formar parte de la Fundación Memorial Merinales, que administraría el solar que albergó dicho campo de concentración y cuyas gestiones para su cesión comenzaron cuando Zoido era delegado del Gobierno en Andalucía, en 2003.

Diario de Sevilla vía google noticias


Hitler inédito. La ‘atracción’ por el mal…

julio 24, 2011

Durante un viaje al Este como miembro de la unidad de propaganda de las Fuerzas Armadas alemanas, Krieger tomó estas fotos del Führer.- FRANZ KRIEGER

Pincha aquí para accder al archivo fotográfico: HITLER INÉDITO

JACINTO ANTÓN 24/07/2011

Franz Krieger fue un fotógrafo oficial del nazismo. Sus imágenes inéditas de Hitler descubiertas hace unas semanas, que ahora pueden ver en estas páginas, muestran hasta qué punto sigue despertando ‘fascinación’ esta encarnación del mal.

Por qué nos fascina tanto la imagen de Hitler? La vieja pregunta vuelve a plantearse tras el revuelo por la aparición de las fotos del líder nazi que tomó el reportero austriaco Franz Krieger durante la II Guerra Mundial y que han salido ahora a la luz pública. Krieger era un fotógrafo oficial del régimen y durante un viaje al Este como miembro de la unidad de propaganda -Propagandakompanie- de las Fuerzas Armadas alemanas realizó la cobertura del encuentro en 1941 en tierra polaca entre Hitler y su aliado el regente de Hungría, el almirante Miklós Horthy. Entonces estaban a partir un piñón, aunque en 1944 Hitler se mostraría menos cortés, enviaría al coronel de las SS Otto Skorzeny a secuestrar al hijo del mandatario magiar y acabaría haciendo abdicar a este y encerrándolo en un castillo en Baviera. Las fotos en las que aparece Hitler son nueve y están incluidas en un álbum con 214 instantáneas de Krieger que se encuentra en manos de un coleccionista privado. El resto de las imágenes muestran diferentes aspectos de la realidad en el frente y en los territorios ocupados. Soldados alemanes en faenas de retaguardia o en momentos de descanso, humillados prisioneros de guerra soviéticos, civiles que muestran la huella de la guerra en sus rostros, autorretratos del propio Krieger en uniforme. Pero lo más extraordinario del conjunto son ese puñado de fotos del Führer que vienen a enriquecer -uno duda en usar tal palabra- el corpus retratístico de Hitler.

Estampas de autoridad y dominio. Hitler no se dejaba retratar por cualquiera, ni de cualquier manera

Raras veces perdía Hitler la compostura ante la cámara. Al caer Francia bailó una giga

Son imágenes canónicas. Brazo en alto, apoteosis de gorras, botas lustradas, despliegue de peligro…

«El führer no era glamuroso, pero sí enérgico, con un toque de misticismo y una retórica corporal muy elaborada»

Son imágenes canónicas, por supuesto, muy canónicas, nicht natürlich, nada naturales: Hitler brazo en alto, rodeado de mandatarios -le acompaña el siniestro Bormann- y guardaespaldas en una contundente apoteosis de gorras, botas de caña alta lustradas, sensación de inminencia -a ver qué invadimos hoy-, despliegue de peligro y actitudes marciales. Una estampa de autoridad y dominio. Junto a Hitler, Horthy, que no era precisamente un santo, parece venir de patronear el Bribón. Que nadie espere una revelación de aspectos desconocidos del líder nazi. Un rasgo de humanidad, un despiste, un guiño, ¡quia! Hitler no se dejaba fotografiar de cualquier manera ni por cualquiera. Jamás.

De hecho, solo se conoce una foto robada de Hitler. La tomó en 1929 un reportero del Munich Ilustrated News, Tim Gidal, judío, que luego, tras escapar a Palestina, sería un pionero del fotorreportaje para Life (aparte de fotógrafo del 8º Ejército, las heroicas ratas del desierto). Se lo encontró, a Hitler, desprevenido -¡Hitler desprevenido!, ¡qué ocasión!- en el café Heck de la capital bávara. La imagen muestra a Hitler hablando con tres hombres fornidos que están de espaldas -uno de ellos acaso el jefe de la SA, Ernst Röhm- en torno a una mesa con mantelito en el jardín del establecimiento, bajo un árbol. Hitler tiene el mentón en la mano y está pensativo cuando descubre a Gidal y la cámara y alza la vista con sensación de haber sido atrapado por el clic. Muestra Hitler sorpresa, curiosidad y un inicio de irritación que incita, incluso tantos años después, a poner pies en polvorosa (afortunadamente, Röhm no debía de correr mucho). Cuando ves lo difícil que era conseguir una foto de Hitler entiendes que nunca consiguieran matarlo. Philipp von Boeselager, que lo intentó cuando era oficial de Estado Mayor de la Wehrmacht, durante una visita del líder nazi al frente ruso, me dijo en una ocasión que estaba todo el tiempo rodeado de guardias de las SS «desesperantemente altos».

Hitler siempre mostró, desde el principio de su carrera política, una enorme reticencia a ser fotografiado. Quería poseer el control total de su imagen, en la que asentaba, recordémoslo, gran parte de su carisma. Era consciente de que cualquier desviación podía ser peligrosa: de lo sublime al ridículo hay un paso muy pequeño, como atestiguan en sus parodias del Führer Chaplin, Lubitsch, los Monty Python o más recientemente Tarantino (al que le basta con ponerle capa). En sus charlas de sobremesa (véase Las conversaciones privadas de Hitler, Crítica, 2004), Hitler elogia muy significativamente a Rommel por conservar la dignidad y, al revés de los italianos, no dejarse fotografiar nunca a lomos de un camello (el zorro del desierto, sostenía, quedaba mejor subido en un Panzer).

Sabía además Hitler que su propio aspecto no respondía precisamente al ideal ario que propugnaba -ya se sabe la broma berlinesa: «esbelto como Goering, alto como Goebbels y rubio como Hitler»-, y muy inteligentemente convirtió esos rasgos hoy universales que son su flequillo y su bigotito (peor hubiera sido la pilosidad tipo káiser que lucía en la I Guerra Mundial) en atributos de unicidad, de genio y de misterio. Pero había que cuidar el detalle. Solo en contadas ocasiones perdió Hitler la compostura ante una cámara, como cuando en aquel exceso de entusiasmo tras recibir la noticia de la caída de Francia en su cuartel general del cubil del lobo, Wolfsschlucht, se puso a bailar una giga. Aunque, claro, no todos los días te cae Francia en el saco.

En realidad, la única persona autorizada a fotografiarlo era su fotógrafo personal, camarada y confidente Heinrich Hoffmann (1885-1957) -un nazi de la primera hornada que le presentó a Eva Braun a Hitler y casó a su propia hija con Baldur von Schirach, que ya es emparentar-. Excepcionalmente, y bajo estricto control, se permitió puntualmente a otros fotógrafos del régimen, como Walter Frentz, recoger la imagen del líder. «Hitler tenía a Hoffmann como Franco a Campúa», explica el estudioso de la imagen Romà Gubern. «Ambos dictadores eran de baja estatura y se los solía tener que retratar en contrapicado. Como todos los líderes totalitarios, trataban de dar una imagen de poder, omnisciencia, rigor y seriedad, algo muy alejado de la familiaridad de los líderes demócratas como Churchill, Truman u, hoy, Obama. McLuhan sostenía que Hitler triunfó porque no vivió en la era de la televisión, en la que es mucho más difícil controlar y manipular la imagen. No era glamuroso, pero era enérgico, con un toque de misticismo y una retórica corporal muy elaborada, y, claro, lo que nos atrae de él es en última instancia la fascinación del mal, atisbar qué hay detrás de la máscara».

Hoffmann retrataba siempre a Hitler en pose, en su restringido repertorio de gestos favoritos, marciales o cuidadosamente arrebatados -su característico histerismo narcisista y egomaniaco-, efectuados con esa afable naturalidad digna de un fotograma de El triunfo de la voluntad. Todo cuidadosamente ensayado y preparado. Solo en una ocasión cambió el criterio y Hoffmann fue autorizado a realizar una colección de retratos supuestamente cotidianos y amables (!) del líder, que aparecieron reunidos en su libro Hitler wie ihn keiner kennt (El Hitler que nadie conoce). El libro, una maniobra oficial, salía al paso de una imagen excesivamente hierática o arrebatada del Führer que podía enajenarlo de las masas -no puedes estar todo el día echando espuma por la boca o como si llevaras introducida una escoba- y consagraba una especie de espontaneidad autorizada que es a lo más que se podía llegar en términos de humanizar al jefe. Eran en realidad fotos cuidadosamente estudiadas. En todo caso, además, a eso solo se llegó cuando la imagen de Hitler estaba tan consolidada en Alemania y era tan potente que ya no significaba ninguna pérdida de decoro que se le viera acariciando a su perro. El libro de Hoffmann incluía una foto de Hitler bebé que da mucho que pensar: ¿podemos proyectar la maldad posterior en esa imagen?

Aunque es discutible que siempre consiguiera su objetivo de quedar sublime -las fotos de Hitler en traje tradicional bávaro con pantalón corto de piel nos resultan ridículas, aunque él lo juzgara tan apropiado que hasta quiso crear una unidad de las SS con ese atuendo-, el Führer logró una uniformidad (y valga la palabra) en su imagen como ningún otro líder mundial.

Sabía lo que hacía. Había tenido muchos problemas de imagen. Antes de su ascenso al poder, sus caricaturas estaban al orden del día en los medios opositores a los nazis. Algunas lo mostraban por los suelos recordando su nada heroico comportamiento durante el fallido putsch de 1923, cuando se echó a tierra ante los disparos de la policía y se protegió de las balas entre los cadáveres de sus camaradas. Fue notable, por su audacia, el grotesco fotomontaje que le dedicó el periodista Fritz Gerlich en el que Hitler aparecía del brazo de una novia negra, casándose con ella, y cuyo titular apuntaba burlonamente la posibilidad de que el líder nazi tuviera sangre mongola Hat Hitler mongolenblut?, a cinco columnas, con un par, en el Der Gerade Weg-. Había que tener valor. La imagen se publicó en julio de 1932, cinco meses antes de que Hitler llegara al poder. Pero Hitler no era de los que echaban pelillos a la mar. Gerlich fue a parar a Dachau, donde una escuadra de SS lo asesinó aprovechando esa gran ocasión que fue la Noche de los Cuchillos Largos. A su mujer le enviaron las gafas rotas y ensangrentadas.

Conocemos lo que buscaba Hitler en sus fotos. Imponer, impresionar, inspirar fervor y temor, la conquista del individuo y de las masas. También seducir -¿era Hitler sexi?: no es broma; sin duda, lo fue para muchas alemanas-. ¿Qué tratamos de atisbar nosotros en las imágenes? Algo que nos explique a Hitler, que nos dé pistas sobre lo que fue y lo que hizo. El tipo que dejó a su paso por la historia 40 millones de muertos y trató de borrar a un pueblo de la faz de la tierra. Se ha convertido en el gran icono de la maldad y nos fascina mirarlo. Quizá lo de fuera nos dé pistas sobre lo de dentro. Sobre el mal como capacidad de la naturaleza humana.

«Hay dos cosas que todo el mundo puede reconocer, una esvástica y un retrato de Adolf Hitler», señala el historiador catalán Ferran Gallego, uno de nuestros grandes especialistas en el nazismo. «Hitler es para la mayoría la encarnación del mal, su rostro, como Auschwitz es la concreción de la maldad en un lugar». Gallego considera que la característica esencial de la imagen de Hitler y lo que le diferencia de otros dictadores y tiranos es su aire de impenetrabilidad. «Es más personaje que persona. Ian Kershaw, su más reciente biógrafo (Península), decía que no encontraba la persona en Hitler. Hay un misterio irreductible en Hitler que no hay, en cambio, en Stalin, una malignidad esencial asociada a la irracionalidad del nazismo». El historiador reflexiona: «Y a la vez, paradójicamente, resulta tan familiar… es tan fácil caricaturizarlo». O caracterizarte de él, como atestiguara cualquiera que lo haya probado.

En su extraordinario libro Explicar a Hitler (Siglo XXI, 1999), Ron Rosenbaun considera a Hitler una terra incognita, una auténtica caja negra, lo que hace tan apasionante observarlo en fotos. Su grado de sinceridad -¿era un oportunista o creía en lo que hacía?-, su inevitabilidad o no (¿de no haber habido Hitler, habría ocupado otro su lugar y acometido igualmente la Solución Final?), la influencia de su voluntad -¿hasta qué punto dirigía el proceso de la eliminación de los judíos?-, la existencia en su biografía de un momento fundacional de sus obsesiones -la supuesta visión en el hospital tras ser gaseado-, su propia sexualidad y la influencia que esta habría tenido en su acción política no están, opina el autor, dilucidados. De alguna manera, dice, Hitler sí se escapó del búnker, de la explicación última.

Rosenbaun analiza, en una búsqueda sensacional que le lleva a entrevistarse con las grandes figuras como Alan Bullock o H. R. Trevor-Roper, las diferentes opiniones de los historiadores sobre Hitler. Es un paseo abismal que lleva de la opinión de Lanzmann de que Hitler es irreductible -porque entenderlo lo haría, Dios no lo quiera, susceptible de ser perdonado- a la relativa relativización del personaje por historiadores contemporáneos, como Kershaw, que consideran mucho más importantes las razones históricas profundas que produjeron a Hitler que el propio Hitler, al cabo solo un individuo, un peón (¿no es insoportable pensar que todo el horror del nazismo haya ocurrido porque lo quiso un solo hombre?, anota Rosenbaun).

Una pregunta es estremecedora: ¿sabía Hitler que hacía el mal o creía que realizaba una labor justa y necesaria? Y otra: ¿había explicaciones psicológicas o médicas (la sífilis, por ejemplo) que explicaran sus acciones?, ¿podría ser entonces que Hitler fuera un loco, un enfermo, irresponsable de sus actos, una víctima de su historial? «Pero si Hitler no es malo, ¿quién lo es?», se pregunta ante Rosenbaun el gran Bullock.

Todo eso es lo que nos hace observar estupefactos su imagen, sus fotos. Nos invita a meditar sobre lo demoniaco y lo trivial (el arribista hipocondriaco). Sobre el propio mal en nosotros. Tratamos de escudriñar su magia -si la hubo-, lo que arrebató a tipos inteligentes como Speer o Goebbels («Ahora sé lo que significa Hitler para mí: ¡todo!») e impresionó a Klemperer. El aspecto Caligari o Svengali, hipnotizador. El célebre apretón de manos y los famosos ojos de acero que miraban sin pestañear, parte de su representación, de sus trucos. ¿Eran los ojos de Hitler lo que seducía, o era el poder de sus ejércitos? También, no lo neguemos, nos intriga de Hitler lo morboso: ¿es cierto que era un voyeur que hacía desnudarse ante él y tocarse a su sobrina-amante Geli Raubal? ¿Ella se suicidó o la mató o la hizo matar él? ¿Tenía alguna malformación anatómica el Führer -la tan expresivamente denominada «cuestión de la bola única»-? ¿Le arrancó, como indican las memorias de un condiscípulo, una cabra un trozo de pene al joven Adolf cuando este trataba de probar que era capaz de orinar en la boca del animal? ¿Habrían cambiado las cosas si los ancestros de Hitler hubieran conservado el apellido original Schicklgruber? -a ver quién habría saludado «¡Heil Schicklgruber!» sin que se le escapara la risa en plan el legionario de Biggus Dickus en La vida de Brian…-.

Miramos las fotos del tirano Hitler, entre el payaso y el exterminador. Y nunca nos es posible hacerlo sin un profundo escalofrío.


El hombre de los mil nombres…

julio 10, 2011

DIEGO A. MANRIQUE 10/07/2011

Otto Katz tuvo incontables identidades y fue uno de los más eficaces agentes de la Internacional Comunista. Elegante y mundano, se desenvolvió por las capitales europeas de entreguerras, movilizó a Hollywood y participó en la guerra civil española. No sobrevivió a las purgas estalinistas. Esta es su asombrosa historia.

Otto Katz estuvo en la primera línea de la lucha contra el nazismo en los años treinta. Sobre estas líneas, retrato de su época de juventud.-

Bromeaba con el oficio de espía, «la segunda profesión más antigua del mundo». Se lo podía permitir, ya que lo suyo era realmente la agitprop (agitación y propaganda). Podía cruzar fronteras clandestinamente y moverse entre sombras, pero prefería la respetabilidad del burgués, un bon vivant que se alojaba en grandes hoteles y alquilaba pisos en barrios finos.

 Llegó a usar 21 seudónimos para viajar y escribir. El FBI le describía como «un hombre extremadamente peligroso»

Susurrante y seductor, Katz encarnaba la resistencia a Hitler. Hollywood se enamoró de su personaje, reconocible en Casablanca

De hecho, nuestro hombre destacaba por su ubicuidad. Los servicios secretos occidentales se reconocían desconcertados con aquel personaje que vivía a todo tren. Fogueado en Berlín, Otto Katz estuvo en la primera línea de la lucha contra el nazismo durante los años treinta, viajando entre París y Londres, entre Nueva York y Los Ángeles. Figura en las crónicas de la politización de Hollywood y aparece igualmente en los textos de la guerra civil española. Hasta le implican en el asesinato de León Trotski, aunque entonces Katz todavía no había desembarcado en México.

Asombra que solo en 2010 se haya publicado un libro sobre su extraordinaria vida. En The dangerous Otto Katz (Bloomsbury), también editado como The nine lives of Otto Katz, Jonathan Miles explica los motivos de que haya escapado de la mirada de los historiadores. El principal, la opacidad de los archivos rusos, que guardan los papeles de la era soviética, donde están las claves de las operaciones de Katz. Al investigador le queda la opción de recurrir a los informes de sus enemigos. La Special Branch le vigilaba cada vez que visitaba Reino Unido, pero no tenía suficientes recursos y Katz disfrutaba dándoles esquinazo.

Sabían que era un pez gordo: según el servicio secreto británico, «el director de toda la política comunista en Occidente». El FBI se contentaba con describirle como «un hombre extremadamente peligroso». La Prefectura de París solo cerró su dossier en mayo de 1968, a pesar de que Katz oficialmente había sido ejecutado en 1952; quizá no se creían aquel final tan tajante. ¿Quién podía estar seguro con Katz? Miles comienza su libro con el listado de los nombres 21 seudónimos que usó para viajar, relacionarse y escribir.

Para hacernos una idea de la incertidumbre que le rodea: Diana McLellan, autora de Safo va a Hollywood (2000), está convencida de que Otto se casó con Marlene Dietrich poco después del final de la Primera Guerra Mundial y argumenta que pudo ser el padre de su hija María. Según Jonathan Miles, el cotejo de sus biografías hace difícil creer en una boda legal entre Otto y Marlene, aunque se sabe que ambos eran flexibles a la hora de situar su fecha de nacimiento. Esa relación pasional y el matrimonio blanco con Rudolph Sieber- ayudan a entender la facilidad con que Katz entró en Hollywood o el miedo de Marlene a que su hija fuera secuestrada. Ya en los cuarenta, ella también ayudaría a conseguir un visado para que Otto pudiera retornar de México a Estados Unidos, cuando el FBI le tenía fichado como «agente de la Internacional Comunista y antiguo miembro de la OGPU», luego conocida como KGB.

Otto Katz había nacido en 1895 en Jistebnice, en Bohemia, entonces parte del imperio austrohúngaro. De familia próspera y judía, pasó por Praga antes de instalarse en Berlín. En los años veinte, la capital alemana era primera línea del combate bolchevique por la revolución mundial. Katz ejercía de periodista y también como gerente de la compañía teatral de Erwin Piscator. Entró en la órbita de Willi Münzenberg, el millonario rojo. Cómplice de Lenin en sus tiempos de Zúrich, desarrolló en Alemania un imperio mediático, financiado -según la mitología con los diamantes de la familia Romanov.

Elegante y sensualista, Otto se acomodó en la tela de araña de Münzenberg. Terminó como director de la sucursal alemana de Mezrabpom-Russ Films, productora y distribuidora que difundía películas como El acorazado Potemkin. En 1931 viajó a Moscú, donde pasó dos años. Compatibilizó sus obligaciones con cursos intensivos en la Escuela Internacional Lenin, la academia de los espías comunistas. Algunos visitantes a la nueva Rusia advirtieron la crueldad del régimen y la acobardada miseria de sus súbditos. Todo lo contrario de Otto, que se comprometió a fondo: ya era miembro del Partido Comunista Alemán (PKD) pero con su ingreso en el OGPU, el servicio secreto soviético, se puso al servicio directo del estalinismo.

Hoy nos resulta apabullante la credulidad de aquellos internacionalistas. Pero conviene tomar en cuenta las urgencias del momento: la inestabilidad de Europa, el ascenso de los fascismos, el crash de 1929. El marxismo-leninismo ofrecía soluciones y la promesa de un paraíso de los trabajadores. Era una religión reconfortante que atrajo incluso a la aristocracia: Otto colaboró con Hubertus, un católico que ostentaba el título de príncipe de Löwenstein y que se había formado en los rituales secretos de la Orden de Malta. Katz demostró también tener un gancho irresistible para la clase alta británica: se discute todavía si en algún momento controló al círculo de espías de Cambridge, el grupo de Kim Philby. Otto era lo que ahora llamaríamos un agitador cultural. Se transformó en escritor y/o compilador de libros de denuncia, como el famoso Libro marrón del terror de Hitler y el incendio del Reichstag.

Para moverse entre intelectuales y políticos resultaba útil una leyenda de hombre de acción. Otto alardeaba de encontronazos con los hombres del Tercer Reich, pero hay una distancia entre esas batallitas y las acusaciones específicas de violencia. Sus enemigos le situaban en el atentado contra Otto Strasser, un disidente nazi, que terminó con la muerte de un técnico de radio. Aún más remota es su posible implicación en el final de Willi Münzenberg. Su padrino se fue desencantando de las consignas moscovitas. Fuera de la disciplina de Moscú, Münzenberg apareció colgado en un bosque francés.

Otto desembocó inevitablemente en el cine anglosajón. En 1934 rescató al actor Peter Lorre de una pensión parisiense y le llevó a Londres, donde hizo su primera película en inglés bajo la dirección de Alfred Hitchcock. El productor era Ivor Montagu, otro agente soviético. Al año siguiente, Otto llegó a Hollywood con los datos en su agenda de abundantes exiliados alemanes: Lorre, Billy Wilder, Ernst Lubitch, Fritz Lang y, naturalmente, la Dietrich. La misión californiana era doble. Urgía extraer dinero a los ricos del cine y Otto pulsaba las cuerdas correctas: contaba fantásticas historias de la lucha clandestina y solicitaba ayuda para los refugiados de la Alemania de Hitler, aunque el dinero terminara finalmente en los cofres del partido.

Susurrante y seductor, Katz encarnaba la resistencia a Hitler. Hollywood se enamoró de su personaje: trasuntos suyos aparecen en varias películas. La más celebrada es Casablanca, donde se le reconoce como Victor Laszlo, cabecilla de los resistentes checos, casado con Ilsa Lund (Ingrid Bergman). En Watch on the Rhine, su papel estaba a cargo de Paul Lukas, un húngaro que ganó así el Oscar al mejor actor en 1943, desbancando al previsible triunfador, el Bogart de Casablanca.

Otto llevaba además la medalla invisible de veterano de la Guerra Civil. Durante el levantamiento militar de 1936, Katz estaba en Barcelona. Telegrafió a Hollywood para pedir ayuda con destino a la Cruz Roja española. Con permiso de Lluís Companys, registraba pisos y oficinas de supuestos agentes de la Gestapo y localizaba documentos que desembocarían en un libro llamado The nazi conspiracy in Spain. Montó en París una agencia de prensa, Agence Espagne, famosa por su difusión de mentiras; Otto era despreciado por líderes republicanos como Andrés de Irujo por su desconocimiento de la realidad española. Servía asimismo de cicerone para visitas de delegaciones extranjeras. El viaje podía incluir una cita con Ernest Hemingway, que disponía de comida y bebidas con toda garantía. A una de esas fiestas acudió Arturo Barea, que explica en La forja de un rebelde su asco ante unos oportunistas que estaban en el Madrid sitiado por motivos particulares, solo ligeramente coincidentes con la supervivencia de la República. Fue la ayuda militar de Stalin lo que permitió que la guerra se alargara durante tres años, pero pagando un terrible tributo: la sovietización del Ejército Popular.

Como explicó el novelista Gustav Regler, voluntario en las Brigadas Internacionales, el campo republicano sufrió «la sífilis rusa, la enfermedad de los espías». Agentes que tenían permiso para arrestar, torturar y ejecutar a enemigos políticos, supuestos trotskistas como Andreu Nin. Hay una cruel simetría en el hecho de que la mayoría de los hombres de Stalin en España fueran posteriormente eliminados por el zar rojo. Inicialmente, Otto se libró. Pasó buena parte de la Segunda Guerra Mundial en Hispanoamérica, conspirando y organizando. Regresó a Europa a tiempo de unirse a los vencedores. En 1951 le detuvieron. Stalin necesitaba chivos expiatorios para cortar las ansias de independencia -a la yugoslava- de los países satélite. Y Katz encajaba en demasiadas casillas: judío, viajero, hedonista, inevitablemente relacionado con servicios secretos extranjeros. Entró en el lote de la llamada «conspiración de Slánsky», 14 altas personalidades acusadas de traición y espionaje. Una pesadilla inmortalizada por uno de los supervivientes, Artur London (viceministro de Asuntos Exteriores), en el libro La confesión, base de una película de Costa Gavras con guión de Jorge Semprún.

Otto se ofreció inmediatamente a confesar lo que fuera necesario. Aun así, sus captores le maltrataron durante varios días. Le esperaba la pena de muerte, junto con 10 de sus desdichados compañeros; tres fueron condenados a cadena perpetua. En sus últimas palabras a los jueces introdujo una cita literaria que sus verdugos no captaron: unas líneas de El cero y el infinito, la novela del húngaro Arthur Koestler sobre las purgas de Moscú. Sabedor de que el régimen de Praga estaba radiando fragmentos del juicio, esperaba que sus amigos occidentales pillaran la referencia e hicieran algo por salvarle. No hubo tiempo. Cinco días después, los 11 reos fueron ahorcados. Hay una coda particularmente desagradable. Se incineraron los cadáveres de los traidores y los restos acabaron en un saco. Había unos policías encargados de esparcir las cenizas en un río, pero el invierno de 1953 resultó especialmente crudo: las aguas estaban heladas. Los ateridos funcionarios debatieron si valía la pena hacer un agujero. Optaron por diseminar las cenizas por la carretera. Un año después fallecía Stalin y comenzaba un breve deshielo del bloque comunista.

EL País semanal.com.

http://www.elpais.com/articulo/portada/hombre/mil/nombres/elpepusoceps/20110710elpepspor_6/Tes/


MEMORIA UNIVERSAL: Los años más oscuros de Renault…

julio 10, 2011

Los nietos acuden a los tribunales para intentar lavar la figura de su abuelo, expropiado por haber puesto su industria automovilística al servicio de Hitler

ANTONIO JIMÉNEZ BARCA – París – 10/07/2011

El 23 de septiembre de 1944, Louis Renault, por entonces de 67 años, enfermo de afasia, fue arrestado en su señorial casa a un paso del Arco del Triunfo. París era entonces una ciudad convulsa que acababa de sacudirse la dominación de un Ejército nazi que se retiraba hacia Berlín en medio de una guerra todavía inacabada. El propietario del imperio automovilístico francés, el genio de la mecánica que había comenzado a fabricar coches en un cobertizo en el jardín de la casa de su padre, fue conducido a la prisión de Fresnes. Varios periódicos parisienses llevaban semanas reclamando la detención del dueño de las fábricas de automóviles que habían servido a Hitler para rearmar durante años sus columnas de carros de combate.

Louis Renault muestra un modelo a Adolf Hitler durante la feria del automóvil de Berlín, en 1937.- AFP

Charles de Gaulle nacionalizó las fábricas por trabajar para el enemigo

Los herederos piden ahora resarcir los daños morales y materiales

Renault, hasta ese momento uno de los industriales más poderosos de Francia, fue encerrado y torturado por la noche, según insinúa en una biografía (Louis Renault, publicada por la editorial Plon en 1998) el autor, Enmanuel Chadeau. La enfermedad, la depresión y el encierro lo convirtieron en un despojo humano casi inconsciente, incapaz siquiera de abrocharse el pantalón del pijama. Los carceleros se reían de eso al espiarle por el ventanuco de la puerta de la celda, según explica el autor de la biografía citada. Tras entrar en coma varias veces, murió el 24 de octubre, en una clínica de París, sin que hubiera tiempo para juzgarle. Al funeral, en uno de los barrios más lujosos de París, acudieron cerca de 1.000 personas. Cuatro meses después, un Gobierno aún provisional presidido por el General Charles de Gaulle, presionado por los comunistas franceses, nacionalizó sus fábricas, debido a que estas «constituyeron un instrumento en manos del enemigo».

Ahora, los ocho nietos de aquel hombre -todos hijos del mismo padre y de cuatro esposas distintas- tratan, en los juzgados, de anular esa resolución, intentando demostrar que Renault actuó con la misma connivencia ante el enemigo que otros tantos millones de franceses. «Si trabajar para el enemigo consistía en venderles bienes, todo el mundo lo hizo. Otra cosa es ir más allá de las peticiones de los ocupantes. Esa es otra historia», asegura el abogado Thierry Lévy, el letrado que asesora a la familia Renault.

«En casa, jamás se hablaba de él», recordaba en un artículo de Le Monde su nieta Hélène. «Algunas veces, mi madre le preguntaba a mi padre por qué nunca se refería a su padre delante de nosotros, pero mi padre seguía en silencio, sin responder».

La demanda, 16 páginas que aluden a los derechos humanos o al derecho a la propiedad, busca resarcir al fundador de Renault «del perjuicio moral y material» causado por esa nacionalización que los herederos del imperio consideran injusta. Entre otras consideraciones, el abogado de los Renault mantiene que la confiscación debió de producirse después de una condena penal del acusado, que nunca sucedió. El Gobierno de De Gaulle calculó que entonces las fábricas Renault, en poder de Louis Renault en un 97%, valían 240 millones de francos. La demanda solicita la intervención de un experto que determine la colosal cuantía, de cientos de millones de euros, que sumaría la indemnización teniendo en cuenta el capital, los años pasados y los intereses creados desde 1945.

Los ocho nietos, de edades comprendidas entre los 32 y los 66 años, aseguran que no persiguen el dinero, sino la rehabilitación histórica de la memoria de su abuelo, convertido desde entonces en una especie de símbolo de los colaboracionistas. La devolución de su imperio industrial es más que improbable, ya que en los ochenta se comenzó a reprivatizar y actualmente el Estado regenta el 15% de las acciones.

Con todo, hace un año, los herederos de Renault consiguieron una primera y simbólica victoria judicial: desde hacía tiempo reclamaban al Centro de la Memoria de Oradour-sur-Glane (Haute-Vienne) que retiraran de su exposición sobre la II Guerra Mundial una foto en la que aparecía Louis Renault, en 1939, en el Salón del Automóvil de Berlín, explicando el funcionamiento de un coche al lado de Hitler y Goering. El pie de foto de la exposición era: «Colaboración económica. Louis Renault fabricó carros de combate para la Wehrmacht». Los herederos de Renault, al ver que el museo no accedía a su petición, recurrieron a la vía judicial. En julio de 2010, un juez de Limoges les dio la razón, obligó al centro a retirar la fotografía aduciendo que era «anacrónica» y que el texto que la acompañaba «establecía una relación histórica infundada entre el papel de Renault bajo la ocupación y la crueldad que sufrieron los habitantes de Oradour». Y añadió: «Es una manera de desvirtuar los hechos». El director del museo, Richard Jezierski, asegura que la decisión del juez atañe a la forma, «pero no a los hechos».

Para el historiador Laurent Dingli (esposo de Hélène Renault), autor de una biografía sobre Louis Renault que algunos juzgan demasiado condescendiente, las factorías de Renault construyeron casi 30.000 camiones que fueron a parar a los ejércitos de Hitler, y piezas para tanques. Además, se repararon los carros de combate franceses incautados por los alemanes. «Pero Renault no fabricó armas ni puso más celo en servir al ejército alemán que Peugeot o Citroën», añade su esposa en France Soir.

La historiadora y profesora emérita de la Universidad de París VIII Annie Lacroix-Riz ha sostenido lo contrario en varios medios de comunicación. Para ella, Renault no solo construyó camiones, sino también tanques, bombas incendiarias y motores para los aviones alemanes, entre otras armas. «Esto son hechos indiscutibles, se dispone de documentación que lo puede probar: Louis Renault fue uno de los personajes clave en la red de colaboración francesa durante la ocupación», aseguró hace algún tiempo al diario France Soir. La historiadora defiende incluso que el fundador del imperio automovilístico suministró fondos al fascismo francés desde 1930, financiando movimientos nacionalistas como la Cruz de Fuego. Y denuncia la existencia hoy de «una operación para rehabilitar los nombres de los grandes empresarios y su labor durante la ocupación».

Los nietos de Renault han demostrado que confían en los tribunales, más que en los historiadores, para rehabilitar el nombre y la memoria de su abuelo. Pero el abogado Thierry Lévy avisa de que el proceso será largo y el año que viene «comenzará a verse por dónde respira el caso». Mientras, la memoria de Renault queda en suspenso, como muchas otras relacionadas con los años oscuros de Francia y las viejas heridas nunca curadas del todo.

El País.com

http://www.elpais.com/articulo/economia/anos/oscuros/Renault/elpepieco/20110710elpepieco_7/Tes

 

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Huesos como marca comercial…

julio 6, 2011

LAS TRES MANERAS DE REPRESENTAR A LAS VÍCTIMAS | AVANCES EN ANTROPOLOGÍA

«La aparición de los huesos en las tumbas olvidadas, con la reevaluación de los testimonios de los vencidos que ha llevado aparejada, se ha producido entre un notable escándalo mediático; ha dado origen, por lo demás, a toda una industria del significado en torno a las memorias de la guerra que recuerda bastante a la avalancha de productos culturales que vivió Alemania con motivo del 60 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial». La reflexión corresponde a Francisco Ferrándiz, del Concejo Superior de Investigaciones Científicas, y a Alejandro Baer, profesor de la Universidad Complutense, y ha sido extraída de una investigación sobre lo que denominan «violencia política y memoria digital». Desde el campo de la antropología, defienden que las fosas del franquismo han dado origen a un conjunto de nuevas prácticas culturales y rituales que evocan un pasado doloroso y a la vez dicen mucho del presente. En esa misión de preservar la huella de un pasado terrible es donde se centran y, para ello, analizan cómo se está abordando la memoria del genocidio y de otras formas de violencia extrema en cada una de las exhumaciones. Según ellos, en los últimos años se han establecido tres maneras esenciales de registrar y representar a las víctimas: fotografías en la fosa abierta, con sus esqueletos y huesos; retratos de desaparecidos, y testimonios de testigos o supervivientes. En el primer caso, afirman que las fotografías con huesos se han convertido en un signo inequívoco de la violación de derechos humanos. «Nos encontramos con tales imágenes a menudo: Camboya, Argentina, Guatemala, Bosnia, Irak… Se han convertido en metáforas, puntos de referencia éticos».

Entran como la Coca Cola. Por otro lado, las fotografías tomadas a las víctimas antes de convertirse en tales, esas imágenes de desaparecidos que muestran sus familiares «son ya imágenes enormemente extendidas de la tragedia a la vez que de la entereza», por lo que ellos aprecian que se han incorporado al imaginario con la misma potencia que una marca comercial. «Dada su fuerza iconográfica y su potencial de transgresión —parafraseando al dramaturgo chileno Ariel Dorfman—, representan la respuesta más adecuada a las desapariciones». Y de qué manera más eficaz han logrado satisfacer las necesidades de los medios de comunicación.

Respecto al tercer modo que predomina en la visualización de la desaparición, los testimonios en formato de vídeo, ya no son importantes por atestiguar hechos que no se conocen bien, sino que este trabajo defiende que son esenciales para lograr que estos hechos «se tengan siempre presentes». Por esta razón, ambos autores consideran que en una exhumación del franquismo es tan importante el trabajo forense como grabar cada uno de los pasos que se llevan a cabo. «El archivo de testimonios en vídeo de los `donantes de la memoria´ es siempre algo más que una fuente de información sobre el pasado: tales testimonios constituyen proyectos de restitución, símbolos de la tragedia pasada y de homenaje presente».

Enlace Diario de León:

http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=616790


«Soy un embustero, pero no un falsario»

junio 28, 2011

Lo dice Enric Marco, sobre las ruinas de su inventada autobiografía de luchador antinazi y deportado en el campo de concentración Flossenbürg. El destituido presidente de la Amical de Mauthausen y exlíder de la CNT trata de levantar una versión honorable de su vida

26/06/2011

Enric Marco en 2003, cuando presidía la asociación Amical de Mauthausen, junto a una bandera alusiva a los exterminios nazis.- AP

Sentado a la mesa de un café en Sant Cugat del Vallès (Barcelona), donde reside, Enric Marco Batlle, expresidente de la asociación de deportados en los campos de concentración nazi Amical de Mauthausen y ex secretario general de la CNT, comenta sus vivencias en la Alemania de Hitler. Tiene 90 años, pero este hombre pequeño, de bigotillo teñido, que luce un alfiler con la insignia republicana en la solapa, se expresa con fluidez, sin titubeos ni lagunas, desde la solvencia de una memoria bien engrasada y una dialéctica de acertadas pausas narrativas y golpes de énfasis.

 Fue a Alemania como trabajador voluntario y pasó seis meses de cárcel, según el historiador que descubrió la impostura

«Me convertí en voz y brazo de los deportados porque yo también sufrí prisión en Alemania», explica Enric Marco

«En aquellas situaciones límite de vida o muerte, uno aplicaba sus propios mecanismos de supervivencia», explica con una voz gruesa cargada de tensión emocional; la mirada brillante, detenida, paralizada desde dentro por recuerdos que se antojan abrumadores. «Cuando querían hacer un escarmiento, se llevaban a uno de cada 25 de nosotros para matarlo. Aquel día vi llegar al SS y tuve la conciencia de que venía a por mí. Llegó y, en efecto, me apuntó con el dedo. No habló, solo me señaló con el dedo. Yo levanté la cabeza y le dirigí la sonrisa más seductora que he hecho jamás. Entonces, él dijo: ‘Spanisch, an einem anderen Tag’ (‘El español, otro día’), y siguió adelante».

El problema con Enric Marco es que se sabe quién no es, pero no se sabe quién es. El periodista que escucha sus relatos ya sabe que este anciano, que no aparenta su edad, no volvió, en realidad, de los campos de la muerte, aunque haya representado durante largos años el testimonio del horror ante el mal absoluto, la lucha contra el olvido y el propósito imposible de hacerle justicia al pasado. Sabe que el presidente de la Amical de Mauthausen que el 27 de enero de 2005 subió a la tribuna del Congreso de los Diputados para hablar en nombre de los 10.000 republicanos españoles deportados por el Tercer Reich no era el preso número 6.448 del campo de Flossenbürg que decía ser. Y sabe también que el brillante orador -«cuando llegábamos a los campos en aquellos trenes infectos, para bestias, nos desnudaban completamente, sus perros nos mordían y sus focos nos deslumbraban. Nos gritaban en alemán ‘¡links!’, ‘¡rechts!’ (¡izquierda, derecha!); nosotros no entendíamos, y no entender una orden te podía costar la vida»-, que hizo que se le saltaran las lágrimas a Carme Chacón y que la emoción asomara en los ojos del propio Rubalcaba, no estuvo nunca en un campo de concentración.

Estuvo en la Alemania nazi, sí, pero como integrante del contingente de trabajadores voluntarios que Franco envió a Hitler. Cuando el historiador Benito Bermejo descubrió el nombre de Enric Marco en el correspondiente listado del archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Enric Marco se disponía a participar, junto al presidente Zapatero, en el homenaje internacional que se celebró el 7 y 8 de mayo en Mauthausen por el 60º aniversario de la liberación del campo. «El auténtico preso 6.448 de Flossenbürg fue Enrique Moner Castells, nacido en Figueras en el año 1900. Enric Marco descubrió ese nombre en los archivos de ese campo de concentración y pensó que la coincidencia en el nombre de pila y la inicial del apellido le permitiría suplantarlo, pero el archivero Johannes Ibel se negó a expedirle un certificado que indicara que uno y otro eran la misma persona», explica el historiador.

Más que un escándalo, la noticia de que Marco no había estado deportado produjo una sacudida profunda, sorda y lacerante en los colectivos republicanos, como si el alma se les cayera repentinamente a los pies y luego les pasara por encima la apisonadora de la burla. ¿Cómo se puede hollar con la mentira el territorio sagrado de la memoria europea donde reposan el sufrimiento y la desolación suprema, la degradación mecánica, industrial, del individuo, el ejercicio de la máxima ignominia y barbarie humana? ¿Qué le llevó a Enric Marco a hacerse pasar por deportado?

Se lo pregunto, y este hombre que visitaba un centenar y medio de colegios e institutos al año dando charlas dice que lo hacía para que la denuncia del nazismo fuera más efectiva y dejara mayor huella en la memoria de las gentes. Una cosa es cierta: Marco era el mejor conferenciante de la asociación, nadie como él mantenía la atención del público hasta el final y era capaz de tensar el discurso, trufarlo de relatos impactantes y provocar la catarsis. Nadie permanecía indiferente en su asiento cuando él tomaba la palabra. «Soy Enric Marco y nací el 14 de abril, Día de la República», decía, y ahí mismo iniciaba su sabotaje a la verdad, porque en realidad nació dos días antes, el 12 de abril. «El primero que se quedó de piedra fui yo. Viajábamos mucho juntos para ir a dar charlas y nunca le cogí en un fallo. La gente todavía nos pregunta por él», comenta Liberto Villar, hijo de deportados.

Así que el discurso del embustero construido sobre el artificio de anécdotas prestadas o inventadas tenía más éxito que la versión auténtica de los hechos; que la mentira bien adobada resultaba más efectiva que la verdad desnuda. La tesis probada de Enric Marco es que la historia bien contada por un farsante resulta más atractiva que la del protagonista o testigo directo. Claro, que no estamos aquí ante un actor, un intérprete, un narrador cualquiera, porque, entre sorbo y sorbo de té y como quien no quiere la cosa, Enric Marco puede enhebrar ante el periodista frases sin duda aprendidas, pero cargadas de intensidad dramática. «Por la noche, en la barraca, se respira el aire denso, turbio, espeso, de la humanidad de aquellas gentes. Por un momento, los ronquidos dejan paso a un gran silencio y se oye un aullido animal, pero no, no es de un animal, es de un hombre que se queja como si fuera una bestia». Marco habla en tiempo presente, cuida las pautas y el énfasis; como un profesional del relato.

«Era tan brillante que deberíamos haber sospechado», se lamenta una socia del Amical. «Nos engañó a todos: a nosotros, a las autoridades, a los profesores y alumnos de los institutos… -«a los periodistas nos lo daba todo hecho porque sabía lo que queríamos», reconocen Carme Vinyoles y Pau Lanao, autores de un buen reportaje publicado en El Punt-; a todos, salvo a algunos deportados que, de todas formas, no se atrevieron a acusarle en público. «Estuvimos con él en una comida de supervivientes y a mi marido le dio mala espina. Siempre pensó que no había estado en un campo en su vida», afirma Lucía, esposa de Francisco Aura Boronat, el único superviviente de Mauthausen en España. A sus 93 años, Francisco se encuentra demasiado delicado de salud como para atender al periodista. «Marco se hacía el gracioso y dicharachero y dijo en la comida que las albondiguillas de bacalao eran peores que las del campo. Mi marido le replicó que en los campos no había albondiguillas de esas». Según su esposa, Francisco Aura Boronat evita hablar de Mauthausen porque «cuando habla de aquellas penalidades luego ya no es persona».

Es sabido que las pesadillas y terrores nocturnos son una constante en la vida de los antiguos deportados, gentes resucitadas, pero marcadas hasta tal punto por el horror, la culpa de haber sobrevivido, el sufrimiento y la angustia que, en muchos casos, no pudieron ya disfrutar verdaderamente de la existencia. «A mi marido, aquello le dejó de por vida una salud muy delicada y lo acompañó hasta su muerte. Siempre llevó Mauthausen incrustado en el cerebro noche y día», comenta Feli, viuda de Fernando Lavin. En contraste con los auténticos supervivientes, por lo general silenciosos o lacónicos, temerosos de que los recuerdos reavivaran la experiencia traumática de la deshumanización de la persona, Enric Marco es un genio comunicativo que, como buen embustero, sabe que las mentiras deben tener un ingrediente de verdad.

«Soy un embustero, sí, pero no un farsante, ni un falsario. Lo mío fue una simple distorsión de mi propia historia. Me convertí en la voz y el brazo de los deportados porque yo también sufrí cárcel en Alemania. Que me digan qué diferencia hay entre la cárcel y el campo de concentración. No solo fui esclavo de los nazis, también resistente», sostiene él con gesto desafiante y la mirada volcada, ahora, sobre el periodista. En su primera versión, Enric Marco era un joven libertario que, tras la Guerra Civil, escapó a Francia por el puerto de Barcelona gracias a un pariente aduanero que le metió en un barco de fruta rumbo a Marsella. En Francia, se incorporó a la Resistencia, pero fue detenido por las falanges del mariscal Pétain, entregado a la Gestapo en Metz y conducido a Kiel a trabajar como mecánico en una fábrica de guerra. Cuando los alemanes descubrieron que saboteaba la producción, le enviaron al campo de Flossenbürg, y tras la liberación volvió a España a luchar en la clandestinidad contra el franquismo.

Sobre las ruinas de esa versión, desbaratada al ponerse al descubierto que se alistó como trabajador voluntario para Alemania en la oficina de reclutamiento de la calle de Peláez de Barcelona y que firmó un contrato con los astilleros de la compañía Deutsche Werke Werft, Marco trata ahora de asentar otra que salve su honorabilidad en lo posible. Según este nuevo relato autobiográfico, fue detenido en la base submarina de Kiel por sabotear la reparación de lanchas torpederas, torturado durante seis días por la Gestapo, encarcelado como preso preventivo y liberado al cabo de ocho meses.

Nuestro hombre se ha traído a la cita con EL PAÍS una abultada carpeta repleta de escritos autobiográficos y documentos en alemán, algunos traducidos, que parecen mostrar que, efectivamente, fue procesado por «atentar contra el Estado alemán» y encarcelado en Kiel, aunque no revelan el desenlace judicial del caso. Uno de los textos de su nueva biografía está encabezado por la máxima: «Si no dices quién eres, alguien dirá lo que no eres», que en su caso podría ser doblada con esta otra sentencia: «Si dices lo que no eres, te negarán lo que eres».

Desde la autoridad que le da haber estudiado la totalidad del sumario, Benito Bermejo asegura que Enric Marco fue absuelto, en una sentencia en la que se indicaba que el procesado no era un elemento peligroso, sino tan solo «una persona muy joven que había tratado de darse importancia ante sus compañeros». En apoyo de su dictamen, el tribunal citó la declaración del jefe inmediato del acusado, quien le excluyó de toda acción de sabotaje y le avaló como un buen trabajador. «Enric Marco estuvo seis meses en la cárcel en Alemania. Volvió a España en 1943 con un permiso de trabajo y ya se quedó aquí. En los archivos del Ministerio de Exteriores consta que un familiar de Marco se interesó por su situación y que el Gobierno de Franco le respondió que estaba encarcelado en Alemania cumpliendo una pena de seis meses por mal comportamiento», asegura el historiador.

Una pregunta que Enric Marco no acaba de despejar es por qué un joven anarquista huye de la España franquista para trabajar voluntario en la Alemania nazi. «Me asfixiaba en la España de la posguerra, con sus símbolos franquistas, la Iglesia…», responde. Otra incógnita es cómo, dónde, con quién luchó en la clandestinidad contra el franquismo durante los 33 años que van desde que regresó de Alemania hasta que empezó a aparecer en los círculos de la CNT. «Estuve sin documentación viviendo a salto de mata. Sí, trabajé como mecánico en un taller de las Cortes de Barcelona. Me detuvieron varias veces; no sé: dos o tres». Según las averiguaciones de este periódico, Enrique Marco Batlle trabajó de mecánico durante largos años en lo que hoy es el taller de coches Vinyals, en Travessera de les Corts, 46, de Barcelona. «Trabajó aquí en los tiempos en los que esto se llamaba Talleres Coll-Blanch y, más tarde, Talleres Cataluña. Era el marido, bueno, la pareja, de la entonces dueña del taller, María Belver Espinar, ya fallecida. Siempre nos contó que había estado en un campo de concentración, y, que yo sepa, no estuvo detenido, al menos no entre 1969 y 1979 mientras trabajé en el taller», indica Antoni, antiguo empleado.

Los vecinos del número 57 de la calle de Oriente de Barcelona recuerdan perfectamente a María Belver y Enric Marco como una pareja amable y educada que se disolvió tras largos años de convivencia, después de que el segundo conociera ya en la cincuentena a una estudiante de historia madre de sus dos hijas. También el dueño del bar Juan, en la esquina de Travessera de les Corts, guarda un buen recuerdo del antiguo mecánico del taller vecino. «Le conozco desde 1976, es una buena persona que se desvivía por los demás. Aquí no hablaba de política, pero sabíamos que había sido de la CNT. Una vez, hace 15 años o así, vino una televisión alemana a filmarle en el bar».

La mentira de Enric Marco viene, pues, de muy lejos, aunque solo se acercó a la Amical de Mauthausen a finales de 1990 y la CNT no supo de él hasta la Transición política. Los dirigentes libertarios Juan Gómez Casas y Luis Andrés Edo ya advirtieron de que no había «nada sólido en la biografía» de Enrique Marco, pero nada impidió que este alcanzara la secretaría general de la CNT, la presidencia de la Amical y la Cruz de Sant Jordi con la que la Generalitat premió su trabajo directivo en la Federación de Padres y Madre de Alumnos de Cataluña.

¿Quién es, en realidad, Enric Marco?, le pregunto. «Tuve una infancia propia de un relato de Dickens. Llegué al mundo en el centro psiquiátrico de Sant Boi de Llobregat, en lo que antes se llamaba el manicomio, porque mi madre estaba allí ingresada. No disfruté de sus mimos; ni siquiera llegó a darme de mamar. Una vez al mes me llevaban a verla.

-Enriqueta, mira qué niño más guapo ha venido a verte; es tu hijo.

-Sí, es guapo, pero ese no es el mío; el mío es más pequeño. Me han dicho que si trabajo mucho en el lavadero me lo devolverán

Apenas recuerdo a mi padre. Él se echó una mujer analfabeta y alcohólica que por las mañanas me mandaba a buscar un cuartillo de aguardiente y me hacía leerle novelas. Así, empecé a leer a Cervantes, Dumas, Zola… Yo no me enteraba demasiado de lo que leía, pero tenía una buena dicción y por eso me sacaban a la tarima para que leyera al resto de la clase».

¿Dónde acaba su impostura y empieza su verdad? «Debajo del disfraz hay un hombre de carne y hueso», nos dice él en tono solemne y un punto arrogante. «No mentí en lo fundamental, aunque sea un embustero. No necesito consultar con un psiquiatra. ¿Qué crimen he cometido para pedir perdón?». Lo que es seguro es que Enric Marco Batlle, megalómano de ego grande en un cuerpo pequeño, ha dedicado gran parte de su vida a fabricarse escenarios imaginarios donde forjar la pretendida doble personalidad heroica de víctima y resistente. Ha perseguido con ahínco encarnar la figura del líder republicano y ha representado su papel con genialidad. Porque, después de tantos años de connivencia entre la farsa y lo auténtico, Enric Marco, quien quiera que sea en el pliegue más recóndito de su cerebro, es un actor adicto a la escena. Como terapia personal, puede que le viniera bien volver a dar charlas sobre los peligros del nazismo. Claro que entonces tendría que empezar diciendo: «Me llamo Enric Marco y estuve a punto de nacer el 14 de abril, Día de la República. He sido un embustero porque no estuve en la Resistencia y no conocí el campo de concentración de Flossenbürg ni ningún otro, pero puedo contarles lo que vivieron los deportados…». –

El País.com