
Nos ha llegado el siguiente comunicado:
Esther dice:
Noviembre 13, 2010 en 01:33
A quien le pueda interesar:
Hoy ha muerto mi tío Antonio García Borrajo, supongo que sólo tenéis que tirar de archivos para saber perfectamente quién es.
Está en el tanatorio de San Isidro y mañana se le incinera en la Almudena a las 16h.
Sé que ya no debe quedar vivo ninguno de sus compañeros pero no quería que su muerte se dejara pasar por alto por si alguien le conocía.
Saludos
Desde La Memoria Viva nuestro más sentido pesame a sus familiares y amigos y nuestra muestra de respeto y recuerdo para un luchador fiél a la República.
Trío de ases de la aviación republicana
Fecha: 22/12/2006 Luis DIAL
Intervinieron en más de doscientos combates aéreos durante la Guerra Civil, padecieron el exilio y la cárcel, suman casi 270 años y viven para contarlo. Son Antonio García Borrajo, José María Bravo y Manuel Montilla, tres ases de la aviación republicana.
Antonio García Borrajo bombardeó con su Breguet-19 el acorazado España, el buque más poderoso de los franquistas, hasta terminar de hundirlo; José María Bravo fue jefe de la tercera escuadrilla de cazas Polikarpov I-16, los famosos moscas rusos; se anotó 23 derribos, luchó contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial y protegió a Stalin camino de Teherán. Su amigo Manuel Montilla, superviviente en decenas de combates, sirvió a sus órdenes en esa escuadrilla. Montilla es seco, alto y zancudo como un alcaraván. Acaba de volver de México, donde ha desvivido un larguísimo exilio, y a sus casi 90 años, flojo de remos, no ha olvidado a una sola mujer de cuantas conoció íntimamente en su juventud y cuyos nombres consignó en su magnífico libro Héroes sin rostro, publicado en México. “Era el más ligón”, dice José María Bravo, que también ha dado a la imprenta su apasionante biografía.
El primer tema de conversación es el proyecto de Ley de Memoria Histórica que se debate en el Parlamento. A Montilla le parece “muy bien” que se busque e identifique a los muertos republicanos: “No los van a resucitar, pero tienen derecho a descansar de un modo digno”. Bravo opina, en cambio, que la ley es “muy moja”, y que “los socialistas pierden la oportunidad de anular unas condenas injustas, crueles y paradójicas; los que se sublevaron condenaron por rebelión militar a quienes permanecimos fieles a la República. ¿No es una cruel paradoja?”.
El tercer aviador, Borrajo, sabe de leyes, pues no en vano trabajó muchos años en el exilio, en Francia, como asesor jurídico del ministro de Asuntos Militares y último presidente del Gobierno republicano en el exilio, Emilio Herrera Linares, pero ya no lee periódicos ni proyectos de ley, y prefiere abstenerse. “Yo confío en Zapatero”, dice.
Cuenta Borrajo, con papeles en la mano, que desde muy joven quiso ser aviador. Se alistó como soldado voluntario en el aeródromo del Prat de Llobregat (Barcelona), y si no llega a ser por su padre –“o acabas la carrera o acabas en el hospital”, le amenazó–, olvida para siempre los estudios de Derecho. Al estallar la guerra, y gracias a su padrino Felipe Díaz Sandino, jefe del aeródromo del Prat y consejero de Guerra de la Generalitat, fue enviado a realizar el curso de piloto militar en La Ribera (Murcia) y destinado después al frente del norte, donde los franquistas contaban con el apoyo del acorazado España para sus operaciones. Borrajo consiguió localizarlo y bombardearlo. “Aquello ocurrió el 1 de mayo de 1937. A primera hora de la mañana localizamos al buque a tres millas del puerto de Santander y desde una altura de 800 metros le soltamos las dos bombas de 75 kilos que llevábamos. Regresé al aeródromo de Las Albarecias, cargamos otra bomba de 100 kilos y la soltamos. Llevaba como bombardero al sargento José Hernández. Fue algo tremendo. Regresamos, cargábamos otra bomba y la soltábamos. Hicimos ocho viajes. Dos horas después, el buque iba al fondo del mar”. Borrajo pilotaba un Breguet y en aquel episodio contó con la ayuda de Pedro Lambas Bernal, a los mandos de un Gordou. Pero el factor decisivo del hundimiento fue el choque del barco con una mina que había soltado el destructor franquista Velasco. La explosión abrió un boquete a estribor, junto a la hélice, los marineros saltaron a los botes y al agua, y el barco quedó indefenso e inmovilizado.
‘Pacto del olvido’
Sobre el segundo asunto del diálogo –si esperan algún homenaje o reconocimiento oficial por haber luchado contra los sublevados– hay acuerdo total: no esperan nada. Y como prueba mencionan la entrega, el pasado 23 de noviembre, del Cuaderno de Operaciones de la Escuadra de Caza Republicana al Archivo del Ejército del Aire por parte de la viuda del jefe del Arma Aérea, Andrés García Lacalle, muerto en el exilio, en México, en 1975. “Todo se hizo en privado”, dicen. Ni siquiera cuando, cuatro días más tarde, la viuda y los tres hijos de Lacalle esparcieron las cenizas de su padre en el valle del Jarama, donde mantuvo a raya a las aviaciones italiana y alemana durante la defensa de Madrid, apareció el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, u otra autoridad ministerial. “Sigue el pacto del olvido”, coinciden.
Al acto de entrega del Cuaderno de Operaciones asistieron Montilla y Bravo, que conocieron bien a Lacalle. Ninguno de ambos habló. Montilla podía haber evocado el feliz viaje que realizó en 1937 con el jefe Lacalle a Moscú para formarse como piloto de caza en la academia de Kirovabad, en Ucrania. Iban un centenar de jóvenes españoles y eran la segunda promoción. Bravo había recibido instrucción allí unos meses antes. Después ambos lucharon en el Ebro, en la Tercera Escuadrilla, de la que Bravo era el jefe.
“Durante la batalla del Ebro y la defensa de Cataluña había días que hacíamos cuatro servicios, o sea, cuatro combates”, recuerda Montilla, quien tuvo una suerte de mil diablos. Veía a sus compañeros caer ametrallados, le acribillaban el fuselaje del mosca, pero jamás le alcanzaron. Sus jefes, Bravo y Francisco Tarazona, sucesivamente, le consideraron uno de sus mejores pilotos.
Derrota y exilio
Al final de la contienda, les ametrallaron en Villajuiga (Girona) después del último servicio de protección de las carreteras atascadas de soldados y paisanos que huían hacia Francia, y tuvieron que cruzar los Pirineos a pie. Los gendarmes los confinaron en el campo de Gurs, de donde escaparon y llegaron en tren a Toulouse. En esta ciudad se ofrecieron al cónsul de China para ir a luchar contra los japoneses. Si no se enrolaron, se debió a que el cónsul les dijo que tenían que pagarse el viaje, y carecían de dinero. Regresaron a Gurs y Montilla salió poco después hacia México en el buque Ipanema, gracias a la ayuda de Diego Martínez Barrios, quien sería presidente del Gobierno en el exilio. Bravo y otros compañeros fueron evacuados en junio de 1939 hacia la URSS como trabajadores voluntarios.
Si Montilla sobrevivió en México haciendo los trabajos más insospechados –desde repartir publicidad a vender lencería a domicilio– hasta conseguir empleo como piloto de carga de una compañía que quebró poco después, Bravo siguió combatiendo contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial: “Desde una agrupación de guerrilleros en Ucrania me destinaron a la aviación y participé en misiones de protección de instalaciones petrolíferas y estratégicas entre el Mar Negro y el Caspio”. Voló en los I-16, en el Yak-1, el Mig-1 y el Lagg-3, pero su avión de patrulla fue un Kittyhawks norteamericano. Con él mantuvo a los nazis a raya.
Un día de noviembre lo llamaron por sorpresa para una misión especial: tenía que proteger con rumbo desconocido a dos aviones de pasajeros Li-2, la copia soviética del Douglas DC-3. En uno iba el gran jefe, José Stalin. El destino era Teherán. El dirigente soviético acudía a la famosa conferencia con el estadounidense Roosevelt y el británico Churchill en la que se decidió el destino de la guerra. De aquel viaje a ras de tierra recuerda el hambre que pasaron hasta encontrar, en la capital iraní, un establecimiento con el letrero Café Bravo, cuyos dueños resultaron ser franceses. También recuerda que invitaron a los norteamericanos a beber un licor que era, en realidad, un alcohol tipo glicol que utilizaban los aviones en el sistema de refrigeración. Y, en fin, cómo Stalin les mejoró el vestuario.
Bravo fue desmovilizado de la aviación soviética en 1949 y su vida transcurrió como profesor de la Universidad de Moscú hasta que regresó a España, donde ha vivido de las traducciones de los clásicos rusos con su segunda esposa, Natacha, catedrática jubilada de la Universidad Complutense, y ha visto reconocido su grado de coronel en la reserva. Su mayor placer: reunirse un café con Montilla y otros amigos y conversar ante una copa de mosto. http://www.interviu.es/reportajes/articulos/trio-de-ases-de-la-aviacion-republicana/
«Cuando los ases se caen del cielo»
Cuando los ases se caen del cielo, éste llora. Ayer caía uno de ellos. Un as alado con plumones tricolores que defendió la legitimidad del gobierno de la II República desde el cielo, defendió la libertad entre nubes y ráfagas de fuego, con el valor de aquellos insignes hombres que dieron o se jugaron su vida por el ideal de un mundo mejor.
Cuando cae un as del cielo, sus alas plateadas con la estrella roja y las palas de sus hélices en medio, siguen volando en el recuerdo de todos aquellos que como ellos desaparecieron, exiliaron, fueron hechos prisioneros o represaliados de algún modo por el régimen golpista militar de Franco y por todos sus familiares y compañeros que trabajamos para que no sean olvidados.
Gracias Ester por recordarnos no la caída de un as, sino su vida y su lucha por la libertad, la legalidad y la fraternidad…, descansa en paz Antonio García Borrajo

Aviadores republicanos. Fotografía de google images
Jordi Carreño Crispín
Vicepresidente de La Memoria Viv@