¿Qué les pasó a nuestros abuelos en la guerra?

enero 23, 2011

La concepción de la historia se ha transformado en las últimas décadas: de la militancia de los años sesenta a la pasión por el pasado que resucita una y otra vez…

Imagen tomada por Robert Capa en Barcelona en agosto de 1936 (Revistas y Guerra 1936-1939)

Cuando terminaba el siglo XX, todo el mundo hablaba de crisis de la historia. Algunos la daban por terminal y anunciaban su fin: el fin de la historia. Otros, menos dramáticamente, proponían giros y retornos, o hablaban de la irrupción de una nueva historia: turn y new eran las consignas. Lo viejo, lo que estaba en crisis, era la historia como ciencia de la sociedad, de sus estructuras, y de los grandes procesos sociales, de sus cambios. Estructura y cambio, desentrañarlos permitía vislumbrar el futuro: la historia como ciencia del pasado que servía como instrumento de transformación del presente.

La mirada de una nueva generación de historiadores se volcó sobre lo más inmediato

Cuando esa idea de historia se desvaneció, las estructuras cedieron terreno ante las tramas de significado y los procesos de cambio dejaron paso a la construcción de identidades colectivas; la sociedad fue sustituida por la cultura: género, edad, etnicidad, exclusión, pueblos colonizados, naciones sin Estado. Se comenzó a hablar de una nueva historia cultural, identificada con una memoria social. Muy pronto, el borrado de la distancia entre objetividad y subjetividad, historia y poesía, se tradujo en un permanente flujo entre historia, antropología, literatura, memoria, cultura en fin, a la espera de liquidar la diferencia entre historia y ficción, como en el siglo XIX, cuando la historia aún no había reivindicado un estatuto científico.

Aquí hemos vivido estos procesos de manera muy singular. Herederos del gran relato del fracaso de España, la consolidación de la democracia y la entrada en Europa indujeron a repensar la historia en otros términos, como una variante de la historia europea. Los historiadores económicos fueron los primeros en verlo; luego, su mirada contaminó a la historia social y política e inundó la historia de la cultura entendida como historia de productos culturales. Vista en un tiempo largo, la historia de España era, con sus variantes, parte de la historia de Europa: tal fue el marco en que la generación ahora superviviente comenzó a repensar el pasado y escribir la historia de la economía, la sociedad, la política, la cultura -así, por niveles- españolas.

Fue un tiempo en que sociología, ciencia política e historia establecieron relaciones de buena vecindad para documentar e interpretar los grandes procesos de que éramos testigos: fin de la agricultura tradicional, industrialización, urbanización, auge de la clase media, educación universal, secularización, democratización, ciudadanía, Estado de derecho, autonomías, incorporación a Europa. Esos eran los datos de la experiencia, lo que estaba ocurriendo, pero ¿de dónde venía todo eso? ¿eran los nuestros unos relatos de consolación para ocultar nuestro verdadero origen, la esperanza de la República, la rebelión militar, la Guerra Civil, la derrota, la feroz represión? Franco y la dictadura ¿eran sólo un paréntesis?

Si se miraban las macromagnitudes que los historiadores económicos nos proporcionaban, eso parecía un paréntesis que interrumpió un largo tiempo de crecimiento, lento, sí, pero sostenido: la reconstrucción de las series históricas del PIB, de las transformaciones agrarias, de la industrialización, obligaban a pensar que los orígenes y el ritmo de nuestros procesos de modernización eran más similares a los de la media europea de lo que había supuesto el paradigma del fracaso. Y si se echaba una mirada a la cultura, era evidente que la densidad alcanzada en el primer tercio de nuestro siglo no envidiaba lo ocurrido en Francia o Inglaterra. Era difícil para un historiador de la sociedad o de la política no deslizarse por la rampa que le proponían los de la economía y de la cultura: la Guerra Civil, Franco, la dictadura no eran la continuación de la historia de España, eran su gran anomalía.

Este podría ser el estado de espíritu que dominaba al embocar la última década del siglo: una anomalía que por fortuna había quedado superada: ya éramos modernos, europeos, lo cual quería decir: la Guerra Civil y Franco son el pasado. Pero por serlo, también aquí empezó a hacer de las suyas la crisis de la historia como análisis de estructuras y de procesos de cambio, para poner en su lugar una historia empeñada en la construcción de identidades, en la recuperación de lo local; interés por lo cercano, por lo que había ocurrido a los míos, a mi gente. Y en ese clima, era lógico que la historia que nos conducía a Europa cediera ante la historia que nos llevaba a nuestros pueblos. La pregunta qué ha pasado aquí, a nuestros vecinos, a nuestros abuelos, sustituyó a la pregunta qué ha pasado en la sociedad, en el Estado, en la cultura, en España.

Y fue en este proceso donde adquirió el estatuto de nuevo programa de trabajo la búsqueda de las raíces culturales, de las identidades colectivas, nacionales o no. Con el proceso de consolidación de las autonomías, de la expansión universitaria y del fin de los movimientos migratorios internos, la mirada de una nueva generación de historiadores se volcó sobre lo más inmediato en el espacio y lo más cercano en el tiempo. En el movimiento de construcción de identidades, o de recuperación de memoria, la pregunta fue: ¿qué les pasó a mis abuelos en la guerra? Para responder, había que regresar a los pueblos, de donde los padres habían emigrado, y preguntar a los viejos. La memoria saltó a primer plano.

Es impresionante lo que la historiografía andaluza, catalana, valenciana, gallega, manchega, vasca… ha producido durante la última década sobre los años de República, de Guerra Civil y de represión de posguerra en cada una de nuestras comarcas, regiones o naciones. Pero la cuestión ya no es el lugar que guerra y dictadura ocupan en la formación de la sociedad o en el proceso histórico mirado a largo plazo. La cuestión es traer el pasado al presente con el propósito de que valores que en otro tiempo guiaron a los excluidos, los derrotados y pisoteados por la historia, resignificados por la memoria social, sirvan como herramienta para la construcción de nuevas identidades colectivas, nacionales o no.

Nada de qué sorprenderse. La historia como militancia, tan en boga en los años sesenta y setenta, pretendía que conocer el pasado era un instrumento de transformación del mundo. Eso se acabó cuando la carga profética de los relatos históricos hizo agua. Pero algo hay en la pasión por el pasado que resucita una y otra vez esa pretensión y, puesto que la capacidad subversiva de la historia sucumbe, su lugar debe ocuparlo la memoria. Es lo que defienden los que practican la historia como parcela de la memoria cultural de los pueblos: recuperar la capacidad de subversión del orden establecido por la afirmación ritualizada de que el pasado no pase. En el pasado, no en el futuro, es donde radicaría la fuerza de la negación del presente. Puede sonar a fantasía reaccionaria, a oclusión de futuro, pero ¿quién sabe?

Santos Juliá (Ferrol, 1940) ha publicado en los últimos meses la recopilación de ensayos Hoy no es ayer. Ensayos sobre la España del siglo XX (RBA).

El País.com


37 bis en Puerta del Sol…, no importa el número si no estar…

enero 23, 2011

Hoy (jueves 20/01/2011) ha habido un pequeño desfase de semanas,  me aseguran que no estaban bien contadas. Bueno lo importante es que llevamos un montón de semanas en Sol. Y hoy con la lectura de una nueva victima el padre de Celia Muñoz, maestro fusilado en el tapias del cementerio del Este (Madrid) junto a otros 60 y por mi parte la foto de los abuelos de la compañera Hedy Herrero…, victimas también.

Fotografías y artículo por Fuen Benavente para La Memoria Viv@



¿Letras de transición?

enero 23, 2011

Un recorrido por la literatura en español durante los últimos veinte años hasta llegar a la fusión de lo narrativo con el ensayo, que ha de tener algún parentesco con la promiscuidad del blog.

Imagen de la película Soldados de Salamina, de David Trueba (sobre el libro de Javier Cercas), tomada durante el rodaje.-

JOSÉ-CARLOS MAINER 22/01/2011

Veinte años es una unidad de medida emocional: la frase de Gil de Biedma («ahora que de casi todo hace veinte años») puede ser apócrifa pero el tango es certeramente preciso cuando nos recuerda que «veinte años no es nada». Y ambos nos invitan a comprobar si los augurios o las ilusiones han sido ciertos. Italo Calvino pronosticó para el milenio que iba a comenzar el año 2001 «levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad». Y no sé si pensó en que la realización de todo esto iba a correr de cuenta de la electrónica: en la velocidad de zapping, la levedad del blog y la visibilidad de los foros de participación, ya que no es fácil que la exactitud sobreviva en alguna parte que no sea en las propias entrañas de la máquina. La fusión de lo narrativo con el ensayo, tan reciente, ha de tener algún parentesco con la promiscuidad del blog: la cercanía del autor y sus lectores nos llevan a narrar las cosas, más que a exponerlas de un modo teórico. Así sucede hoy en los trabajos de crítica literaria de Vicente Luis Mora, o en los libros misceláneos de José Luis Pardo, o en textos como los de Agustín Fernández Mallo, una suerte de zappingcultural, y de Eloy Fernández Porta, que ha hablado de la cultura afterpop, como hace más de treinta años se empezó a hablar de lo postmoderno. Y un canal televisivo donde zapear (con sus consecuencias morales, como el orden arbitrario y la cita errónea) ha sido la forma interior de la última novela de Manuel Vilas

Sólo había un pronóstico de 1990 que era de cumplimiento seguro: que la Guerra Civil seguiría siendo un tema fundamental para los narradores

La norma constituyente de muchos de estos libros es la inclusión, la bulimia. Algunas memorias de escritores (pienso en las de Josep Maria Castellet y Rafael Argullol) ceden buena parte del espacio legítimo del yo a viajes, historias, personajes conocidos: son demoradas galerías de espejos. Y otras, sin embargo, se adelgazan hasta convertirse en un provocativo y fibroso ensayo de antropología cultural: la autobiografía de Félix de Azúa. Hay dietarios en los que habita fundamentalmente el mundo exterior, golosamente gozado, como fueron los de Antonio Martínez Sarrión, y hay otros en que los muchos acontecimientos nunca acaban de desplazar al terco «yo» que los trae y lleva: el Salón de pasos perdidos, de Andrés Trapiello. Y hay literatura que se alimenta de literatura, como le sucede fecundamente a la de Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol y José Carlos Llop. Y a su manera paródica, a la de César Aira… Ricardo Piglia acaba de publicar la novela que nunca escribió Borges pero que le hubiera gustado leer al autor deEl Sur. Por eso, los libros suelen ser tan dilatados como la dieta bulímica que los alimenta, pero también la vivencia del mundo ha aconsejado a otros agazaparse en las formas breves: el microrrelato se ha convertido en una experiencia de nuestro tiempo y un plante desdeñoso a la sobreabundancia (siguen siendo referencia las actitudes al respecto del inolvidable Augusto Monterroso). Otros han encontrado la proporción áurea del cuento de diez páginas y las columnas de a dos, artefactos de precisión que condensan y ejercitan el ingenio mediante el arte de prescindir: cada cual a su modo, lo hacen Cristina Fernández Cubas, José María Merino, Luis Mateo Díez, Quim Monzó, Manuel Rivas, Hipólito García Navarro, que han hecho del cuento un género imprescindible. Las columnas son el dominio de Manuel Vicent, por ejemplo. Juan José Millás respira por igual en el cuento, el artículo y el reportaje.

No todo es inclusión indefinida o drástica levedad que elimina. Los vaticinios de gurús de la crítica como George Steiner y Harold Bloom clamaban hace veinte años por el regreso de la trascendencia en la literatura. Y no es esa paradoja el único síntoma de esquizofrenia cultural. Atravesamos -como sabía Frank Kermode- Reinos de Transición, y la Transición es una parte del Apocalipsis. A todos nos ha acontecido todo, en España, en América Latina, en el mundo… Y una de las ventajas de la edad de las globalizaciones es que somos menos provincianos. Las editoriales traducen más o reeditan títulos que no recordábamos. Los escritores ya no tienen como referencia a la tradición propia (en lo que Juan Benet fue un innovador), ni siquiera persiste el último marbete regional que parecía sólido como una roca. En El insomnio de Bolívar, Jorge Volpi ha declarado la muerte de Latinoamérica como concepto cultural. Tiene buena parte de razón: él mismo se dio a conocer con un libro sobre Alemania. Roberto Bolaño fue chileno, mexicano y español, por este orden cronológico, pero siempre nativo de su imaginación. Los argentinos Patricio Pron y Andrés Neuman cuentan, por avecindamiento, como escritores españoles.

A la vuelta de unos años, la salomónica práctica del Premio Cervantes -un año a cada lado de Atlántico- va a ser difícilmente sostenible. Ahora nos recuerda, como justa ceniza penitencial, que los de este costado no somos los únicos dueños de la casa. Pero ¿es adecuada la partición? Esta ha hecho que Monterroso ya nunca podrá ser Premio Cervantes, ni Juan José Saer, ni Julio Ramón Ribeyro, ni Idea Vilariño y Blanca Varela, ni Roberto Juarroz y Homero Aridjis. No es por fastidiar el recordarlo, pero estamos en tiempo de cánones y listas: valen para el pasado lejano, para el pasado familiar y para orientar el presente. En los primeros noventa todavía reinaba Valle-Inclán por lo que hace al pasado lejano, pero ahora parecen compartir la hegemonía dos personajes tan diferentes como el híspido Pío Baroja y el fervoroso Juan Ramón Jiménez. La generación del 50 era ya entonces un referente vital y lo sigue siendo: nos reconocemos todavía en el nihilismo de Sánchez Ferlosio, la avidez inteligente de Gil de Biedma, el sarcasmo de Ángel González, la displicencia irónica de Juan Benet, la emoción de Brines o las infracciones de Caballero Bonald (y en rasgos de algunos americanos de esa misma generación que allí fue menos adánica porque tenía strong fathers).

Pero lo cierto es que hoy no hay tanto canibalismo cultural como antaño: sean ejemplos la actitud de Luis García Montero ante personajes tan dispares como Francisco Ayala, Alberti y Ángel González, o la lealtad de Andrés Sánchez Robayna a Valente y Juan Goytisolo; la de Miguel Sánchez-Ostiz a Baroja, o el culto a sus sombras literarias amadas que tributa el rey de Redonda, Javier Marías.

Otras cosas han cambiado más, pero quizá sólo porque eran simplificaciones. Se agotó la rebatiña entre «poetas de la experiencia» y «metafísicos», lo necesario para saber que Olvido García Valdés, Ramiro Fonte, Luis Muñoz, Vicente Gallego o el último Carlos Marzal están en el mismo territorio. Unos se han hecho más maduros (Luis García Montero) y otros -pienso en Joan Margarit, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Jaime Siles o Andrés Sánchez Robayna- van a lo suyo, que a fin de cuentas es lo que nos importa: la experiencia de vivir o de descubrirlo otra vez, o la reflexión angustiada de no hacerlo, la grata variedad del mundo o la profunda unidad de todo. Sólo había un pronóstico de 1990 que era de cumplimiento seguro: que la Guerra Civil seguiría siendo un tema fundamental para los narradores. Ahora sabemos de añadidura que no era un rito aborigen y que toda la Europa posterior a 1980 se ha edificado sobre recuerdos culpables mal escondidos: el fantasma de la Segunda Guerra Mundial, la memoria del Holocausto y el Gulag, el frío de la primera guerra fría, la desazón de los años rojos -los setenta- de Italia y Alemania, los largos días de las dictaduras militares y las reconversiones tathcherianas de poco después. Si Eduardo Mendoza, Rafael Chirbes, Bernardo Atxaga, Antonio Muñoz Molina, Manuel Rivas, Javier Cercas, Almudena Grandes e Ignacio Martínez de Pisón dedican sus novelas a la contienda del 36, sus antecedentes o sus consecuencias, no es por oportunismo o por capricho…

Veinte años es mucho y también nada. Como escribió Baroja, en cuestión de la vida «siempre se está al principio… y al fin».

José-Carlos Mainer (Zaragoza, 1944) es director de la colección de nueve volúmenes Historia de la literatura española, de la editorial Crítica.

 


la politización del anarcosindicalismo español y sus relaciones con el poder: anarquistas en el gobierno de francisco largo caballero…

enero 23, 2011

Este blog se centra especialmente en hechos culturales que de uno u otro modo han tenido especial relevancia en la historia del siglo XX (y XX), así como en aquellas actitudes estéticas que han producido y siguen ocasionando momentos para celebrar que la cultura, en cualquiera de sus manisfestaciones, puede darse en las esquinas, en los cenáculos y palestras oficiales, en los subterráneos y garajes, en el metro o en las escalinatas de un museo. Dentro de ese cómputo, no he atendido excesivamente a la realidad política. En esta ocasión, con este post, me limito a hacer el recorrido por uno de los pasajes fundamentales de principios de la Guerra Civil. Esa realidad debería observarse también desde los objetivos de una historia social del siglo XX, en España. Incluso para comprender el arte del cartel durante ese periodo conviene contextualizar los hechos estéticos, la relación entre ideología y estética, la importancia que adquirió la publicitación de los hechos político-sociales. Con todo, vaya por delante que no hay en ello maniqueísmo ni otras voluntades de redirigir posiciones ideológicas.

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La dialéctica revolución-restauración del Estado que capitalizó parte del índice temático de la zona republicana durante los primeros meses de la Guerra Civil tuvo consecuencias de importancia en los desplazamientos del campo político y en la configuración de las élites, centradas en ese momento en construir no sólo diferentes (y contrapuestas) formas de abordar la contienda, sino también la percepción dominante sobre las clases sociales y los parámetros políticos que permitieran establecer una organización económica de guerra y de las estructuras sociales. La idea de desplazamiento del campo político pone el énfasis en dos cuestiones fundamentales: la fragilidad del propio campo y la lucha por conquistar las áreas de mayor influencia de ese campo. Ambas vertientes del término serán examinadas más adelante. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que las élites republicanas se verán igualmente afectadas por las características (estructurales y conyunturales) del campo.

Siguiendo la definición de Muñón de Lara, según la cual “una élite es un grupo reducido de hombres que ejercen el Poder o que tienen influencia directa o indirecta sobre él”, las diversas formaciones políticas, tanto revolucionarias como las defensoras de la instauración del Estado, hacen explícita las contradicciones del concepto. Un ejemplo paradigmático vendría a cumplirse con el papel, a veces pragmático, otras idealista o beligerante, del anarcosindicalismo español. En tal caso, su posicionamiento ideológicamente inestable respecto a sus relaciones con el poder de Estado y el campo político se extiende desde la instauración de la Segunda República hasta los sucesos de Barcelona en mayo de 1937, hecho que provocaría el cese del gobierno de Largo Caballero y diluiría el papel de la CNT en la toma de decisiones sobre la estrategia militar y política de la guerra en la zona republicana.

No cabe duda de que la importancia que fue adquiriendo la CNT durante el periodo republicano tuvo repercusiones manifiestas en la formación de las élites políticas en los inicios de la guerra. En el caso de la CNT, se produce un trasbase en sus posturas ideológicas al pasar de una acción directa como grupo de presión (durante la Segunda República) a una acción política e institucionalizada, de inserción en el campo político ante su inclusión en el gobierno de Largo Caballero en septiembre de 1936. Hay que tener en cuenta que una de las máximas de mayor relevancia ideológica en la CNT era precisamente su autoexclusión del sistema de partidos y su no participación en asuntos de Estado o de poder. En el periodo republicano su sindicalismo adquiere una considerable envergadura social, como grupo de presión. Grupo de presión en el sentido de aquellas formaciones que ejercen su acción social para influenciar sobre el poder desde los márgenes del campo político sin aspirar a ostentar representación de partido o conquistar cuotas de poder político. La diferencia entre grupo de presión y agrupación formativa de una élite es, ante la inserción de la CNT en el campo político, debatible a nivel conceptual y práctico, pero de lo que no cabe duda es de que llegó a formar parte de las coaliciones que poseía la legitimación en la toma de decisiones.

La politización del anarcosindicalismo durante 1936-1937 tiene su origen inmediato ante el nuevo periodo abierto con la proclamación de la Segunda República. La reorganización de los sindicatos provocó una enorme afluencia de las clases trabajadoras a la CNT. El debate sobre la revolución se reabre, entonces, con nuevos planteamientos: “Para una mayoría, predominaba una desconfianza radical frente a los proyectos reformistas del gobierno provisional. La única baza que la nueva situación brindaba era reemprender el camino revolucionario… Pero no faltaba quienes, especialmente entre los dirigentes sindicales de la CNT… la República aparecía como una clara superación para las clases obreras de las condiciones anteriores, siendo exigencia primaria aprovecharse de su protección para incrementar la fuerza de la Confederación”. Si los moderados, representados más tarde por el llamado Manifiesto de los Treinta, abogaban por una fuerza sindical movilizadora compatible con la democracia liberal, las facciones representadas fundamentalmente por la FAI expresaban de manera abierta la idea de no colaborar con el régimen haciendo de los sindicatos la base de una movilización revolucionaria. Esta cuestión quedaría reflejada desde el mismo inicio de la Segunda República en el Congreso del Conservatorio, en 1931. Los treintistas eran anarcosindicalistas, pero su disposición a encauzar su estrategia sindical y social con el transcurrir de la política republicana, los alejaba de los presupuestos faístas, proclives a un anarquismo doctrinal. El Manifiesto de los Treinta dio forma al movimiento de oposición a la corriente más radical y a una actitud de cierta colaboración con el gobierno que fue recibida con alabanzas por sectores burgueses.

Sin embargo, ya a finales de 1931 se produce un giro hacia el radicalismo de la FAI. La polémica entre ambas tendencias estaba en su momento álgido cuando tuvo lugar la sublevación anarquista en el Alto Llobregat (en enero de 1932 se proclama el comunismo libertario en toda la zona). Tal distanciamiento entre moderados y faistas queda reflejado a la perfección en un artículo publicado por Federica Montseny en El Luchador, el 19 de febrero de 1932: “Yo acuso, en primer lugar, a los treinta firmantes del manifiesto famosos, que dejó al descubierto a un sector irresponsable de la CNT, que los señaló como perturbadores y como indeseables a los gobernantes… Acuso a los que, en estos últimos días, cuando en la montaña catalana había diez pueblos sobre las armas y por la revolución social, cuando en casi toda España se esperaba una sola indicación para lanzarse a un movimiento de conjunto, cuando la CNT veía ante sí una posibilidad de realizar su ideario, traicionaron una vez más al movimiento”. Federica Montseny sería ministra de sanidad con el gobierno de Largo Caballero, pero en ese momento la dicotomía entre moderados y revolucionarios la situaba del lado de estos últimos.

El conflicto también podría situarse en términos de un apoliticismo que, en el caso de los treintistas vistos desde la perspectiva más extrema, era condescendiente con las políticas gubernamentales. Evidentemente, los faistas aprovecharon también la situación social generalizada para desplazar a los moderados de los puestos organizativos de la CNT. La situación de la clase trabajadora ante las políticas republicanas, la Ley de defensa de la república (octubre de 1931) o el ambiente de agitación social, entre otras causas, motivaron el fracaso de las tesis moderadas de los treintistas.

El ciclo de ofensivas anarquistas acontecidas a partir de 1932 coincide con la radicalización de la CNT-FAI mediante un dominio prominente de la militancia revolucionaria. Se produjeron sucesivos episodios de violencia. El caso de mayor trascendecia tuvo lugar el 11 de enero de 1933: los incidentes de Casas Viejas ocasionaron un deterioro acelerado del gobierno republicano. La escisión de la CNT era ya un hecho, consumándose oficialmente en marzo de 1933 con la explusión del grupo de los treintistas. La influencia de la CNT en el ambiente sociopolítico de la época se hace aún más evidente en las elecciones de noviembre de 1933. La CNT aboga por el abstencionismo del voto con agresivas campañas contra la República, hecho que sin duda sería una de las causas del giro político de la segunda República. Desde la revista Solidaridad Obrera se propaga una virulencia ambiental que planteaba los términos de una posible revolución: “No han de votar, porque para esta España hambrienta y desesperada, para esta Europa, doblemente amenazada por la guerra y el fanatismo, para este mundo convulsionado en una crisis formidable, no hay más solución que la revolución social, el levantamiento en masa de todos los oprimidos, la marcha imponente de los proletarios todos en lucha contra el Estado burgués” (21 de octubre, 1933). La táctica abstencionista de la CNT-FAI se tradujo, en parte, en un triunfo de la derecha.

Si durante el primer bienio republicano la principal oposición al gobierno confluía por las tensiones sociales provocadas por las sucesivas ofensivas y huelgas del anarcosindicalismo, a partir de 1934, con el Partido Radical en el gobierno y, posteriormente, la CEDA, a los empeños de la CNT de influir en el ambiente sociopolítico se le suma la izquierda revolucionaria y política. Es entonces cuando Largo caballero comienza a radicalizar su discurso y a extender la necesidad de una alianza obrera. Con la revolución de octubre, en 1934, confluyen diversas fuerzas sociales y políticas, entre las que se cuentan el Partido Socialista, la CNT y la minoría comunista. Independientemente de que el suceso fuera producto del deseo de desencadenar un verdadero movimiento revolucionario activo o un conflicto que precipitara la dimisión del gobierno radical-cedista, la CNT se desmarcó en aquellos puntos en que la marcha de la revolución estuviera determinada por la alianza obrera de los socialistas.

La siguiente circunstancia en que la influencia de la CNT es vital para la reorganización del campo político tiene lugar ante las elecciones de febrero de 1936. Por primera vez en mucho tiempo el socialismo español evoca públicamente a la CNT y una verdadera alianza proletaria. La cuestión se centraliza en la posición a tomar por la CNT en el aspecto de una posible alianza con las instituciones de carácter obrerista y en la actitud que habría de adoptar antes las elecciones. El 15 de enero se logró unificar las fuerzas en una coalición denominada Frente Popular, integrada por todos los partidos de izquierda, para concurrir a las elecciones de febrero. Aunque la CNT no se adherió, tampoco desplegó propaganda antielectoral ni puso impedimentos para que sus afiliados votaran libremente. El triunfo del Frente Popular dio un nuevo giro a las políticas de la Segunda República y abrió una brecha si cabe más extensa entre la izquierda y las derechas.

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La sublevación militar del 18 de julio inició una época de grandes convulsiones políticas y sociales. El drama de la guerra dinamitaría las estructuras del campo político en la zona republicana. En Madrid, el golpe no triunfó y el gobierno republicano pudo controlar la situación. Las masas habían salido a la calle exigiendo armas para defender la República. El 19 de julio, tras la dimisión de Martínez Barrio, Azaña encargó el gobierno a José Giral, transigiendo en la cuestión de dar armas a la población. La sublevación tampoco triunfó en Barcelona, y aunque Companys se había negado a entregar armas a la población no pudo contener la movilización obrerista de la CNT que, tras asaltar depósitos de armas, se impuso a los sublevados del bando nacional. Mientras se producía el hundimiento de las instituciones, las organizaciones políticas y sindicales de izquierdas fueron construyendo una administración alternativa de acuerdo a su representitividad en cada zona. Angeles Barrio define muy bien los comienzos de esa tensión, en la que se advierte un vacío de poder estatal: “Como ocurrió en Madrid y en otras grandes ciudades, la defensa de la república con la consigna armas para el pueblo que implicaba la movilización espontánea de civiles se llevó a cabo mediante la fórmula de milicias dispuestas a colaborar con el ejército profesional. Sin embargo, ni el gobierno del Frente Popular compuesto por republicanos estaba por dar armas al pueblo, ni tampoco las clases medias, a las que representaban los partidos del gobierno, se echaron a la calle en los primeros momentos… Abandonada por quienes debían haber sido sus principales bases de apoyo, la república adquirió la forma del ideal revolucionario de trabajadores y campesinos que, como reacción al golpe militar y a lo que significaba, impregnó los nuevos poderes del Estado”. La alteración del poder estatal posibilitó una oportunidad para poner en auge los ideales revolucionarios del anarcosindicalismo al mismo tiempo que los comités de UGT y de la propia CNT se encargaban de mantener los servicios públicos.

El proceso de institucionalización de la revolución estaba en marcha, con mayor intensidad y magnitud en Barcelona, ciudad donde las masas ocuparon las calles desde el primer momento propiciando la colectivización de la industria, el comercio y los servicios. Azaña criticó duramente tal situación, la sindicalización del poder, en el Estado republicano y la revolución, artículo publicado en 1939: “Es difícil saber dónde acababa el miliciano y dónde empezaba el responsable de servicio público. En el orden de la economía, esa tarea la tomaron por su cuenta los sindicatos, asumiendo la dirección administrativa de grandes servicios propios, sustituyendo a los patronos en las empresas privadas”. Así, desarticulado el gobierno, se inicia un periodo de orden revolucionario en el que la CNT-FAI se revela como fuerza predominante. ¿Puede hablarse, entonces, de una élite revolucionaria que determina las formas políticas y la actuación socio-económica del momento? La creación del Comité Central de Milicias Antifascistas, el 21 de julio de 1936, marca esa posibilidad. Company quería que el Comité se convirtiera en un organismo más bien simbólico, mientras que la CNT deseaba que adquiriera todo el protagonismo en tareas de dirección económica, militar y política con la intención de relegar al gobierno de la Generalitat a un segundo plano. Las fuerzas que componían el Comité Central de Milicias Antifascistas (CNT, FAI, UGT, Partido Socialista, Ezquerra republicana de Cataluña, Acció Catalana Republicana) asumían el control del poder apoyándose en las milicias y en las patrullas de control. Evidentemente, a esas alturas el conflicto pone de nuevo en primer plano el dilema de la revolución, es decir: aprovechar la situación crítica en la que se hallaba el Estado republicano y realizar la revolución, o aplazar cualquier intento revolucionario concentrando todo el arsenal político, social y económico en la contienda, lo que daría prioridad a la reconstrucción del Estado.

El campo político, incluso la composición de las élites políticas, quedaba alterado por las disconformidades del debate, que llegarán a ser sangrantes en sus momentos más críticos. En el seño interno de la CNT-FAI, se volvía a plantear el debate del colaboracionismo con el gobierno, lo que complicaba aún más la situación teniendo en cuenta que la organización sindical ya estaba integrada en las formaciones legitimadas en la toma de decisión política. El debate interno de la CNT desembocaba, del mismo modo, en el problema de la revolución. Los colaboracionistas como Peiró, López, Pestaña (con el Partido Sindicalista), etc., habían terminado por aceptar el aislamiento de las conquistas proletarias por el hecho urgente de ganar la guerra; los no colaboracionistas, como Ascaso, Durruti, Jaime Nebot, Antonio Martín o Los Amigos de Durruti, no aceptaban que se pudiera ganar la guerra renunciando a la acción revolucionaria. El marco político republicano en los inicios de la guerra estaba dominado en gran medida por el dilema de la revolución y la reconstitución del estado. Partidos del Frente Popular como Izquierda Republicana y Unión republicana eran contrarrevolucionarios, pero no habrían podido impedirla si el PCE, el PSUC, el PSOE, la UGT, La CNT-FAI y la FIJC (Federación Ibérica de Juventudes Libertarias) hubieran apoyado la revolución todos juntos. Sin embargo, el PCE y el PSUC eran contrarios a la revolución; el PSOE, tanto en su ala moderada (Prieto, Besteiro) como en su ala izquierda (Largo Caballero) eran igualmente revolucionarios; la CNT-FAI, por su parte, aume bastante pronto una posición de colaboración a pesar de haber propiciado activamente las colectivizaciones y socializaciones; el Partido Sindicalista de Angel Pestaña prosigue su política colaboracionista, ya iniciada en el periodo de los treintistas; el POUM, plenamente revolucionario, entraría a formar parte de la generalitat de Cataluña a finales de septiembre de 1936, siendo expulsada de la misma en diciembre.

La colaboración política de la CNT en la Generalitat de Cataluña y su participación en tareas de Estado (gobierno central) es paulatina y vendría motivada bajo la presión de los acontecimientos. A finales de agosto de 1936 la Generalitat invitó a la CNT a integrarse en el gobierno catalán. Fue, posiblemente, la primera vez que los anarcosindicalistas se encontraron en situación de desempeñar un papel instituicional relevante. No obstante, en Cataluña ya era una fuerza protagonista a tener en consideración. Aunque el presidente Companys pudo haber definido el papel del Comité central de las Milicias Antifascistas como un organismo auxiliar del gobierno, el Comité se convirtió rapidamente en un órgano ejecutivo al mismo tiempo que sus funciones consistían tanto en la creación de milicias como en la organización revolucionaria en la retaguardia o la acción legislativa y judicial.

Los intentos del presidente Companys de reagrupar todas las formaciones revolucionarias bajo la dirección de la Generalitat tuvo sus frutos a finales de septiembre de 1936, momento en que se compone un nuevo gobierno catalán en el que figuraban representantes de todos los partidos obreror y sindicales de importancia, incluyéndose tres miembros de la CNT (Joan Fábregas en Economía, Antonio García Birlán en Sanidad y Joan Doménech en Justicia) y uno del POUM (el propio Andreu Nin en Justicia). Los anarquistas justificaron su adhesión a las instituciones gubernamentales incidiendo en la afirmación de que se trataba más bien de un Consejo en vez de un nuevo gobierno. El POUM, por su parte, había puesto como condición a su participación una “declaración ministerial de orientación socialista” y la intervención directa de la CNT. La consecuencia inmediata a la formación del Consejo del gobierno catalán fue la disolución del poder de los comités. El 19 de octubre, el Comité Central de las Milicias Antifascistas se disolvió. Sin embargo, su desaparición no puso fin a la división del poder en la zona y, por tanto, a la lucha por dominar el conjunto del espacio político. Los revolucionarios continuaban manteniendo sus propias patrullas de policía y control. Si el POUM señalaba que “su presencia en el gobierno catalán era una medida de transición hacia el poder total de la clase obrera y que su lema había sido siempre, y seguía siéndolo, un Gobierno obrero, Comités obreros, campesinos y combatientes y Asamblea Constituyente” , el objetivo del PSUC era poner fin a la división del poder a la vez que proponía la exclusión del POUM en el gobierno.

De este modo, en Cataluña se producía una confrontación por el dominio del campo político que influía en el desarrollo organizativo de la guerra. Podría decirse que el gobierno de la Generalitat intentó actuar como un catalizador de esas fuerzas situando los términos en que habría de producirse la estabilización del poder. El PSUC, contrario a los supuestos revolucionarios que, al menos en parte, seguían estableciendo el orden cotidiano, acusó al POUM de deslealtad con el gobierno y exigía la supresión del Secretariado de Defensa y de la Junta de Seguridad dominados por la CNT, que controlaban las patrullas revolucionarias y las milicias. Los anarcosindicalistas accedieron a la exclusión del POUM, con la contraprestación que presentaba la retirada del PSUC del gabinete. La composición del nuevo gobierno mantenía, sin embargo, a miembros del PSUC bajo las siglas de la UGT; la CNT continuaba en el gobierno en los puestos de Defensa, Economía, Servicios Públicos y sanidad. Así, mientras el PSUC proseguía su agitación en favor de otras medidas como el servicio militar obligatorio y la fusión de las milicias en un ejército regular al servicio del gobierno republicano, la CNT insistía en la necesidad de una participación dominante de las milicias. El POUM, que poseía su propio cuerpo de milicias, reivindicaba su utilización como expresión de un ejército de la clase trabajadora. Ante tal situación, el campo político estaba determinado por la fluctuación del poder de las milicias ante la creación de un ejército institucionalizado y legitimado por el Estado republicano. Esta cuestión sería causa de sucesivas crisis en el interior del gobierno catalán que intentarían aminorarse con la formación de diversos gabinetes de la Generalitat. Los intereses del PSUC y de la CNT eran opuestos. Así, por ejemplo, el 7 de abril de 1937 el PSUC y la UGT lanzarían un manifiesto que concretaba su posición: “Todo el problema radica en estos momentos en la cuestión del Gobierno, en la cuestión del Poder. Sin Poder no puede haber ejército. Sin poder no puede haber industria de guerra…” . Sus propuestas se centraban, por tanto, en la creación de un ejército regular en Cataluña como parte integrante del ejército de la República, movilización de los reemplazos, nacionalización de las industrias de guerra, creación de un cuerpo único de seguridad y concentración de todas las armas de guerra en manos del gobierno. La CNT se oponía a la implantación de tales medidas, y ante la posibilidad de que se recrudeciera la agitación entre ambas posturas, Companys nombró otro gobierno provisional, el cual no distaba mucho de la formación anterior.

Paralelamente a la situación catalana, la falta de un poder institucionalizado a nivel del Estado central no estaba exento de problemas. El 4 de septiembre de 1936 se constituye un nuevo gobierno del Frente Popular presidido por Largo caballero. Una de las cuestiones de mayor relieve era, en este punto, si la CNT debía entrar en el gobierno recién constituido. La obra de restauración del Estado dependía, en parte, de la participación de la CNT-FAI (recordemos que el 27 de septiembre, el POUM, la CNT-FAI y el PSUC, entraron a formar parte de la Generalitat de Cataluña). Largo Caballero plantea la cuestión en los siguientes términos, en una entrevista ofrecida al Daily Express: “… Pero hay una gran parte del pueblo que no está representada en el gobierno. Me refiero a la potente CNT, que es ala industrial de los anarquistas…Cuando el gobierno se estaba formando, hace dos meses, pedimos colaboración a la CNT, porque queríamos que el gobierno tuviera representación directa de todas las fuerzas que luchan contra el enemigo común”. La postura de la CNT anterior a la constitución del gobierno central se centraba, precisamente, en una crítica radical a la propia existencia de un gobierno del Frente Popular, insistiendo en que la guerra, tal como la concebían, era una guerra social. Señalaban la contradicción de intentar llevar a cabo un gobierno de coalición que maximizaba una burocratización basada en unas élites escogidas. El 5 de noviembre de ese mismo año, la CNT-FAI cambiaba su discurso y entraba en el gobierno oficialmente. La actitud de la CNT en Cataluña y el modo de resolver el problema de la participación política fue determinante en la intervención de la agrupación anarcosindicalista en el gobierno de Largo Caballero.

Horacio Prieto, que en ese momento se había hecho cargo del C.N. de la CNT, cumplió un papel decisivo en ese giro ideológico (o, al menos, coyuntural). Según sus propios parámetros políticos, las conquistas de la socialización se hacían necesarias en el entorno de un Estado democrático. Así, en una asamblea celebrada el 15 de septiembre se plantearon los asuntos fundamentales de su integración en el gobierno del Frente Popular, donde se concluyó que el gobierno debía ser sustituido por un Consejo nacional de Defensa compuesto por cinco miembros de la CNT, cinco de la UGT y cuatro miembros más de los partidos republicanos. Sin duda, ese cambio semántico respondía al propósito de conciliar los deseos de entrar en el gobierno con su doctrina antiestatal. Largo Caballero se oponía a esta solución.

El 18 de octubre Horacio Prieto convoca otra asamblea con el fin de establecer una nueva dirección de las negociaciones con el gobierno. La nueva línea se justificaba del siguiente modo: “No significa esto que renuncie (la CNT) a la consecución integral de sus ideas en el futuro: significa tan solo que, ante la disyuntiva de perecer bajo la garra inmunda de la reacción, frustrando la más alta esperanza emancipadora abierta sobre el proletariado de todos los países, está dispuesta a colaborar con quien sea, dentro de órganos de dirección llamados Consejos o Gobiernos, con tal de vencer en la contienda y salvar el futuro de nuestro pueblo y del mundo” (declaración del 23 de octubre). Finalmente, el 3 de noviembre de 1936 los anarcosindicalistas aceptaron su participación en el poder estatal con cuatro ministros en el gabinete: Juan García Oliver en Justicia, Juan López en Comercio, Federica Montseny en sanidad y Asistencia Pública, y Juan Peiró en Industria. Con todo, y dado que el ambiente revolucionario todavía se hallaba presente en todas las instancias de la vida cotidiana, muchos miembros de la CNT estaban en desacuerdo con la participación gubernamental de la CNT. Sebastian Faure sintetiza esta contradicción afirmando que el “anarcosindicalista no puede figurar entre aquellos que tienen la misión de conducir el carro del Estado, puesto que está convencido de que este carro, este famoso carro, debe ser absolutamente destruido”. La entrada de cenetistas en el gobierno coincidió, por otra parte, con el traslado del gobierno de Madrid a valencia. La decisión de los ministros anarcosindicalistas de avalar tal decisión tuvo repercusiones en el movimiento libertario, así como una sensación de abandono de todos los supuestos ideológicos del anarquismo que desembocó, como último resorte, en la dimisión de Horacio Prieto el 18 de noviembre de 1936.

No obstante, el proceso de recuperación del estado ya estaba en marcha, más aún teniendo en cuenta la colaboración cenetista en el interior del gobierno central y la disolución del Comité Central de Milicias Antifascistas. Las necesidades de afrontar la guerra hacía imprescindible restituir la legalidad de las instituciones. Esto significaba, de la misma manera, resituar el campo político en la zona republicana. El programa de reconstitución estatal exigía aminorar el poder de los comités sustituyendo los organismos revolucionarios por organismos regulares. En el mismo sentido, se procedió a una reforma judicial y a la reconstitución de la policía. Las milicias de retaguardia, las patrullas de control y los cuerpos de vigilancia convivían con la policía de seguridad y los guardias de asalto. El 20 septiembre un decreto unificó todas esas fuerzas en un cuerpo único, las Milicias de la Retaguardia. La policía revolucionaria quedaba sometida a la autoridad del ministro de Gobernación. Sin embargo, como ya hemos señalado anteriormente, la militarización de las milicias sería una de las medidas de urgencia en base a una regulación del ejército republicano con una organización férrea. El primer decreto del gobierno constituyó un Estado Mayor que comenzó a coordinar y centralizar el ejército, lo que significaba que se pondría de nuevo en vigor el antiguo Código de justicia militar. La presencia de representantes de la CNT en el gobierno pudo hacer creer que habría de proseguir la expansión de la revolución. Así, por ejemplo, con Juan Peiró (CNT) en el ministerio de Industria se firmó un decreto que posibilitaba la intervención del gobierno en las industrias indispensables para la guerra, teniendo en cuenta que muchas empresas estaban controladas por una gestión obrera o estaban colectivizadas.

El reestablecimiento del Estado permitió, en gran medida, la desaparición de la dualidad del poder. No obstante, el gobierno tenía que enfrentarse a problemas de índole económica y social. Desde el inicio de la Guerra Civil hasta marzo de 1937, el coste de la vida había ascendido considerablemente. Ya en 1937. Este hecho, entre otros de índole política que no habían zanjado el debate de la revolución, produciría nuevas condiciones para una rehabilitación de las posturas revolucionarias. Tanto el POUM como algunas facciones de la CNT volvieron a reavivar la cuestión. Así, en la primavera de 1937 se encontraron de nuevo las condiciones propicias para una oleada revolucionaria.

3
Los sucesos de mayo de 1937 acaecidos en Barcelona son el resultado de toda la tensión que el campo político había ido acumulando desde los inicios de la guerra. Barcelona había sido, y seguía siendo, el feudo del cenetismo, y era el lugar donde subsistía la esencia de las conquistas revolucionarias. Esta tensión era aún más intensa ante la persistente oposición del PSUC a cualquier formulación revolucionaria. Así, la situación ya era crítica el 25 de abril, fecha en que es asesinado Roldán Cortada, dirigente de la UGT y miembro del PSUC. La reacción del PSUC no se hizo esperar, y en el entierro de Roldán se llevó a cabo una manifestación que exponía en las calles la propia fuerza militar y policial controlada por el PSUC. La CNT, por su parte, lo interpretaría como una provocación. La efervescencia del ambiente hizo que tanto obreros como policías intentaran desarmarse los unos a los otros, ante lo cual el gobierno prohibió toda manifestación para el 1º de Mayo.

Los acontecimientos se precipitarían a partir del 3 de mayo, cuando miembros del PSUC (Rodríguez Sala, comisario general de Orden Público, tomó la iniciativa) asaltaron por sorpresa la Oficina central de telefónica, ocupada por la CNT desde julio de 1936. Hay que tener en cuenta que la Oficina de telefónica se consideraba un emblema estratégico de la revolución al mismo tiempo que simbolizaba la dualidad de poderes en Cataluña, pues era un centro de comunicaciones de vital importancia. Ese mismo día se reunieron los comités regionales de la CNT-FAI, las Juventudes Libertarias y el Comité Ejecutivo del POUM. Mientras el POUM estaba abiertamente a favor de una movilización total que diera respuesta a las provocaciones del PSUC, los representantes de la CNT y la FAI abogaban por el apaciguamiento; sin embargo, los miembros de base de la CNT, junto al POUM, llevaron inmediatamente la lucha a la calle. Esta dualidad en el interior de la propia CNT pone de relieve el estado de confusión que se vivía en ese instante.

El 4 de mayo la violencia en las calles se generalizó. Los dos bandos ya estaban articulados. De un lado, el PSUC, la UGT y Estat Catalá estaban decididos a acabar con la revolución; del otro, el POUM, las Juventudes Libertarias y los afiliados de base de la CNT y la FAI estaban dispuestos a defender los residuos revolucionarios que habían permanecido en Cataluña. Los comités de la CNT eran partidarios del alto el fuego. Las consignas de la CNT en este sentido eran difundidas por la radio: “No estamos atacando, nos estamos defendiendo ¡Obreros de la CNT y de la UGT, recordad bien el camino recorrido, los caídos envueltos en sangre, en plena calle, en las barricadas! ¡Deponed las armas, abrazaros como hermanos! ¡Tendremos la victoria si nos unimos; hallaremos la derrota si luchamos entre nosotros!” .

El 5 de mayo los combates a pie de barricada proseguían en Barcelona, mientras que el gobierno central adoptaba medidas de urgencia para sofocar los incidentes. En misión gubernamental, llegaron a Barcelona García Oliver y Federica Montseny, ministros del gobierno del Frente Popular y miembros destacados de la CNT. Su presencia en la ciudad catalana respondía a un intento de evitar una intervención militar y apaciguar los ánimos. Sin embargo, desde el mismo día 5 llegaron al puerto navío de guerra. Largo caballero decidió tomar bajo su dirección el orden público y la defensa del Estado enviando una columna de 5000 guardias, que, ante su llegada, hicieron cesar definitivamente los combates.

Entre los día 6 y 7 de mayo, el Frente Popular ya era dueño de la situación. La consecuencia inmediata de los sucesos de Barcelona fue el fin de la autonomía catalana y el control por parte del estado y el gobierno central de la vida política y económica. Las fuerzas del cuerpo de seguridad ocuparon las zonas más problemáticas de la ciudad desarmando a los obreros. Del mismo modo, el poder del anarcosindicalismo fue diluyéndose del campo político y el POUM fue aniquilado tras la represión de todos sus organismos y dirigentes. Con ello también se produjo un aumento de la influencia comunista en los órganos de poder y en el ejército. La crisis desembocó, en último término, en la dimisión de Largo Caballero (16 de mayo, 1937). El nuevo gobierno, con Negrín a la cabeza, excluyó del gabinete cualquier elemento revolucionario e instauró una represión férrea contra el POUM y su Comité Central. La significación del campo político en la zona republica, marcado por una dualidad sin precedentes en la disposición del poder y de sus élites, establecía un nuevo modelo en el que la CNT ya no tenía cabida.

Artículo publicado en el 2007 en:

http://carnabys.blogspot.com/2007/10/la-politizacin-del-anarcosindicalismo.html


«Pillamos los fusiles y hubo que ir a por las balas»

enero 23, 2011

Los anarcosindicalistas Concha Pérez y Enric Casañas evocan 100 años de historia de las ideas libertarias…

FRANCESC ARROYO – Barcelona – 23/01/2011

El anarcosindicalismo cumple 100 años, hecho que conmemora con una exposición (hasta el 15 de febrero) el Museo de Historia de Cataluña (MHC) en Barcelona. Un siglo, poco tiempo más del que han vivido Concha Pérez y Enric Casañas, nacidos ambos en Barcelona: ella, en el barrio de Les Corts, en 1915; él, en Gràcia, cuatro años después. Los dos se criaron en familias de tradición anarquista y se enrolaron pronto en la CNT, pasaron por la cárcel en los primeros años treinta, estuvieron en el frente durante la Guerra Civil y en el exilio en el campo francés de Argelés, y en los oscuros años de la dictadura volvieron a España a rehacer sus vidas. Por separado, porque, pese a las coincidencias, se conocieron mucho más tarde. Son las vidas en las que aún palpita ese anarcosindicalismo que a veces parece simplemente historia.

«Los jóvenes de hoy andan muy despistados con el anarquismo»

Concha trabajaba en el sector de las artes gráficas el 18 de julio de 1936. Ese día dejó la empresa para dirigirse al cuartel del Bruc. «Allí había armas y fuimos a buscarlas para hacer frente a los sublevados», explica casi al lado de los carteles de la exposición que recorren ese periodo histórico. «Llegamos al cuartel y tuvimos suerte, porque casi todos los soldados se habían ido a la plaza de Catalunya. Quedaba una pequeña guarnición que nos mostró dónde estaban los fusiles. Los pillamos y nos fuimos, y luego, parece un chiste, tuvimos que volver a por las municiones, porque nos las habíamos olvidado». Lo dice con una sonrisa traviesa que se impone sobre años de sufrimiento que evoca sin melancolía.

Enric Casañas era pintor y, tras la sublevación fascista, se enroló y marchó al frente de Aragón. Terminó la guerra en Valencia y se embarcó con destino a Barcelona. «El barco no pudo atracar porque la ciudad había caído en manos de los franquistas. Nos dejó en Palamós y desde allí fuimos a pie hasta Francia», recuerda.

Volvieron a España. Concha en 1942, con un hijo, Ramón, de ocho meses. «En el campo de concentración conocí a un médico exiliado y le ayudaba. Lo uno llevó a lo otro y quedé embarazada. Cuando yo volvía a Barcelona él se enroló para luchar contra Hitler y nunca volví a tener noticias suyas. Posiblemente murió en la guerra». Se instaló en el mismo barrio de su juventud. «Nadie me delató. Y eso que todos me conocían, me habían visto con el mono de la CNT, incluso me debían de recordar las monjas del convento de Loreto, porque yo fui a desalojarlas». Reencontró un antiguo novio, se juntaron y compartieron la vida hasta que él murió. Ambos regentaban un puesto de bisutería en el mercado de Sant Antoni que servía a la vez como punto de reunión y de difusión de las ideas anarquistas en la clandestinidad.

Enric retornó a España en 1944 y vivió durante ocho años en la clandestinidad. Luego, «gracias a algunas influencias» que no precisa, pudo legalizar su situación. «Tuve suerte. No tenía antecedentes porque cuando me detuvieron, en 1934, no había cumplido los 16 años y me llevaron al Asilo Duran, de modo que no había pasado por la Modelo, que es lo que miraban». Concha también fue detenida en aquellos años. «Fui a una manifestación y cuando llegó la policía, un compañero me pidió que le guardara la pistola, pensando que a mí no me detendrían».

Los dos saben que el anarquismo no es visto hoy de la misma manera. «Algunos jóvenes se acercan a él con interés, dice Concha, «pero muy despistados porque padres y abuelos han vivido años en silencio».

Lo mismo opinan Ricard Paradís, profesor de Historia, especializado en esta ideología, y Maria Àngels Rodríguez, de la Fundación Salvador Seguí. «Los jóvenes están muy confusos ideológicamente; cuando se interesan por el anarquismo lo hacen por curiosidad y a veces por cuestiones mas estéticas que ideológicas». Àngel Bosqued, miembro también de la fundación y cenetista, anota que ese interés no lleva siempre a las personas a afiliarse al sindicato. Enric Casañas cree que estos tiempos son muy distintos, de modo que la pura réplica del viejo anarcosindicalismo carece de sentido.

De hecho, la exposición muestra la evolución. No ignora las relaciones que hubo entre violencia y anarquismo, pero prefiere insistir en la voluntad transformadora por la vía pacífica. E incluso destacar que, a partir de los años setenta, se experimenta un cambio que puede percibirse en los carteles. «Dejamos de lado las garras y el tenebrismo para asumir una idea más gozosa», en línea con la frase de Emma Goldman (Lituania, 1869-Canadá, 1940) «si no puedo bailar, esta no es mi revolución».

Los asistentes podrán apreciar esos cambios, que van desde una cabeza de Bakunin, que abre la exposición, hasta los carteles de la última huelga general. Al terminar hay una libreta que recoge las impresiones de los visitantes. La mayoría son de elogio o de ánimo, pero no faltan energúmenos que garabatean exabruptos. Curiosamente, siempre con faltas de ortografía. Se nota que no han pasado por los ateneos populares, donde se enseñaba a leer y a escribir, matemáticas y gimnasia. E idiomas, desde el alemán y el catalán al castellano y el esperanto. Y es que para los anarquistas de entonces «la mejor arma del progreso» era la cultura. Lo recuerda un cartel en el Museo de Historia de Cataluña, igual que lo recuerdan Enric y Concha.

El País (Edición Cataluña)

Fotografía de Carnaby Street

 

 


Isabel Coixet ‘escucha’ a Garzón…

enero 23, 2011

Escuchando a Garzón, el documental rodado por la cineasta catalana, será presentado en el próximo Festival de Cine de Berlín…

PUBLICO.ES / REUTERS Madrid

El juez Baltasar Garzón en una imagen de archivo.

El juez Baltasar Garzón en una imagen de archivo.ELOY ALONSO

La directora Isabel Coixet va a presentar en el Festival Internacional de Cine de Berlín una película-documental sobre el juez Baltasar Garzón, según confirmó este viernes una portavoz de la productora de la cineasta catalana.

Escuchando al juez Garzón es el título de un documental que está basado en una amplia entrevista realizada al ex magistrado por el escritor Manuel Rivas y se proyectará en la sección de Eventos Especiales de la Berlinale, que se inaugura el 10 de febrero.

Actualmente el magistrado Baltasar Garzón se encuentra trabajando para la Corte Penal Internacional de La Haya en calidad de asesor, después de ser suspendido temporalmente como juez instructor de la Audiencia Nacional pendiente de un proceso en el Tribunal Supremo en España por presunta prevaricación en su investigación sobre los crímenes del franquismo.

Garzón tiene también abiertas otras dos causas en el Supremo: una por los presuntos ingresos que percibió durante una estancia docente en Nueva York y otra por ordenar presuntamente escuchar conversaciones ilegales entre los abogados y sus clientes en un caso de corrupción que instruía.

El juez se hizo famoso internacionalmente cuando intentó sentar en el banquillo de los acusados al ex dictador chileno Augusto Pinochet por crímenes contra la humanidad.

Isabel Coixet, nacida en Barcelona en 1960, es una de las directoras españolas más conocidas dentro y fuera de España, donde acostumbra a rodar con actores de habla inglesa.

En 2005 ganó dos premios Goya del cine español a la mejor dirección y mejor guión con La vida secreta de las palabras; y en 2003 se llevó el Goya al mejor guión adaptado con Mi vida sin mí.

Elegy y Mapa de los sonidos de Tokio han sido sus dos últimos largometrajes.

Público.es


«Me transmite mucho más Marcos Ana que cualquier político»…

enero 23, 2011

‘Público.es’ estrena en exclusiva el documental ‘Dorando las olas’, un homenaje del grupo castellano manchego, Yeska, al poeta antifranquista

PATRICIA CAMPELO Madrid 21/01/2011 09:20 Actualizado: 21/01/2011 17:28

Marcos Ana, poeta y militante antifranquista, lucha con la palabra contra la injusticia que le llevó, como a tantos otros, a dar con sus huesos en la cárcel por motivos políticos. Tras ser detenido cuando tenía 19 años, no volvió a la libertad, «a la vida» como dice él, hasta noviembre de 1961. Fueron 23 años que lo convierten en el recluso que más tiempo permaneció en cárceles de la dictadura. Ayer, el poeta comunista alcanzaba los 91 y recibió un homenaje singular.

Los jóvenes integrantes del grupoYeska le han rendido un tributo para agradecerle el ejemplo de lucha pacífica que encarna. Tienen 23 años, los mismos que Fernando Macarro Castillo (el alias de Marcos Ana es un homenaje a sus padres) pasó encarcelado.

El homenaje reviste forma de canción: Dorando las olas (Zoombidos films), un single del que se desprende la profusa admiración que sienten los jóvenes hacia el veterano poeta y que forma parte del documental con el mismo nombre que hoy estrena Público.es.

Estos jóvenes, curtidos en el rock nacional y con un disco editado, tienen muy presente la importancia de adquirir un compromiso social con el que llegar a sus coetáneos: «Queremos contribuir a hacer memoria las veces que haga falta», declara Antonio Abengoza (voz y guitara). «Muchos jóvenes de hoy en día no creen en los políticos porque no dicen nada. Por eso es importante fijarse en gente como Marcos Ana, que con sus ideales transmite mucho más».

Para Marcos Ana la venganza no es ni un ideal político ni un fin revolucionario. «Somos diferentes», subraya

La canción pretende recordar uno de los episodios más oscuros de la historia reciente, como fue la vida en las cárceles franquistas. «Hay mucha ignorancia en gente de mi edad pero también en los mayores, incluso en aquellos que defienden una determinada ideología sin conocer la tragedia por la que pasaron los que perdieron la Guerra», aclara Antonio.

Ni venganza ni rencor

El poeta comunista habla en el documental de su presidio con el sosiego que le da carecer por completo de rencor. Esta circunstancia es la que más ha calado entre los integrantes del grupo de Herencia (Ciudad Real), a quienes incluso les cuesta entenderlo:  «Es complicado definir a una persona que pasó lo que pasó y que no guarde rencor», indica Jesús, batería y hermano de Antonio. «Siento admiración por él», remarca.

 Para Marcos Ana la venganza no es un ideal político ni un «fin revolucionario» y deja claro que su marca es la distinción. «Somos diferentes»,  y para ilustrarlo evoca un episodio de su vida en prisión, cuando durante un interrogatorio un guardia le interpeló: «Vosotros, ¿por qué cojones lucháis?»; la respuesta: «Por una sociedad donde a usted no le puedan hacer lo que me está haciendo ahora a mi».

Por lo que lucha hoy en día el merecedor de la Medalla al Mérito en el Trabajo en 2010 es «porque salga el sol y caliente a todos por igual», confiesa Marcos Ana a la vez que pone en evidencia la falta de «memoria histórica de los vencidos», como consecuencia de la herencia que dejó la Transición. «Hay libertad, pero si no va ligada con la justicia es un fracaso. La transición dejó pendientes muchas cosas».

Para Julio A. Gallego (bajo y coros) el poeta «es un ejemplo a seguir»; «como el de otras tantas víctimas del franquismo», razona.

La letra del homenaje

La esencia del rock como música de revolución y de lucha unida a la poesía da como resultado «letras sencillas que llegan a más gente», considera Antonio. La clave, en palabras del productor, Fernando Madina, reside en que se ha compuesto «desde el corazón».

Javier, el guitarra, concluye llamando a la militancia: «Espero que luchéis como él»

«Rompías el silencio en servilletas pintadas». Yeska conoce bien la historia de Marcos Ana. La música les condujo al personaje y también por la música descubrieron a la persona. «Escuché unos versos de Marcos Ana en una canción de Extremoduro –Caballero Andante, de Rock Transgresivo -y a partir de ahí comencé a preguntar y a leer». La información que recabó la voz de Yeska le llevó a casa del protagonista. «Le llamé para decirle que iba a escribirle una canción y que quería saber más de su vida».

«Que quede claro que estos son hechos reales», arengan con aplomo desde otro de los versos del homenaje. Antonio ya conoce la historia trágica de la Guerra y la dictadura gracias a su familia y su pasión por la lectura —los planes oficiales de enseñanza nada le mostraron al respecto—. Por ello, cree importante destacar la autenticidad de la historia que narran en la canción.

«Quiero reflejar lo que se vivió en las cárceles con aquellos que no tenían culpa de nada más que de pensar».  También por ello recuerdan el nombre de Ana Faucha, la mujer que cruzó España a pie hasta el penal de Valdenoceda (Burgos) para visitar a su hijo allí preso, y murió a las puertas de la cárcel sin llegar a verle.

 En general, los versos se desencadenan entre su particular poesía y la militancia en derechos humanos. «La juventud respira todos tus colores. Aguante de lobo sediento de hambre. Libre como el árbol, que tanto dibujaste». Un arrebato lírico que no se puede entender sin el acercamiento que Yeska ha experimentado hacia la poesía del autor de Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida (Umbriel).

«Espero que luchéis, como él», reclama Javier Rubio (guitarra) para despedirse.

La canción

Dorando las olas, a tu temperatura
hablan de una estrella que aún no tiene figura
mirando hacia el suelo, apagas un cigarrillo
Esta noche en la trena huele duro a castigo
Ha caído una saca cuando empezaba el día
Las suelas separan a los muertos de los vivos
La diferencia, no la marca el físico

Yo creo que a tí te conocí en Porlier
Y yo en el puerto de Alicante
Ya no me acuerdo… la última vez
Creo que intentabas escaparte

Rompías el silencio en servilletas pintadas
Y la musa no solo se tocaba
Recuerda amigo que el percal está muy duro
El respeto al verde siempre le quita orgullo
Que quede claro que estos son hechos reales
La juventud respira todos tus colores
Aguante de lobo sediento de hambre
Libre como el árbol que tanto dibujaste

Yo creo que a tí te conocí en Porlier
Traigo recuerdos de Ana Faucha
Ya no me acuerdo… la última vez
Creo que intentabas suicidarte

Yo creo que a tí te conocí en Porlier
Y yo en el puerto de Alicante
Toda tu vida fue una lucha fiel
Y sobre todo… aguantaste

Público.es (Memoria pública)


El CJC dice que no es exigible la retirada del escudo franquista porque no exalta por sí mismo la represión…

enero 23, 2011

El PSPV cree que la institución consultiva incurre en una «rebeldía jurídica» contra la Ley de Memoria Histórica…

VALENCIA, 12 (EUROPA PRESS)

El Consell Jurídic Consultiu (CJC) de la Comunitat Valenciana ha emitido un informe en el que considera que la eliminación del escudo franquista «no es un deber jurídicamente exigible a las administraciones públicas, ya que su presencia no supone por sí misma la exaltación de la sublevación militar, de la Guerra Civil ni de la represión de la dictadura, conforme exige el artículo 15.1 de la Ley de Memoria Histórica».

El organismo ha llegado a esta conclusión en un informe no vinculante aprobado en pleno –y que cuenta con dos votos particulares de Vicente Cuñat Edo y Ana María Castellano Vilar– realizado después de una consulta del Ayuntamiento de Valencia sobre si el escudo de España oficial entre 1938 y 1981 está incluido en el ámbito de aplicación del artículo 15 de la norma estatal por simbolizar personal o colectivamente la sublevación militar, el conflicto armado o la represión que se llevó a cabo en los años siguientes.

A su vez, el grupo municipal socialista en el Ayuntamiento de Valencia había presentado una moción en la que reclamaba «la retirada de todos los símbolos de la dictadura franquista en los edificios y espacios públicos de la ciudad, con especial referencia a la eliminación de los escudos anticonstitucionales».

Al respecto, el dictamen del CJC explica que «todo escudo o símbolo heráldico tiene por objeto representar gráficamente determinados valores con una finalidad identitaria de su usuario». En ese sentido, recuerda, «la simbología que se incluyó a la sazón en el Escudo de España pretendió representar el ‘nuevo Estado’, que surgió con la ‘revolución nacional de 1936», en palabras de un decreto de 1938.

Principalmente, las novedades aplicadas al escudo consistieron en la adición de un águila de San Juan –«elemento ya utilizado en los escudos hispánicos del Renacimiento»– y el haz y el yugo de los Reyes Católicos que la Falange había adoptado como emblema.

«Dicha simbología –prosigue el informe–, por su propia naturaleza, es expresiva de unos valores que asumía como deseable un régimen autoritario que, por definición, parte de premisas distintas a las que son propias de un Estado democrático constitucional como es el Español actual».

No obstante, opina que «aquellos símbolos exteriorizan gráficamente el cambio histórico que supuso al finalizar la Guerra Civil el paso de un régimen republicano constitucional a uno dictatorial. Pero no son por sí mismos una exaltación de la sublevación militar, de la Guerra Civil o de la represión de la Dictadura a que se refiere el artículo 15.1 de la Ley de la Memoria Histórica».

Por estas razones, afirma que «no puede derivarse de dicha Ley la obligación imperativa de retirar los escudos discutidos, máxime cuando, además, el legislador podría haber establecido aquella obligatoriedad si así lo hubiera estimado oportuno, bastando para tal fin únicamente que se hubiera contenido una descripción expresa de tales escudos, y anudada a ella la determinación clara, inequívoca e incondicional de su sustitución en todo caso».

De este modo, llega a la conclusión de que la retirada del escudo vigente a partir de 1938 y hasta principios de los ochenta «no es un deber jurídicamente exigible a las administraciones públicas» aunque precisa que «todo ello sin perjuicio de que pueda estimarse procedente su sustitución, siempre con las limitaciones comprendidas en la Disposición Transitoria segunda de la Ley 33/1981 de 5 de octubre» sobre el escudo nacional.

Sobre el informe de la institución consultiva, el concejal socialista Juan Soto ha asegurado que esgrime una «argumentación preocupante y perversa», puesto que, aunque reconoce que los escudos franquistas son de un régimen dictatorial, al final propone «una entelequia absolutamente incosistente para disociar la simbología de un régimen dictatorial de la simbología de la represión que ejerce».

«La actividad represora es consustancial a un régimen dictatorial», ha sentenciado Soto, quien ha hecho notar que «no existía un escudo específico de la represión, sino que era el propio del régimen». «¿Qué escudo si no es el que presidía los espacios donde se torturaba?», se ha preguntado.

«TORPEDO»

En la misma línea, el representante del PSPV ha calificado el dictamen de «torpedo a la Ley de la Memoria Histórica, una norma estatal que pretende normalizar la simbología democrática de los espacios públicos de las ciudades». «Me parece que es una rebeldía jurídica la que se plantea desde el CJC al no ajustarse a la voluntad inequívoca del legislador», ha apostillado.

Soto ha dicho entender que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, «se haya resistido a normalizar y retirar escudos de esta época pero lo que es sorprendente es que el Consell Jurídic Consultiu se alinee con estas tesis».

Finalmente, el concejal ha recordado que, «en todo caso, el CJC no dice que sea ilegal retirar los símbolos sino que deja esa opción, a través de una argumentación discutible, a la voluntad democrática del Ayuntamiento».

Europa Press via Yahoo! España Noticias

 



«Ahora cicatrizan heridas de 63 años»…

enero 23, 2011

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica entrega los restos de tres guerrilleros fusilados, dos de Badajoz, a sus familiares.

23/01/2011 REDACCION CACERES

Los pacenses Honorio Molina Merino y José Méndez Jaramago, y Reyes Saucedo, de Ciudad Real.
Foto:EFE
Foto:EFE

Vuelven a casa. José Méndez Jaramago, conocido como El Manco de Agudo , y Honorio Molina Merino, Comandante Honorio , regresaron ayer a tierras extremeñas. Tras décadas bajo tierra, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) entregó ayer los restos exhumados en marzo de una fosa común del cementerio de Retuerta del Bullaque, en Ciudad Real, a sus familiares. Eran guerrilleros antifranquistas nacidos en la provincia de Badajoz, pero residentes en Agudo (Ciudad Real). En contra de la dictadura, estos dos extremeños se refugiaron en los montes en rebeldía huyendo de la represión tras la guerra civil. Y allí encontraron la muerte años después. Un grupo de guardias civiles los asesinó el 12 de marzo de 1949. Los pillaron calentándose en un chozo de la Sierra del Carrizal, entre Toledo y Ciudad Real, y no tuvieron más escapatoria. Junto a ellos, murió también Reyes Saucedo Cuadrado, natural de Ciudad Real.

«Ahora se cierran unas heridas que llevaban abiertas más de 63 años». Con estas palabras una familiar del comandante Honorio, Susana Molina, reivindicaba ayer en un emotivo acto en Saceruela un lugar de la historia del municipio pacense de Villarta de los Montes, donde serán enterrados los restos de este guerrillero, que hasta el final luchó por los ideales que siempre defendió, afirmó Molina. En Higuera de Vargas (Badajoz), su tierra natal, descansarán los restos de José Méndez. Su sobrino, Vicente Corsí, también destacó la fidelidad de su tío a sus convicciones y su lucha por la libertad y la democracia pese a costarle la muerte.

Los trabajos de identificación de los restos de los tres asesinados concluyeron en diciembre en el laboratorio de la ARMH de Ponferrada (León). Santiago Macías, vicepresidente de la ARMH, ha explicado que el proceso fue relativamente fácil, primero, porque José Méndez era manco y ese hecho le caracterizaba con respecto al resto y, en segundo lugar, porque junto a los restos de los tres maquis se encontraron objetos personales de cada uno de ellos que también han contribuido a su identificación. Para Macías, la entrega de los restos es un acto de «higiene social» que permitirá que estos tres hombres regresen a sus pueblos, junto a sus seres queridos. Al menos, «han podido volver a sentir el sol y las caricias de sus seres queridos», concluye Corsí.

La Crónica de Badajoz vía google noticias

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Un libro del historiador Ángel Olmedo recoge testimonios del comienzo de la Guerra Civil en Llerena (Badajoz)…

enero 23, 2011

Ángel Olmedo (Fotografía google images)

BADAJOZ, 22 Ene. (EUROPA PRESS) –

El libro ‘Llerena 1936. Fuentes orales para la recuperación de la Memoria Histórica’, escrito por el historiador y miembro de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (Armhex), Ángel Olmedo Alonso, recoge documentos y testimonios del comienzo de la Guerra Civil española en la localidad pacense de Llerena.

Este trabajo será presentado el próximo martes, 25 de enero, a las 20,00 horas, en el Patio de Columnas de la Diputación de Badajoz, en un acto organizado por la Armhex en colaboración con la institución provincial, según ha informado la asociación en nota de prensa.

La obra relata, a través de documentación y testimonios orales, la represión desatada en esta localidad por las nuevas autoridades franquistas durante el año que comenzó la Guerra Civil española, y ha recibido el premio ‘Arturo Barea’ de investigación histórica en su novena edición, convocado por la Diputación de Badajoz, que a su vez es la editora de la publicación.

Asimismo, cuenta con prólogo del historiador Francisco Espinosa, quien ha sostenido que «los documentos que dejó la dictadura son parcos en información» sobre el asunto, y que «fue mucha la energía derrochada para ocultar la matanza fundacional».

En su prologo, Espinosa añade que los testimonios orales informan de hechos que «nunca aparecerán en documento alguno» y que «matizan, corrigen y enriquecen» a los propios documentos. «De ahí –sostiene– el valor de la paciente investigación y recogida de testimonios llevada a cabo por Ángel Olmedo».

El autor del libro, nacido en Navaconcejo (Cáceres) en 1965, es licenciado en filosofía y letras, sección historia contemporánea, por la Universidad de Extremadura, y ha publicado diversos libros sobre el anarquismo y la memoria histórica, así como artículos sobre la guerra civil y la represión, y ha dirigido los campos de trabajo de la Armhex para la recuperación de la memoria histórica.

Europa Press vía google noticias

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Un historiador recoge testimonios de la guerra La Crónica de Badajoz


Patricio Eufrasio reunió las historias de 280 exiliados españoles en su última publicación…

enero 23, 2011

PAULA CARRIZOSA

Los testimonios de más de 280 personajes –entre escritores, intelectuales, pintores, periodistas y editores– que llegaron a México como parte del exilio español que provocó la dictadura de Francisco Franco; están contenidos en la última publicación del historiador Patricio Eufrasio Solano, El transtierro español en México. La humanidad y el exilio 70 años”.

La realización de este libro, explicó su autor en una entrevista, comenzó hace 20 años cuando la casa editorial Fomento Cultural México le pidió una investigación sobre 500 intelectuales exiliados durante la Guerra Civil española, que ocurrió  de 1936 a 1939.

La tarea era realizar una semblanza de cada uno de los migrantes, por medio de las historias de los familiares y amigos sobrevivientes.

Los testimonios se agruparon según el oficio de cada uno de los exiliados. El libro comienza con las historias de Enrique Díaz–Canedo, un poeta posmodernista, traductor y crítico literario; y con la biografía del también poeta Felipe Camino Galicia de la Rosa, mejor conocido como León Felipe, quién llegó a México en 1938 en plena Guerra Civil.

–¿Cuál es la situación en la que llegan los españoles a este país?

–La Guerra Civil causó entre los ibéricos una herida muy profunda, pues tan sólo hay que imaginar que al igual que sucedió con la Revolución Mexicana, se estaban matando entre hermanos.

Algunos, continuó, venían con la esperanza de que tarde o temprano podrían regresar a su país tras la derrota de Franco, sin saber que tendrían que esperar 30 años para volver a su patria.

Otros, la mayoría, se adaptaron a las condiciones del país. Aquí se establecieron, se casaron, tuvieron hijos y siguieron constituyendo un grupo intelectual que marcó las tendencias artísticas de la época.

Gracias a ellos, disciplinas como la pintura y la poesía se empaparon de las corrientes vanguardistas de Europa: impresionismo, dadaísmo, cubismo, surrealismo o ultraísmo llegaron al país.

Destacó a Manuel Altoaguirre, un escritor que rescató y dio a conocer a Luis Cernuda, un poeta de la Generación del 27 que se convertiría en uno de los referentes de Octavio Paz.

Un grupo importante, recordó Eufrasio Solano, fue el de los españoles que siendo políticos en su país natal optaron por ser periodistas en México. Escribieron para El Universal, El Excelsior, El Nacional, y revitalizaron la crítica periodística.

“Sin poder participar abiertamente en la política, los intelectuales ocuparon estas trincheras para difundir el pensamiento y las ideas vanguardistas”, recordó. Otros más se volvieron traductores excepcionales.

–El hecho de que México hubiera abierto sus puertas a los exliados, ¿sirvió para reducir ese sentimiento de rencor que nació desde la Conquista?

–Eso es algo curioso, ya que el dolor es de los mexicanos y no de los españoles. Esta herida cultural no sana porque este país está empecinado en no olvidar. En cambio, a su llegada, los exiliados amaron a México de la misma forma que amaban a su patria.

El texto El transtierro español en México. La humanidad y el exilio 70 años, adelantó su autor, también podrá ser leído en la página electrónica de la Universidad Complutense de Madrid gracias al apoyo de Joaquín María Aguirre, hijo de padres  exiliados.

http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2011/01/21/puebla/cul216.php


Cientos de casos de niños robados llegarán a la fiscalía…

enero 23, 2011

Una asociación de afectados presentará la semana próxima una denuncia colectiva

ÁNGEL MUNÁRRIZ Sevilla 21/01/2011 23:00 Actualizado: 21/01/2011 23:04

La abuela de Jesús Díaz, con un bebé.

La abuela de Jesús Díaz, con un bebé.

Unos 300 personas que afirman ser afectadas por robos de bebés nada más nacer a lo largo de las cinco últimas décadas presentarán el jueves 27 de enero una denuncia colectiva ante el Fiscal General del Estado. «Queremos que abra una investigación como han hecho otras fiscalías andaluzas», explica María Labarga, portavoz de la Asociación Nacional de Afectados por Adopciones Ilegales (Anadir).

En las últimas semanas el goteo de casos de supuestos robos y denuncias encuentra cada vez más eco social. Esta semana la Fiscalía de Sevilla anunció que investiga la posible desaparición de dos gemelas recién nacidas en 1977 en Sevilla, denunciada por unos padres de Utrera. Las denuncias se van acumulando en las fiscalías de Cádiz, Algeciras, Sevilla, Málaga, Granada…

La Subdirección General de Archivos de Madrid también está investigando el fallecimiento de bebés en maternidad de la comunidad entre 1961 y 1971.

«Ahora que está empezando a salir esto a la luz, nos llegan cada día correos y referencias de muchos casos. En esta primera denuncia va a haber unos 300, pero pronto tendremos que ampliarla y doblarla en número. Tenemos casos en todas las provincias de España. Abarcan desde la década de los 50 hasta casi la actualidad. La mayoría de los casos son en los 70 y los 80 en Andalucía», cuenta Labarga.

La portavoz de la asociación puntualiza que «cada caso es un mundo», pero hay rasgos en común: «A las madres no se les dejaba ver el cadáver, se ponían impedimentos para el entierro, las causas de muerte no encajaban…».

Aluvión de denuncias

Serían casos como el de Jesús Díaz Carrasco, que según la mujer que afirma ser su madre, Adela, podría vivir ahora creyendo que es hijo biológico de quienes son padres adoptivos. O como el de Antonio Barroso, fundador de Anadir, que con 39 comprobó que su partida de nacimiento había sido falsificada y tras investigarlo descubrió no ser hijo biológico de los que creía sus padres

Público.es


Madrid estudia el robo de niños en sus hospitales durante el franquismo…

enero 23, 2011

La Plataforma de Niños Robados durante el franquismo centraliza buena parte de estas quejas

Vida | 22/01/2011 –

Sergio HerediaSERGIO HEREDIA

Periodista

“Somos siete hermanos y todos muy sanos. Mi hermana era la tercera. Mi madre no tuvo ningún problema durante el embarazo. Pero antes de dar a luz, la durmieron. Cuando se despertó, le dijeron que la niña había nacido deformada, aunque ella nunca llegaría a verla. El hospital se encargó de envolver a la bebé en una sábana y de su entierro. Sin embargo, el acta de fallecimiento nunca llegó a manos de mi madre. Ocurrió en 1969. Y creo que mi hermana fue robada”.

Denuncias de este tipo han llegado estos días al archivo regional de la Comunidad deMadrid: espoleados por las noticias que en los últimos tiempos van salpicando las páginas de los diarios, familiares de bebés desaparecidos durante el franquismo se plantean interrogantes. La Subdirección General de Archivos de la Vicepresidencia de la Comunidad de Madrid pretende ofrecerles algunas respuestas. “A partir de las denuncias de estas familias, se está escarbando en los archivos de la antigua y desaparecida Maternidad Provincial de Madrid –dicen fuentes autonómicas a este diario–. Estamos ordenando los archivos de nuestros hospitales. Buscamos datos sobre las muertes de bebés en estos hospitales entre 1961 y 1971. Así, si un juez nos pide algún informe, esos datos ya estarán listos”.

La Plataforma de Niños Robados durante el franquismo centraliza buena parte de estas quejas. Hay 300 familias en el núcleo de esta entidad, colectivo que ha decidido elevar sus quejas ante la justicia internacional, decepcionado por las últimas decisiones de Javier Zaragoza, fiscal jefe de la Audiencia Nacional.

En diciembre, el fiscal descartó la vía judicial en España para la investigación del robo de niños durante el franquismo. Dijo que esta investigación no le compete a la Audiencia. Aun así, y sustentándose en la ley de Memoria Histórica, Zaragoza también pidió al Ministerio de Justicia que apoye “las legítimas pretensiones” de los denunciantes en la vía administrativa. El ministerio estudia abrir una oficina de intercambio de datos con las familias y elaborar una base de datos de ADN para cotejar los casos.

“Sin embargo, esto no nos basta. Agotaremos las instancias para esclarecer esta trama organizada de tráfico de niños”, dice Mar Soriano, portavoz de la plataforma. Sus miembros centran la mayoría de los casos entre los primeros años de la dictadura franquista y los primeros de la democracia (1940-1980).

http://www.lavanguardia.es/vida/20110122/54104901034/madrid-estudia-el-robo-de-ninos-en-sus-hospitales-durante-el-franquismo.html


LA SEGUNDA CAÍDA DE LAS VÍCTIMAS…

enero 23, 2011

Nuestro amigo y colaborador Paco González Tena en la presentación de su libro "Niños invisibles en el cuarto oscuro" en la Feria del libro de Madrid del año 2009

Nadie duda que estamos instalados en un conflicto social en España de imprevisibles consecuencias para la convivencia presente e incluso futura. Los actos de violencia más o menos verbal son casi cotidianos, y casi todos hemos presenciado o vivido episodios de esta desagradable realidad. En una reflexión mía anterior ponía el énfasis en la transmisión de consignas bien dosificadas que numerosos palanganeros, disfrazados de periodistas “de investigación”, se encargan de difundir por conocidos medios de intoxicación   por todos los canales. Para alguien acostumbrado a analizar los conflictos sociales del  pasado los componentes del actual resultan paradójicos. Los viejos “conflictos de clase” con sus valores identificativos enfrentados ya no sirven ni para un análisis incluso somero.

¿Qué identifica hoy a este enfrentamiento nada teórico? El que asegure que las clases sociales son cosas del pasado debería pararse un poco a comprobarlo. Lo que en realidad está ocurriendo delante de nuestras propias narices es que los que provocaron una serie encadenada de crisis son ahora sus primeros beneficiarios, y los perjudicados, no sólo están pagando un precio desorbitado por pecados ajenos, sino que además están asumiendo con pasión los postulados de sus propios verdugos y además saltan como fieras desbocadas dispuestos a machacar con argumentos infectados a quien se atreva a defender un mínimo espacio de cordura, no digamos de convivencia. Nunca unos sinvergüenzas, corruptos sin paliativos, tuvieron tan fácil acceder a la impunidad que otorga estatus político, prescripciones forzadas, anulación de pruebas de delitos evidentes (y probados) y evadir, sin retorno posible, el producto de sus rapiñas. Y todo ello con la complacencia, cuando no la encendida defensa, de los no admitidos al banquete.

Este estado alarmante de alteración de líneas éticas tiene un correlato en un asunto que, a poco que nos molestemos en analizarlo, comprobaremos que tiene mucho que ver con las tramas perfectamente organizadas para dar un vuelco a la decencia, hasta hacerla irreconocible. La opinión pública, española e internacional, se vio hace pocos meses convulsionada por la terrible noticia de que en España se han estado robando y vendiendo neonatos como si se tratase de cachorros de mascotas de lujo. El estupor dejó paso a la incredulidad de que este tráfico inhumano se haya podido producir hasta hace muy pocos años en la más absoluta impunidad.

En la primavera del 2008 me llegó el primer caso que ahora no repetiré, ya que ha sido suficientemente aireado y en pocos días volverá a plantearse en sede judicial. Ese caso y otros que le siguieron, investigados con técnicas sociológicas retrospectivas, dieron lugar al primero de mis informes entregado al titular del Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional, el magistrado don Baltasar Garzón. Esto sólo lo apunto para que se pueda seguir el hilo argumental de la causalidad (que no casualidad) que está llegando a desbordar el vaso, probablemente por un líquido ni inodoro ni incoloro. El concepto de “robo de niños” aparece en mi informe y en el auto que provocaría después (entre otras y de forma al parecer incidental) la expulsión de su labor como juez del magistrado señor Garzón.

Hasta aquí una somera descripción de los hechos ya sobradamente conocidos. Ocurre que ahora, justo cuando existen varias plataformas que se preparan para presentar los casos que cada una ha reunido, resulta que comienza a detectarse un fuerte oleaje como mar de fondo que amenaza con convertirse en un maremoto. Algunas voces, antes pidiendo la búsqueda de una respuesta al desconcierto que trae la pérdida inexplicable de un hijo, el desconocer si también está vivo y se dio en adopción al margen de su familia de origen, y sobre todo demandar una verdad que oprime cada día, ahora esas voces han cambiado inopinadamente empujadas por un viento insospechado hace sólo unas semanas. Recibo algún correo que afirma con ardor que “eso nada tiene que ver con el frankismo” (reproducción literal de la grafía del remitente), “sólo hubo un robo de niños por motivos económicos; nada más”. Todo demasiado orquestado como para permanecer impasible.

España se ha convertido, por la labor implacable de los lacayos del bulo, en un patio de manicomio lleno de ruido y furia, como ya se nos anticipaba hace años. Lo más grave es que los infectados por ese virus de la desinformación se han convertido en propagandistas entusiastas, a su vez, de esa mancha de aceite envenenado que hace muy difícil la convivencia entre discordantes, hasta convertirlos en enemigos declarados. Las razones y los argumentos documentados son despreciados, cuando no puestos en solfa por los corifeos de este drama nacional. Por estas razones me abstendré ahora de exponer las líneas de mi investigación, dejando eso para el informe final.

Interesa salir al paso de un movimiento calculado, otro más, de esa estrategia de los ideólogos de la caverna para poner todos los diques  posibles a una, cada vez más débil, resistencia a sus planes de convertir esto en un desierto de ideas. Nunca podría imaginar que algunas de las víctimas (directas, colaterales o incidentales) del robo de niños podría introducir consignas dispersantes, siguiendo pautas de los herederos, cómplices o simples comparsas, de los asesinos de crimen tan repugnante. Alguna persona vinculada a ese colectivo ha estado sembrando un germen muy peligroso en estos momentos: rechazar toda vinculación entre la impunidad con la que un colectivo de médicos, sacerdotes, enfermeras, monjas, abogados, notarios y registradores civiles actuaron durante años (con connivencias muy notorias) actuando, protegiendo y mediando en el robo de niños, todo ello en el marco social de una ideología totalitaria dominante durante décadas en España. A ese coro increíble se han unido algunas voces académicas negando la pervivencia, ya innegable, de un franquismo sociológico que muestra cada día su penetración en sectores claves de la magistratura, la política y, mayoritariamente, de los medios de mayor influencia en las masas desinformadas. Esos mantras incansables de la demagogia rancia introducen, además, un elemento que reforzará el rechazo de las instancias judiciales que más fuerza han demostrado para frenar todo intento de resarcir, al menos moralmente, a las víctimas de esos robos. Es cierto que no todas las madres víctimas se pueden enmarcar en una clase social heredera de los perdedores. Muchas eran simplemente pertenecientes a familias que no habían conseguido un estatus social elevado (incluso una de ellas hija de un militar franquista de alta graduación que se vio perjudicada, precisamente, por esa moral reaccionaria) pero es indudable que rechazar, sin investigar con rigor el universo social afectado, tratando de despreciar mi trabajo serio y concienzudo, es simplemente hacerle el caldo de cultivo a los que intentan reforzar el rechazo judicial.

El marco al que nos enfrentamos judicialmente es preocupante, para qué negarlo. Baltasar Garzón es una pieza importante para esta jauría de los pregoneros deldesastre socialista, pregonado curiosamente desde el primer día de la derrota electoral de las gaviotas pardas, y mucho antes de los primeros escollos financieros importados y de los espejismos propios. El magistrado es un elemento simbólico, y de largo alcance internacional, pero ni mucho menos es el único objetivo. No nos engañemos; aquí existe un plan muy bien elaborado que, por desgracia, está siendo coreado con entusiasmo por los mismos que han padecido las consecuencias de los juegos malabares en las finanzas “imaginativas” y de los vendedores de ladrillos inflados. Para mayor sensación de desamparo los llamados a poner coto a este coro de trompeteros desaforados, instigadores de la caverna y cómplices varios con toga o sin ella, es decir el Gobierno de España, está ausente (y no se le espera) para poner coto a tanto acoso y derribo, incluido el del propio Gobierno. Ahora toca introducir un elemento de descrédito al colectivo que sólo pide ser amparado en una vulneración gravísima de sus derechos fundamentales de la persona, en el marco de Derechos Humanos básicos e incluso del Derecho Internacional comparado. Gritar que “todo esto nada tiene que ver con el frankismo” (así escrito literalmente) es hacer una afirmación gratuita, sin base empírica y sin posibilidad alguna de ser demostrada. Pero a estos voceros de la reacción no les hace falta demostrar nada. Sólo gritar, aunque dañen a miles de ciudadanos y, de paso, a ellos mismos.

Francisco González de Tena

Madrid 21 de enero, 2011.

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Un sector de la derecha granadina, de la CEDA, provocó el fusilamiento de Lorca…

enero 23, 2011

Rescatan la primera investigación sobre el asesinato del poeta y su enterramiento

EL PLURAL / ANDALUCÍA

Las investigaciones sobre la muerte de Federico García Lorca y el lugar de su enterramiento efectuadas por el periodista Eduardo Molina Fajardo, falangista granadino y admirador incondicional del poeta, han vuelto editarse casi 30 años después, con su título original, «Los últimos días de García Lorca»

 

Los familiares de Molina Fajardo (1914-1979) han permitido la reedición porque tras su publicación en 1983 se convirtió «en un libro de referencia de muy difícil acceso» y ante la infructuosa búsqueda de la fosa donde fueron enterrados sus restos en el Parque García Lorca de Alfacar (Granada), «lugar que había quedado descartado ya en este libro».

Investigación muy importante
Según David González Romero, editor de Almuzara, sello que ha vuelto a publicar la obra, se trata de «una de las investigaciones de campo más importantes y más influyentes que se han hecho en torno al caso Lorca, sólo comparable al de Agustín Penón, aunque éste último estuvo perdido muchos años y ha sido publicado recientemente.» Las investigaciones de Molina Fajardo «siguen siendo incontestables en muchísimos aspectos por su serie de 48 entrevistas y testimonios recabados, por su enorme aporte documental y por su profunda honestidad», según el editor.

Falangista
Como hombre del movimiento y falangista, con Molina Fajardo hablaron «por primera vez muchas personas implicadas o con conocimiento del caso que habían mantenido un duro y pertinaz silencio», entre ellos Ramón Ruiz Alonso, el capitán Nestares, o un posible testigo de su enterramiento, el falangista Pedro Cuesta Hernández, entre muchos otros. Sobre el enterramiento del poeta, Molina Fajardo habló con el capitán Nestares, el hijo de Nestares lo llevó al lugar exacto que indicaba su padre, los cuales coincidieron con la documentación aportada por Molina Fajardo y con testimonios de otros personajes relacionados con el caso, con que «el poeta está enterrado en una cata de agua, un pozo a poca distancia del campo de instrucción donde fue fusilado.»

Fosa
«Hoy casi todos los investigadores están de acuerdo con esta conclusión, aunque existiera la posibilidad de un movimiento ulterior a una fosa mayor o a algún otro lugar, extremo sobre el que hoy se sigue especulando; pero lo cierto es que hay testimonios y documentación inequívocos que señalan el lugar que ya señaló Molina Fajardo», explicó David González Romero.

Queipo de Llano
La nueva edición del libro incluye una foto estremecedora en la que Queipo de Llano pasa revista a la tropa junto al capitán Nestares en el mismo lugar del fusilamiento y tan sólo un año después de los hechos. Entre el aporte documental de la obra estuvo la publicación por primera vez del comunicado que realizó el poeta Luis Rosales, y al que siempre aludió en sus entrevistas sobre el asunto, manifestando su posición en el caso y enfrentándose incluso a la posición oficial.

Ian Gibson
Molina Fajardo, un enamorado de Lorca que llegó a publicar poemas suyos en momentos nada propicios en los periódicos que dirigió, «estableció una guía minuciosa de investigación que no pudo culminar pero que, por suerte, han seguido muchos y ha dado frutos que podemos rastrear en las obras de Ian Gibson o Gabriel Pozo, los cuales siempre han elogiado el trabajo recogido en este libro.»La crítica fácil al libro, la de que fuera fruto de la investigación de un falangista, acreditado periodista de la prensa del movimiento en Granada, queda fuera de lugar pues el tiempo le ha dado la razón en numerosos aspectos.

Familia de Luis Rosales
González Romero recordó que «siempre se dijo que Molina Fajardo intentaba por todos los medios exculpar a Falange del crimen, pero hoy Gabriel Pozo reconoce que el exceso de celo de la familia Rosales, cabeza de Falange en Granada, por protegerlo y salvarlo pudo ser uno de los motivos que enconaron las circunstancias para que asesinaran a Lorca.» «Además el libro de Molina Fajardo hace una apuesta clara y analítica por dirimir responsabilidades; hoy es un hecho reconocido que la presión de un sector de la derecha granadina, perteneciente a la CEDA, fue la que movió todos los resortes para que Lorca resultase fusilado», añadió.

andalucia@elplural.com

http://www.elplural.com/andalucia/detail.php?id=54968