«El olvido es lo peor que nos puede pasar, aquí se pone nombre y rostro a los compañeros»

septiembre 15, 2013
El Comercio, 11.09.13 – 13 septiembre 2013

Quico’ pasó cuatro largos años en los montes de León; ‘Sole’, dos en la zona del Levante y Aragón. Ambos son ex guerrilleros que buscan recuperar la memoria histórica

«El olvido es lo peor que nos puede pasar, aquí se pone nombre y rostro a los compañeros»

Fransciso y Esperanza Martínez, ‘Quico’ y ‘Sole’, ayer en la exposición ‘Guerrilleros antifranquistas’. :: S. S. M.

En la plaza de Trascorrales ayer por la tarde no quedaba un hueco libre. Decenas de ciudadanos escuchaban los testimonios de dos miembros del movimiento guerrillero antifranquista; de Francisco Martínez y Esperanza Martínez, de ‘Quico’ y ‘Sole’, mientras quienes no pudieron contar su historia les miraban desde las paredes de la sala. «Aquí nos sentimos en lo nuestro. Conocimos a algunos de los compañeros asesinados que forman parte de esta exposición, que pone nombre y rostro a quienes el sistema democrático puso en el olvido», comentaban minutos antes de que diera comienzo la mesa redonda entorno a la muestra de Gerardo Iglesias.

Dicen que lo peor para ellos es ese olvido, esa «indiferencia ante las personas que lucharon contra la dictadura, solo para que el pueblo fuera libre». Ellos lo hicieron cada uno en su zona, cada uno con una historia que es la de muchos otros. Con permiso de ‘Quico’, las mujeres primero.

«No se ve la historia de muchas mujeres, pero jugaron un papel fundamental en las guerrillas. Sobrevivieron gracias al trabajo de las mujeres», defiende Esperanza Martínez, de 86 años, ‘Sole’ de seudónimo. Nació a 15 kilómetros de Cuenca, en una casería donde sus padres se dedicaban a la agricultura. Con 19 años comenzó a colaborar con la guerrilla. «Mis padres votaron en el 36 al Frente Popular, y yo me sentía contenta con la ayuda que ofrecía». Iba con su burra a Cuenca a comprar los enseres que los guerrilleros necesitaban. Hasta que visitas de mendigos, que no eran tales, comenzaron a sucederse en su hogar. No tuvieron más remedio que esconderse en el monte durante dos años. Su padre y su cuñado fueron asesinados y en 1952, cuando se deshizo la guerrilla de Levante y Aragón se fue al exilio, a Francia. Desde allí cruzó a pie una vez para trasladar a otros guerrilleros. En un segundo viaje fue arrestada y pasó 15 años en prisión. Pensaba que todo aquello sería reconocido, contado con la llegada de la democracia. «No fue así, por eso trabajamos en la caravana de la Memoria Histórica para que los jóvenes conozcan su identidad», cuenta.

Francisco Martínez, ‘Quico’ de apodo, de 88 años, también participa en esa ruta por todo el país. Natural del Bierzo, conoció desde niño a los «huidos de la revolución del 34», personas que el causaron «un impacto tremendo». Ya de niño vio muchos asesinados y decidió apoyar al movimiento guerrillero. Luego con su trabajo en la mina conoció a otras personas con las que forjó su identidad comunista.

Desde 1947 a 1951 vivió en los montes de León hasta que la última guerrilla de esa zona se disolvió. Residió en París hasta el año 90, aunque antes viajó a España. «En 1985 vine porque no estaba pasando nada con todas esas personas que murieron asesinadas. Vi que nadie les reconocía, que había una gran frustración y miedo», rememora. Por eso, ambos agradecen a la ciudad y al Gobierno local la muestra que «hace que vivamos porque no nos olvidan».

http://www.elcomercio.es/v/20130911/oviedo/olvido-peor-puede-pasar-20130911.html


Memoria como resistencia…

abril 29, 2012
Iguáz Elhombre. El Periódico de Aragón, 28/04/2012 – 28 abril 2012

“No puede haber en España una cultura auténticamente democrática mientras no haya una cultura antifranquista”

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 Hace unos días se celebraba el I Congreso de Víctimas del Franquismo. Casi al mismo tiempo, el Gobierno de Rajoy aprobó en Consejo de Ministros, la supresión de la Oficina de Víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura que se encargaba de facilitar información sobre las materias referidas a la Ley de Memoria Histórica. Ahora sus funciones las asumirá la División de Derechos de Gracia y otros Derechos, que se ocupa de conceder indultos y títulos nobiliarios y que va más acorde con la memoria interesada y amnésica de los populares. Estamos en un país que despide con honores de estado a una persona que un su haber vital contaba con ser el responsable de varias sentencias de muerte. Si Fraga es considerado un padre de la patria, yo me declaro huérfana.Reclamar verdad, justicia y reparación a las víctimas de la guerra y la dictadura es demasiado pedir para aquellos que nunca han condenado el golpe militar que interrumpió el proceso democrático en julio del 36 y el posterior régimen dictatorial, apoyado por el fascismo europeo, que se desarrolló como resultado de aquel golpe. Que no se haya juzgado a los responsables de la barbarie sólo quiere decir que el franquismo no fue derrotado sino que se transformó para convivir con el hecho democrático. Que no tengamos un Le Pen ultraderechista de turno solo quiere decir que la derecha española (pónganle el eufemismo que quieran, centrada, moderada, etc.) está más a la derecha que la gran mayoría de la derecha europea.En Aragón, el gobierno PP-PAR ha eliminado el programa Amarga Memoria que defendía la dignificación de las víctimas asesinadas durante la Guerra Civil y el franquismo. Lo que supone un atropello a la democracia y la justicia, se agrava con la falta de sensibilidad en la defensa de la medida. María José Ferrando, diputada popular en las cortes reprochó a PSOE, CHA e IU “este morboso culto a la muerte” de sus discursos “más propios de sociedades primitivas y desvertebradas”.Mi abuelo nació en Híjar en 1924. Con el golpe militar del 36 y la ocupación nacional de su pueblo, se exilió junto a su familia a Barcelona. Él pudo esquivar los disparos de los bombardeos que le acompañaron en ese exilio. Otros no. Y sobrevivió también al hambre, a la represión y al miedo de los años de guerra y posguerra. Otros no. No cabe en este artículo todo lo que vivió, me dice mientras le tiemblan los ojos y le llora la voz. Como no cabe lo que vivieron las personas que todavía hoy nos lo recuerdan y las voces de las familias de aquellas otras que no pueden contarlo. No se puede pasar página cuando no ha habido justicia y reparación.Como expresa Vicenç Navarro en lo que para mí y pese al paso del tiempo, sigue siendo un libro imprescindible: Bienestar insuficiente, democracia incompleta, “no puede haber en España una cultura auténticamente democrática mientras no haya una cultura antifranquista, para lo cual se requiere de una viva memoria histórica”. Si se deja de resistir, ellos ganan

.http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/memoria-como-resistencia_752756.html


Las voces que lucharon contra Franco…

abril 20, 2011

Varios de los cantautores que combatieron el régimen rememoran el inicio de las reivindicaciones sociales y políticas en una época en la que cantar adquirió un inesperado poder

JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 20/04/2011

Raimon, en un concierto en Madrid dos meses después de morir Franco. EFE

Raimon, en un concierto en Madrid dos meses después de morir Franco. EFE

Dar un concierto durante el franquismo era algo similar a desembarcar en Normandía con una pistola y tres balas. No debía ser fácil abordar un recital cuando un administrativo del Gobierno ponía el sello de «censurado» en casi todas las canciones que iba a tocar un músico. Eso le ocurrió a Marina Rossell a mediados de los setenta, teloneando a Ovidi Montllor en Tortosa. «A Ovidi le dejaron tres canciones y a mí, cuatro. Lo que hicimos fue llenar todo el concierto con ellas, repitiéndolas. Era como un loop gigante. La gente alucinaba», recuerda la cantante, una de las participantes en el simposio sobre la canción de autor de los sesenta y setenta que la Fundación Joaquín Díaz organizó en Tiedra (Valladolid) durante la semana pasada.

No deja de ser curiosa la tarea que tenía la Policía en aquellos legendarios recitales: escuchar canciones. Se supone que al músico nunca se le ocurriría variar el orden del repertorio, a riesgo de ser encerrado. De improvisar con las letras ya ni hablamos.

«Lo que intentaba sembrar Franco era miedo», dice María del Mar Bonet

Porque las canciones, cuando el muro del franquismo comenzaba a agrietarse, adquirieron un inesperado poder, tanto que lograron incomodar a un totémico sistema dictatorial. Voz y música, dos elementos sonoros, físicamente inofensivos, produjeron alteraciones imprevistas en una sociedad que, sencillamente, perdió el miedo.

«Cuando ibas a una manifestación, estaba todo el pueblo, yo miedo no tenía. Fue el principio de todas las reivindicaciones civiles, sociales y políticas, algo apasionante», explica Rossell. Eran jóvenes y hasta cierto punto inconscientes. «Pero el miedo era un problema peor que la inconsciencia subraya María del Mar Bonet, precisamente eso era lo que intentaba la dictadura: sembrar el miedo. Muchas de las acciones en las que participamos te podían llevar a conflictos graves, pero no tenías miedo, porque tenías la sensación de hacer cosas importantes, algo urgente».

Todos los que vivieron aquel momento hablan del lirismo crudo de Paco Ibáñez, que también se dejó ver en el simposio, del grito telúrico de Raimon, de la elegante dignidad de Serrat, de las canciones de trabajo de María del Mar Bonet, de la artesanía melódica de Chicho Sánchez Ferlosio… Los jóvenes, especialmente los universitarios, empezaban a escuchar lo que nadie les enseñó en la escuela: se exponían a un mundo cultural desconocido, poético, libre, esperanzador y combativo, con el aura de indestructibilidad que genera el saberse en posesión de la verdad. María del Mar Bonet no cree que «la sociedad estuviera dormida, la sociedad estaba sometida por un régimen que no le gustaba a nadie y contra el que la universidad, el mundo obrero y el intelectual intentaban luchar. Había un fuerte deseo de acabar con el bagaje de opresión del franquismo».

Según Amancio Prada, «Ibáñez abrió las ventanas a una nueva canción»

La estrategia de imaginar

Lo que les definió a todos, además de la necesidad de cambiar el curso de las cosas, fue el uso de la poesía. Más que una cuestión de derribar un sistema a pedradas, la estrategia era la de imaginar otro y cantarlo, hasta que su verdad se impusiera como un hecho consumado. Así se expulsaba el miedo y se despertaban las conciencias. «Yo nací en un pequeño pueblo catalán y este movimiento de cantautores me ayudó a explicarme a mí misma lo que yo vivía, me descubrieron un mundo nuevo, me llevaron a hacerme preguntas que de otra forma hubiera sido imposible que surgieran», cuenta Marina Rossell.

Si había que luchar contra Franco con poesía, lo primero era rescatar del olvido forzado a los primeros que lo habían hecho: los poetas republicanos. Paco Ibáñez lo entendió con rapidez y revistió sus canciones con los versos de Lorca, Celaya, Machado, Hernández. «Decían con palabras hermosas y directas todo lo que tú sentías y lo que querías aprender», responde Martirio, integrante de grupo Jarcha a principios de los setenta.

Marina Rossell: «Esos cantautores me descubrieron un mundo nuevo»

Las armas ya estaban cargadas, solo había que desenfundarlas. «Paco Ibáñez abrió las ventanas a una nueva canción. Tenía esa dimensión política tan importante, aunque luego si analizas las canciones no son tan descaradamente políticas. Era más bien la actitud, el símbolo y el ser síntoma de una inquietud, de una contestación», resalta Amancio Prada, que en los primeros setenta daba sus pasos iniciales en el mundo de la canción en París.

Asistir a un recital en aquellos años se convirtió en una declaración política. Conciertos como combates: algo tienen en común el francotirador que se tumba en la trinchera esperando que el enemigo aparezca en su objetivo y el cantautor que apoya el pie en una silla, empuña su guitarra y comienza a ametrallar fantasmas con versos, en medio de un escenario lleno de sombras. «En aquel momento teníamos una plataforma, podíamos expresar el sentimiento de una sociedad que luchaba. Realmente, éramos la voz de mucha gente. Lo que pasa es que luchábamos con toda una serie de problemas graves, entre ellos la censura. Te podían coger a ti mismo. Muchos cantautores se tuvieron que exiliar», explica Bonet.

En 1971, el régimen franquista le prohibió a Paco Ibáñez actuar en territorio español. Tres años antes, los discos de Serrat eran retirados e incluso, ya en 1975, el cantautor catalán se vio obligado a exiliarse en México durante un año por una orden de busca y captura. Se repetía la historia de la Guerra Civil: los grandes nombres de la cultura no tenían sitio en España. Todavía en 1974, Amancio Prada tenía que eliminar una canción de su primer álbum, la titulada Monorrimo, con letra del poeta leonés Luis López Álvarez.

María del Mar Bonet fue detenida en Zaragoza en 1971 por cantar

Una noche en la trena

Los problemas en los conciertos no eran menores. La policía vigilaba todas las actuaciones y no dudaba en actuar si lo creía necesario. A María del Mar Bonet, por ejemplo, la detuvieron después de un concierto en la universidad de Zaragoza. «Sería a finales de 1971 y yo era muy joven, tenía 19 años. Me hicieron un interrogatorio horroroso. Me acusaban de lo que había cantado y yo no hacía más que poner excusas. Estuvimos encerrados una noche. Menos suerte tuvieron los universitarios que organizaron el acto. A ellos los detuvieron unos cuantos días más…», recuerda Bonet.

Los cantautores recuperaron a la Generación del 27 y se dejaron empapar por las principales corrientes artísticas y fenómenos culturales del momento: Dylan, la chanson francesa (Brel, Brassens, Moustaki), la canción latinoamericana (los ecos de Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui, el compromiso político de Silvio Rodríguez), Mayo del 68, el pop de los Beatles. De fondo, se mantenía el espíritu comprometido que enlazaba con la canción protesta estadounidense de principios de los sesenta. «Yo creo que la música siempre es comprometida», añade Martirio, «incluso el poema de amor más lírico puede conectar con los sentimientos de forma que te haga reivindicar cosas muy políticas. Al remover los sentimientos, se mueve no sólo lo lírico, sino también lo social y lo político».

Martirio: «Decían con palabras hermosas lo que tú sentías»

Con el final de la dictadura, la música (y el arte en general) vivió una explosión sin precedentes. Según Marina Rossell, «en la Transición se hicieron mejores canciones, menos metafóricas, más directas y mejores producciones. Fue una fiesta. Lo viví como algo apasionante. Como demostración de la apertura aparecieron las Galeuscas, que eran conciertos de músicos de las distintas autonomías».

Desde entonces, la música en España no ha vuelto a tener ese peso político. Acudió al servicio de la gente cuando se la necesitó, pero su carga ideológica decreció con la llegada de la democracia. «Importancia social sí tiene, tal vez mayor que entonces, pero política no. La música en este país se ha enriquecido mucho, pero a los cantores ahora nos cuesta más. Yo echo en falta una canción comprometida. Ahora es cuando hay que hacerla, o no menos que antes», sostiene Amancio Prada.

La sociedad sigue necesitando a la música como instrumento para iluminar la realidad. Quizás lo difícil ahora es definir un enemigo, como lo fue Franco. «Habrá que empezar por la corrupción», concluye Marina Rossell. El futuro está asegurado, entonces.

«Doctor Feelgood no, que Franco está enfermo»

Como suele ocurrir en casi todas las dictaduras que emplean la censura para controlar a sus ciudadanos más díscolos, durante el franquismo se vivieron momentos delirantes motivados por el celo de los funcionarios del Gobierno. Por ejemplo, el periodista musical Carlos Tena tenía previsto hacer un especial sobre el grupo Doctor Feelgood en Radio Nacional de España a finales de 1975, pero le recomendaron que desistiera ya que Franco estaba enfermo en esos momentos y no convenía radiar a un grupo que se llamaba «Doctor». Generalmente, se censuraban las canciones por motivos políticos, aunque en el caso del franquismo se hizo especial énfasis en cuestiones sexuales. Sin ir más lejos, Joan Manuel Serrat tuvo que eliminar el verso «magreando a una muchacha» de su canción ‘Fiesta’.

Público.es


Ramón Jáuregui valora Radio París, «nexo de unión para cientos de miles de españoles»…

abril 5, 2011

San Vicente del Raspeig (Alicante), 4 abr (EFE).-

El ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, ha evocado a la extinta Radio París, que durante 30 años emitió desde el exterior en oposición al Franquismo, como uno de los más importantes «nexos de unión para cientos de miles de exiliados españoles».

Jáuregui ha participado en la presentación del portal digital «Devuélveme la Voz», impulsado por la Universidad de Alicante (UA) para recuperar el legado sonoro de dos de los locutores más celebres de «Radio París» (que funcionó entre 1946 y 1977), los ya fallecidos Julián Antonio Ramírez y Adelita del Campo.

El ministro ha querido participar en este acto, uno de los 300 proyectos desarrollados a raíz de la Ley para la Recuperación de Memoria Histórica (2007), para «recuperar, sin afán vengativo y sin reabrir heridas, la historia y la verdad» de lo ocurrido hace más de siete décadas.

«Devuélveme la Voz» contiene más de 800 cintas de trabajo radiofónico de Radio París que, donadas a la UA por las familias de los locutores, recobran desde entrevistas hechas en el exilio al entonces príncipe Juan Carlos, al pintor malagueño Pablo Picasso, al cardenal Vicente Enrique y Tarancón o al profesor Enrique Tierno Galván, entre otras personalidades.

Jáuregui ha destacado el «esfuerzo extraordinario» de los investigadores de la UA para devolver unas emisiones «que merece la pena recuperar» y que «muchos creíamos olvidadas».

«En la humildad de un hogar numeroso, de diez hermanos, escuchábamos Radio París desde mi casa en San Sebastián», ha relatado Jáuregui antes de calificar estas emisiones y otras como las de Radio Pirenaica de «nexo de unión para cientos de miles de exiliados españoles» y para que los que seguían en España supieran lo que se decía del país en el exterior.

Se ha referido a las entrevistas del matrimonio formado por Julián Antonio y Adelita a Salvador de Madariaga, Picasso, Alberti, Carrillo o Ruiz Giménez, así como otras al cardenal Tarancón y Tierno Galván.

Jáuregui se ha felicitado de esta iniciativa y del resto que se han realizado desde 2007 para la recuperación de la memoria histórica ya que «era algo necesario» ya que había «muchas causas pendientes en la conciencia» social.

Además de las entrevistas, la consulta de «Devuélveme la Voz» permite recuperar voces y ambientes que se vivieron en actos políticos, culturales y sociales celebrados en Francia, como el Congreso del PSOE en el municipio galo de Suresnes en 1974 o los homenajes a León Felipe (Ateneo Ibero-Americano de París, en 1972) y a Rafael Albertí (Teatro de la Mutualitè en 1966).

El proyecto «Devuélveme la voz», cuyo objetivo es difundir los contenidos sonoros de las emisoras que, desde el exilio o de forma encubierta desde el interior de España, defendieron la democracia comenzó hace unos años con la catalogación y digitalización de las grabaciones de Radio París, «colección única que fue donada en 1999 a la Universidad de Alicante».

La locutora Adela Carreras Taurà, más conocida como Adelita del Campo, quien falleció ese mismo año en Mutxamel (Alicante), y su compañero de trabajo y marido, Julián Antonio Ramírez -murió ocho años después en esta misma localidad-, fueron dos de las voces más celebres de Radio París.

EFE via Yahoo! España Noticias


Un poeta malagueño acusa a Franco por la muerte de Miguel Hernández…

marzo 13, 2011

El dictador ordenó dejarlo morir «lentamente» en la cárcel «porque no quería otro Lorca»

EL PLURAL / ANDALUCÍA

El Tribunal Supremo ya ha negado a los herederos del poeta alicantino Miguel Hernández la posibilidad de recurrir la condena que se le impuso en 1939: treinta años de cárcel por adhesión a la rebelión militar. Según argumentó la Sala, ese fallo ya ha sido declarado «como radicalmente injusto» por la sociedad. Pero hay un vate malagueño que no se resiste a que la muerte del oriolano quede sin castigo: Miguel Arance, escritor local, ha presentado una denuncia ante la Fiscalía Provincial contra Francisco Franco, dictador español desde 1939 hasta 1975, por el asesinato de Hernández

Según publica hoy el diario «La Opinión de Málaga», Garzón pretendía investigar los delitos cometidos por el Caudillo durante la postguerra y no podía dejar de conocer que el ferrolano murió el 20 de noviembre de 1975. Claro que por aquello está acusado ahora de prevaricación, pero el poeta malagueño ha decidido seguir los pasos del magistrado jiennense.

La denuncia: el caudillo ordenó su muerte

En su denuncia, asegura que Franco ordenó el delito de asesinato en la persona de Miguel Hernández Gilabert, quien falleció el 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante, tras haber combatido con su pluma a las tropas nacionales que combatieron a la República. Falleció de tuberculosis, tras una penosa estancia en el establecimiento penitenciario, a los 31 años.

Ante la justicia militar


En una declaración judicial ante el juez militar, adjuntada a la denuncia, Hernández relata que se alistó en el Partido Comunista y que luchó junto al Campesino en el frente de Pozuelo de Alarcón. Fue propagandista, como tantos otros intelectuales. En las postrimerías de la guerra, escapó a Sevilla y posteriormente a Portugal, donde fue detenido. Tras breves estancias en dos presidios, fue puesto en libertad para ser internado poco después en la prisión de Alicante.

«No quiero otro Lorca»


El poeta malagueño sostiene en su denuncia que los emisarios de Franco trataron de hacer que Hernández se retractara de lo que había escrito contra el Generalísimo, a lo que éste se negó. Después, el dictador pronunció la siguiente frase: «Muy bien, que se pudra, que se muera lentamente, no quiero otro Lorca».

Asesinato


Ello es calificado por el artista local como asesinato. Sin embargo, fuentes de la Fiscalía recuerdan que no se puede proceder penalmente contra quien ha fallecido: «Se ha extinguido la responsabilidad penal», lo que rebate Arance recordando que este episodio podría ser calificado como un crimen de lesa humanidad, con lo que jamás prescribiría. «Suplico y pido justicia post mortem para la persona íntegra, honrada, legal que fue Miguel Hernández Gilabert, para que le sea repuesta su dignidad. Fue un luchador por la defensa y la legalidad vigente de la República, elegida soberana y democráticamente por el pueblo español».

«Hay que juzgarlo»


«Sé que la sentencia sólo puede ser post mortem pero no por ello se debe dejar de condenar a Franco por el crimen cometido». En su opinión, el dictador ordenó dejar fallecer al autor de Perito en lunas «sin los cuidados médicos mínimos necesarios». El autor, que ha escrito un libro donde relata su pasión por la vida del escritor, entiende que, pese a la muerte del reo, en este caso Francisco Franco, «hay que juzgarlo, eso no se puede tapar con ninguna ley».

Se archivará


Arance, de 64 años y con dos poemarios publicados, defiende una postura similar a la mantenida por los colectivos de la Memoria Histórica, a los que da su aliento. En cualquier caso, fuentes judiciales explicaron que, casi con seguridad, la denuncia será archivada. «Ruego y pido justicia para que la orden asesina de Francisco Franco no quede impune, sin juicio y sin un justo castigo o sentencia», indica el artista local, quien ha aportado a la causa el famoso proceso 21.001 que significó la reclusión mortal de Hernández.

El Plural.com


«Pillamos los fusiles y hubo que ir a por las balas»

enero 23, 2011

Los anarcosindicalistas Concha Pérez y Enric Casañas evocan 100 años de historia de las ideas libertarias…

FRANCESC ARROYO – Barcelona – 23/01/2011

El anarcosindicalismo cumple 100 años, hecho que conmemora con una exposición (hasta el 15 de febrero) el Museo de Historia de Cataluña (MHC) en Barcelona. Un siglo, poco tiempo más del que han vivido Concha Pérez y Enric Casañas, nacidos ambos en Barcelona: ella, en el barrio de Les Corts, en 1915; él, en Gràcia, cuatro años después. Los dos se criaron en familias de tradición anarquista y se enrolaron pronto en la CNT, pasaron por la cárcel en los primeros años treinta, estuvieron en el frente durante la Guerra Civil y en el exilio en el campo francés de Argelés, y en los oscuros años de la dictadura volvieron a España a rehacer sus vidas. Por separado, porque, pese a las coincidencias, se conocieron mucho más tarde. Son las vidas en las que aún palpita ese anarcosindicalismo que a veces parece simplemente historia.

«Los jóvenes de hoy andan muy despistados con el anarquismo»

Concha trabajaba en el sector de las artes gráficas el 18 de julio de 1936. Ese día dejó la empresa para dirigirse al cuartel del Bruc. «Allí había armas y fuimos a buscarlas para hacer frente a los sublevados», explica casi al lado de los carteles de la exposición que recorren ese periodo histórico. «Llegamos al cuartel y tuvimos suerte, porque casi todos los soldados se habían ido a la plaza de Catalunya. Quedaba una pequeña guarnición que nos mostró dónde estaban los fusiles. Los pillamos y nos fuimos, y luego, parece un chiste, tuvimos que volver a por las municiones, porque nos las habíamos olvidado». Lo dice con una sonrisa traviesa que se impone sobre años de sufrimiento que evoca sin melancolía.

Enric Casañas era pintor y, tras la sublevación fascista, se enroló y marchó al frente de Aragón. Terminó la guerra en Valencia y se embarcó con destino a Barcelona. «El barco no pudo atracar porque la ciudad había caído en manos de los franquistas. Nos dejó en Palamós y desde allí fuimos a pie hasta Francia», recuerda.

Volvieron a España. Concha en 1942, con un hijo, Ramón, de ocho meses. «En el campo de concentración conocí a un médico exiliado y le ayudaba. Lo uno llevó a lo otro y quedé embarazada. Cuando yo volvía a Barcelona él se enroló para luchar contra Hitler y nunca volví a tener noticias suyas. Posiblemente murió en la guerra». Se instaló en el mismo barrio de su juventud. «Nadie me delató. Y eso que todos me conocían, me habían visto con el mono de la CNT, incluso me debían de recordar las monjas del convento de Loreto, porque yo fui a desalojarlas». Reencontró un antiguo novio, se juntaron y compartieron la vida hasta que él murió. Ambos regentaban un puesto de bisutería en el mercado de Sant Antoni que servía a la vez como punto de reunión y de difusión de las ideas anarquistas en la clandestinidad.

Enric retornó a España en 1944 y vivió durante ocho años en la clandestinidad. Luego, «gracias a algunas influencias» que no precisa, pudo legalizar su situación. «Tuve suerte. No tenía antecedentes porque cuando me detuvieron, en 1934, no había cumplido los 16 años y me llevaron al Asilo Duran, de modo que no había pasado por la Modelo, que es lo que miraban». Concha también fue detenida en aquellos años. «Fui a una manifestación y cuando llegó la policía, un compañero me pidió que le guardara la pistola, pensando que a mí no me detendrían».

Los dos saben que el anarquismo no es visto hoy de la misma manera. «Algunos jóvenes se acercan a él con interés, dice Concha, «pero muy despistados porque padres y abuelos han vivido años en silencio».

Lo mismo opinan Ricard Paradís, profesor de Historia, especializado en esta ideología, y Maria Àngels Rodríguez, de la Fundación Salvador Seguí. «Los jóvenes están muy confusos ideológicamente; cuando se interesan por el anarquismo lo hacen por curiosidad y a veces por cuestiones mas estéticas que ideológicas». Àngel Bosqued, miembro también de la fundación y cenetista, anota que ese interés no lleva siempre a las personas a afiliarse al sindicato. Enric Casañas cree que estos tiempos son muy distintos, de modo que la pura réplica del viejo anarcosindicalismo carece de sentido.

De hecho, la exposición muestra la evolución. No ignora las relaciones que hubo entre violencia y anarquismo, pero prefiere insistir en la voluntad transformadora por la vía pacífica. E incluso destacar que, a partir de los años setenta, se experimenta un cambio que puede percibirse en los carteles. «Dejamos de lado las garras y el tenebrismo para asumir una idea más gozosa», en línea con la frase de Emma Goldman (Lituania, 1869-Canadá, 1940) «si no puedo bailar, esta no es mi revolución».

Los asistentes podrán apreciar esos cambios, que van desde una cabeza de Bakunin, que abre la exposición, hasta los carteles de la última huelga general. Al terminar hay una libreta que recoge las impresiones de los visitantes. La mayoría son de elogio o de ánimo, pero no faltan energúmenos que garabatean exabruptos. Curiosamente, siempre con faltas de ortografía. Se nota que no han pasado por los ateneos populares, donde se enseñaba a leer y a escribir, matemáticas y gimnasia. E idiomas, desde el alemán y el catalán al castellano y el esperanto. Y es que para los anarquistas de entonces «la mejor arma del progreso» era la cultura. Lo recuerda un cartel en el Museo de Historia de Cataluña, igual que lo recuerdan Enric y Concha.

El País (Edición Cataluña)

Fotografía de Carnaby Street

 

 


«Ahora cicatrizan heridas de 63 años»…

enero 23, 2011

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica entrega los restos de tres guerrilleros fusilados, dos de Badajoz, a sus familiares.

23/01/2011 REDACCION CACERES

Los pacenses Honorio Molina Merino y José Méndez Jaramago, y Reyes Saucedo, de Ciudad Real.
Foto:EFE
Foto:EFE

Vuelven a casa. José Méndez Jaramago, conocido como El Manco de Agudo , y Honorio Molina Merino, Comandante Honorio , regresaron ayer a tierras extremeñas. Tras décadas bajo tierra, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) entregó ayer los restos exhumados en marzo de una fosa común del cementerio de Retuerta del Bullaque, en Ciudad Real, a sus familiares. Eran guerrilleros antifranquistas nacidos en la provincia de Badajoz, pero residentes en Agudo (Ciudad Real). En contra de la dictadura, estos dos extremeños se refugiaron en los montes en rebeldía huyendo de la represión tras la guerra civil. Y allí encontraron la muerte años después. Un grupo de guardias civiles los asesinó el 12 de marzo de 1949. Los pillaron calentándose en un chozo de la Sierra del Carrizal, entre Toledo y Ciudad Real, y no tuvieron más escapatoria. Junto a ellos, murió también Reyes Saucedo Cuadrado, natural de Ciudad Real.

«Ahora se cierran unas heridas que llevaban abiertas más de 63 años». Con estas palabras una familiar del comandante Honorio, Susana Molina, reivindicaba ayer en un emotivo acto en Saceruela un lugar de la historia del municipio pacense de Villarta de los Montes, donde serán enterrados los restos de este guerrillero, que hasta el final luchó por los ideales que siempre defendió, afirmó Molina. En Higuera de Vargas (Badajoz), su tierra natal, descansarán los restos de José Méndez. Su sobrino, Vicente Corsí, también destacó la fidelidad de su tío a sus convicciones y su lucha por la libertad y la democracia pese a costarle la muerte.

Los trabajos de identificación de los restos de los tres asesinados concluyeron en diciembre en el laboratorio de la ARMH de Ponferrada (León). Santiago Macías, vicepresidente de la ARMH, ha explicado que el proceso fue relativamente fácil, primero, porque José Méndez era manco y ese hecho le caracterizaba con respecto al resto y, en segundo lugar, porque junto a los restos de los tres maquis se encontraron objetos personales de cada uno de ellos que también han contribuido a su identificación. Para Macías, la entrega de los restos es un acto de «higiene social» que permitirá que estos tres hombres regresen a sus pueblos, junto a sus seres queridos. Al menos, «han podido volver a sentir el sol y las caricias de sus seres queridos», concluye Corsí.

La Crónica de Badajoz vía google noticias

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En memoria de ABEL PAZ, luchador anarquista almeriense…

enero 18, 2011

ABEL PAZ sigue vivo en cada persona decidida a luchar por un mundo sin explotados ni excluidos

 

La Memoria Histórica no es para todos. Ni tan siquiera para aquellos que son imprescindibles  para conocer la historia más reciente de nuestro país. Un buen ejemplo de ello es el escritor, hijo de jornaleros almerienses y luchador contra la dictadura Abel Paz, del que actualmente se está realizando su biografía. Y que a continuación exponemos una pequeña reseña, con la que el Foro Social de Almería quiere contribuir a impulsar el reconocimiento de su figura:

En el mes de abril de 2009 fallece en Barcelona el destacado escritor y anarquista almeriense, Diego Camacho Escámez, (Almería 12 de agosto de 1921- Francia – Barcelona 13 de abril de 2009). Su periplo por la vida es digno de una novela de aventuras:  Nació en el barrio de Las Chocillas de Almería ( posteriormente se traslada a Los Molinos )  hijo de una familia de jornaleros; con 13 años se afilia a la  Federación Iberica de las Juventudes Libertarias almerienses; es enviado a Barcelona por su madre donde estudia en la mítica Escola Natura ;  vive la revolución social en Catalunya,  la Guerra Civil, los campos de concentración,  la lucha antifranquista; las cárceles donde conoció a su futura compañera  Antonia Fontanillas; y finalmente el exilio en Francia donde formaría una «familia» con Antonia de la que nacería su hijo Ariel, que actualmente siguen residiendo en ese país. Hasta que la Amnistía decretada en 1979 le devuelve la libertad y regresa a España, instalándose en Barcelona. Aunque realizó periódicas visitas a su ciudad de nacimiento y niñez.

Diego Camacho utilizó a lo largo de su enigmática historia muchas entidades y diversos  seudónimos como Ricardo Santany en la clandestinidad, en Francia se naturalizó como Jacques Camac, pero será mundialmente conocido por el de Abel Paz: el biógrafo del líder anarquista Buenaventura Durruti. Cuya obra, Durruti. Le peuple en armes, traducida a una docena de lenguas, es imprescindible y fundamental para conocer la historia del pasado siglo XX en España, y muy especialmente en lo referente al movimiento obrero libertario y organizaciones como CNT y FAI;  así como para profundizar en la derrota del golpe militar de julio de 1936 en Barcelona y la revolución social que se desencadena en Cataluña. Y una gran aportación al  esclarecimiento de importantes hechos históricos que él rescata a través de los propios autores.

Abel Paz fue además un verdadero cronista de la resistencia antifascista del Movimiento Libertario, fundamental durante el periodo de 1939-1950, en la que participó y de la escribió una docena de obras, algunas de ellas con un marcado sesgo autobiográfico.

Abel Paz y su “alter ego” Diego Camacho es el ejemplo más preclaro del intelectual comprometido con la lucha revolucionaria, fruto de la cultura obrera. Pero es, sobre todo, el personaje histórico más importante que ha dado la ciudad de Almería en relación a la Guerra Civil y la posterior resistencia antifranquista, en el que se  une ideología y acción intelectual al activismo social.

Su lejanía de Almería, -marcha en enero de 1936, con solo 15 años, a Barcelona y no regresa hasta su vejez- lo ha hecho prácticamente un desconocido en su propia ciudad, a la que sin embargo le dedicó el libro: Chumberas y alacranes, y siempre la recordó como el período más feliz de su vida.

Es por ello que casi dos años después de su muerte es el momento para reconocer al escritor y la aportación a la lucha por la libertades de este almeriense que dedicó toda su vida y obra a luchar por los trabajadores, la libertad del hombre y contra la dictadura de Franco. Además de legarnos una de las obras más peculiares del antifranquismo.

Mikel Carmo

En la actualidad escribe un libro sobre ABEL PAZ e impulsa un homenaje al luchador anarquista almeriense, que cuenta con el apoyo del Foro Social de Almería, entre otras organizaciones y entidades.

http://fsalmeria.org/

www.kaosenlared.net/noticia/memoria-abel-paz-luchador-anarquista-almeriense


«No tuvimos miedo. La prioridad era la acción»…

diciembre 27, 2010

La pareja se dedica hoy a conservar la memoria del Holocausto.- LUIS SEVILLANO

MARIANGELA PAONE 27/12/2010

El 11 de mayo de 1960, mientras un grupo de agentes del Mosad capturaba en Buenos Aires a uno de los principales responsables del Holocausto, el oficial de las SS Adolf Eichmann, un veinteañero de origen judío, Serge Klarsfeld, cruzaba su mirada en el metro de París con una joven alemana. Beate, ese era su nombre, se convertiría en su mujer e inseparable compañera en la búsqueda de criminales nazis por el mundo. «Era muy guapa. Yo me acerqué y tres años después nos casamos», recuerda Serge, sentado al lado de su esposa en un ruidoso restaurante del centro de Madrid. En aquel lejano mayo parisiense, ninguno de los dos sabía que acabarían formando parte del puñado de individuos que dedicaron sus vidas a perseguir a los autores de los crímenes del Tercer Reich.

El matrimonio dedicó su vida a la búsqueda de los criminales nazis

Siete años más tarde de su primer encuentro, Beate, protestante e hija de un soldado de la Wehrmacht, que trabajaba para la oficina franco-alemana para la juventud (un organismo ideado por el presidente Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer para acercar a los jóvenes de los dos países), escribió, con la ayuda del marido, una serie de artículos en los que atacaba al canciller alemán Kurt-Georg Kiesinger por su pasado nazi y pedía su dimisión. Quien salió despedida fue ella. «Juntos preparamos un informe», comenta Serge. Su mujer deja que él cuente cómo se convirtieron en cazanazis.

Medio siglo después de cruzarse en el subterráneo de la capital francesa, no dejan de coincidir. Piden el mismo menú, ensalada de tomate y pollo asado. Serge teje el relato y Beate añade los detalles que llenan la historia. Cuenta así cómo en noviembre de 1968 irrumpió en el congreso del partido cristianodemócrata y montó una escena que quedaría para la historia. «Me acerqué a Kiesinger y le abofeteé», afirma, enfilando otro bocado, como si fuera lo más normal del mundo golpear en medio de sus seguidores al canciller de la Alemania federal y enfrentarse después a una condena de un año de cárcel. «Fue un acto muy simbólico», comenta el marido. «Como si hubiera abofeteado a su propio padre». El suyo, Serge lo perdió en Auschwitz en 1944.

No era atrevimiento juvenil lo que movía a los Klarlsfeld. «Tampoco venganza», asegura Serge. Gracias a ellos cayeron personajes como Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon, al que encontraron en Bolivia, y Kurt Lischka, jefe del servicio antijudío de la Gestapo. Dicen que nunca tuvieron miedo. «La prioridad era la acción», repiten. Y no pararon. Ni cuando a Beate le detuvieron en Bolivia, en Argentina o en Siria, donde intentaba encontrar al nazi Alois Brunner, el segundo de Eichmann. Ni cuando en 1979 una bomba destruyó su coche. Ni cuando, para protegerles, la policía tuvo que vigilar durante año y medio la casa en la que vivían con sus dos hijos.

Ya no cazan nazis -«no quedan cazanazis porque los nazis tendrían 100 años hoy», dicen-, pero se dedican a conservar la memoria de lo que fue y viajan sin parar para atender a conferencias y dar su testimonio. Mientras terminan el postre -un flan para él y un helado de vainilla para ella, lo único en lo que no coinciden- el marido vuelve sobre lo que alimentó durante más de cuatro décadas su labor: «Si no nos hubiéramos conocido, no hubiéramos hecho lo que hicimos. El amor nos animó».

El País.com


«Nos avergonzaba matar»

diciembre 5, 2010

Eduardo Uriarte, condenado en el juicio de Burgos y amnistiado en 1977, recuerda 40 años después por qué fue clave un proceso del que la dictadura quiso hacer una causa ejemplar

LUIS R. AIZPEOLEA 05/12/2010

La decisión de matar a Melitón Manzanas se tomó en nuestro entorno. Pero nunca supimos ni quisimos saber quién había sido su autor. Nos daba vergüenza matar porque no lo teníamos asumido y porque todavía aquella organización repudiaba el asesinato». Así se pronuncia Eduardo Uriarte a los 40 años del Proceso de Burgos, que juzgó en un tribunal militar constituido en la capital castellana a 16 militantes de ETA por el asesinato de Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político Social de San Sebastián, la policía política del dictador Franco, el 2 de agosto de 1968.

 

Seis de los acusados en el proceso de Burgos. Arriba, Arana, Gorostidi y Onaindia. Abajo, Abrisketa, Larena y Gesalaga.-

Para seis de ellos, incluido Uriarte, que entonces tenía 24 años, el fiscal militar pidió la pena de muerte. Los otros cinco condenados a la pena máxima fueron Francisco Javier Izko, Mario Onaindia, José María Dorronsoro, Jokin Gorostidi y Francisco Javier Larena.

El juicio se inició el 3 de diciembre de 1970 y terminó el 30 del mismo mes. Los condenados a muerte fueron indultados por el dictador. El Proceso de Burgos marcó un hito en la historia del franquismo. La dictadura quiso aprovechar el que fue el primer atentado mortal asumido por una ETA que tenía menos de 10 años de existencia para reforzar el régimen autoritario y neutralizar a las corrientes democráticas que emergían en la sociedad española.

Pero se le volvió en contra. Hubo movilizaciones inéditas contra la dictadura en las calles españolas, sobre todo en el País Vasco, donde tuvo gran seguimiento una huelga general. La Iglesia española se despegó del régimen y este recibió presiones de los países democráticos europeos que pidieron el indulto a Franco. Nunca hasta entonces la oposición a la dictadura había alcanzado aquellos niveles de protesta, que llevó a declarar el estado de excepción en el País Vasco y posteriormente en toda España.

«Si ETA hubiera abandonado la violencia en la transición, habría sido un referente del antifranquismo»

Eduardo Uriarte recuerda que aquella ETA no tenía que ver con la de ahora. De hecho, la decisión de matar al jefe de la Brigada Político Social no fue el resultado de una estrategia, sino la venganza por la muerte del líder de ETA Txabi Etxebarrieta, de 25 años, el 7 de junio de 1968 por la Guardia Civil. «Nos roían las ganas de venganza y, sobre todo, la necesidad de dar una respuesta que demostrara que ETA no estaba acabada».

Todos los procesados en Burgos fueron detenidos en 1969, y en la etapa que pasaron en la cárcel hasta la celebración del juicio, en diciembre de 1970, la mayoría evolucionó desde el nacionalismo a posiciones de izquierdas, muy en boga tras el mayo de 1968, y alejadas del recurso al terrorismo. «Evolucionamos en la cárcel. El nacionalismo presente en ETA se había dejado seducir por el discurso marxista y antiimperialista. En nuestros discursos en la sala del juicio abogábamos por la solidaridad internacionalista y a veces nos declaramos marxistas-leninistas, lo que molestó a los nacionalistas del exterior».

Uriarte está convencido de que el régimen de Franco trató de utilizar el incipiente uso de la violencia de aquella ETA para demonizar a la oposición democrática con un enorme despliegue propagandístico de sus acciones en los medios de comunicación, controlados por el régimen.

«Pero el resultado fue contrario a sus intereses. Logró que para mucha gente, no solo en el País Vasco, los jóvenes de ETA fuéramos unos héroes contra la dictadura cuando la realidad era que ETA en ese momento era una organización muy debilitada y dividida internamente». También contribuyó a este resultado la estrategia de los procesados de plantear un juicio político. «Había que aprovechar la ocasión para denunciar ante el mundo la dictadura de Franco». El Proceso de Burgos dio tal prestigio a ETA que aumentó muchísimo su afiliación, recuerda Uriarte.

Uriarte tiene claro que el juicio de Burgos marcó «el principio del fin de la caída del régimen de Franco, que vivía una contradicción insalvable, entre un liberalismo económico y un régimen autoritario». Un sector del régimen, liderado por el almirante Carrero Blanco, quiso utilizar el proceso para garantizar la continuidad del régimen tras la muerte de Franco y mostrar a Estados Unidos que España se encontraba ante una seria amenaza que requería una respuesta política autoritaria.

El régimen cometió además otro profundo error, señala Uriarte, porque no solo respondió con represión desproporcionada -las fuerzas de orden público mataron a tiros a un manifestante de 19 años, Roberto Pérez Jáuregui, e hirieron de bala a otros-, sino que recuperó el discurso más fascista de los años de posguerra. Entonces, Europa descubrió que la España de Franco era una asignatura pendiente tras la victoria aliada contra el fascismo. Europa pidió clemencia a Franco, e incluso lo hizo el presidente de Estados Unidos Richard Nixon. También se sumó a esta petición el Vaticano, y la Iglesia española, al hilo del proceso, comenzó a desmarcarse del régimen. Un sector del Ejército reconocería posteriormente que se había sentido utilizado.

Los procesados contaron con las simpatías de la izquierda española. Entre sus abogados figuraron socialistas, como Gregorio Peces-Barba y José Manuel Moreno Lombardero, y comunistas, como Josep Solé Barberá.

La otra cara de la moneda fue la puesta en marcha del mecanismo de la violencia. «Es verdad que allí se incubó el virus de los elementos perversos que posteriormente hemos conocido y sufrido. La ETA posterior al Proceso de Burgos se quedó con lo peor de nosotros al hacer de la violencia el centro de su política e ideología». Uriarte sitúa el inicio del terrorismo de ETA en el atentado de la cafetería Rolando, en la calle del Correo, junto a la Puerta del Sol de Madrid, en septiembre de 1974. Costó la vida a 14 personas e hirió a decenas.

Los condenados a muerte en el Proceso de Burgos pasaron siete años en la cárcel. Fueron amnistiados en 1977, tras la reinstauración de la democracia. De los seis, dos de ellos ya han fallecido: Onaindia, en 2003, y Gorostidi, en 2006.

Solo uno de los 16 condenados, Jesús Abrisketa, volvió a ingresar en ETA. Una mayoría se vinculó a la extinta Euskadiko Ezkerra y algunos prolongaron su travesía hasta el PSE, como Onaindia y Uriarte. Una minoría -Gorostidi, Itziar Aizpurua y Julen Kalzada- se unió a Herri Batasuna. Uriarte lo explica así: «Todo lo que nos sucedió, incluido el Proceso de Burgos, fue una catarsis para casi todos nosotros. Salimos bastante tocados por la experiencia vivida. Aunque jugamos el papel de héroes en el proceso, reflexionamos sobre la tragedia que supone la violencia».

Cuarenta años despúes, Uriarte cree que hay que entender el proceso en el contexto de la dictadura. «No es sorprendente que en un país en efervescencia un grupo de jóvenes cayera en la dinámica de la violencia frente a una dictadura que negaba a los ciudadanos los derechos más elementales». Y respecto a ETA, «si hubiera tenido la difícil clarividencia de haber abandonado su actividad violenta al inicio de la transición, hubiera sido una referencia de la resistencia al franquismo». No lo hizo. «Fue más un movimiento nacionalista radical que antifranquista. Y al final ha sentido la humillación de ser rechazada por todos los demócratas a escala internacional».

El País.com Domingo


«Sin comunismo no hay futuro»…

noviembre 21, 2010

El PCG homenajea a militantes con más de 40 años en la organización…

SARA VILA – Santiago – 21/11/2010

Concha Nogueira y Marta Mosquera, abuela y nieta comunistas, en su casa de Nigrán.- LALO R. VILLAR

Miguel Hernández, Pablo Neruda, Lorca, Buñuel o Pablo Picasso. Todos ellos tienen algo en común con los homenajeados hace unos días por el Partido Comunista de Galicia (PCG): se han mantenido fieles a unos ideales sin perder ni un ápice de las ilusiones juveniles. Cerca de un centenar de veteranos militantes comunistas recibieron una medalla conmemorativa por sus más de 42 años en el PCG. Entre ellos, antiguos guerrilleros, exiliados, torturados o encarcelados por la dictadura franquista. Más de medio siglo después, en un panorama político difícil, «la lucha continúa», tal y como recuerda Concha Nogueira, afiliada desde los años cincuenta.

La rama juvenil del partido tiene hoy solo 40 afiliados en Galicia

«El capitalismo es ‘planeticida’ por definición», subraya uno de los históricos

La Xuventude Comunista Galega (XCG) apenas cuenta hoy con 40 afiliados. «Ya son muchos y heroicos», sentencia Xesús Alonso Montero, otro de los históricos, presidente del Foro pola Memoria Republicana de Galicia. Alonso Montero tiene claras las causas de este desinterés por la política entre los más jóvenes: no es cómodo. Afiliarse a un partido es trabajoso y no aporta ningún beneficio material, y menos si se trata del PCG. «La aspiración de la mayoría de los jóvenes de hoy es ir de botellón, comprarse ropa, que papá me enchufe en algún sitio…», explica.

Carlos Álvarez es uno de los valientes de los que habla Alonso. El comunismo no se lleva en la sangre, no es una tradición ni tampoco una moda. Para algunos es la consecuencia de vivir en un lugar y una época de la historia. Para el secretario de Organización de los jóvenes de la XCG ha sido un descubrimiento. «Empecé a tener inquietudes, buscas información y te das cuenta de que eres marxista. Hay muchos comunistas que no saben que lo son, nuestro reto es hacer que lo descubran», explica.

Marta Mosquera, responsable de Muller y Estudantado de la XCG, sí lleva el comunismo en los genes. Tras ella, tres generaciones con mucho que aportar a la memoria y al mundo de la literatura. Sus bisabuelos fueron dos de los que prefirieron suicidarse de forma colectiva en lugar de entregarse a los falangistas y así evitar las torturas a las que se verían sometidos. Sucedió en el año 1937 cuando intentaban huir de Galicia a bordo de la embarcación Eva. Además de ellos, militantes del Partido Comunista, en el asalto también se suicidaron otros siete republicanos que huían de la España franquista.

La abuela de Marta Mosquera, Concha Nogueira, fue huérfana de aquella tragedia y es ahora una de las homenajeadas. Nogueira explica orgullosa que se afilió al Partido Comunista en los cincuenta, cuando emigró a Caracas. Fue allí donde pudo dar la mano a los hermanos Castro y al Che cuando desfilaban en el palacio de Miraflores tras el éxito de la revolución en Cuba. Su nieta le ha tomado el relevo y promete dedicar su vida a la causa por la que luchó su familia. Marta Mosquera estudia Ciencias Políticas y cree que el futuro pasa por el comunismo, sobre todo con la situación económica actual.

La omnipresente crisis puede dar alas al comunismo, pero Xesús Alonso lamenta que esta ideología «nunca estuvo tan sola; cuando sale la bandera comunista como estandarte de China es vergonzoso». Para muchos, la izquierda es la gran perdedora de la historia. Alonso apunta que la caída del muro de Berlín no fue la derrota del comunismo, sino el fin de una concepción del marxismo con la que no está de acuerdo. Además, recuerda que si no hay futuro para esta idea no lo habrá para el mundo. «El capitalismo es por definición planeticida», por eso Alonso proclama hoy más que nunca lo dicho por una camarada: socialismo o barbarie. Manolo Peña Rey, afiliado al comunismo desde hace más de 40 años, cree que el problema reside en el poco acceso a los medios y una ley electoral que favorece a los partidos mayoritarios. Concha Nogueira lo tiene claro: «Nosotros nos moriremos pero las ideas se quedan: que todos tengamos trabajo, que nadie se muera de hambre… son ideales por los que lucharán otros, como mi nieta». Y se despide sin olvidarse del ritual de toda una vida: «Salud y república».

El País.com (Galicia)


La muerte, la cama, el mito…

noviembre 21, 2010

RICARD VINYES.

Disponemos de muchos refranes y proverbios políticos, pero ninguno ha funcionado tan bien en términos culturales como el de la muerte del general Franco en la cama. La evocación a su fallecimiento natural tiene la fuerza tonta de lo evidente, porque nadie negará que aquel anciano sanguinario terminó sus días en el lecho, adulado y ungido con aceites santos. El historiador Pere Ysàs, en un libro convincente publicado en 2004 –Disidencia y subversión es su título–, ha explicado que la popular frase sobre el pacífico expirar del dictador no es otra cosa que una metáfora ideológica. Lo es, y ha funcionado con eficiencia para establecer imágenes importantes del relato oficial sobre la fundación del Estado de derecho. Una de esas imágenes establecía la solidez del régimen –¿acaso no murió en cama el tirano?– y dictaba que la democracia fue producto del desarrollo natural de las cosas, de la evolución hacia la modernidad imparable. Un proceso dirigido por los hombres más innovadores y dispuestos del régimen, que llevaron su amor por la libertad en secreto desde que vestían pantalón corto; próceres generosos que permitieron la discreta y leal colaboración de una oposición imperceptible e incapaz, aunque, eso sí, molesta.
Sobre lo que debía hacerse con esa exigua molestia opositora nunca hubo muchas dudas. Entre 1964 y 1976, más de 50.000 ciudadanos se vieron afectados por el Tribunal de Orden Público según el estudio de J. J. del Águila; y en esos años más del 80% de las conductas delictivas lo fueron contra la seguridad interior del Estado, sin olvidar que se mantuvo activa la jurisdicción de guerra, que actuó sobre más de 3.000 de aquellos molestos transgresores.
Era el efecto de las crecientes movilizaciones sociales, lo suficientemente inquietantes como para que, en febrero de 1971, el Consejo Nacional del Movimiento convocase una reunión para tratar su futuro. Los consejeros hablaron de su incapacidad política para resolver la situación causada por el auge de la disidencia. La consecuencia de su temor y desconcierto fue el aumento de las persecuciones y detenciones. Comisarías de policía y cuarteles de la Guardia Civil siguieron siendo en los años setenta espacios donde convivían, inseparables, la violencia del Estado, la burocracia que aseguraba su funcionamiento y la garantía de impunidad a los funcionarios que torturaban y reían en edificios oficiales ubicados en el centro de la vida urbana.
Nada de todo eso fue accidental, era parte estructural de un régimen que, sin recursos políticos, sólo disponía de la violencia para mantener la vida que aquella exigua oposición –según la metáfora de la cama y la paz– le estaba destrozando. El viejo Estado no sabía cómo podía adecuar sus principios de siempre para sobrevivir, y los más listos andaban asustados a medida que percibían lo que realmente podía significar la palabra democracia con la que comenzaban a jugar. La oposición antifranquista sí sabía dónde ir, pero desconocía las etapas del trayecto condicionadas a las relaciones y negociaciones con quienes tenían el monopolio de la violencia, la capacidad de hacer daño intacta y los nervios a flor de piel. Todo era muy fluido y sólo hubo dos opciones: caminar –es decir, movilizar y negociar– o reventar –esto es la incapacidad de asumir transacciones–. Reventaron ellos, su Estado.
Para mí, el mejor legado de la Transición lo ha contado Joaquim Jordà en un par de cintas, Numax presenta (1979) y Veinte años no es nada (2005), documentales precisos y preciosos sobre la experiencia popular y obrera de un tiempo de alta vitalidad política en el que la ciudadanía más participativa descubrió y usó herramientas que le permitían entender la naturaleza de las relaciones sociales y así devenir civilmente más sabios y, por tanto, más libres.
Sin embargo, en una fecha imprecisa de los ochenta, aquel proceso histórico conocido como Transición fue transformado por el Estado y sus pompas en un mito sombrío orientado a justificar la impunidad. El antiguo y logrado proyecto de reconciliación mutó en una ideología de Estado cuyo principio ha consistido en dictar que todos fueron igualmente respetables en aquellos tiempos de dictadura; y que la memoria, lejos de ser un derecho, era un deber, el deber de recordar, permanentemente, que el país sólo podía avanzar si cultivaba una cierta indiferencia hacia el pasado gaseoso. Apareció así un inmenso vacío ético –no hay distinción entre el bien y el mal– y con este el alejamiento de una parte de la ciudadanía respecto a su valor y papel en el largo proceso de democratización del país.
Desde ese extrañamiento apareció el desprecio hacia la Transición porque muchos creyeron la leyenda oficial sin preocuparse en averiguar las realidades de aquel proceso histórico. Desde luego, averiguar y razonar cuesta. En cambio, combatir tópicos y supersticiones con otros tópicos y nigromancias (por ejemplo, los complots compulsivos, o las “traiciones”, que todo lo cuadran y explican) es barato. La consecuencia de esta práctica ha sido la conversión de la Transición en un principio de determinación causal usado indistintamente por sus creadores para justificar impunidades, y por sus indignados detractores para vocear frustraciones o explicar injusticias presentes que proceden de otras fuentes. Es lo que tiene sacar de la historia un proceso social: el mito encubre el conocimiento y la superstición substituye la razón. Pero seamos positivos y en el día de hoy recordemos aquellos versos de Alberti: “Hay muertos cuya paz merecería / ser quebrantada todas las auroras”. Cumplamos su deseo.

Ricard Vinyes es historiador

Ilustración de Mikel Casal

Público.es por Ricard Vinyes


Crónica clandestina de la resistencia francesa…

octubre 16, 2010

En ‘Calle de los maleficios’, Yonnet narra la «otra historia» de la ocupación de París…

Miembros de la resistencia, apoyados por un tanque francés mientras luchan contra las fuerzas alemanas. AP

Cuando Hitler entra en París en junio de 1940, ocho meses después de que lo anunciase, acepta a Philippe Pétain como nuevo jefe de Estado en el gobierno de Vichy, que no tardó en emitir 26 leyes y 24 decretos contra los judíos en nombre de un nacionalismo excluyente.

La política de Vichy era algo más que la expansión de la ideología alemana basada en la raza aria: para el gobierno de Pétain, lalimpieza incluía a los comunistas, a los que respaldaban la lucha del general De Gaulle y a los resistentes al régimen alemán. Cualquiera era susceptible de convertirse en sospechoso si algún vecino lo denunciaba debido a alguna antipatía.

Entre ellos estaba el periodista Jacques Yonnet, detenido por los alemanes en 1940. Pronto escapó y regresó a París para incorporarse a la actividad clandestina de la Résistance. De su experiencia con sus miembros, los no franceses para Vichy, nació Calle de los maleficios (Sajalín Editores), que ahora se publica por primera vez en España.

La otra crónica

La Rive Gauche de París fue refugio de gente de dudosa reputación durante los años de la Ocupación. Yonnet se convirtió en su cronista. Cronista del cura Trigou, excomulgado después de pasearse desnudo por un tren abarrotado de adolescentes, o del Gitano, que le hizo conocer los ritos de su «tribu»: «Teníamos una copa llena de vino. Con una cuchilla de afeitar, realizamos una ligera incisión en nuestra muñeca izquierda. Cayeron algunas gotas de sangre en el vino tinto, que nos bebimos de cuatro tragos, dos cada uno. A partir de entonces, el Gitano se llamaría Gabriel», relató Yonnet.

«La ciudad, inviolada en su interior, está tensa, hosca y despectiva»

Las vivencias y los sueños de aquellos que no contaban para el futuro glorioso de la Francia amiga de Hitler, quedaron reflejados en el diario de Yonnet, publicado por primera vez en 1954. En él se aprecia la agonía de un cronista al ver cómo París perdía la «alegría de vivir» de la Belle Époque. «París permanece alerta. La ciudad, inviolada en su interior, está tensa, hosca y despectiva. Ha reforzado sus fronteras interiores, igual que se cierran los compartimentos estancos de un navío ante una amenaza. Ya no se ve la relación confiada y amistosa que existía hasta hace sólo unos meses entre los barrios», escribía.

Un paseo por Londres

«Hay que pasearse por el majestuoso Londres en tiempos de guerra, una ciudad que vive con los dientes apretados y con los puños cerrados, para darse cuenta de que París es un poco puta», comentó Yonnet en marzo de 1944, cuando realizó un viaje a la capital británica para ser testigo de los bombardeos. Su vida estuvo marcada por una vocación periodística irrefrenable, que le llevó a involucrarse al máximo en su labor de observador. Pero a él le interesaba la otra historia. La historia minúscula de un país que se había vendido.

«Si escribiera lo que pienso en realidad me lincharían»

Cuando los alemanes (a los que llamaba «personas-que-no-saben-nada») abandonan París en agosto de 1944, Yonnet se mostró escueto: «¡Uf! Los alemanes se han ido sin demasiados daños. Es un milagro. Y aquí me tienen, periodista y oficial a la vez, destinado a la Seguridad Militar. Todas las noches, en el periódico, escribo grandes odas laudatorias; en concreto, me han encargado relatar en folletines épicos los episodios de la liberación de París. Si escribiera lo que pienso en realidad, me lincharían». Después pasa a retratar las penurias que los nazis habían dejado en la ciudad. Durante la ocupación francesa, más de 10.500 personas fueron ejecutadas y 65.000 encarceladas.

Cambian los roles

En 1945, después de que Hitler se suicidara, Pétain fue condenado a cadena perpetua debido a su avanzada edad. Las tornas habían cambiado y ahora los marginados, los líderes de la resistencia clandestina, se convertían en héroes que abrieron el camino a los que más tarde se colgaron la medalla. Como Hemingway, que esperó a 1964 para decir: «París es una fiesta que nos sigue». A esas alturas ya estaba todo hecho.

Los burdeles habían dejado de ser escondite de furtivos, los bistrots se pintaban con un toque burgués y los cafés se convertían en escaparate de intelectuales estetas. La ciudad volvía a ser capital de la alegría y los viejos combatientes se perdían en la memoria hedonista de sus descendientes.

Más de 10.500 personas fueron ejecutadas y 65.000 encarceladas

Jacques Yonnet también fue víctima del olvido popular, ejerciendo su labor periodística con discreción, como Robert DoisneauRaymond Queneau. Este último calificó precisamente, en 1966, Calle de los maleficios como «el mejor libro jamás escrito sobre París».

Público.es

 


Flamenco contra franco…

septiembre 18, 2010

Corruco de Algeciras, Ramón Perelló o El Chato de las Ventas fueron algunos de los fandangueros rebeldes que lucharon contra el dictador con las armas y con su voz.

JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 18/09/2010

fin de fiesta.Antonio de Mairena, republicano, gitano y cantaor, baila en el Teatro de la Zarzuela en Madrid, en el año 1970.

Vivían como podían. Trabajando de día y cantando de noche, siempre para los señoritos. Esperaban a la puerta de la venta, por si al terrateniente le daba por animar la fiesta con cante jondo. A veces ni les pagaban y volvían con los bolsillos vacíos a su casa. La del Bizco Amate estaba debajo de un puente y cada poco lo detenían por vagabundo. Daba igual que fuera o no el ladrón. En la posguerra, el cantaor era el culpable. Las opciones del Bizco eran la celda o el puente, así que quizás lo mismo daba. En sus frecuentes visitas a la trena escribió algunos de sus fandangos más populares: «Me lo cogen y me lo prenden / al que roba pa sus niños. / Y al que roba muchos miles / no lo encuentran ni los duendes / ni tampoco los civiles». Cante protesta para denunciar los abusos de los poderosos. Los cantaores eran pobres, pero no ciegos: «La mentira y la verdad / se enfrentaron en la Audiencia. / La verdad salió perdiendo / y la mentira ganó. / En el reino no hay gobierno», entonaba el Bizco Amate.

Este rebelde fandanguero sevillano es uno de los protagonistas de Historia social del flamenco(Península), un libro en el que el crítico Alfredo Grimaldos cuenta con pasión y detalle las peripecias vitales de los principales cantaores desde el siglo XIX. La obra hace un riguroso recorrido desde la llegada de los gitanos a Andalucía en el siglo XV hasta el apogeo del flamenco en Madrid en las últimas tres décadas, prestando especial atención a los convulsos años de la República, la Guerra Civil y la miserable posguerra.

El flamenco no se mantuvo ajeno a los acontecimientos de la República.

En la década de los treinta y cuarenta, el flamenco seguía siendo un arte marginal, reducido a zonas muy concretas de la Andalucía baja, principalmente de Triana a Cádiz. «Incluso dentro de Andalucía era muy poco conocido y en muchos momentos desdeñado, vinculado a la mala vida, la noche, el alcohol y los prostíbulos. El flamenco era cosa de gitanos, algunos andaluces vinculados a ellos y poco más», explica José Manuel Caballero Bonald, que escribe el prólogo del libro de Grimaldos. Caballero Bonald alumbró en los años sesenta el Archivo del cante flamenco con grabaciones de campo de los grandes cantaores de la primera mitad del siglo XX, algunos de los cuales vivían apartados del mundo del cante. La posguerra fue, precisamente, el punto de inflexión de la marginación del género, que a partir de los cincuenta comenzó a gozar del prestigio que hoy tiene.

Antes, el flamenco no se mantuvo ajeno a los acontecimientos sociales y políticos de la época de la República. El 12 de diciembre de 1930, los militares Fermín Galán y Ángel García Hernández se levantaron en Jaca contra la monarquía borbónica. Fracasaron y dos días después fueron ejecutados. El mismo Galán dio la orden de fuego al pelotón de fusilamiento y se desplomó al grito de «¡Viva la República!». El sevillano Manuel Vallejo cantó aquella gesta por fandangos: «Por la libertá de España / murió Hernández, y Galán. / Un minuto de silencio / por los que ya en gloria están, / suplico en estos momentos».

Vallejo conoció en uno de sus viajes a una joven promesa: Corruco de Algeciras. José Ruiz Arroyo, su nombre de pila, fue uno de los grandes cantaores payos de esa época. Nacido en La Línea de la Concepción en 1910, desde joven combinó sabiamente la ortodoxia y la innovación. En la década de los treinta grabó varios discos y fue de los pocos cantaores en alcanzar cierta popularidad. Él también cantó por los mártires de Jaca: «Lleva una franja morá, / triunfante nuestra bandera, / lleva una franja morá, / la conquistó España entera: / por Hernández y Galán / rompió España sus cadenas». Corruco se apropió del fandango de una manera extremadamente personal, lo que le convirtió en una de las principales figuras del cante y le llevó a actuar en Barcelona, Madrid y Talavera de la Reina en la época de la Ópera Flamenca. El 11 de abril de 1938, cuando combatía contra el avance de las tropas de Franco a través del Ebro, una bala acabó con su vida. Tenía 28 años y lo enterraron a pocos kilómetros de allí, en el cementerio de Balaguer (Lleida).

En los cincuenta, el género empezó a gozar del prestigio que hoy tiene

Otro ferviente republicano fue El Chato de las Ventas, cantaor madrileño, tornero y simpatizante del Partido Comunista. Sus malagueñas y colombianas trataban cuestiones políticas de la época. El Chato, que cantaba los sábados en el puente de Ventas, murió en la contienda civil. «Sobre su muerte durante la guerra hay dos versiones. En una de ellas se dice que murió de un ataque al corazón cuando iba a ser fusilado. En otra, la que siempre circuló por el barrio de Ventas, se asegura que, efectivamente, fue fusilado por los fascistas tras haber caído prisionero en el frente de Extremadura», relata Grimaldos en su libro.

El cante de la guerra

Juanito Valderrama también tuvo que compaginar el arte del cante y el de la guerra. Comenzó en su tierra, Jaén, «cavando trincheras en un batallón de fortificaciones; después, en el frente de Alcaduete, y por fin, en una compañía artística que daba actuaciones para los combatientes republicanos», cuenta Grimaldos.

Farruco: «Yo no sé ni leer ni escribir, pero he dado la vuelta al mundo»

En la posguerra los cantaores se dedicaron a sobrevivir. Los más significados políticamente lo tuvieron especialmente difícil, como Ramón Perelló, «que era lo que entonces se decía un rojo», cuenta Juanito Valderrama en sus memorias. Perelló, autor de una de las canciones más oídas durante la guerra, Mi jaca, luchó contra Franco e ingresó como preso político en el penal de El Puerto de Santa María al terminar la guerra. Consiguió la libertad condicional y se trasladó a Madrid, donde nadie quería contratarle ni trabajar con él. «Con tanta influencia de la Falange en las cosas del espectáculo, con la censura tan férrea, no se atrevía nadie a estrenarle a Ramón Perelló por temor a [las] represalias», escribe Valderrama.

Uno de los temas más recurridos de los cantaores republicanos era su desprecio por el dinero y el enriquecimiento desmedido. El Carbonerillo, un cantaor de altura que también murió durante la contienda, grabó: «Maldito sea el dinero / y el hombre que lo inventó, / que aunque sea usté un caballero / y le sobre razón, / lo que impera es el dinero».

Las letras flamencas reflejaban el espíritu obrero y conectaban directamente con las de los esclavos negros de EEUU, que basaban sus cantos en la dureza del trabajo. Los cantaores se buscaban la vida actuando en ventas y trabajando en el campo. Se levantaban a las cinco de la mañana para estar en los campos antes de las ocho, normalmente los siete días a la semana,comiendo garbanzos a palo seco y con misa obligatoria. Por eso luego Manuel de Paula, gitano de Lebrija, cantaba cosas como «Mare, llévame al colegio, / a educarme la memoria, / mira que no quiero soñar / con el burro de la noria. / Campesino del arao, / buena semilla será / la sangre que has derramao».

Jueces y guardias civiles

Según Grimaldos, «en las letras flamencas hay un poso de rebeldía, fruto de la persecución y la marginación. La Guardia Civil y la Justicia aparecen siempre amenazantes». El cante social que afloró en los años de la República tuvo uno de sus máximos exponentes en José Cepero, cuyo flamenco de calidad caló rápidamente entre los aficionados. El cantaor escribía sus letras: «A la mujer del minero / se le puede llamar viuda, / que se pasa el día entero / cavando su sepultura. / ¡Qué amargo gana el dinero!». Cepero, como Ramón Perelló, acabó pasando hambre después de la guerra.

Otros se exiliaron, como Miguel de Molina, que terminó en Argentina después de que un grupo de jóvenes de la Falange le diera una paliza tras una actuación en el teatro Cómico. Casi todos los cantaores que se mostraron abiertamente republicanos (Guerrita, Paco El Americano, Vallejo, Cepero, El Chato, Corruco) eran payos. «Más adelante, en la lucha contra el franquismo, ya habrá flamencos gitanos de renombre que se comprometerán claramente con su cante», señala Alfredo Grimaldos.

Como Antonio Mairena, el gran impulsor del flamenco a partir de los cuarenta. Republicano, gitano y cantaor, se tuvo que buscar la vida en fiestas de señoritos que presumían de camisas azules. Una noche, uno de ellos sacó un pistolón, lo puso encima de la mesa y le ordenó cantar el Cara al sol. «Yo estaba blanco, descompuesto, y lo canté», le contó Mairena a Grimaldos en uno de sus encuentros-entrevista. El sevillano luchó toda su vida por la dignificación del flamenco.

Tres héroes del flamenco del siglo XX

TÍO BORRICO. EL JORNALERO

«Si Tío Borrico levantara la cabeza y viera lo que cobra hoy un artista, se daría chocazos», decía en 2006 Luis El zambo en una entrevista con Flamenco-world’. Tío Borrico, uno de los cantaores jerezanos más carismáticos de posguerra, alternaba el cante con el trabajo en el campo. «Yo lo mismo estaba una temporá de artista que iba después al campo con mi pare cuando le salía una manijería. [] Y me recuerdo que estaban en el cortijo La Sierra, cogiendo semillas, mira qué gente: Rafael El carabinero, La Piriñaca y yo», le contaba el cantaor a José Luis Ortiz Nuevo, que en 1984 publicó una biografía suya.

ANTONIO EL ARENERO. EL INDEPENDIENTE

El Arenero, carpintero en Sevilla, fue uno de los grandes conocedores de las soleares de Triana. Siempre fue reacio a cantar en ventas y prefería vivir de su empleo. Se reservaba el cante para sus amigos. «Hace años, el alcalde y el gobernador, que estaban en la piscina, querían oírme y mandaron a un tonto para que me avisara. [] Yo le contesté: Pues mira, vete y di al alcalde y al gobernador que si quieren escuchar cante, que se compren un grillo’. Lo que a mí me hace falta para cantar bien es estar a gusto, en mi ambiente», le dijo el Arenero al autor de Historia social del flamenco’.

JUAN TALEGA. EL AFICIONADO

Nunca fue profesional ni lo quiso , lo que no impidió que se le considere uno de los grandes cantaores del siglo XX. «Yo sabía de él sólo por los discos. Es el que más me ha gustado; compraba todo lo que él había grabado cuando yo no tenía todavía ni tocadiscos», dice en el libro Rancapino. La última vez que Talega cantó fue para el programa Rito y geografía del cante’, una serie deTVE que incluyó cien capítulos de media hora.

Público.es


El Valle de la libertad…

agosto 15, 2010

Las torres de las iglesias de Unha y Salardú (izquierda), escenario de un tiroteo entre guerrilleros y guardias civiles.- JUAN MILLÁS

En octubre de 1944, 4.000 guerrilleros invadieron el Valle de Arán para liberar a España de Franco. Fue el hecho de armas más importante tras la Guerra Civil. Fracasó y se silenció. La novela ‘Inés y la alegría’, de Almudena Grandes, lo rescata ahora del olvido.

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS 15/08/2010

Vicente López Tovar fue comandante de la Operación Reconquista de España (Fotografía del libro 'Hasta su total aniquilación' (editorial Almena).-

No hay un alma en el puerto de la Bonaigua. Tan solo la montaña peleándose con las nubes bajas y una cruz herrumbrosa con una leyenda que ha perdido parte de las letras: «El Señor está contigo, Luis». Desde estos 2.000 metros se entiende a la perfección lo que el Valle de Arán tiene de paraíso, castillo y ratonera. Hasta la apertura del túnel de Viella, a unos 40 kilómetros de aquí, la Bonaigua era la única conexión con la Península de esta comarca de la vertiente norte de los Pirineos, 620 kilómetros cuadrados de la provincia de Lleida que se rigen por sus propias instituciones tanto como por un clima propio. Aquí puede llover mientras al otro lado de la cordillera el sol luce a sus anchas.

La antigua quitanieves alemana, varada en lo más alto y rodeada ahora de bosta de vaca -la Peeter la llaman, abreviando su nombre: Scheefrase Peter-, empezó a funcionar, lo recuerda una placa, en 1944. En octubre de ese año, alrededor de cuatro mil hombres armados entraron en el valle por todos los lugares posibles, pero, sobre todo, por su puerta natural, Pont de Rei, la cómoda conexión con Francia que sigue el curso del río Garona. Habían salido de España al final de la Guerra Civil y combatido durante años en la Resistencia francesa. Muchos habían entrado en París con el general Leclerc y muchos más soñaban con entrar en Madrid. El partido comunista los convocó en Foix y Toulouse -la capital simbólica del destierro español-, formaron un ejército bajo las siglas de la Unión Nacional Española y llamaron a la operación Reconquista de España.

«Era ya el momento de que la liberación cruzase los Pirineos»

La historia y la geografía parecían de su parte. Cuatro meses antes, el 6 de junio, los aliados habían desembarcado en Normandía. Era el momento de que la liberación cruzase los Pirineos. Solo había que conseguir que los hechos consumados ayudaran a vencer las reticencias de las potencias internacionales. Se trataba de que el débil Gobierno republicano en el exilio se hiciera fuerte en el interior. Los adalides de la democracia tendrían difícil ignorar a un presidente legítimo instalado en su propio país. Ese presidente sería Juan Negrín, y la capital provisional, Viella, el centro político del valle. Habría que controlar la Bonaigua y el primitivo túnel de Viella, un estrecho agujero de cinco kilómetros de largo y todavía en obras. El invierno haría el resto. La nieve cerraría al ejército franquista los pasos menores y el tiempo correría a favor de la guerrilla. Entre tanto, la población se uniría a los libertadores y los aliados no tendrían más remedio que aportar a la República la ayuda que le habían negado entre 1936 y 1939. En el escudo del Valle de Arán hay una llave, y no es por casualidad.

Todo empezó bien. Terminó todo mal. Habían pasado apenas 24 horas desde la invasión cuando el castillo comenzó a transformarse en ratonera. Después de semanas de entrada de guerrilleros por Aragón y Navarra, una columna de hombres al mando del coronel Vicente López Tovar cruzó el Garona a las seis de la mañana del 19 de octubre. Después de asegurar el paso de Pont de Rei para recibir refuerzos y suministros o retirarse si llegaba el caso, en unas horas llegaron a Bossòst. Fue el lugar elegido como cuartel general después de una refriega con los militares. Entretanto, en el este de Arán, camino de Baqueira, los disparos cruzaban de pueblo a pueblo. Desde el campanario de Unha, los guerrilleros acosaban a los guardias civiles atrincherados con una metralleta en la torre de la iglesia de San Andrés, en Salardú.

Café de Fos, último pueblo francés antes de la frontera.- JUAN MILLÁS

Cuando la ofensiva principal, en su ruta hacia Viella, alcanzó Es Bordes, encontró la resistencia del destacamento militar acuartelado en el pueblo. La iglesia conserva todavía los impactos de bala en la fachada. En la puerta de su casa, a unos metros, Antonio Déo recuerda hoy los combates entre los guerrilleros y los soldados parapetados en la torre. Él tenía 12 años y su padre era el alcalde, conocía bien a los militares: «Ahí», dice señalando una vivienda cercana, «cayó una bomba incendiaria. Ardieron dos casas más. Hubo resistencia, pero los soldados eran 100, y los maquis, casi 5.000». Es difícil encontrar en el Valle de Arán a alguien que quiera contar sus recuerdos de la invasión. Eso sí, los que deciden bucear en sus recuerdos terminan relatando su vida. «Aquí hubo unos 15 muertos en total», dice Déo, que sería concejal del pueblo a partir de 1968: «Antes había 500 habitantes, ahora no deben de pasar de los 120. Vivíamos de las vacas. Y de lo que se cultivaba. Ahora los que quedan trabajan fuera. Por eso el pueblo se queda desierto hasta la noche».

«Para muchos araneses, la invasión de 1944 sigue siendo un tabú»

Algunos de los muertos de los que habla Antonio Déo están enterrados a doscientos metros escasos de la plaza del pueblo, en un cementerio con vistas increíbles al río Joue, que aflora en una cascada de película, 10 kilómetros más arriba, después de nacer en el Aneto. En una pared del camposanto hay una lápida que señala una fosa adornada con flores de tela. Lleva la fecha del comienzo de la invasión y una leyenda: «Los antiguos guerrilleros FFI [Fuerzas Francesas de Interior] a sus camaradas muertos en combate por la libertad». Debajo, una tira de mármol nuevo ha añadido otra frase: «Y a los no identificados».

En el valle, las tumbas son el único recuerdo del hecho de armas más importante ocurrido en territorio español desde la Guerra Civil. El Consejo de Arán, no obstante, tiene previsto señalar con paneles este mismo año los enclaves en los que queda algo de aquellos días del otoño de 1944: un nido de ametralladoras en Pont d’Arrós, la sede de La Caixa que centró los combates en Les, un búnker construido después de la invasión para proteger la boca del túnel de Viella, abierto al tráfico en 1948 después de que un batallón de prisioneros ayudara a terminar los trabajos que habían empezado en 1924.

Una lápida en el cementerio de Es Bordes recuerda a guerrilleros muertos en la toma del pueblo.- JUAN MILLÁS

Todo deberá estar listo antes de que el invierno vuelva inaccesibles muchos de esos lugares. Lo cuenta en su despacho del Consejo, en Viella, la historiadora Elisa Ros, que recuerda que para muchos araneses la invasión de 1944 sigue siendo un tabú: «La gente se encerró en sus casas y no quiso saber nada. Estaba cansada de la Guerra Civil y lo vieron como una vuelta a empezar. Hubo dos muertos civiles en un momento de descontrol, pero en general no hubo muchos atropellos». La consigna de respetar a la población surgió del empeño de Juan Blázquez Arroyo, que tenía 30 años entonces. Su nombre de guerra era César, y su graduación, general de división del Ejército francés. Elisa Ros muestra en un catálogo el carné que le extendió la seguridad francesa: domiciliado en Toulouse, ojos y pelo negro, 1,75 metros de altura; rasgos particulares: le falta un dedo.

El general César había nacido en Bossòst y fue elegido alcalde de su pueblo en 1936. Era militar de carrera y había estudiado Derecho y Filología. En 1937 pasó al frente, y dos años más tarde, al exilio. Después de dirigir en Toulouse el Centro de Albergue de Intelectuales españoles refugiados, con la invasión alemana se unió a la Resistencia tratando de organizar a sus compatriotas. Fue uno de los fundadores de la Unión Nacional Española y terminó pasando por dos campos de internamiento. Evadido, volvió a la lucha. Los aliados le condecoraron diez veces. El Gobierno francés, con la Legión de Honor.

Blázquez Arroyo, César, fue el jefe de información de la Operación Reconquista de España. Dice Elisa Ros que, desde el principio, el militar era consciente de que la acción era «inviable», pero que ante la insistencia de sus superiores aconsejó la entrada por el Valle de Arán. Era el lugar que menos riesgos comportaba y más fácil hacía la posible retirada. Muy mal se tenía que dar el invierno para que no se pudiera volver a Francia por Pont de Rei, el punto más bajo de la ratonera, un paso a tan solo 600 metros de altura en un laberinto de montañas de hasta 3.000.

El Nere a su paso por Viella, capital prevista para la República.- JUAN MILLÁS

«En la gente pesó más el miedo que las promesas de libertad. Pocos se unieron»

Pese a los desvelos del antiguo alcalde, en la gente pesó más el miedo que las promesas de libertad. Pocos se unieron a los guerrilleros. Muchos trataron de ayudar a sus vecinos guardias civiles. Sentado en el poyo de la ermita de San Roque, en Bossòst, Eugenio Marqués Bersach, 15 años en 1944, recuerda que «los maquis» buscaron durante días a los dos guardias de su pueblo, Canejan. Se habían escondido en una cueva, uno de ellos estaba casado con una chica del pueblo y su cuñado les llevaba patatas para que no murieran de hambre. «Comida, los maquis no nos pedían», recuerda; «se la traían de Francia, pero la gente tenía mucho miedo. En parte por si había represalias por la guerra. Hay quien dice que se llevaron ganado. En mi pueblo, no. ¿Que si la gente habla de los maquis? Poco, pero acordarse se acuerda». También él se acuerda. En Girona, durante el servicio militar -«del 51 al 52, el último año del racionamiento»-, se encontró con, dice el nombre de carrerilla, el teniente Francisco Torrado Contreras: «Me contó que él era el que había sacado a los maquis del valle. No sé si sería verdad, pero cuando se enteró de que yo era de aquí me quiso dar un enchufe para las oficinas, pero yo apenas sabía las cuatro letras. Una lástima. En mi casa hablaba aranés. El catalán lo aprendí durante la mili, en Camprodón; el castellano, en la escuela. Pero iba poco». Había empezado como pastor a los nueve años. Así, dice con orgullo, se ganó el traje de la comunión. Entrado junio y hasta el 7 de octubre, feria de Salardú, se iba solo a la montaña con 600 vacas y dos perros. En invierno echaba una mano en casa a lo que saliera, cazando martas o cortando abetos. Trabajó hasta los 70 años. Ahora tiene 81. «Francisco Torrado Contreras era el nombre», repite entre dientes.

Pero la verdad es que el nombre era José Moscardó Ituarte, capitán general de Cataluña. Visto el fracaso de la adhesión popular, a los guerrilleros les quedaban todavía dos objetivos, y tan difíciles como el primero: tomar la Bonaigua y conquistar Viella, la futura capital del Gobierno legítimo. Moscardó se encargó de dar al traste con ambos. Él y Ricardo Marzo, el general de la División de Montaña destinado a reforzar los Pirineos ante la evolución de la guerra mundial, y también ante los rumores de actividad guerrillera. Después de un momento de sorpresa que, según el relato de su propio hermana, llegó a sacar a Franco de sus casillas, los refuerzos del Ejército franquista llegaron a la Bonaigua antes que los republicanos, los contuvieron a las puertas de Viella y se hicieron con el control de las obras del túnel. En poco tiempo se desplegaron en el valle 50.000 efectivos. Solo quedaba Pont de Rei, la puerta de salida. Todo terminó el 27 de octubre, nueve días después de haber comenzado. Santiago Carrillo, alto cargo del buró político del PCE, se reunió en Bossòst con el coronel Tovar y dio la orden de retirada. A la mañana siguiente, los guerrilleros regresaron a Francia mientras a sus espaldas se iba cerrando la frontera y, de paso, los libros de historia. El episodio se convirtió en un párrafo desleído en los apéndices de algunos estudios sobre la Guerra Civil.

Luego, el silencio.

La escritora Almudena Grandes recaló dos veces en uno de esos párrafos. Estaba en las memorias de Manuel Azcárate, miembro de la dirección comunista que preparó la invasión. La primera vez pasó de largo. La segunda se convirtió en una obsesión. Buceó en los pocos libros disponibles sobre el acontecimiento -los de Fernando Martínez Baños, Daniel Arasa, Secundino Serrano y Francisco Moreno Gómez- y en las memorias y biografías de todos los que tuvieron algo que ver en él. Décadas de desmemoria habían hecho muy difícil el trabajo de los historiadores. Ni siquiera hay un censo oficial de bajas. Muchas fuentes coinciden en fijar en 129 muertos las pérdidas del bando guerrillero. Algunos añaden 240 heridos y 200 prisioneros. En el Ejército, entre tanto, los muertos habrían sido una treintena. Pero todo son versiones.

Me he tomado la libertad de dar mi versión porque no existe una oficial»

El agujero de la historia era tan grande que por él podrían volver a pasar otros 4.000 hombres. El silencio de muchos de los protagonistas era tan clamoroso que en él cabía una novela de 700 páginas. Esa novela es Inés y la alegría (Tusquets), el primero de seis «episodios nacionales» sobre la resistencia antifranquista. En la entrega inaugural, Almudena Grandes narra la historia de amor de una muchacha de familia conservadora que termina uniéndose a los guerrilleros instalados en Arán, un valle que, explica, solo visitó con la novela terminada: «Si voy antes, corro el riesgo de que la realidad se me imponga. Usé los mapas de Google, me hice unos planos con flechas y datos -mi gran obra de ingeniería militar- y los colgué en la pared. Mi hija se reía de mí… Luego fui y todo encajaba». La mezcla de imaginación y documentación y la ausencia de testimonios sobre episodios concretos le permitió «volver al siglo XIX, inventar batallas; la de Vilamòs, por ejemplo».

«Me he tomado la libertad de dar mi versión porque no hay una versión oficial», dice la novelista. Junto a la trama amorosa, Grandes resume las claves de algo que pudo ser y no fue. Con personajes reales esta vez, el resultado es casi otra novela dentro de la novela: de espionaje, clandestinidad, supervivencia, crueldad diplomática y soberbia política. El choque de trenes entre, la frase se repite durante todo el libro, la historia inmortal y el amor de los cuerpos mortales: «129, algunos más o muchos menos, los soldados de la UNE que no lograron salir vivos de Arán, murieron para que nadie lo sepa», se lee en Inés y la alegría. «La Historia con mayúsculas de los documentos y los manuales los ha barrido con la escoba de los cadáveres incómodos».

Fue la incomodidad de muchos lo que cerró la puerta de la memoria. A Franco, que oficialmente trató siempre a los maquis de bandoleros, no le interesaba dar muestras de debilidad. La propaganda se encargó de ocultar que durante días la bandera republicana ondeó de nuevo en territorio español y que durante años su ejército no pudo hacerse con el control absoluto de los Pirineos. Los aliados, entre tanto, se desentendieron. De Gaulle, que no quería un segundo frente en el Sur, empezaba a ver como un problema a los miles de españoles armados que habían participado en la Resistencia y a Churchill le preocupaban casi más los comunistas que los nazis, que terminarían rindiéndose al año siguiente. Para entonces, Franco ya había declarado en una entrevista a la United Press que España nunca había sido fascista y que no tenía ninguna alianza con las potencias del Eje. La invasión del Valle de Arán fue declarado asunto de política interna y todos miraron para otro lado.

La dirección del partido comunista, por su parte, quiso, mientras pudo, nadar y guardar la ropa. En 1939, Stalin firmó con Hitler su tratado de no agresión y no quería a los dirigente del PCE en una Francia que terminaría siendo ocupada. Con el buró político dividido entre América Latina y la URSS, donde estaba Dolores Ibárruri, el partido quedó al mando de Jesús Monzón en territorio francés. Lejos de resignarse a sobrevivir, Monzón reconstruyó una organización tan numerosa como cohesionada que despertó en Moscú una mezcla de admiración y recelo. Él fue el cerebro de la Operación Reconquista de España. Con la invasión lanzada por el tobogán del otoño de 1944, Pasionaria ordenó a Santiago Carrillo, que se encontraba en el norte de África preparando la entrada en Málaga de un grupo de hombres armados, que se presentara en Francia. Durante días, todo fueron cautelas. No podían evidenciar que una maniobra así se había hecho sin que ellos estuvieran al corriente, por mucho que la consideraran una quimera, ni contribuir a que Monzón se llevara las mieles del triunfo si la locura era un éxito. Nadie movió un dedo para pedir a Stalin que lo moviera. El sueño iba camino de convertirse en pesadilla cuando se dio la orden de retirada. Nunca hubo una versión oficial, pero también el vacío tiene su traducción: durante los años que siguieron a la invasión, muchos de sus participantes fueron depurados por el PCE.

El penúltimo capítulo de una operación que «pudo haber cambiado para siempre el destino de España» fue, durante 60 años, el silencio. En él, dice Almudena Grandes, «perece la memoria de unos cuantos miles de hombres que arriesgaron su vida por la libertad y la democracia de su país. Ellos aportaron el único elemento íntegramente positivo de este episodio». En su casa de Madrid, después de mover los hilos imaginarios de una trama llena todavía de sombras, la escritora recuerda que en la historia del partido comunista hay «suficiente grandeza» como para que se reconozcan sin miedo sus «miserias». Luego vuelve por un instante al Valle de Arán, a octubre de 1944, y dice: «La llaman quimera, y en gran parte lo fue, pero podría haber sido otra cosa. Y fue tan efímera… Pudo ser importante y se deshizo en el aire…».

‘Inés y la alegría’, de Almudena Grandes, se publica a primeros de septiembre en la editorial Tusquets.

El País.com